07 octubre 2009

Doble abuelo, ¿qué tal?


Primera escena, el 21 de agosto. Alrededor de la media noche en Fortaleza, Brasil. Mi hijo Fabian –en París- aparece en el video-chat de Skype y pone frente a la cámara su teléfono celular, con la foto de un recién nacido: “Ya eres abuelo”, me dice antes de que yo tenga tiempo de abrir la boca.

Segunda escena, el 19 de septiembre. Estoy en un pequeño departamento en el corazón de Le Marais, en París, en la esquina de Rue Vieille du Temple y Rue des Francs-Burgeois, esperando la noticia que, sospecho, tiene que llegar en cualquier momento, pues desde el día anterior no he podido hablar con mi hija Sybille. Al final de la tarde aparece un mensaje de dos líneas en el correo electrónico: “Ta petite-fille est arrivée aujourd’hui”.

Signos de estos tiempos… Las dos noticias llegaron por vía de la tecnología de Skype, iPhone, Gmail. Y también un signo de los tiempos que vivimos es el hecho de que el abuelo no pudo ver a su nieta inmediatamente, porque la maternidad parisina prohibió las visitas de familiares debido a la gripe A-H1N1. Tuve que conformarme durante los primeros días con las fotos enviadas por internet.

Así, en un mes soy doblemente abuelo y recibo con esa mezcla de orgullo y alegría a Gabriel (hijo de Fabián Gumucio y de Mercedes Parravicini) y a Milena (hija de Sybille Gumucio y de Mikael Neuman). Gabriel llegó casi tres semanas antes de lo previsto, a la 1:30 de la madrugada (hora de Paris) con 3 kilos de peso y 48 cms de largo, mientras que Milena llega cuando la esperábamos, con 3.3 kilos y 52 centímetros de  largo. Al abuelo no le cabe la menor duda, estos dos primos hermanos se van a llevar muy bien en la vida.

Si mis hijos se hubieran puesto de acuerdo, no hubieran salido mejor las cosas. El azar jugó sus cartas y me otorgó esta especie de doctorado honoris causa, una manera de consagrarse en la vida. Cuando se lo conté a mi amigo Pierre Kalfon me dijo: “Ahora tu eres abuelo-bis y yo soy bis-abuelo”.

Quizás Sybille y Fabian lo planificaron todo hasta el mínimo detalle, porque en los años recientes, estos nómadas –como su padre- que transitaban entre New York y Darfour, o entre Milán y Barcelona, y otros destinos del pequeño planeta, empezaron a converger hacia París, a asentarse con ese modo planificado que indica proyecto-de-largo-plazo.

El curso de la vida invierte las cosas: ahora a mi hijo le puedo decir “papá” y a mi hija “mamá”, porque ambos lo son.