Detesto el masaje publicitario previo al
estreno de una película. Es probablemente útil para las ganancias, pero triste porque
no le deja al espectador el resquicio de pensar por sí mismo.
Mi reacción es siempre adversa: mientras más taquillera, menos posibilidades de que yo me tome la molestia de verla, y menos aún en una sala repleta de roedores de palomitas de maíz con olor a mantequilla rancia, celulares que suenan o proyectan las luces de sus pequeñas pantallas. Huyo de esos espectáculos frenéticos donde masas de jóvenes se rinden obnubilados frente los efectos especiales de alguna superproducción que suele repetirse cada dos años: “Rápido y furioso 9” o “La guerra de las galaxias 8” o “Terminator 6”…
Las más taquilleras las veo por curiosidad meses después de su estreno, como fue el caso de “Titanic”. Nunca terminé de mirar pedazos de “Avatar” en la televisión, pero he visto en los aviones varios títulos de “Misión imposible” y de James Bond que siempre me atraen por la nostalgia de las primeras con Sean Connery. Hasta ahora no conozco “Avengers”, pero quizás la vea adormilado si la pasan durante un próximo vuelo. No se me ocurre pagar para verlas en una sala de cine.
Todo el prolegómeno anterior, para hablar de una película muy diferente a esas que atraen multitudes: “Eugenia” del boliviano Martin Boulocq, que desde su título es una negación de lo espectacular, porque no dice “Eugenia la guerrillera”, “La vida desesperada de Eugenia”, “El destino de Eugenia” y otras grandilocuencias de ese tipo. Simplemente dice: “Eugenia”, algo que uno agradece cuando termina de ver el film.
Lo bueno de no haber leído antes sobre una película, es que uno puede sorprenderse. No hay sensación más gratificante que la del descubrimiento, la posibilidad de estar frente a algo que uno no se esperaba. Yo no espera nada de “Eugenia”, es decir, no sabía qué es lo que iba a encontrar, aunque ya había visto antes dos películas de Boulocq que me habían interesado.
Para comenzar, me sorprendió ver un film en blanco & negro porque requiere de agallas en estos tiempos de saturación colorinche, amarillo patito y verde limón que hacen chirriar los dientes. Y el blanco y negro no es solamente una elección caprichosa del director, sino que tiene un sentido de búsqueda plástica y a la vez de concentración en la historia narrada a través de los ojos del personaje principal, que en esa etapa de su vida ve el mundo en blanco y negro. Es también la estética del ejercicio de la memoria: aunque Eugenia (Andrea Camponovo) vive su presente, los espectadores lo vemos como un regreso al pasado, como una reconstrucción de su propia construcción como mujer, mientras que para el director es una construcción pausada de su film, andamio por andamio y sin prisas, dándose la oportunidad de observar al personaje sin zarandearlo, con cariño.
No me parece que el tema central del film sea un alegato feminista (como he leído después), por el contrario, no hay nada heroico en esta joven mujer que con la mayor sencillez y autenticidad está buscando su camino en la vida, luego de haber sufrido la desilusión del matrimonio. Es alguien que se hace preguntas, muchas, y usa su intuición para no equivocarse de nuevo (vende su traje de novia).
Las relaciones humanas son complejas. Eugenia ha vivido una ruptura en su vida de pareja como la que sus padres sufrieron años antes. No es el fin del mundo, es simplemente una nueva realidad que debe enfrentar con la decisión de fortalecerse. Su madre y su padre siguieron sus vidas, y ella decide hacer lo mismo aunque no sabe exactamente por donde ir.
En el cartel de promoción de la película figura debajo del título la frase “Es hora de rebelarte”… En realidad, tanto para el personaje de Eugenia como para el director Boulocq, parece ser la hora de “revelarse” antes que rebelarse. Eugenia se revela porque su proceso es de búsqueda y descubrimiento antes que de rebeldía.
No es casual que acepte interpretar en una película de amateur el papel de Tania, la guerrillera, porque ese segundo personaje de sí misma le permite imaginarse en una dimensión de rebeldía que ella no tiene. Eugenia, a diferencia de Tania, no provoca acontecimientos importantes en su vida, más bien se deja llevar por las oportunidades que se presentan, y las toma como quien abre ventanas para mirar desde diferentes ángulos los horizontes posibles.
Eugenia no es feminista, no representa tampoco un símbolo de denuncia del machismo. Claro que todas esas interpretaciones son posibles (y abundan en los comentarios que leí después de ver el film), pero me parece que desvalorizan a un personaje que es que suficientemente rico por sí mismo sin necesidad de levantar otra bandera que el amor propio y su identidad de mujer: “Perdida, sin un punto fijo de mirada”.
Lo que sí destaca y de manera muy bien llevada es la reflexión sobre las sexualidades, el personaje del amigo homosexual, la relación de su padre con una mujer más joven que no le es fiel, y la relación –de una gran ternura sexual, que Eugenia descubre con su amiga brasileña.
Martin Boulocq |
A mi juicio “Eugenia” no necesita de ningún referente, es en sí misma una obra sólida, con un personaje rico y creíble. Es una obra honesta y sin dramatismos ni excesos y mucho menos concesiones. Es una historia que se narra en profundidad con mucho cariño y delicadeza. Todos los personajes tienen espesor y todas las actuaciones hacen honor a esos personajes, lo cual dice también de la capacidad de dirigir actores que tiene Boulocq: no hay uno solo que cojee. La película fluye dejando que la complejidad interior del personaje central atrape al espectador y lo haga cómplice.
Martin Boulocq |
La atención se centra de tal manera en Eugenia y en las relaciones humanas, que lo demás parece desvanecerse o queda como guiños para los que quieran captarlos: la fiesta de Urkupiña, las comadres, el tradicional batán para moler maíz, y otras secuencias que sitúan el film en Bolivia sin forzar en lo más mínimo una lectura folclórica.
(Publicado en Página Siete el 30 de septiembre de 2018)
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Si dejas salir tus miedos,
tendrás más espacio para vivir tus sueños.
—Marilyn Monroe