¿Cuál es la expresión adecuada para nombrar a
aquellos que navegan entre el cinismo y la delincuencia política? ¿Cuero duro?
¿Piel de ballena? ¿Piel de elefante?
Me gusta más “cuero de rinoceronte”, quizás
porque recuerdo el dibujo de Alberto Durero que describe de memoria (en 1515) a
una criatura de apariencia mitológica, o más cerca en el tiempo, la extraordinaria
acuarela de Ricardo Pérez Alcalá que representa a un rinoceronte que parece un
acorazado, una maquinaria fantástica que protegida por impenetrables placas
metálicas echa fuego por el trasero y humo por unas torres nucleares sobre el
lomo.
Si el dibujo de Durero se puede calificar de
naturalista (aunque el artista nunca vio un rinoceronte de verdad) el de Pérez
Alcalá es una de sus maravillosas alegorías sobre la sociedad contemporánea y
daría para un análisis detallado de varias páginas y múltiples
interpretaciones.
Pero este artículo no es sobre arte, aunque
quisiera que lo fuera porque sería más interesante hablar de pintura que de
política. Tampoco es sobre zoología ni
sobre estos pacíficos animales que los cazadores furtivos asesinan con el único
motivo de extraer su cuerno frontal que los chinos depredadores compran como
polvo afrodisiaco.
Esta vez me sirvo del cuero de los
rinocerontes para calificar el cuero (con o sin cuernos) de los políticos que
se han apropiado del Estado en Bolivia y que para permanecer indefinidamente
gozando de las mieles del poder han desarrollado un caparazón impenetrable
de cinismo que raya en la delincuencia.
Frente a la argumentación que esgrimo con
cierta frecuencia sobre el descaro del presidente Evo Morales y de sus fieles servidores,
los asalariados del gobierno suelen responder con epítetos anónimos y cobardes.
Como no tienen argumentos me tildan de agente de alguna agencia extranjera, de
derechista, de racista, de sionista, de chilenófilo, de emenerrista o de lo que
sea. Me hacen sentir en el poema de Whitman: “Yo soy inmenso, contengo
multitudes”, ya que según ellos soy tantas cosas a la vez. Mientras más insultos esgrimen, más se enredan
porque no pueden señalar nada concreto que empañe mi trayectoria.
La soberbia e impostura del Kim il-sung altiplánico |
Somos muchos los que en décadas pasadas hemos
padecido los rigores de la persecución y el exilio por el simple hecho de
expresar lo que pensamos sin pertenecer a ningún partido político como ha sido
siempre mi caso, o perteneciendo a alguno, como en el caso de muchos amigos.
Por razones de compromiso o de edad a unos les
ha tocado más palo que a otros y hemos soportado cada circunstancia con
determinación y cierto orgullo, pues a falta de cargar las pesadas medallas y
condecoraciones como hacen los ebrios de poder, tenemos una memoria rica que
nos permite interrogar a los advenedizos: dónde diablos estaban cuando
luchábamos por la democracia.
Mientras para las nuevas generaciones los
golpes militares son un dato tan remoto como la Guerra del Pacífico, para
nosotros el golpe de Barrientos en 1964, el de Bánzer en 1971, el de Natusch
Busch en 1979 o el de García Meza en 1980, dejaron huellas concretas no solo en
la sociedad cuya democracia nos tocó defender sino también en el nivel personal
y familiar: empezar todo de nuevo en cada exilio, perder familiares y amigos
queridos, separarse de los hijos o de la pareja, realizar todo tipo de trabajos
para sobrevivir.
A los que padecieron encierros y destierros no
los doblegó la promesa vaga de un proceso de cambio que solamente ha servido
para encumbrar en el poder a una camada angurrienta cuyo doble discurso sobre
la madre tierra o sobre derechos humanos o sobre soberanía ya no logra tapar la
olla de malos manejos, desvaríos, arbitrariedades, tráfico de influencias y
corrupción generalizada e incontenible en todos los niveles del Estado.
No queremos más dictaduras, ni duras ni
blandas. No queremos represión, no queremos mentiras, no queremos cinismo, no
queremos más corrupción como la que salta a la vista todos los días, como nunca
antes en la historia republicana, ni siquiera en la época de las dictaduras
militares.
La falacia de que “todos los gobiernos
neoliberales anteriores eran corruptos”, que le suele servir de coartada a los
simpatizantes del gobierno, cae por su propio peso: son incapaces de señalar
nombres, casos y montos de corrupción, y eso que están en el poder con todas
las posibilidades de buscar y rebuscar en los archivos de todos los
ministerios.
Mi padre junto a dirigentes de la FSTMB en la cárcel, 1967 |
Todo lo que han podido hacer para tratar de
neutralizar a los opositores y críticos es dictar y aplicar retroactivamente
decretos y leyes que hacen ilegales la firma de contratos que en su momento
tenían incluso aprobación legislativa, y que ahora llaman “lesivos a los
intereses del Estado”. Como en la Inquisición, les cuelgan el sambenito del estigma
aunque no pueden probarles nada. Hay dirigentes de la oposición que cargan 10 o
20 juicios diferentes desde que comenzó la judicialización de la política. Y a
otros que ni siquiera era dirigente opositores los mataron “a juicio limpio” (a
juicio sucio, debería ser), como fue el caso del ingeniero José María Bakovic.
