El cambio climático (del corazón) afecta
las estaciones (de la poesía) y genera primaveras impuntuales (y otoños
indóciles).
Podría titular este comentario “Tormentos
de amor” (aunque una letra pueda cambiar el sentido de lo que viene después),
pero mientras leo los poemas de Primaveras
impuntuales (2015) de Mauro Bertero Gutiérrez no puedo dejar de jugar con
esas dos palabras como un malabarista en un semáforo, porque cuando transito de
uno a otro poema encuentro versos tormentosos en los dos sentidos de la
palabra.
El título del sexto poemario publicado de
Mauro Bertero nos remite a las estaciones del amor. El “tierno laberinto” es un
tema en el que el autor reincide, pues ha hecho de su oficio de poeta un
explorador de la poesía amorosa (o amatoria, si se quiere), al extremo de que
sus poemas no son solamente un reflejo de un hombre enamorado de una mujer,
sino enamorado del amor, del sentimiento de dependencia amorosa, ese estado a
la vez mágico y doloroso que le permite desplegar un entusiasmo adolescente
(que no quiere decir inmaduro sino en permanente crecimiento).
Adolescente porque esta poesía ‘adolece’ de
la búsqueda perfeccionista de palabras
precisas a través de las cuales se puede referir un poeta al amor. El
cuidado en cada poema, en cada verso y en cada palabra es solamente equiparable
al cuidado de la edición, que cada vez supera a las anteriores como libro
objeto, artefacto construido en su alma y en su cuerpo con una profunda devoción.
La edición de Primaveras impuntuales retrata a su autor porque es una edición tan
sobria como delicada. Para los amigos de Mauro, entre los que me cuento desde
que éramos niños (él mucho más joven que yo), es un privilegio inesperado recibir
uno de los primeros ejemplares con el nombre del recipiente impreso en la
primera portadilla, certificando la propiedad definitiva del ejemplar y la
generosidad del poeta con sus amigos.
Mauro Bertero |
Mauro ha cuidado todos los detalles: la
fotografía tomada por su hijo Andrés Felipe en la guarda (el interior de la
cubierta), unos árboles que se elevan majestuosos hacia el cielo; el retrato realizado
por Tony Suárez en la solapa de la sobrecubierta, que parece un grabado añejado
por el tiempo antes que una fotografía; la tela negra que recubre las tapas
duras de la cubierta y en general el cuidado que Plural Editores ha puesto en
la textura y tono del papel, el cosido y armado de este cuerpo de celulosa en
el que viven los 64 poemas distribuidos en tres secciones.
Pedro Shimose señala en el prólogo que es
excepcional que un “economista, empresario, político, diplomático y pintor”
escriba poesía… A mí me sucede al revés, veo en Mauro a alguien que ha lidiado
con responsabilidades políticas y empresariales, y que disfruta su actual función
como Embajador de la Orden de Malta, pero que no desperdicia ninguna ocasión
para hacer poesía y pensar la vida con la sensibilidad de un poeta.
Como muchos poetas, Mauro habla de sí
mismo pero también de un colectivo humano que trasciende su propia vida. Sus
“cansados ojos” son en realidad los ojos de todos los que han vivido intensamente
la experiencia amorosa: “Ahora que la sequía / es dueña de mis años.” Por
supuesto, no es una cuestión de edad, sino que el poeta ha vivido otras vidas
que sintetiza en sus poemas: “La mirada de todas las miradas…”
A ratos esa poesía es aérea, despegada
del mundanal ruido porque habla de un amor idealizado y poco terrenal, pero en
otros momentos nos hace sentir el vértigo de la pasión engañosa y su fuerza de
gravedad: “tuve que empeñar mis alas” dice un verso, y otro, “hace tiempo yo
también fui ángel”. Ángel caído, quizás para darse duro con la tierra, para
admirar la naturaleza absoluta y majestuosa, los ríos caudalosos y los celajes
infinitos, que son parte del imaginario de la niñez, como lo es también Italia,
heredada en los genes.
Mauro Bertero y Alfonso Gumucio Dagron @Bertero |
Como en todo poemario, uno siente
predilección por ciertos poemas y ciertos versos. Quizás entra en juego allí la
afinidad entre poetas. Por ello me atrapan versos que, a mi parecer, hablan de
la poesía: “Eres lo terrible y lo sublime, / lo escaso, lo extraño y lo
perpetuo.”
Dice “el poeta de la rosa de los lunes”
(esas rosas sí que llegan puntuales), que el tema central de su libro “es la
constante duda que acompaña la experiencia amorosa”, y añade que “en el salto
al vacío de esta entrega no caben dudas; sin embargo, allí están, vigilantes,
acechando el alma enamorada, prontas a cualquier descuido”.
Como el amor, la poesía está más llena de
dudas que de certezas. El recorrido por los poemas del libro más reciente de
Mauro Bertero lo confirma. “Los vientos arrastran nubes negras” y muchos otros
versos similares, son como mojones de nostalgia con los que el poeta delimita
el territorio de su poesía.
Escribir poesía amorosa me parece el gran
desafío de nuestros tiempos, porque es inminente el riesgo de caer en lugares
comunes, imágenes trilladas y adjetivos cargados de miel o de hiel (armonía o
despecho). Mauro, en su admirable persistencia, construye su lenguaje sin
acudir a esos recursos gastados. No deja de lado lo táctil, lo que la
sensibilidad a flor de piel le permite capturar, y lo hace en un lenguaje
propio, colmado de códigos que la destinataria de sus versos podrá descomponer
mejor que nosotros.
(Publicado en el suplemento "Ideas" de Página Siete, el domingo 12 de marzo 2017)
(Publicado en el suplemento "Ideas" de Página Siete, el domingo 12 de marzo 2017)
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La memoria
de tus pies descalzos
pasea por
el acantilado de mis almas.
—Mauro
Bertero