
A los diez años de la muerte del Ché, cuando me encontraba estudiando cine en París, recibí una invitación de La Habana, de Casa de las Américas, para grabar con mi voz uno de los poemas que estaba en “Antología del Asco”. Casa de las Américas estaba produciendo un disco “long play” (de esos que hoy parecen antigüedades, comparados con los CDs), con las voces de poetas de toda la región. Era un privilegio para mí ser el único boliviano seleccionado, sobre todo considerando que tenía a mi lado, en el disco, las voces de poetas mayores como Mario Benedetti (Uruguay), René Depestre (Haití), Julio Cortázar (Argentina), Gonzalo Rojas (Chile), Jaime Labastida (Mexico), Otto Raúl González (Guatemala), Thiago de Mello (Brasil), Eliseo Diego (Cuba), y una decena más. Comparado con todos ellos, yo era un aprendiz de brujo, nada más.
Para enviar una cinta de buena calidad grabé el poema en las instalaciones del instituto de cine donde estudiaba, pero cuando recibí el disco meses más tarde me di una sorpresa al escuchar mi voz aguda y aflautada… La diferencia entre los 50 ciclos utilizados en Europa y los 60 ciclos de la electricidad de Cuba, hicieron que la grabación cambiara su velocidad y mi voz. Pero aparte de esa voz en la que no me reconozco, fue una experiencia inolvidable participar en el disco de homenaje al Ché, hermosa edición de color rojo intenso, que se abría para leer los poemas a medida que uno los escuchaba.