(Artículo
publicado en Página Siete el domingo 8 de octubre 2017)
Por el masaje publicitario que antecedió su
estreno, por las personas involucradas en la producción, por el antecedente de Casting (2010) el anterior largometraje
de Denisse Arancibia y porque me acerco siempre a una nueva película boliviana
con una predisposición positiva, esperaba de Las malcogidas más de lo que obtuve.
No soy de los que piensa que el cine boliviano
tiene que estar indefinidamente marcado por Jorge Sanjinés o Antonio Eguino,
ambos autores de películas “serias” (si cabe el término) que hablan de Bolivia,
de la historia, de los grandes problemas sociales y políticos, y quedan como
referentes de la época época más emblemática de nuestro cine. Creo que hay lugar
para todo tipo de cine porque estamos recién en los albores de la producción
nacional.
Tengo una actitud abierta a la innovación, a
la expresión libre de la creatividad, a la propuesta propia y desgajada de
deberes “filiales”. Por ello he apreciado con entusiasmo largometrajes de Paolo
Agazzi, Marcos Loayza y Juan Carlos Valdivia, que abrieron nuevas rutas, y
también obras de menor envergadura económica pero no menos interesantes como El ascensor (2009) de Tomás Bascopé, El
corral y el viento (2014) de Miguel Hilari, Sol piedra agua (2016) de Diego Revollo, así como la obra anterior
de Arancibia, Casting, que fue
vapuleada por algunos colegas pero que sin embargo me pareció una propuesta
plástica interesante.
Ahora sin embargo, lo que se suponía que iba a
ser un festín sensorial me dejó con sabor a poco, aunque todos los ingredientes
están allí: los personajes son interesantes (quizás lo mejor del film), la
producción es ambiciosa y la idea original atractiva: una joven gorda, a quien
desde su infancia han calificado de “fea y gorda”, forma parte de una familia
disfuncional donde la abuela argentina padece de narcolepsia y de egoísmo, el
hermano marica reivindica su voluntad de transgénero y recibe frecuentes golpizas
de “machos” violentos, y los vecinos interactúan de maneras imprevisibles en
ese conventillo que es el espacio central en el que transcurre la historia.
Cada uno de los personajes ambiciona algo que
es casi imposible de obtener, aunque en su vida cotidiana ya tiene un capital
humano de mucha riqueza: son personajes buenos, solidarios, que luchan por
mejorar su condición, que se quieren y protegen en el micro universo en el que
se mueven.
Carmen, la gorda, es agradable y tiene dos
pretendientes. A Karmen, su hermano homosexual no le faltan parejas y es una
especie de diva en el ámbito LGTBI. Peor le va a vecino del piso de arriba, Álvaro,
guitarrista en el desconocido grupo “Los Espermos”, que hace temblar las
paredes y el techo cada vez que tiene sexo con su pareja, aunque entre ellos no
parece existir una relación afectiva más allá de las acrobacias sexuales.
Las ambiciones de Carmen y Karmen no les
permiten ver lo que ya tienen. Carmen, el personaje principal, quiere ser flaca
para que algún hombre la quiera (pero come golosinas compulsivamente). Sus experiencias sexuales anteriores, con
hombres y mujeres, han sido siempre frustrantes y está obsesionada con su
gordura y la fealdad que le ha endilgado la abuela, también Carmen. La abuela
afirma que en esa familia ninguna mujer ha tenido jamás un orgasmo ni lo
tendrá, como afirmándose en un mal karma hereditario.
Sin embargo Carmen está segura de que llegará
a tener un orgasmo, y se aplica a ello con toda su imaginación, como evidencia
la secuencia onírica del baño, donde besa a Álvaro de manera púdica mientras a
su alrededor varias parejas desnudas hacen abiertamente el amor.
Karmen (ex
Honorio) aspira a viajar al exterior para hacerse una cirugía de cambio de
sexo. Lo que no tiene es dinero suficiente para hacerlo, por lo que ejercita bailes
todo el tiempo para ganar el premio de “Miss Arcoiris” que ha ganado varios
años consecutivos.
La
abuela Carmen no tiene aspiraciones, dormita mientras transcurre su vida de
recuerdos amargados y amarga la vida de los demás, recibiendo a cambio
amabilidad y cariño.
La
longitud de los créditos es apabullante, solo compite con la longitud prolongada
innecesariamente de algunos planos frente al espejo o en la taquilla del Cine
Margarita (la emblemática sala de la antigua Cinemateca), especializado en
películas pornográficas, como lo fue en su momento el Cine Bolívar, en El Prado.
Los
planos fijos largos funcionan cuando la toma está enriquecida por grandes
interpretaciones o por diálogos ingeniosos, pero no es el caso en Las malcogidas, donde son planos más
bien estáticos y que encierran conversaciones que no cautivan.
Me
queda claro que se ha puesto mucho empeño y trabajo (siete años de dedicación)
en la elaboración de esta obra que procura apartarse de los caminos
tradicionales para incidir en el género de la comedia que desafía los
estereotipos sobre la mujer, sobre la homosexualidad, sobre el amor y la
amistad, entre otros.
En una
entrevista con Anahí Cazas, la directora revela el carácter autobiográfico del
largometraje: "Yo he nacido en cuna matriarcal, yo pertenezco a la cuarta
generación de mujeres que han levantado solas a sus familias. Mi bisabuela era
sola y tenía ocho hijos. Tengo un backup femenino muy fuerte”.
Si bien
el conventillo es muy apropiado para establecer las relaciones entre los
personajes y se convierte en el eje espacial donde
convergen las acciones, ese micro universo tiene un aspecto acartonado,
teatral, sobre iluminado y saturado de colores pastel, sin contrastes ni
sombras. Podría ser el conventillo del Chavo del 8, carece de fuerza. La
fotografía de Casting era mucho más
expresiva e interesante. Esta quiere reforzar el tono de comedia, pero la
aligera demasiado, sobre todo porque el argumento no es solo de risa, hay un
hilo dramático que pugna por salir a la superficie.
La película se empantana entre varios géneros,
sin decidirse por ninguno. Por ejemplo,
son muy interesantes las escenas musicales porque están bien articuladas: una
sola canción unifica la acción de los personajes aunque estén en lugares
diferentes en ese momento. El uso de cámara lenta y otros efectos especiales se
adecúa al ritmo de esas escenas, de modo que quizás sean lo más rescatable de
la propuesta estética. Si la tónica musical hubiera sido dominante a lo largo
del film, el conjunto tendría una mayor unidad.
Todo indica que ese inmenso equipo de
producción se divirtió mucho al hacer la película. En cambio los espectadores,
menos.
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Una de
las trágicas precariedades del espíritu,
pero
también una de sus sutilezas más profundas,
era su
imposibilidad de ser sino mediante la carne.
—Ernesto
Sábato