Uno de los beneficios “colaterales” de viajar a eventos es la posibilidad de volver a encontrar viejos amigos y colegas, o de hacer nuevas amistades.
En Asunción, a principios de agosto, volví a ver luego de muchas lunas a Rubén Bareiro Saguier, el escritor paraguayo más importante después de Roa Bastos. Lo visité en su casa y recordamos nuestra vieja amistad iniciada en París en los 1970s (de ese tiempo recuerdo a Rubén como un fino anfitrión, mucho antes de ser allá embajador de la democracia paraguaya), y renovada cuando visitó mi casa en La Paz, en mayo de 1992, junto a Carlos Villagra, otro escritor y diplomático paraguayo.
Rubén es un poeta y narrador marcado por el destierro. Su alma está dividida entre Paraguay y París, ciudad donde pasó la mitad de su vida por cortesía del longevo dictador Stroessner. Esas marcas del exilio no son fáciles de borrar: “… no pude pisar mi tierra durante 17 años. De 1972 a 1989 deambulé por el mundo con mi nostalgia a cuestas y mi combate sin tregua contra el sórdido tirano y su régimen corrupto”, narra en la introducción de “La Rosa Azul”, libro de relatos que me obsequió ahora que nos vimos.
En la visita a Rubén me acompañó Ángel Yegros, un nuevo amigo, escultor y hombre que vive su vida cotidiana de acuerdo a una mística personal donde la armonía vital está en el centro. Ángel y Rubén me hablaron de la riqueza del idioma guaraní, no solamente poético sino vinculado a la raíz de la naturaleza, a la tierra y el territorio, a los ríos y a los bosques. Siempre me ha maravillado (y he sentido cierta envidia) que todos los paraguayos, sin distinción de clases sociales, hablen guaraní como lengua madre.
Las esculturas de Ángel en metal son obras aéreas, flexibles, poéticas. Recupera pedazos herrumbrosos y los suelda para revelar nuevas formas. Sus esculturas están regadas en su jardín, bajo la sombra de árboles frondosos. Su casa misma contiene otras obras, más pequeñas, pero también objetos utilitarios, como mesas y sillas, y una colección de cubiertos que él ha diseñado, y cuya foto no me arriesgo a publicar aquí porque a Adriana Almada, su compañera de vida y celosa guardiana de su obra, no le gustaría.
Por fin pude estar con Juan Díaz Bordenave en su propia tierra, no en La Paz, en Brasilia o en Bellagio. Juan es sin duda el el padre de la comunicación para el desarrollo en Paraguay, y su autoridad moral es notoria en el trato que recibe de estudiantes y profesores universitarios a quienes ha inspirado. Inagotable, lleno de energía e iniciativa, es el referente infaltable para todas las actividades y proyectos comunicacionales en la vida democrática paraguaya.
No pudimos ir a su finca en Altos porque llovió mucho, pero almorcé (con Thomas Tufte y Erick Torrico) en su casa en Asunción una deliciosa sopa de bori-bori (bolitas de maíz con queso). Una tarde de esas nos sentamos para grabar un diálogo sobre la comunicación, a pedido de Daniel Prieto Castillo. Discutimos, porque no siempre estamos de acuerdo, pero de eso se trata: de dialogar.
Diálogo también, pero público y en vivo, fue el que tuvimos Thomas Tufte, Cesar Bolaño y yo en Radio Viva, que dirige otro amigo, Arturo Bregaglio. Antes la emisora se llamaba Radio Trinidad, pero su crecimiento en audiencia trascendió el barrio popular donde había nacido. Arturo es un gestor cultural formidable, siempre con una nueva iniciativa en la manga. No da puntada sin hilo.
Así, el teta-ambué (que en guaraní quiere decir “el viene de otra parte”, el extranjero), pudo visitar a varios de sus amigos.