Banksy |
Dice la Real Academia Española (RAE) de
la lengua que ‘grafiti’ (del italiano graffiti,
plural de graffito) es una “Firma,
texto o composición pictórica realizados generalmente sin autorización en
lugares públicos, sobre una pared u otra superficie resistente”.
Como definición vaya y pase, pero dice
poco de lo que significa el grafiti en términos expresión política, artística,
sociológica y urbanística. Las ciudades del mundo están llenas de grafiti y las
ciudades bolivianas no son la excepción. No es un fenómeno nuevo, todo lo
contrario ha sido ya consagrado por intervenciones urbanas como la de Banksy y
tantos otros.
Si en su origen, que podría remontarse a
la época de las cavernas, el grafiti era anónimo, ahora es producto de artistas
reconocidos o de perros…. desconocidos. Me explico: hay por lo menos dos
categorías de grafiteros: los artistas y los perros. En la primera categoría
hay dos vertientes: los artistas que expresan color y belleza y los que
expresan a través de palabras posiciones políticas e ideológicas.
En la segunda categoría, la de los
grafiteros perros, lo que se pretende es marcar territorio, como hacen los
perros cuando mean sobre un arbusto, un poste o un muro. Generalmente este tipo
de grafiti es solamente una firma, un signo incomprensible para el ciudadano
común, pero que revela una pugna territorial, un afán de delimitar el espacio de
un barrio y de irritar a los vecinos con una señal de vandalismo impotente.
Grafiti perro: marcar el territorio |
El grafiti perro suele irritar a los vecinos
que se esfuerzan en mantener las paredes de sus casas limpias y bien
presentadas y no entienden que mientras más blanca sea la pared, más invita a
mancharla, a llenarla de signos que hablan de identidades frustradas, que se
expresan con rayas y manchas como si de
ello dependiera su vida. ¿Qué pensarán los perros cuando se acercan a un muro,
lo huelen y le echan encima un chorro de orín?
Los muros de la ciudad han sido siempre
espacios en disputa y eso es algo que no me desagrada, todo lo contrario. Me
vienen a la memoria tres momentos que tienen que ver con mi propia
experiencia. Todos representan los encuentros furtivos entre los muros y los
ciudadanos.
París, mayo de 1968 |
El primero en París, cuando los muros
hablaban del movimiento estudiantil de mayo de 1968, donde no se trataba
solamente de expresar una revuelta sino de cambiar colectivamente la vida de la
ciudad. De ahí los famosos grafiti filosóficos y poéticos “Sous les pavés la
plage” (“debajo del adoquinado está la playa”), “Soyez realistes, demandez
l’impossible” (“Sean realistas, pidan lo imposible”), “Il est interdit
d’interdire” (“Está prohibido prohibir”) y tantos otros.
En otro momento posterior, cuando viví en
Nueva York, una legión de grafiteros se encargaba de ingresar en las noches en
los depósitos donde se guardaban los vagones del metro (subway) que al día siguiente circulaban bellamente decorados. Las
autoridades se cansaron de borrar esas manifestaciones de hedonismo
individualista y terminaron convocando a los grafiteros para invitarlos a
pintar respetando ciertas normas, por ejemplo, no cubrir con pintura las
ventanas.
Dibujo de El Roto |
Los críticos de arte se interesaron y
empezaron a publicarse libros con los grafiti del metro o con los enormes
murales que aparecieron en Los Ángeles, producidos por artistas latinos. El
grafiti entró así en la categoría de arte.
Otro antecedente que conozco de cerca es
el de la pintura ingenua de Haití, producto de una historia donde se mezcla lo
sagrado y lo profano, maravillosa recreación de tradiciones y magia ‘negra’ (el
término no lo pongo yo). Resulta que hasta la década de 1940, era común que los
muros de los lugares donde se
practicaban ritos de vudú estuvieran cubiertos de grafiti con
representaciones de los orishas de
origen yoruba, transportados a América en el alma de los esclavos africanos. Todavía
es común ver estos murales y he fotografiado varios durante los años de mi vida
en Haití.
Algunas de esas representaciones tenían
tanta calidad expresiva que en 1943 el holandés
DeWitt Clinton Peters, aficionado al arte ingenuo, se le ocurrió pedir a
uno de los pintores que representara esos mismos temas sobre un lienzo, de
manera que pudiera llevárselo a su país, cosa que no podía hacer con un muro.
Así se comercializó desde entonces el arte naif
haitiano, que ha generado obras y artistas extraordinarios. Tuve la suerte de
conocer personalmente a grandes maestros de ese arte: Wilson Bigaud, Prefet
Duffaut, Alexandre Gregoire, Georges Auguste, André Pierre, entre otros.
En Montmartre, París |
Los grafiti son una forma de respiración de
las ciudades. Sin ellos estaríamos librados a la asfixia de la publicidad
comercial, que sería la única referencia de color en el paisaje urbano. Los
muros pintados con aerosol o con otra técnica reviven calles antes deprimidas o
barrios donde nadie quería caminar. No es solamente una añadido de color e
imaginación, sino la representación de que los ciudadanos ocupan el espacio
público, se apropian de él.
