Recorrer otra vez las empinadas calles de Montmartre para llegar al taller de Virginia Tentindo en el Bateau Lavoir, fue algo que hice con una mezcla de entusiasmo y curiosidad, guiado por Zorka Domic, amiga de Paris de los años 1970s, y acompañados por Lorgio Vaca, el amigo muralista boliviano que cumple funciones de Embajador de Bolivia ante la UNESCO.
Zorka me había hablado de la escultora argentina con apellido musical que dividía su vida entre la ciudad medieval de Pietrasanta (en Toscana, en el norte de Italia, donde también Fernando Botero tiene un estudio) y Paris, y cuyo taller estaba repleto de esculturas eróticas y de joyas de diseño propio.
Sólo cuando llegamos allí con la última luz del atardecer a fines de septiembre pasado establecí la relación con una serie de piezas muy sugerentes que yo había visto años antes en el Museo del Erotismo, la variedad de posiciones sexuales, lo que África occidental llaman "les betises". Y es que Virginia fue desde el inicio una de las entusiastas colaboradoras del museo que se encuentra a pocos metros del emblemático Moulin Rouge, sobre el Boulevard de Clichy. Sería una equivocación limitar la obra de Virginia Tentindo a la representación de la sexualidad. Su trabajo profundiza en el erotismo en muchos otros sentidos, con magia, con humor y con dolor. Si bien una parte de sus esculturas representa la sexualidad de manera placentera y fértil, otras obras acercan al espectador a ese cruce de caminos entre la sexualidad y la muerte, el clásico diálogo de opuestos complementarios, Eros y Tanatos, el instinto de vida y el instinto de muerte.
Cada escultura de Virginia es un desafío a la imaginación. Las hay simples, como aquella pequeña que le gusta a Zorka de una mujer suavemente recostada sobre un falo gigantesco que es parte de su propio cuerpo, y las hay complejas, esculturas que encierran otras esculturas, felinos que encierran figuras humanas, esculturas con piezas movibles, máscaras que se retiran para descubrir un nuevo rostro, cuerpos humanos con cabezas animales o al revés. Son piezas de todos los tamaños, que a veces se repiten en materiales diferentes, en bronce, mármol o en arcilla cocida. Son "imágenes laberínticas del deseo", escribió Virginia en la dedicatoria de un pequeño libro que nos ofreció esa noche, donde aparecen reproducciones de algunas de sus obras más significativas.
Si bien la escultura sobresale en la obra de Virginia Tentindo, su carrera artística se ha desplegado en varias otras direcciones que incluyen diseño gráfico, dibujo, grabado, arte-objeto y joyas. El sello surrealista es común a casi toda su producción, incluyendo el trofeo, la mandrágora, que hizo en 14 ejemplares para los premiados del Festival de Cannes de 1983.
El Bateau Lavoir es un sitio cargado de la memoria y de la energía de tantos artistas que han pasado por allí. El escritor Max Jacob le puso el nombre, "barco-lavadero", a una construcción de madera en el No 13 de la calle Ravignan que parecía un barco con camarotes en desnivel. Los artistas lo ocuparon poco a poco a principios del siglo XX para instalar sus talleres. Los primeros fueron Gauguin, Van Dongen, Picasso, Juan Gris, Brancusi, Modigliani… y después ya no se sabía quien vivía allí y quien estaba de paso: Matisse, Braque, Legar, Utrillo… y poetas como Apollinaire, Jarry o Cocteau.
Pero la historia es cruel pues ese Bateau Lavoir de principios de 1900 se hizo cenizas en 1970, y tardó varios años en reconstruirse y abrirse de nuevo a artistas como Virginia Tentindo, quien ocupa el taller del fondo, en la planta baja, desde 1979.
Virginia fue pareja de otro escultor, dibujante y maquetista, Julio Silva, a su vez íntimo de Julio Cortázar. Los amigos les decían: "Julio pluma y Julio pincel", una complicidad artística perfecta que se concretó en varios libros, Silvalandia, Ultimo Round y La vuelta al día en 80 mundos entre otros, cuyas primeras ediciones acogíamos con verdadero gozo en los 1970s.
Al despedirnos cerca de la media noche, luego de quesos, vino y tangos, Virginia me hizo escoger entre varias reproducciones firmadas de sus dibujos. Escogí una que es extraña a primera vista, pero su título aclara las dudas. El dibujo muestra a una mujer, encerrada en un cuarto junto a una enorme pierna que sale por el techo. El título es un guiño de complicidad: "Alice prend son pied", es decir, "Alicia se agarra el pie", pero eso en francés quiere decir, nada menos y nada más, tener un orgasmo, la parte de placer que le corresponde a la pareja.
Alfonso Gumucio, Virginia Tentindo, Zorka Domic y Lorgio Vaca