28 octubre 2017

Cuero de rinoceronte

 ¿Cuál es la expresión adecuada para nombrar a aquellos que navegan entre el cinismo y la delincuencia política? ¿Cuero duro? ¿Piel de ballena? ¿Piel de elefante?

Me gusta más “cuero de rinoceronte”, quizás porque recuerdo el dibujo de Alberto Durero que describe de memoria (en 1515) a una criatura de apariencia mitológica, o más cerca en el tiempo, la extraordinaria acuarela de Ricardo Pérez Alcalá que representa a un rinoceronte que parece un acorazado, una maquinaria fantástica que protegida por impenetrables placas metálicas echa fuego por el trasero y humo por unas torres nucleares sobre el lomo.

Si el dibujo de Durero se puede calificar de naturalista (aunque el artista nunca vio un rinoceronte de verdad) el de Pérez Alcalá es una de sus maravillosas alegorías sobre la sociedad contemporánea y daría para un análisis detallado de varias páginas y múltiples interpretaciones.

Pero este artículo no es sobre arte, aunque quisiera que lo fuera porque sería más interesante hablar de pintura que de política.  Tampoco es sobre zoología ni sobre estos pacíficos animales que los cazadores furtivos asesinan con el único motivo de extraer su cuerno frontal que los chinos depredadores compran como polvo afrodisiaco.

Esta vez me sirvo del cuero de los rinocerontes para calificar el cuero (con o sin cuernos) de los políticos que se han apropiado del Estado en Bolivia y que para permanecer indefinidamente gozando de las mieles del poder han desarrollado un caparazón impenetrable de cinismo que raya en la delincuencia.

Frente a la argumentación que esgrimo con cierta frecuencia sobre el descaro del presidente Evo Morales y de sus fieles servidores, los asalariados del gobierno suelen responder con epítetos anónimos y cobardes. Como no tienen argumentos me tildan de agente de alguna agencia extranjera, de derechista, de racista, de sionista, de chilenófilo, de emenerrista o de lo que sea. Me hacen sentir en el poema de Whitman: “Yo soy inmenso, contengo multitudes”, ya que según ellos soy tantas cosas a la vez.  Mientras más insultos esgrimen, más se enredan porque no pueden señalar nada concreto que empañe mi trayectoria.

La soberbia e impostura del Kim il-sung altiplánico
Somos muchos los que en décadas pasadas hemos padecido los rigores de la persecución y el exilio por el simple hecho de expresar lo que pensamos sin pertenecer a ningún partido político como ha sido siempre mi caso, o perteneciendo a alguno, como en el caso de muchos amigos.

Por razones de compromiso o de edad a unos les ha tocado más palo que a otros y hemos soportado cada circunstancia con determinación y cierto orgullo, pues a falta de cargar las pesadas medallas y condecoraciones como hacen los ebrios de poder, tenemos una memoria rica que nos permite interrogar a los advenedizos: dónde diablos estaban cuando luchábamos por la democracia.

Mientras para las nuevas generaciones los golpes militares son un dato tan remoto como la Guerra del Pacífico, para nosotros el golpe de Barrientos en 1964, el de Bánzer en 1971, el de Natusch Busch en 1979 o el de García Meza en 1980, dejaron huellas concretas no solo en la sociedad cuya democracia nos tocó defender sino también en el nivel personal y familiar: empezar todo de nuevo en cada exilio, perder familiares y amigos queridos, separarse de los hijos o de la pareja, realizar todo tipo de trabajos para sobrevivir.

A los que padecieron encierros y destierros no los doblegó la promesa vaga de un proceso de cambio que solamente ha servido para encumbrar en el poder a una camada angurrienta cuyo doble discurso sobre la madre tierra o sobre derechos humanos o sobre soberanía ya no logra tapar la olla de malos manejos, desvaríos, arbitrariedades, tráfico de influencias y corrupción generalizada e incontenible en todos los niveles del Estado.

No queremos más dictaduras, ni duras ni blandas. No queremos represión, no queremos mentiras, no queremos cinismo, no queremos más corrupción como la que salta a la vista todos los días, como nunca antes en la historia republicana, ni siquiera en la época de las dictaduras militares.

La falacia de que “todos los gobiernos neoliberales anteriores eran corruptos”, que le suele servir de coartada a los simpatizantes del gobierno, cae por su propio peso: son incapaces de señalar nombres, casos y montos de corrupción, y eso que están en el poder con todas las posibilidades de buscar y rebuscar en los archivos de todos los ministerios.

Mi padre junto a dirigentes de la FSTMB en la cárcel, 1967
Todo lo que han podido hacer para tratar de neutralizar a los opositores y críticos es dictar y aplicar retroactivamente decretos y leyes que hacen ilegales la firma de contratos que en su momento tenían incluso aprobación legislativa, y que ahora llaman “lesivos a los intereses del Estado”. Como en la Inquisición, les cuelgan el sambenito del estigma aunque no pueden probarles nada. Hay dirigentes de la oposición que cargan 10 o 20 juicios diferentes desde que comenzó la judicialización de la política. Y a otros que ni siquiera era dirigente opositores los mataron “a juicio limpio” (a juicio sucio, debería ser), como fue el caso del ingeniero José María Bakovic.