Al final, queda claro que en gobiernos
anteriores hubo pillerías y unos cuantos corruptos que murieron en la cárcel o
antes de llegar a ella, pero la generación de los grandes dirigentes sindicales
y políticos de la que formó parte mi padre, sale limpia ante la historia: luchadores
sindicales incorruptibles como Simón Reyes, Irineo Pimentel, César Lora, Genaro
Flores, Filemón Escobar, Federico Escobar y tantos otros, y líderes políticos
como Paz Estenssoro, Juan Lechín, Guevara Arze, Siles Zuazo y sus inmediatos
colaboradores, que son un espejo incómodo en el que se miran los corruptos de
hoy, una legión interminable.
Por ello el pasado 10 de octubre
salimos a las calles a recordar los 35 años de recuperación de la democracia,
para que fuera un momento de reflexión y una oportunidad para educar a las nuevas
generaciones sobre nuestra historia y sobre esa democracia que recibieron
servida en bandeja sin saber lo que significó recobrarla.
La concentración por la democracia en San
Francisco, convocada por colectivos independientes de ciudadanos y no por
partidos políticos, fue una oportunidad para expresar el repudio por el manejo
arbitrario de bienes públicos y por las manipulaciones de leyes y de la
Constitución Política del Estado (que fue aprobada con fórceps entre gallos y
medianoche por el propio régimen del MAS que ahora la vapulea).
Cuando a través de actos de prestidigitación y
maniobras sin ética ni dignidad se trata de prorrogar indefinidamente en el
poder a un presidente tan autoritario como mentiroso, no queda sino unirnos
para expresar con sencillas consignas de pocas letras: NO. No es no. El 21F se
respeta. El 21 de febrero de 2016 la mayoría del pueblo boliviano a nivel
nacional se expresó en contra de la reelección inconstitucional del presidente
y del vicepresidente. Fue una sorpresa para el régimen aunque no debió serlo,
porque ya había perdido rotundamente en las elecciones de gobernadores y
alcaldes, particularmente en los lugares donde creía tener bases fieles: El
Alto y el Departamento de La Paz. Eso dolió, ¡auch!
La pérdida de legitimidad del régimen se
acelera en razón proporcional a la millonaria propaganda que utiliza para
ensalzar la figura desgastada de Evo Morales, gasto público en culto a la personalidad sin precedentes en toda la historia del país. Hasta hace un año trataron de
mantener el jefazo al margen de todos los escándalos de corrupción y de todas
las metidas de pata políticas, pero algunos escribimos que nada en este país se
hace o sucede sin conocimiento de quien lo decide todo arbitrariamente, que al
final es responsable de todo por su propia investidura. Hoy, por mucho que pase
sus días volando al exterior o a rincones alejados del país para jugar fútbol o
inaugurar escuelitas, está en la mira del pueblo, y está nervioso aunque se
siga haciendo “el sueco”.
El manifiesto del 21F del que soy firmante
junto a otras 200 personalidades bolivianas de todos los sectores sociales es
un claro análisis de la situación a la que ha llegado el país gracias a la
arbitrariedad y autoritarismo del régimen. Pero ojalá que no nos quedemos con
una documento, ni con diez documentos más porque ello no serviría para nada. Tampoco
serviría convertir al movimiento ciudadano independiente en una fuerza política
estructurada, porque eso provocaría divisiones y disputas por el poder, como
sucedió en las anteriores elecciones presidenciales.
Pienso que hay que mantener el movimiento
ciudadano con independencia partidaria pero salir del peligroso laberinto de
los documentos y de los sesudos análisis. Es fundamental una acción nacional
que aglutine a los ciudadanos que desean un cambio, y no son los discursos los
que van a lograr eso. Por ello mi propuesta va más lejos: el revocatorio de la
Asamblea Legislativa Plurinacional (APL) que ha sido y sigue siendo el sustento
de todas las maniobras ilegales y anticonstitucionales del régimen.
Revocar a la Asamblea Legislativa Plurinacional
de levantamanos serviles significa un gran esfuerzo pero no imposible: reunir antes
de fin de año un millón 300 mil firmas necesarias para iniciar el proceso revocatorio
para renovar la estructura política que sostiene al gobierno dándole un barniz
de legalidad que ya no tiene. De otro modo, el movimiento ciudadano no
prosperará más allá de los firmantes del documento inicial.
(Una versión corta de este texto se publicó en
la sección editorial de Página Siete el sábado 7 de octubre de 2017, tres días
antes de la concentración por la democracia)
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Cuando la hipocresía comienza a ser de muy mala calidad,
es hora de comenzar a decir la verdad.
— Bertolt Brecht