París, diciembre 1975 |
La última vez que estuve con Juan José
Torres fue en París, unos seis meses antes de su asesinato. La tenebrosa Triple
A lo secuestró y asesinó de la manera más cobarde el 2 de junio de 1976. Su
cuerpo apareció a cien kilómetros de Buenos Aires, en la localidad de San
Andrés de Giles. Paradójicamente la línea de buses que hace el trayecto de
Buenos Aires a San Andrés de Giles se llama “Cóndor”, como la operación que planificaron
las dictaduras del cono sur para eliminar a sus adversarios.
No tengo la fecha exacta en los negativos
en blanco y negro que conservo, pero fue en diciembre de 1975 que Torres llegó
a París y nos tomamos un café en el Barrio Latino, sentados alrededor de dos
pequeñas mesas redondas, sobre la vereda, frente a la puerta del café. Marcelo
Quezada, Zorka Domic, Luis Minaya y yo estuvimos en ese encuentro en el que
hablamos de la situación de Bolivia durante la dictadura de Bánzer, y en
particular sobre el tema del mar.
Zorka Domic, Marcelo Quezada y Luis Minaya con Juan José Torres |
Los cuatro éramos parte del Comité
Boliviano de Resistencia Antifascista, organización sin afiliación partidista,
que organizaba eventos de información sobre Bolivia y publicaba un boletín, Resistencia. Sacamos 16 números en total,
los primeros eran mimeografiados y bastante rústicos, hechos literalmente con
las manos, y el último que hicimos fue impreso en offset, con 32 páginas de artículos, comentarios, fotografías, documentos y dos entrevistas,
una con Juan Lechín y otra con Juan José Torres, resultado de aquella cita que
tuvimos en un café de París.
En esa oportunidad nos dijo algo que
usamos como titular de la entrevista: “El 23 de agosto de 1971 mi gobierno iba
a firmar con Chile un acuerdo ventajoso para Bolivia”. Pero claro, dos días
antes se produjo el golpe del Coronel Hugo Bánzer Suárez. Torres afirmó durante
nuestra conversación: “Solo faltaba, para la formalización del tratado, la declaración
conjunta de los dos presidentes…”
Compartió con nosotros la información de
que Bánzer había rechazado una propuesta confidencial de Salvador Allende y que
él había pedido que se le permita regresar a Bolivia para explicarle al pueblo
boliviano los alcances de aquella negociación que había sido archivada luego
del golpe de Bánzer en Bolivia y dos años más tarde el de Pinochet en Chile:
“Bánzer ha utilizado un anhelo nacional
como expediente de estabilización para su gobierno y ha comprometido a las
Fuerzas Armadas en sus maniobras políticas. No podemos comprar nuestro derecho
de salida al mar al alto precio de un nuevo desmembramiento territorial.”
Entre 1970 y 1971 tuve una cercanía especial
con el gobierno de Jotajotita –como lo llamaban en el pueblo por cariño y por
su baja estatura- ya que hice mis primeras armas como periodista en el diario
El Nacional que dirigía Ted Córdova Claure y estuve cercano al proceso de la
Asamblea Popular, instalada en el edificio del congreso, en la Plaza
Murillo, a cincuenta metros de donde teníamos la redacción del periódico. Tuve a mi cargo la página cultural y una columna sobre temas políticos, además de un par de páginas como "suplemento literario" los fines de semana. Paulo Cannabrava, Alvaro Barros-Lemez, Andrés Soliz Rada, Victor Hugo Carvajal, Coco Manto, eran algunos de los colegas en El Nacional, todos periodistas comprometidos con ideales de un país más libre y menos dependiente, aunque las condiciones económicas de entonces no eran favorables.
Torres tuvo la virtud de dejar que los
trabajadores, las clases populares de Bolivia, se organizaran libremente en la
Asamblea del Pueblo. Tan libremente, que muy pronto se vio acorralado por las
propias organizaciones de trabajadores que lo había respaldado para derrocar a la derecha militar.
Esa fue de veras una asamblea representativa del pueblo, y no el sainete de
levantamanos “plurinacionales” que tenemos ahora, obedientes de los dictados
del Palacio de Gobierno.
Estamos hablando de un periodo álgido de
diez meses y medio, del 7 de octubre de 1970 al 21 de agosto de 1971, periodo
en el que día a día vivíamos a salto de mata, seguros de que se preparaba un
contragolpe de la derecha militar y civil, como efectivamente sucedió.
Cuarenta años después del asesinato de
Jota Jota, esta memoria fragmentada me visita como seguramente lo hace a tantos
que fuimos parte de ese proceso de democratización. Todas nuestras memorias
juntas podrían reconstruir ese periodo importante de nuestra historia, que los
actuales gobernantes no solamente desconocen, sino que ignoran a propósito.
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No se establece una dictadura para salvaguardar una revolución;
se hace la revolución para establecer una dictadura.
—George Orwell