Diego Rísquez |
Siempre pensé
que Diego Rísquez estaba poseído por una fiebre de grandeza. Mientras los demás
“superocheros” —cineastas pioneros del Súper 8 como instrumento para hacer cine
profesional— usábamos el pequeño formato porque no teníamos una mejor opción
para abrirnos un espacio en la producción cinematográfica (el video analógico
no era todavía portátil y no tenía calidad técnica), para Diego el Súper 8 era
una elección y con esas pequeñas cámaras que los demás sosteníamos con una mano
un tanto insegura, él se lanzaba a realizar grandes producciones con actores,
vestuarios, locaciones difíciles, escenografía, etc.
Amerika, tierra incógnita (1988) |
En su locura yo
lo encontraba parecido a Klaus Kinski (alter
ego de Werner Herzog) en Aguirre
o en Fitzcarraldo (y en otras de sus desmesuradas
películas) porque trataba como él de vencer grandes barreras para plasmar la
aventura del camino recorrido en películas trascendentes. Mientras Diego hacía
obras argumentales ambiciosas como Bolívar,
sinfonía tropikal (1979), Orinoko,
nuevo mundo (1984) o Amerika, tierra
incógnita (1988) los demás realizábamos modestos documentales sobre temas
sociales y políticos, con comunidades campesinas y obreras. Hizo con bajo
presupuesto películas que lucían como si fueran grandes producciones y así
llegó con mucha convicción a festivales de cine industrial a los que los demás
no nos hubiéramos siquiera atrevido a presentar nuestras propuestas.
Bolívar, sinfonía tropikal (1979) |
Curioso destino
del hijo, nieto y bisnieto de médicos, que fueron muy reconocidos en su tiempo,
el de escoger la vida incierta de artista múltiple y cineasta, aunque él podría
catalogarse como pintor de grandes lienzos históricos en movimiento. Probablemente
su adolescencia en Suiza e Italia tuvo que ver con ello, así como sus viajes a
países de Asia en la década de 1970. Nunca abandonó su venezolanidad, a pesar
de su origen isleño.
Me llevaba
apenas un año de ventaja. Nació en 1949 en Juan Griego (cuya sonoridad me
parece deliciosa), un puerto de Isla Margarita, con el apellido Rísquez que
tiene mucho que ver con el verbo francés “risquer”, que significa arriesgar. Es lo que siempre hizo Diego
en su cine, arriesgar. Dicen que quien no arriesga no gana. Sus apuestas, a decir verdad no lo llevaron
tan lejos como él hubiera querido ir —aunque Bolívar, sinfonía tropikal fue seleccionada en la Quincena de
Realizadores del Festival de Cannes— pero se ganó un lugar respetable en
Venezuela, en América Latina y en el circuito independiente internacional.
Nos frecuentamos
a fines de los años 1970 cuando acababa de realizar en Súper 8 su Poema para ser leído bajo el agua (1977), “la
historia de amor entre una sirena que llega a la orilla del mar Caribe y el
hombre que la conquista”, y A propósito
de la luz tropikal, homenaje a Armando Reverón (1978) poema visual en el
que muestra su devoción por el gran pintor venezolano. Esa admiración plasmada
en el cortometraje se mantuvo durante muchos años hasta que en 2011 pudo
realizar con mejores medios una ficción sobre el artista de la luz.
Llamaba mi
atención la sustitución de la “c” por “k” en los títulos de sus películas, y me
preguntaba por qué nunca dio el paso de hacer lo mismo con su apellido.
Alfredo Anzola, Alfonso Gumucio Dagron y Diego Rísquez, en Isla Margarita |
A principios de
la década de 1980, cuando estábamos ambos metidos a fondo en la producción de
cine Súper 8 y nos dábamos cita un par de veces al año en el circuito de
festivales de “superocheros” que incluía Ciudad de México, Caracas, Montréal,
Toronto, Bruselas, París y otros destinos más exóticos como el puerto de
Kelibia, en Túnez. De esa red
internacional de superochistas o superocheros formaban parte también
Rafael Rebollar, Sergio García y Luis Lupone (México), Carlos Castillo y Julio
Neri (Venezuela), Mario Piazza (Argentina), entre otros. Hay un par de
investigaciones publicadas en años recientes que dan cuenta de esas apuestas
sin mucho futuro.
Fue también al
borde del mar y en su propia tierra de nacimiento que estuvimos la última vez,
en el Festival de Cine Latinoamericano y Caribeño, en Isla Margarita,
Venezuela. Estuvimos allí con otros colegas del cine a fines de octubre del
2012. (En la foto, Diego con sombrero y el cineasta Alfredo Anzola, con barba).
El sábado 13 de
enero Diego murió en Caracas. Un tumor cerebral se llevó a este compañero de
encuentros episódicos y distantes. Le quedó para siempre el mérito de haber
sido pionero del cine Súper 8 en su país.
(Publicado inicialmente en Página Siete, el domingo 4 de marzo 2018)
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Hay que ser un artista para entender a otro.
Los críticos de arte no se parecen mucho a los grandes
pintores.
—Norman Mailer