Al ingresar por el extremo este del enorme estadio vacío de Afrodisias, no pude menos que imaginar el rugido de 30 mil espectadores que alentaban a sus atletas… dos mil años atrás. Cuando uno tiene la suerte de visitar este lugar en solitario, aprecia más su intensa historia. El estadio de 262 metros de largo es imponente y uno de los mejor conservados en la cuenca mediterránea a pesar del terremoto que destruyó Afrodisias en el siglo VII.
No es lo único que ofrece Afrodisias. A diferencia de Éfeso, el antiguo puerto donde todo parece concentrarse en torno a una calle troncal, en Afrodisia los edificios emblemáticos están dispersos en una vasta superficie y caminar hacia ellos bajo un sol de plomo se justifica plenamente por la satisfacción que se siente al llegar ya sea al ágora, al Sebastión, a los baños de Adriano, al odeón o al teatro. Se han encontrado en las excavaciones más de dos mil inscripciones en mármol que cuentan la historia de la ciudad.
El arqueólogo Kenan Erim le dedicó gran parte de su vida a Afrodisias, y como reconocimiento a su labor está enterrado en el propio sitio arqueológico, muy cerca del monumental portal conocido como Tetrapilón. Las esculturas y relieves que rescató Erim durante las excavaciones se encuentran en el museo de Afrodisias, uno de los más ricos de Turquía. Los relieves que eran parte del Sebastión (el templo de Augusto) son de una gran belleza plástica y están bien conservados, verlos es un placer. Dan ganas de tocarlos, pero no se puede.
Qué diferencia con la capital del reino de Pergamon, que los alemanes saquearon hasta dejar solamente el esqueleto. Su antiguo esplendor solamente puede apreciarse en un dibujo. De Pergamon se llevaron las piezas más ricas a Berlín, estructuras enteras como el Gran Altar, estatuas y miles de objetos de las excavaciones, algo que los turcos no están resignados a aceptar. El Museo de Pergamon en Berlín es considerado como uno de los mejores de esa ciudad, un gran monumento al pillaje del patrimonio histórico de Turquía.
A los pies de la colina sobre la que se erigió Pergamon está el santuario de Esculapio, un lugar emblemático para la historia de la medicina. Una avenida de tres kilómetros de largo, bordeada de columnatas, unía Pergamon a este centro de salud de la antigüedad, donde los enfermos venían tanto a curarse en aguas milagrosas como a orar en el templo de Esculapio. Aquí atendía Galeno, cuyo nombre designa hoy a toda la profesión, antes de trasladarse a Roma para ser el médico personal de Marco Antonio.
La riqueza de sitios arqueológicos en Turquía es tan amplia, que uno corre el riesgo de saturarse de belleza. Ya le dediqué tres notas a Nemrut Dag, a Éfeso (y Troya), y a Pamukkale y Hierápolis (que son parte de un mismo conjunto histórico). Podría extenderme más y sumar comentarios sobre otros sitios patrimoniales, pero me limitaré a mencionar en pocas líneas lo que observé en algunos de esos lugares.
En Letoon, que es Patrimonio de la Humanidad junto a Xanthos, y también en Patara, encontré “ruinas nuevas”, es decir, algo que ya había visto en Pattadakal (India), hace unos años: un afán pernicioso por “reconstruir” las ruinas para atraer al turismo, algo que la UNESCO no avala. Siempre ha habido la discusión sobre si un sitio arqueológico se debe reconstruir, como sucedió con Machu Pichu, o si solamente se debe “consolidar”, como he visto que se hacía en Angkor (Camboya). Generalmente se acepta que la consolidación de estructuras es justificada para evitar que se sigan deteriorando, pero no la fabricación de estatuas, columnas o edificios con fines de embellecimiento.
Patara tiene la desventaja de estar junto a una extensa playa de arena blanca, por lo que se ha convertido en un destino turístico del cual las ruinas son una especie de telón de fondo para los bañistas que pasan indolentes frente a las volquetas, las grúas de construcción y los bloques de mármol con los que se está reconstruyendo el teatro de este sitio histórico, seguramente para ofrecer espectáculos a los turistas de playa.
En cambio, solo (aunque rodeado de tortugas) en las colinas pedregosas de Pinara me perdí varias horas tratando de alcanzar las extrañas tumbas talladas en la roca de la montaña. No se habla mucho de Pinara y ni siquiera figura por si misma en la lista indicativa de propuestas para el Patrimonio Mundial, pero es un lugar fascinante de la cultura Licia. En las escarpadas laderas de la montaña se han cavado en la roca tumbas que me recordaron las dos veces que estuve en Petra (Jordania). El paisaje es aqui diferente, hay árboles y agua, y las tumbas no son ciertamente tan impresionantes y grandes como las de Petra, pero tienen su propio encanto mediterráneo.