24 octubre 2016

Zilveti: la luz al otro lado del espejo


He dudado al escoger el título. Iba a escribir “Los demonios de Zilveti” pero algo me decía en el fondo de la memoria, que ya había escrito alguna vez sobre su pintura y sus demonios. Y efectivamente, revisando recortes amarillentos encontré el comentario “Zilveti bebiendo con demonios” publicado en dos páginas con seis fotos en el suplemento Semana de Última Hora el 17 de julio de 1977.

Han pasado 40 años desde entonces. Lo menos que se puede decir es que ambos éramos jóvenes y lo más que se puede decir es que mantenemos la misma línea de pensamiento en relación con el arte.

Para entonces Zilveti ya era un pintor conocido y premiado. Había realizado exposiciones individuales desde 1960, en Chile, Bolivia, Argentina y Francia, donde fijó su residencia luego de un periodo en Ecuador. Se fue de Bolivia con el Gran premio Nacional Pedro Domingo Murillo bajo el brazo, que obtuvo en 1969. Y cuando lo volví a ver en París en 1977, acababa de recibir el Premio de Afiche de la Unesco.

La crítica francesa ya se interesaba en él, quizás más que la crítica de arte en Bolivia. Pierre Soehlke se refirió en estos términos a su exposición en la Galería Poisson d’Or: “Idénticos, esos colores terrosos, esos marrones, esos ocres, nos devuelven siempre al altiplano con, tal vez, una tendencia muy marcada a la monocromía”.

La monocromía dominaba por ejemplo su hermosa serie de los “Siete pecados capitales”. Yo tuve en casa “La lujuria”, pero se me escapó de las manos en el traslado de un matrimonio a otro. Tuvo tanto éxito esa serie, que Lucho hizo dos versiones consecutivas.

En todo ese periodo Bolivia era una referencia recurrente en la pintura de Zilveti, por eso sus “demonios” relacionados con los golpes militares aparecían en sus cuadros y también en el afiche que diseñó para mi largometraje documental Señores Generales, Señores Coroneles (1976).

Su obra estaba poblada de gatos, palomas, perros, ranas, monos y hombres pequeños de cuclillas, como resaltó Catherine Humblot en un comentario en Le Monde. Era también una época de muchos autorretratos, como si el artista se mirara en un espejo tratando de descubrirse. Incluso se daba maneras para retratarse cuando pintaba a Velásquez o a Picasso. La boca de su Velásquez era la suya haciendo puchero. Un guiño de humor pero también una manera de transparentar sus afectos.

En 1977 Zilveti me decía lo mucho que le había costado establecerse en Francia luego de su salida de Bolivia en momentos en que la situación política no le dejaba otra opción.  Luego de su estadía en Ecuador atravesó el océano en barco y atracó en Anvers, Bélgica, donde sufrió como cualquier exiliado los rigores de los “sin papeles”: “y antes de que hubiera reaccionado de la sensación que produce el lento descenso del cubo de hielo por la espalda, ya estaba en París invernal…”

Hoy, cuatro décadas después, hay nuevos demonios. Le pregunto a Luis Zilveti si siente que hay cambios en su pintura, porque noto pinceladas de colores muy vivos: “No hay cambios fundamentales en la gama de colores, pero empleo más colores. Aparecen colores más vivos, es cierto, pero eso responde a necesidades secretas, son cosas que uno no puede determinar, sale de la otra luz, de la luz del otro lado del espejo”.

Hay una evolución permanente en la pintura de Zilveti, lo malo sería que no la hubiera como sucede con tantos pintores que se estancan en una fórmula que ha tenido éxito. Pero en esa evolución hay coherencia porque paulatinamente el artista se ha despegado de la expresión más figurativa hacia expresiones de abstracción que no abandonan del todo la sugerencia de la figura humana o animal.

Por eso le pregunto cuáles son en su pintura los límites entre lo figurativo y lo abstracto: “No hay límites. Considero que la pintura, cuando es pintura y no decoración o ilustración, es en el fondo abstracta porque es una traducción a un lenguaje pictórico. Toda pintura, así sea la del renacimiento, es abstracta porque no es una copia fiel, siempre es una interpretación. En la pintura contemporánea es incluso más evidente esa traducción al lenguaje propio de cada artista”.

Lo provoco un poco más: “Pero tu nunca has perdido la referencia figurativa en tu obra”. “Exacto, pero cada vez trato de ir más a la esencia, evitando lo superfluo y anecdótico, y así voy a seguir”.

La música es otro tema recurrente en su obra: “Quizás porque me gusta la música como expresión, quisiera llegar a que mi pintura pueda ser apreciada con la misma emoción con que se percibe la música”. La música lo custodia mientras pinta: “Siempre estoy acompañado por la música, aunque no pinte. Generalmente escucho música clásica cuando pinto, pero al final de la tarde cuando dejo los pinceles, escucho mucho jazz”.

¿Se puede medir el trabajo de un artista por las horas que le dedica a pintar?  “No se trata de añadir pintura con un pincel, porque es un proceso que incluye bocetos, dibujos, ideas, notas, todo eso hace parte de la pintura”.

Siempre me gustó la pintura de Lucho Zilveti por su coherencia, su sentido del color y de la forma, su manera de sugerir a veces con humor y a veces con sensualidad.  En la evolución de su pintura hacia la frontera de la abstracción hay hermosas representaciones de mujeres de frente, de espaldas, de perfil o al amanecer.  Mujeres que despiden luz. La luz baña esas formas sensuales como si el artista las espiara a través de un espejo de doble fondo.

La muestra “En el territorio de las sombras” sirve para poner en valor la luz y los contrastes (Rembrandt nos mira), de manera que las figuras surgen de las sombras por su movimiento (pájaros en vuelo) o por las notas musicales que sugieren (guitarra, bandoneón o violoncello).
___________________________________________ 
Los espejos se emplean para verse la cara,
el arte para verse el alma. 
—George Bernard Shaw


(Publicado en el suplemento "Tendencias" de La Razón, el domingo 16 de octubre 2016)