Entre Julia Vargas y Loida Rodríguez, el 1 de septiembre de 2017 |
Julia de niña |
Julia Vargas era mi amiga desde hace cinco décadas, de esas amistades que se heredan de los padres. El mío solía contarme con admiración la historia de los jóvenes socialistas, Jorge Bartos y Juan Barga, que llegaron a Bolivia para quedarse y convertirse en empresarios exitosos.
A don Juan Barga lo visité varias veces en Cochabamba pero mi amistad con su hija Julia creció posteriormente por la afinidad con la fotografía y con el cine. Julia empezó como fotógrafa, con bellísimas imágenes en blanco y negro de paisajes y gentes del altiplano y de los valles de Bolivia. Cerca de 30 exposiciones de fotografía, individuales y colectivas, permitieron conocer su obra dentro y fuera de Bolivia.
Alfonso Gumucio Reyes, fotografiado por Julia Vargas |
Julia estaba decidida a publicar su obra fotográfica más representativa. La última vez que vino a Bolivia, en septiembre de 2017, nos reunimos en un café de San Miguel y me mostró las pruebas de página de ese libro, grande, hermoso. Me pidió que escribiera el prólogo y acepté encantado, pero le dije que prefería hacerlo cuando ya tuviera la versión definitiva. Ella quería publicar un segundo libro de menos páginas con los paisajes pero le sugerí que publicara un solo libro, con toda la obra reunida, con secciones que fueran agrupando las fotografías por temas, con títulos poéticos y abiertos para incluir en una misma sección fotos de gente o de paisajes.
Su inclinación social la llevó a crear y dirigir desde 1980 AVE (Audiovisuales Educativos) y ahí coincidimos en actividades similares pues yo dirigía en esa misma década el Centro de Integración de Medios de Comunicación Alternativa (CIMCA).
El cine fue una pasión relativamente tardía pero que emprendió con la misma pasión y dedicación que la fotografía o el trabajo de comunicación social. En su primer largometraje, Esito sería (2004) aborda la fiesta del carnaval de Oruro. Siguió Patricia, una basta (2005) la historia de una joven con VIH positivo, un drama con intención educativa.
Su obra mayor es sin duda Carga sellada (2016) con la que obtuvo reconocimiento de la crítica y en varios festivales. Le dediqué una página comentando lo que me había parecido bueno y débil en el film. Me escribió pronto un correo desde Barcelona, donde residía, para comentar mis apuntes sin desestimar las críticas.
Durante algunos años fijó su residencia en Buenos Aires, aunque sin dejar su casa en Cochabamba. En la Capital Federal de Argentina preparaba sus proyectos con paciencia y persistencia, quizás porque tenía cierta holgura económica que se lo permitía. Desde allí, “Juliska” (como rezaba la dirección de su correo electrónico), me contaba de sus avances en los pasos de tango, que llegó a dominar y que disfrutaba verdaderamente.
En Machacamarca, durante la filmación de Carga sellada |
Ahora ya no podré escribirle a vargasjuliska@gmail.com ni leer sus comentarios en Facebook. No habrá quien responda.
Milton Guzmán colaboró con ella durante casi tres décadas: “Fueron casi 29 años de haber transitado junto a Julia un mismo camino, el imaginar, soñar y plasmar en imágenes esos sueños, Ella era una visionaria que nos contagiaba su ansiedad de mostrar nuestro país, nuestra gente, sus historias, sus dramas. Así nacieron, El hombre símbolo, A los pies del Tatala, Solo Pancho, El fragor del silencio, Para Elisa, Esito Seria, Carga Sellada, Shirley La Milagrera... y otras historias. Era una mujer con mucha pasión por los que hacia, metódica y muy ordenada, nuestras sesiones de trabajo o de viaje eran extensas, sin claudicación hasta llegar a cumplir el objetivo planificado, sin importar los trasnoches o la cantidad de kilómetros que íbamos a viajar, pero el mejor recuerdo que guardo es la similitud en nuestra forma de mirar, de ver, y eso creo que hizo crecer esa amistad y complicidad que tuvimos para realizar los trabajos que hicimos... Juliska, hasta la próxima claqueta”.
(Publicado en Página Siete el domingo 15 de abril de 2018)
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La memoria debería tener unos espejuelos suplementarios
capaces de sobreponer, con capa tras capa de piel,
los rostros anteriores al rostro actual,
hasta develar el rostro final de la muerte.
—Carlos Fuentes