La
primera vez que vi Viejo calavera fue
cuando estuve como miembro del jurado de largometrajes en el Festival Pachamama
Cine de Fronteras, en Río Branco (Brasil) en noviembre de 2016. Luego de ver
todas las películas seleccionadas, coincidimos en tres que merecían ser
premiadas. Otorgamos el Premio Pachamama a la Mejor Película a Martirio (Brasil, 2016) documental de
Vincent Carelli, el Premio Especial del Jurado a otro documental Ejercicios de la memoria (Paraguay,
2016) de Paz Encina, y el Premio a la Mejor Dirección a Viejo calavera (Bolivia, 2016) de Kiro Russo.
Me
tocó escribir el breve párrafo de la justificación del premio a la película de
Russo y mencioné el carácter expresionista de la imagen, que fue lo primero que
me marcó. En días pasados me tocó abordar de nuevo el film de Russo cuando la
Cinemateca me invitó a participar en el comité de selección que decidió
postular a Viejo calavera para los
Oscar y para los Premios Goya, por amplia mayoría sobre los otros largometrajes
presentados.
García
Márquez decía que una buena novela se reconoce en las diez primeras páginas. Podríamos
decir lo mismo de una película: los diez primeros minutos son determinantes, y
la fotografía de Pablo Paniagua fue mi puerta de entrada a esta obra. Es una fotografía
muy contrastada, que hunde al espectador en una oscuridad casi absoluta para
obligarlo a ver más, a escudriñar el drama entre las sombras.
La
imagen remite al expresionismo del cine alemán de Pabst o Murnau, y si no
queremos ir tan lejos, a las escenas nocturnas de Yawar Mallku (1969) de Jorge Sanjinés. Es un film que deja la
percepción de ser en blanco y negro porque las imágenes más
memorables son aquellas que transcurren en el interior de la mina o en el
campamento minero donde los personajes, vivos o muertos, se desplazan como
sombras en medio de la oscuridad casi absoluta.
El
hilo conductor es un walaychu
insoportable que acaba de perder a su padre, un “joven calavera” no tan
elegante ni adulto como el de Buñuel, pero el título del film es acertado
porque Elder Mamani, minero que detesta el trabajo en la mina del cerro
Posokoni en Huanuni, parece envejecido por dentro, siente que no tiene
horizonte en su vida y vive como si ésta se estuviera acabando o quisiera
acabarla de una vez.
Adopta
conductas que son reprobadas por sus propios compañeros de trabajo: vive en un
estado permanente de ebriedad y es violento con los demás, incluyendo a su
propia familia. Aun así es tolerado y protegido por su tío Francisco que lo
apadrina con la esperanza de que cambiará su comportamiento.
Si
bien la dureza de la vida en las minas es evidente a lo largo del filme, lo que
más se destaca es la ausencia de perspectivas y de horizonte, lo que contribuye
a crear un ambiente asfixiante que la fotografía interpreta muy bien. Las
únicas secuencias que permiten respirar otro aire son las del viaje a Yungas,
una inclusión acertadísima para escapar del estereotipo de las películas cien
por ciento mineras.
Paradójicamente,
aunque la principal difusión del film han sido los festivales internacionales
(donde ha cosechado menciones y premios, algunos de ellos verdaderamente
valiosos), no hace concesiones en su manera de retratar la manera como hablan
los principales personajes. Eso es bueno aunque haya que subtitular el “castemillano”
(como dice Silvia Rivera) poco comprensible en un ambiente que no sea el de las
minas.
La
elección de Julio César Ticona para interpretar el personaje central de la película
no podía ser más acertada, porque lo que hace Ticona es interpretarse a sí
mismo, pero esta vez con plena conciencia y no embrutecido por el alcohol o las
drogas. Eso quiere decir que tiene potencial como actor, es genuino, convence.
Las
elecciones que hace el director de la película son importantes. Viejo calavera evita casi todos los
lugares comunes en los que con demasiada frecuencia cae el cine boliviano. Es
un filme cuya sobriedad impacta, donde los silencios son más importantes que
las palabras, donde los rostros dicen más que las descripciones de los personajes.
No
es una película que quiera o pretenda explicar el mundo minero, porque ese mundo está ahí sin necesidad de indagar
más sobre él. Es un escenario natural de vida y muerte del que los personajes
no pueden zafarse aunque viajen a una zona subtropical. La mina es como un imán
que jala hacia adentro, no hay explicación racional ni emocional, simplemente
es así.
Viejo calavera ha hecho correr mucha
tinta lo cual es bueno. He leído algunos comentarios que transmiten la
sensación de asfixia y la oscuridad sin horizonte que siente el espectador.
Otros comentarios son menos acuciosos, demasiado descriptivos. En todo caso, el
filme se ha con vertido en un fenómeno gracias al hábil movimiento que se ha
generado en festivales chicos y grades, acompañado por la crítica
mayoritariamente benévola.
Lo
que queda pendiente es el público boliviano.
Nuestros espectadores se han convertido en un público apático, bastante
ignorante y poco interesado en el cine boliviano. Cuando se interesa, es en aquellas películas que
menos bolivianas parecen visualmente. Ojalá que la película de Kiro Russo y
Gilmar Gonzáles (excelente guionista) abra puertas para que el público
boliviano recupere su sensibilidad y compromiso.
No
incluyo a Viejo calavera en el grupo
de nuevas películas de jóvenes realizadores bolivianos que buscan una ruptura
con el cine boliviano de Sanjinés y de otros importantes realizadores de
generaciones anteriores. Hay precedentes claros y deudas bien pagadas, porque
el filme trasciende como obra y se despega de referentes anteriores.
Junto
a las películas recientes de Miguel Hilari, Alejandro Pereyra, Tomás Bascopé,
Denisse Arancibia, Diego Revollo y otros, el cine boliviano está en una nueva
etapa creativa. Las miradas frescas de estos autores enriquecen nuestro cine
por su honestidad y compromiso, un cine que “se levanta airoso por encima del
cine parido en la mediocridad de un patrioterismo barato o en la vulgaridad de
un shopping”, según la acertada frase de Carlos Villagómez.
No
me queda la menor duda de que Kiro Russo es un cineasta con talento y
compromiso. Su juventud es sinónimo de esperanza y Viejo calavera es una prueba de la seriedad y meticulosidad con que
encara la producción cinematográfica. Podemos esperar mucho de él.
(Una versión inicial del artículo se
publicó en Página Siete el domingo 18 de junio 2017)
_________________________________________
Las manos son
del exilio que es una muerte suspendida,
hombres obligados
a la desmemoria de sus pasos.
—Andrea Crespo
Granda