Es una película que nunca llega al final
y las escenas más escabrosas se repiten una y otra vez sin que uno pueda dejar
de verlas, como la tortura visual a la que es sometido el personaje de Malcolm
McDowell en “La naranja mecánica”. Así
veo ahora las imágenes de Nicaragua, y duele.
Barricada de jóvenes en la ciudad de León |
Somoza y su familia eran dueños de medios de información y de empresas, controlaban con mano férrea al aparato militar que tuvo que ser desmontado al triunfar la Revolución Sandinista. La década de 1980 fue muy dura debido al bloqueo y a la agresión del gobierno de Estados Unidos que no solamente se negó a comerciar con Nicaragua, sino que convirtió a Honduras en una suerte de portaviones listo para atacar, y alentó con dinero y armas la formación de los tristemente célebres “contras”, mercenarios nicaragüenses que organizaron una contraguerrilla que enlutó una por una a todas las familias nicaragüenses.
Con el Comandante "Modesto" y Jaime Balcázar, en 1980 |
A pesar de las dificultades, era una época de entusiasmo. Todos daban lo mejor de sí mismos para sostener el proceso revolucionario que todavía no mostraba las ambiciones personales de Daniel Ortega. La comunidad de bolivianos era pequeña, pero se hacía notar sobre todo en las artes: Luis Ramírez (arquitecto), Marisol Barragán (cineasta), Antonio Peredo (periodista), Álvaro Montenegro (músico), entre otros.
Mi trabajo era en la Central Sandinista de Trabajadores (CST) donde creamos el Taller de Cine Súper 8. Lo menciono por un hecho específico: mostré a mis estudiantes fotos de las milicias del MNR en 1952 y ellos encontraron un paralelo con lo que sucedía en ese momento en Nicaragua: un pueblo en armas. Sin embargo, les dije, no se hagan ilusiones porque estos procesos no son eternos, si uno se descuida, se desvían. No me creyeron, estaban muy seguros de que su revolución sería para siempre.
Daniel Ortega Saavedra, aferrado al poder |
Rosario Murillo, la "Chayo" |
Ungido nuevamente como presidente en 2007, Ortega pactó con la extrema derecha de Arnoldo Alemán, con la iglesia reaccionaria de Monseñor Obando y Bravo y con los “contras”, incrustados en la Policía Nacional que ahora reprime a los estudiantes.
La iglesia progresista de Nicaragua junto a la ciudadanía y familiares de las víctimas |
En dos meses hay 164 personas asesinadas y muchas más torturadas, presas o desaparecidas. Daniel Ortega ha dejado atrás todos los ideales del sandinismo. Sólo queda un discurso de impostura para aferrarse al poder con su mujer, Rosario Murillo, en el cargo de vice-presidenta, y sus hijos dueños de los principales canales de televisión y un sinnúmero de empresas. Ni Somoza se había atrevido a tanto.
Sandor Dolmus, asesinado |
No solamente actuó la resistencia civil auto convocada, sino también Ortega que usó todos los recursos de violencia que tiene bajo su control: paramilitares, censura de medios y otros mecanismos. El régimen logró bloquear durante varias horas la página web del emblemático diario La Prensa que fundó y dirigió Pedro Joaquín Chamorro en su lucha contra la dinastía Somoza. La Prensa siguió informando a través de sus cuentas en las redes virtuales. Y lo que pudimos leer ese jueves duele: más jóvenes asesinados, incluyendo un monaguillo de la Catedral de León, Sandor Dolmus, con un balazo en el pecho.
No pasa un día sin que la violencia viole el límite de toda humanidad. Una familia entera murió carbonizada porque se negó a prestar su casa para que paramilitares francotiradores se instalaran allí para disparar contra el pueblo. Ante la negativa estos asesinos incendiaron la casa.
Ortega se ha vuelto incómodo para Estados Unidos, aunque recibió apoyo de la potencia del norte anteriormente. Ahora, parece que ya busca una manera de salir de Nicaragua que preserve su seguridad personal y de su familia cercana, y se sabe que está negociando una salida con enviados de Estados Unidos. Como todos los dictadores derrotados, huirá a un país donde no pueda ser alcanzado por la justicia. Pero en algún momento la justicia le dará alcance, como pasó con Somoza.
(Publicado en Página Siete el sábado 16 de junio 2018)
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Los héroes y mártires de la revolución sandinista no merecen que su memoria sea manchada por los actos genocidas de un dictador que los traicionó. Las víctimas de Ortega y Murillo merecen justicia.
—Ernesto Cardenal