Al final, queda claro que en gobiernos anteriores hubo pillerías y unos cuantos corruptos que murieron en la cárcel o antes de llegar a ella, pero la generación de los grandes dirigentes sindicales y políticos de la que formó parte mi padre, sale limpia ante la historia: luchadores sindicales incorruptibles como Simón Reyes, Irineo Pimentel, César Lora, Genaro Flores, Filemón Escobar, Federico Escobar y tantos otros, y líderes políticos como Paz Estenssoro, Juan Lechín, Guevara Arze, Siles Zuazo y sus inmediatos colaboradores, que son un espejo incómodo en el que se miran los corruptos de hoy, una legión interminable.

Por ello el pasado 10 de octubre salimos a las calles a recordar los 35 años de recuperación de la democracia, para que fuera un momento de reflexión y una oportunidad para educar a las nuevas generaciones sobre nuestra historia y sobre esa democracia que recibieron servida en bandeja sin saber lo que significó recobrarla.

La concentración por la democracia en San Francisco, convocada por colectivos independientes de ciudadanos y no por partidos políticos, fue una oportunidad para expresar el repudio por el manejo arbitrario de bienes públicos y por las manipulaciones de leyes y de la Constitución Política del Estado (que fue aprobada con fórceps entre gallos y medianoche por el propio régimen del MAS que ahora la vapulea).

Cuando a través de actos de prestidigitación y maniobras sin ética ni dignidad se trata de prorrogar indefinidamente en el poder a un presidente tan autoritario como mentiroso, no queda sino unirnos para expresar con sencillas consignas de pocas letras: NO. No es no. El 21F se respeta. El 21 de febrero de 2016 la mayoría del pueblo boliviano a nivel nacional se expresó en contra de la reelección inconstitucional del presidente y del vicepresidente. Fue una sorpresa para el régimen aunque no debió serlo, porque ya había perdido rotundamente en las elecciones de gobernadores y alcaldes, particularmente en los lugares donde creía tener bases fieles: El Alto y el Departamento de La Paz. Eso dolió, ¡auch!

La pérdida de legitimidad del régimen se acelera en razón proporcional a la millonaria propaganda que utiliza para ensalzar la figura desgastada de Evo Morales, gasto público en culto a la personalidad sin precedentes en toda la historia del país. Hasta hace un año trataron de mantener el jefazo al margen de todos los escándalos de corrupción y de todas las metidas de pata políticas, pero algunos escribimos que nada en este país se hace o sucede sin conocimiento de quien lo decide todo arbitrariamente, que al final es responsable de todo por su propia investidura. Hoy, por mucho que pase sus días volando al exterior o a rincones alejados del país para jugar fútbol o inaugurar escuelitas, está en la mira del pueblo, y está nervioso aunque se siga haciendo “el sueco”.

El manifiesto del 21F del que soy firmante junto a otras 200 personalidades bolivianas de todos los sectores sociales es un claro análisis de la situación a la que ha llegado el país gracias a la arbitrariedad y autoritarismo del régimen. Pero ojalá que no nos quedemos con una documento, ni con diez documentos más porque ello no serviría para nada. Tampoco serviría convertir al movimiento ciudadano independiente en una fuerza política estructurada, porque eso provocaría divisiones y disputas por el poder, como sucedió en las anteriores elecciones presidenciales.

Pienso que hay que mantener el movimiento ciudadano con independencia partidaria pero salir del peligroso laberinto de los documentos y de los sesudos análisis. Es fundamental una acción nacional que aglutine a los ciudadanos que desean un cambio, y no son los discursos los que van a lograr eso. Por ello mi propuesta va más lejos: el revocatorio de la Asamblea Legislativa Plurinacional (APL) que ha sido y sigue siendo el sustento de todas las maniobras ilegales y anticonstitucionales del régimen.

Revocar a la Asamblea Legislativa Plurinacional de levantamanos serviles significa un gran esfuerzo pero no imposible: reunir antes de fin de año un millón 300 mil firmas necesarias para iniciar el proceso revocatorio para renovar la estructura política que sostiene al gobierno dándole un barniz de legalidad que ya no tiene. De otro modo, el movimiento ciudadano no prosperará más allá de los firmantes del documento inicial.

(Una versión corta de este texto se publicó en la sección editorial de Página Siete el sábado 7 de octubre de 2017, tres días antes de la concentración por la democracia)

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Cuando la hipocresía comienza a ser de muy mala calidad,
es hora de comenzar a decir la verdad.
— Bertolt Brecht