En Asunción volví a encontrar a Marcel Quezada, militante de las causas nobles y bibliófilo libertario desde hace casi cuatro décadas. Hemos compartido un exilio en Paris y muchos encuentros en Bolivia. Conocí a Don Humberto y a Doña Delia, sus padres, profesores ejemplares. Nos vemos poco pero mantenemos una amistad más allá del tiempo y de la geografía.
En París fue de los primeros en extenderme una mano cuando yo llegué, con una adelante y otra atrás, en septiembre de 1972. Me cedió lo que fue mi primera vivienda en la ciudad luz, una que medía 2 x 3 metros; la puerta, al abrirla, raspaba una esquina de la cama. El cuarto era tan pequeño que –según mis amigos- cuando entraba el sol yo tenía que salir. Mis pantalones se mantenían planchados bajo el colchón y el baño común quedaba al final del pasillo. Para los 140 Francos que costaba al mes, era un paraíso.
La buhardilla estaba en un sexto y último piso en el número 21 de la calle Leverrier, cerca de la Embajada de Vietnam y a dos cuadras del Jardín de Luxemburgo. La “chambre de bonne” tenía una ventana inclinada tipo claraboya donde las palomas me despertaban con ese ruido tan característico de parejas que hacen el amor. A veces las despertaba yo a ellas.
Con Marcelo y otros bolivianos, estudiantes o exiliados, desarrollábamos actividades en el Comité Boliviano de Resistencia Antifascista (sobre el que habría que escribir en alguna oportunidad) formado para denunciar los abusos de la dictadura del Coronel Hugo Bánzer, y publicábamos el boletín “Resistencia”, que llegó a número 15 o 16.
Ahora Marcel es Embajador de Bolivia en Paraguay, donde lleva adelante sus tareas con dedicación, tratando de fortalecer la relación entre “los dos hermanos siameses que están pegados por la espalda”, como dice el Primer Secretario de la Embajada, recordando una frase de Julia Velilla, la ex-Embajadora de Paraguay en Bolivia. Casualmente yo estaba el 6 de agosto pasado en Asunción, y pude apreciar la amplia convocatoria de la embajada en ese país, durante la fiesta de celebración de nuestra independencia.
Lo anterior es solamente parte del anecdotario, porque aquí quiero referirme a otra faceta de Marcel, la de imprentero y de ávido lector. Marcel devora revistas y periódicos; desde que lo conozco ha sido a la vez coleccionista y difusor de documentos de análisis, como testimonia su libro de recopilación sobre los zapatistas mexicanos. Algunas cosas hemos hecho juntos, como un artículo que escribimos en Francia sobre el largometraje de Jorge Sanjinés, “El enemigo principal”. El texto se publicó en la revista Cahiers du Cinema, No. 257 en mayo del año 1975. En alguna otra oportunidad, publicamos una revista libertaria con la intención de aglutinar a jóvenes anarquistas, pero al final acabamos haciendo todo el trabajo entre los dos. Fue el clásico “año 1, número 1”.
Marcel tiene alma de imprentero; desde hace varios años publica una colección de tarjetas con frases de personajes históricos, del arte o de la política. Con el toque de humor que no le falta, las publica con el sello editorial HdP (entienda quien quiera entender), y la autorización legítima de “Klonar” (ya que no de los autores). Por supuesto, el último toque de humor, las tarjetas están hechas “de papel”, por si quedaba alguna duda.
Desde Carlos Marx hasta Fremakega (un pensador birmano), pasando por Brecht, Neruda, el Comandante Marcos o Evo Morales, las tarjetas recogen pensamientos certeros como dardos, frases que en pocas palabras encierran toda una filosofía sobre la vida y las relaciones humanas. Muchas son frases ya conocidas, otras menos. Desde “Más culpable es quien abre un banco que quien lo asalta” (Brecht), hasta “Seamos realistas, exijamos lo imposible” (Ché), pasando por “¿Dónde estaba Superman… que no detuvo mis aviones?”, atribuida a Osama Bin Laden. Son frases oportunas en un mundo que pierde el sentido de la ética y la ética de la militancia.