En nuestra ciudad hay muchos ejemplos, quizás
no en las dimensiones que encontramos en otros países porque existe un enorme
prejuicio sobre el arte de la calle. Un prejuicio sobre todo marcado por la
experiencia del vandalismo que se expresa sin mensaje, sin calidad, sin
propuesta. Su única función parece ser la de decir “yo estuve aquí”, un pasaje narcisista
tan efímero y superficial como es probablemente la juventud de sus autores.
Mujeres Creando en el Museo Nacional de Arte, La Paz |
A estos ‘grafiti perro’ se oponen los
grafiti con contenido, frases poéticas o lapidarias que buscan conmover. Destacan
en La Paz los del grupo activista Mujeres Creando, que lleva muchos años
plasmando con una caligrafía inconfundible frases como “No saldrá Eva de la
costilla de Evo”, “Nosotras parimos, nosotras decidimos”, “Ningún vestido
provocador justifica a un violador” y otras marcadas por sus palabras punzantes.
Esos textos ya no irritan a la burguesía
sino a la clase media, cada vez más conservadora y corroída por prejuicios sociales
y religiosos, como demuestra lo que sucedió con el mural de Mujeres Creando en
una de las paredes del Museo Nacional de Arte el 10 de octubre e 2016, cuando
un grupo de extremistas cristianos cubrió de pintura blanca mensajes
considerados ofensivos a sus creencias. Si aplicáramos la misma intolerancia a
la biblia, habría que quemar ejemplares todos los días, por su oscurantismo
respecto de la mujer.
Acción Poética, La Paz |
Entre los grafiti textuales me gustan
aquellos que apelan a la poesía y a los sentimientos. El grupo Acción Poética
no tiene la constancia de Mujeres Creando, pero ha dejado en los muros de la
ciudad muestras como: “Resbala por mis labios y transfórmate en palabras”.
Hay muros que nos hablan de
comportamientos ciudadanos. No son quizás grafiti espontáneos sino motivados por
iniciativas institucionales o de colectivos ciudadanos, que sirven para educar
a la población, como “La violencia le gusta cuando callas, porque estás como
ausente”, sobre el machismo y la violencia contra la mujer.
Grafiti educativo |
Tradición artística a veces, provocación
otras, pero casi siempre expresión creativa, el grafiti con conciencia
ciudadana no pretende ensuciar los muros sino comunicar y embellecer.
Los grafiteros se invierten en ellos para
dejar huellas, militancias de varios colores, testimonios personales y
colectivos. Son conscientes de que su arte es efímero porque cambia, es
intervenido por otros, a veces destruido sin motivo y otras recubierto por una
propuesta diferente, no necesariamente contestataria de la anterior. Solo el
ojo de los fotógrafos permite que conservemos la memoria de esos momentos. Los
grafiteros no se preocupan por el ‘mañana’ de su obra o la supervivencia de su
expresión creativa. El desafío es precisamente el carácter efímero de cada obra
y su trascendencia a través de las miradas y las fotografías.
Unos anónimos, otros con firma, otros
reconocibles por su estilo expresivo, en su conjunto construyen una narrativa
de los muros que habla de la ciudad, de sus problemas y deseos. Son a veces
inscripciones cifradas, mensajes secretos, códigos que pocos pueden entender.
Las técnicas son diversas. En un reciente paseo por París vi en
Monmartre grafiti “pochoir”, que consiste en reproducir una imagen sobre papel,
recortarla y pegarla en lugares estratégicos. Hay por lo menos siete categorías
diferentes según los materiales que se usan y la intención que persiguen: collages,
relieves, aerosol, pintura, papel, fresco, todo vale en esta forma de expresión
ciudadana.
A veces, un pequeño cambio altera el
sentido del mensaje. En El Alto fotografié hace muchos años un letrero que
decía “PROHIBIDO ORINAR”, al que borrándole simplemente la patita de una “R”
convirtieron en “PROHIBIDO OPINAR”.
La ciudad estaría desnuda si sus muros no
hablaran. La esterilización del espacio público le quita a las ciudades un
pedazo de su espíritu. Un muro vacío es como la página en blanco que provoca al
poeta.
Habría mucho más que decir al respecto.
En lo que a mi respecta, he retomado la buena costumbre que tuve en mi
juventud, de recorrer a pie las ciudades con la cámara en mano, buscando en los
muros aquellas señales que me interpelan.
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Dicen que los grafiti ahuyentan a la gente y que son
símbolo de la decadencia de la sociedad, pero los grafitis son solamente
peligrosos en la mente de tres tipos de personas: los políticos, los
agentes publicitarios y los grafiteros.
—Banksy
(Publicado en el suplemento "Tendencias" de La Razón, el domingo 5 de marzo 2017)