La realidad está llena de historias que luego
sirven de argumento para novelas o canciones, por su dimensión mítica y porque
encierran moralejas. Los itinerarios de uno a veces lo llevan a toparse con
esas historias convertidas en leyendas.
Cerca de Ocho Ríos y a doce kilómetros de
Montego Bay, dos de los lugares más emblemáticos del turismo internacional en
Jamaica, a la vera de la carretera hay una mansión llena de historias. El
aspecto solitario de Rose Hall Great House en lo alto de una colina la hace más
atractiva y misteriosa, pero claro, en esa percepción media todo lo que uno ha
podido leer sobre ella.
Comenzó a construirse en 1750 cuando
George Ash, un hacendado inglés que era su propietario, quiso ofrecerle a su
esposa Rose una casa que llevara su nombre. Ash murió dos años después y Rose
se casó dos veces más en años subsiguientes. Su tercer esposo fue John Palmer,
quien concluyó la construcción de la mansión entre los años 1770 y 1780. Añadió
dos alas laterales a la construcción, para que la mansión tuviera 365 ventanas,
52 puertas y 12 dormitorios, por cada día, semana y mes del año.
La propiedad contaba entonces con más de
dos mil esclavos y 2.600 hectáreas
(6.600 acres) de plantaciones de caña de azúcar y pastizales para 300 cabezas
de ganado vacuno. Hoy, la casa se yergue sobre una extensión mucho menor ya que
muchas hectáreas, sobre todo cerca de la costa, han sido transformadas en años
recientes a cadenas hoteleras, campos de golf y proyectos inmobiliarios.
Al morir John Palmer y más tarde su
esposa Rose, su sobrino nieto John Rose Palmer heredó la propiedad y se casó en
1820 con una joven inglesa, Annie Mae Patterson, de madre inglesa y padre
irlandés, comerciantes que la llevaron a vivir a Haití cuando tenía apenas diez
años de edad. Dice la historia que la fiebre amarilla dejó huérfana a Annie,
quien fue criada por su niñera haitiana, una sacerdotisa vudú. A la muerte de
esta, Annie, de 18 años, se trasladó a Jamaica en busca de marido y encontró en
John Rose Palmer el candidato perfecto por su posición y dinero.
Annie Palmer convirtió a la plantación en
un infierno para los esclavos que le temían y la nombraban como la “bruja
blanca” porque realizaba prácticas de vudú que había aprendido en Haití, en las
que incluía sacrificios humanos. Dice la leyenda que escogía a su conveniencia
entre los esclavos jóvenes para satisfacer su apetito sexual, pero luego los
asesinaba.
Lo mismo hizo con John Rose Palmer y los
dos maridos que tuvo después de él. A
cada uno lo asesinó en un dormitorio diferente y de una manera diferente. A
Palmer, con quien convivió siete años, lo envenenó con arsénico. Al segundo,
con quien duró dos años, lo apuñaló mientras dormía y para asegurarse de que estaba
bien muerto, vertió aceite hirviendo en sus oídos. Al tercero lo estranguló al
cabo de seis meses con ayuda de su esclavo Takoo, que según unas versiones le
prestaba servicios especiales y según otras era el abuelo de una esclava
abusada por Annie.
El turno le llegó a ella cuando los
esclavos, Takoo a la cabeza, se sublevaron frente a sus abusos y acabaron con
ella en diciembre de 1831, luego de once años de brutalidades propiciadas por
la “bruja blanca”. Usando las mismas prácticas del vudú que ella había usado
para someterlos, escogieron el lugar de su tumba y sobre la piedra grabaron tres
cruces para atrapar su espíritu. Dejaron un lado sin cruz convencidos de que el
cuerpo estaba allí pero el espíritu seguía en la casa, y por eso la leyenda
dice que Annie Palmer todavía se presenta ocasionalmente en las habitaciones de
la mansión y nadie ha querido dormir en ella desde que fue restaurada.
Por temor a ese espíritu suelto no
quisieron los esclavos quemar la casa, como hicieron de 1831 a 1838 otros
esclavos durante las sublevaciones en plantaciones de azúcar de Jamaica, incendiando
685 de las 700 mansiones que había en la isla. Rose Hall quedó abandonada
durante 134 años hasta deteriorarse completamente,
En 1965 la compró y la hizo restaurar una
pareja de millonarios de Delaware que vieron el negocio de vender los terrenos de
la propiedad a las cadenas de turismo y convertir la casa en un museo, con
muebles que, por supuesto, no corresponden a la mansión original, probablemente
ni siquiera el enigmático cuadro que muestra supuestamente a Annie Palmer con cinco
hijos que nunca tuvo. La casa es propiedad actualmente de Michele Rollins, que
estuvo entre las quince finalistas de Miss Mundo el año 1963 y tenía veleidades
políticas en el partido republicano de Estados Unidos.
Esta atractiva leyenda de crímenes y
fantasmas, que al parecer tiene una base histórica real, ha dado lugar a varias
obras de literatura y música. El escritor Herbert G. De Lisser publicó en 1929 La bruja blanca de Rosehall, novela que
retomaba los detalles de la historia y que no hizo sino amplificar la leyenda. Diana
Gabaldon, autora de best sellers,
situó una parte de su novela Voyager
en Rose Hall. La historia de Anita motivó al cantante Johnny Cash, que tiene
una propiedad cerca del lugar, a componer “La balada de Annie Palmer” canción
que narra la escabrosa historia. Lo mismo hizo el grupo de rock sicodélico Coven,
en su primer álbum de 1969.
Estas leyendas y canciones son
variaciones múltiples de la misma historia, donde los nombres y los hechos
parecen acomodarse caprichosamente o alterarse de acuerdo al narrador, pero en
su conjunto constituyen también una forma de referirse a la crueldad de la
esclavitud y son parte de la memoria, real o inventada, de países como Jamaica
que recién forjan una identidad propia.
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Fueron
reales, pero de tanto contarlos se hicieron leyenda. O al revés: fueron leyenda
y de tanto contarlos se volvieron verdad. Es lo de menos.
—Laura
Restrepo