Admiro desde hace años el trabajo
tesonero que realiza en El Alto la organización COMPA (Comunidad de Productores
de Arte) y el Teatro Trono que fundó y que anima desde hace 25 años Iván
Nogales Bazán. Me ocupé de su trabajo por primera vez en mi libro Haciendo Olas, experiencias de comunicación
participativa para el cambio social (2001) y les he seguido la pista desde
entonces, escribiendo en épocas más recientes sobre un par de documentales que
abordan el trabajo que realiza el grupo de teatro dentro y fuera de Bolivia: Movimientos espectaculares (2014) de
Mateo Hinojosa y Rompiendo fronteras, en
gira con el teatro trono (Dinamarca-Bolivia, 2013) de Shezenia Hannover y
Anahí Machicado.
No podía sino aceptar la invitación que
los jóvenes de COMPA me hicieron para participar en el festival de cine
comunitario Ayni Visual, que se desarrolló en El Alto y en La Paz a lo largo de
la semana que termina, con un sinnúmero de actividades interesantes: talleres,
conferencias, proyección de films y debates, entre otras que convocaron a un
público muy diverso de niños, jóvenes y adultos. Fue un despliegue enorme de
energía creativa que justifica con creces el apoyo que COMPA recibe de
organizaciones solidarias como Spor Media de Dinamarca, que estuvo presente durante
la semana a través de Gitte Jakobsen y Torben Vosbein.
Theo Bonin y Julio César Gonzáles |
Al día siguiente participé en otro foro
en la misma UPEA, frente a un centenar de estudiantes de comunicación social,
compartiendo la palestra con Iván Nogales, el “padre” de COMPA y con César
Pérez, director de fotografía de varios largometrajes dirigidos por Jorge
Sanjinés, Paolo Agazzi y otros directores. El tema, esta vez, era “La
construcción del sentido comunitario desde el cine boliviano” lo cual nos
permitió abordar desde una perspectiva histórica la evolución de nuestro cine,
marcado desde sus orígenes por la inclinación social de cineastas que fueron
pioneros en la década de 1920, como Velasco Maidana, Sambarino o Posnansky,
seguidos en la década siguiente por los cineastas de la Guerra del Chaco, y en
los años 1950 por Jorge Ruiz, precedente del cine de Jorge Sanjinés que emergió
a partir de mediados de los sesenta.
Mientras esto sucedía en la UPEA, otras
actividades tenían lugar en Ciudad Satélite, sede del Teatro Trono, donde José
Campusano dirigió el taller “Creando nuestro cine”, y en el Centro Cultural
Español en La Paz, donde Virginia Villaplana, de la Universidad de Murcia,
animó el taller de cine colaborativo y educomunicación. Edgar Mego hizo otro
con niños en El Tejar, mientras Julio César González y Andrea Flores lo hacían
en el Centro Cultural Inti Phajsi, en la zona de Senkata.
Las noches estaban dedicadas a conciertos
de música en diferentes locaciones, y proyecciones de films con temática
comunitaria, que pocas veces tienen oportunidad de ver espectadores de El Alto
o de barrios periféricos de La Paz.
Vi algunos de los films proyectados, con
la esperanza de encontrar propuestas narrativas de búsqueda al margen de los
patrones del cine comercial o de la televisión, pero son en su mayoría
documentales de factura clásica sobre pueblos, conflictos y tradiciones, realizados
con apoyo internacional “en” comunidades antes que “desde” la acción colectiva.
La manera de narrar no deja de ser convencional (plano, contra plano, entra al
cuadro, sale de cuadro, etc.), salvo excepciones en las que se trata de poner
la técnica al servicio de la mirada local. Es el caso de representaciones de
mitos y tradiciones donde se deja un margen a la improvisación.
Virginia Villaplana, Edgar Mego, Andrea Flores, Theo Bonin, Alfonso Gumucio y José Campusano |
Entre las producciones que trajo DocuPerú
destaco la serie de “Territorios en conflicto”, cortos documentales de buena
calidad técnica, que narran violaciones de derechos humanos o avasallamiento de
territorios (Cenizas), rescatan
tradiciones culturales que corren el riesgo de perderse (Hombre medicina) o defienden los recursos naturales (Pacpacco, Soy pescador) y las identidades indígenas (Otro tiempo).
Quizás son más auténticos en su narrativa
visual los films ecuatorianos realizados por cineastas indígenas de Cámara
Shuar. A pesar del intento que ellos mismos hacen de recrear escenas y diálogos
de manera convencional, su mirada es genuina, propia.
También pude ver un par de cortos bolivianos
producidos por Comuna, la productora de COMPA. En Mi compañero ideal se aborda el tema de la inclusión social en la
educación desde la mirada de los propios niños, con la ingenuidad y frescura de
ellos, destacando valores de solidaridad que en nuestro tiempos están en
crisis. Los pollos dicen… es otro
ejemplo del uso que se le puede dar al audiovisual en el contexto
educativo. Este film se hizo en el marco
de una capacitación de docentes de la Normal Simón Bolívar, y no me interesó
tanto el tema como el proceso que incluye escenas dramatizadas, escenas
documentales y acciones callejeras de sensibilización. Guardando las
distancias, hay un eco de Rebelión en la
granja (Orwell) en este sencillo film.
Toda esta semana de Ayni Visual subraya
la importancia de la cultura en nuestras ciudades (El Alto y La Paz) que no
terminan de construir ciudadanía. Iniciativas personales, privadas y colectivas
como las de COMPA son oasis en el desierto de una sociedad cuyos valores se
dispersan ante la carencia de políticas de Estado que favorezcan una cultura
libre e independiente.
Al decir de Iván Nogales Bazán: “Queremos
posicionar lo comunitario desde las prácticas creativas en la ciudad de El Alto
y en todo el país. Hemos incursionado en el audiovisual en el último tiempo y
creemos que las prácticas creativas y la conjunción con otras artes puede
permitir diálogos mucho más profundos sobre lo que está pasando en nuestro
país. Los artistas y creadores tienen que involucrarse mucho más en lo
cotidiano y en lo político.”
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El teatro no se hace
para cantar las cosas, sino para cambiarlas.
--Vittorio
Gassman