Antes de que Luis Zilveti viajara a Bolivia, en septiembre, fui a visitarlo para ver su producción artística de los últimos dos años, formatos grandes y medianos, que tuvo la buena voluntad de mostrarme aunque ya estaba con un pie en el avión.
Recorrí una vez más la Rue de Tanger desde el Metro Stalingrad hasta el edificio donde vive desde hace más de treinta años. El departamento está en el nivel más alto, el de los artistas, con un entrepiso lleno de luz, ideal para pintar. Marcela se ha ocupado de cultivar un jardín de flores en la pequeña terraza, que parece la entrada a un vergel.
Así presenta el pintor esta nueva muestra: “estructurar, desestructurar, reestructurar los elementos fundamentales de la figura humana y sus fuerzas primitivas, abstrayéndola para reconstruirla en el tiempo, en el otro lado del espejo de la realidad visible de las cosas; en el otro lado de la pintura…” Para ver la pintura de Zilveti hay que visitar su página web.
Me gusta en la pintura de Zilveti esa manera de bordear la abstracción sin perder jamás la sugerencia de la figura natural, animal, humana. Como toda manifestación de arte que trasciende, esta es una pintura que exige la participación de la imaginación del espectador, un ejercicio que permite descorrer sucesivos velos que envuelven las formas representadas.
Pero sin duda lo que para mí es aún más importante que la representación límite de la figura en su obra, es el manejo del color. Parecería una perogrullada o un sobreentendido decir que los artistas plásticos trabajan el color, sin embargo desde el punto de vista de la búsqueda hay quienes lo hacen más y mejor que otros. Zilveti, como Rothko, tiene esa incesante manera de agotar las tonalidades de un color para trascender lo anecdótico del dibujo, pero a diferencia de los expresionistas abstractos no abandona la dimensión humana.