La
ventaja de una ciudad diseñada para caminar es que el caminante puede hacerlo
mirando hacia el cielo y no hacia el suelo. En La Paz, el “pateador” –como diría
mi amigo Miguel Sánchez-Ostiz (a quien tanto le gusta nuestra ciudad)– suele
caminar cuidando que sus pies no tropiecen con piedras y agujeros en las aceras
rotas, o pisen alguna caca de perro callejero o mascota con dueño mal educado.
(En ciudades civilizadas multan a los que no recogen las heces de sus canes).
Por
ello, da gusto “patear” ciudades como Barcelona donde uno levanta la mirada
para admirar la arquitectura de los edificios y no se topa con una maraña de
cables mugrientos mal amarrados en postes clavados torpemente: aquí en
Barcelona el cablerío está enterrado, se distribuye bajo tierra sin arruinar el
paisaje urbano.
Y así,
una vez más en la capital catalana, veo huellas de la ola independentista que
sigue agitando razones y corazones. Son pocos los edificios de vivienda que no tienen
en alguna ventana o balcón una senyera
catalana colgada en señal de rebeldía. Algunos exhiben también símbolos más
elocuentes sobre el sentir republicano. Y pienso, claro, en Luis Espinal,
asesinado hace 38 años como hoy. ¿Qué diría?
El
sentimiento en favor de la independencia es amplio, a juzgar por las banderas
que cuelgan en los barrios de la ciudad. Son inconfundibles las franjas
amarillas y rojas de la senyera
catalana pero también la bandera estelada
con el triángulo azul y una estrella blanca. La estelada fue creada en 1908 por el independentista Vicenc Albert
Ballester, inspirado en las banderas de Puerto Rico y de Cuba. La estelada “roja”, donde el triángulo es
amarillo en lugar de ser azul y la estrella roja y no blanca, es la bandera de
la izquierda radical que se reclama republicana, socialista y anticapitalista.
Las variantes incluyen la estelada
con estrella verde, de los ambientalistas.
Balcones
y ventanas exhiben el “Sí” que fue contundente en el referendo (“ilegal”) del 1
de octubre de 2017, y letreros en los que se pide la excarcelación de los presos
políticos y el regreso de los dirigentes catalanes que se exiliaron para evitar
las represalias del poder central español. En las aceras se leen palabras
alusivas: “Llibertat”.
Sin
embargo se nota una dispersión como la que se vivió cuando emergió en toda la
península el movimiento de los Indignados que al cabo de unas semanas de
acampar en Plaza Catalunya y otros espacios clave de las ciudades españolas, se
diluyó como gota de leche en una taza de café.
La
oportunidad se presentó a fines de mayo del 2011 para que yo estuviera de paso
por Barcelona y en Plaza Catalunya conversé con los indignados. Tenían copada la plaza y cada carpa o puesto de resistencia
era también un espacio de debate. Había asambleas multitudinarias con jóvenes y
fogosos oradores que nacían a una vida política de corta existencia. Intervinieron
a palos los mossos de escuadra y la gota de leche se diluyó en el café cortado.
Ahora,
encontré la misma plaza con menos carpas y menos entusiasmo, una ocupación
tediosa como la de los familiares de las víctimas de las dictaduras bolivianas
que acampan desde hace una década frente al Ministerio de Justicia en La Paz. En
Plaza Catalunya casi todas las carpas están cerradas, solo falta el letrero:
“vuelvo más tarde”.
En el fútbol también se expresa la pasión independentista de muchos catalanes. Hacía cuatro décadas, por lo menos, que yo no iba a un estadio, pero esta vez valía la pena hacerlo para asistir en el Camp Nou al partido entre el Barcelona y el Athletic Club de Bilbao. Tarde memorable en un estadio repleto con 84 mil espectadores, "militantes" activos del Barça, incluyendo grupos radicales que agitaban grandes banderas republicanas y que en el primero y en el segundo tiempo del partido, cuando el reloj marcaba el minuto 17:14 cantaban en coro: "libertad" e "independencia", recordando el año 1714 en que Barcelona cayó frente a las tropas borbónicas y Felipe V abolió las instituciones catalanas.
Las manifestaciones en el Camp Nou son
vehementes cuando se juega el clásico con el Real Madrid (allí nació la tradición
en 2012) pero se ha convertido en una práctica común en todos los partidos,
incluso ahora que el Barça enfrentaba a un equipo de otra región autonómica: el
País Vasco, que ha luchado durante mucho tiempo contra el poder centralizado de
Madrid.
En Bolivia nos encanta opinar sobre el derecho (o
no) a la independencia de Catalunya, como si fuéramos súbditos de la corona y
conociéramos mucho sobre el tema. A nadie le preocupó, en cambio, que
Yugoslavia se hiciera pedazos. Yo cada vez entiendo menos y me limito a describir
las señales que veo en esta ciudad en la que la primavera pugna por despuntar.
Y acabo con puntos suspensivos mientras en el
Parlamento de Catalunya se produce el debate sobre la investidura de Jordi
Turull (delegado por Puigdemont) como nuevo presidente de la región, y se
fracturan las alianzas…
(Publicado inicialmente en Página Siete el sábado 24 de marzo 2018)
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Que hablen aunque no sepan de qué,
aunque no tengan nada que decirse.
Porque nunca se habla lo suficiente cuando
hay voluntad de solucionar cosas.
—Joan Manuel Serrat