Los
premios y festivales de cine se han convertido en concursos de belleza,
pasarelas comerciales dominadas por la angustia del éxito y del fracaso. El
éxito económico de una película que no sea un producto de Hollywood depende en
buena medida del número de festivales en los que ha ganado algún
reconocimiento.
Me
invitaron nuevamente a formar parte del amplio jurado internacional del 23 Premio
José María Forqué que EGEDA otorga en España a seis categorías (entre ellas a
la mejor película latinoamericana). Todos los premios se conocieron y
entregaron el 13 de enero de 2018 en Zaragoza y la película latinoamericana
premiada fue la chilena, que no era mi favorita.
Cada
año acepto con gusto esta invitación porque me permite ver en mi casa películas
recientes que de otra manera no vería. Muchas de ellas se han estrenado
solamente en sus países de origen y no se exhibirán en Bolivia. Solo en la
categoría que me corresponde, fueron preseleccionados 33 largometrajes,
incluyendo uno de Bolivia.
La
etapa en la que yo entro como jurado nos permite ver muchas obras pero
calificar solamente a cinco seleccionadas por el Comité de los Premios Platino.
Estas suelen ser coproducciones con España, porque ese es el objetivo del
Premio Forqué: impulsar las coproducciones.
Eso no
está mal, el problema es que la selección de cinco películas es sesgada y no
incluye necesariamente las mejores obras producidas en la región. Este es un breve
panorama de las cinco que tuve que ver y calificar: La cordillera (Argentina, Francia, España) de Santiago Mitre, Las hijas de Abril (México) de Michel
Franco, Mi mundial (Uruguay, Brasil,
Argentina) de Carlos Morelli, Últimos
días en La Habana (Cuba, España) de Fernando Pérez y Una mujer fantástica (Chile, Alemania, España, Estados Unidos) de Sebastián
Lelio.
La
inclusión, a veces forzada, de actores de los países coproductores es una indicación
clara de a proveniencia de los fondos y es muy cierto que en estos tiempos la
única manera de que un largometraje latinoamericano pueda hacerse y además
recuperar su costo, es con una distribución ya sea en salas o en la televisión
de varios países.
Dicho
esto, vamos a las cinco películas seleccionadas entre una larga lista que
incluye, de hecho, películas muy interesantes y en muchos casos mejores que las
que llegaron a la última etapa.
Últimos días en La Habana, de Fernando Perez |
De
lejos, me quedo con Últimos días en La
Habana (2016) de Fernando Pérez, que antes nos dio aquella maravillosa Suite Habana (2003), hermoso fresco de
La Habana, sin concesiones. Ahora aborda, también con esa misma honestidad
descarnada, la situación de un conventillo de esos que parecen caerse en pedazos
en La Habana, a través de dos personajes principales: Diego, un homosexual
enfermo terminal de SIDA, cuidado con verdadero amor por su amigo de la
infancia, Miguel, cuyo sueño es emigrar a Estados Unidos.
Así, de
un plumazo, dos temas que a ojos extranjeros parecería imposible que un
cineasta cubano pueda tratar dentro de Cuba, pero que muestra el vigor de un
cine con pocos recursos económicos pero con muchos recursos humanos. A través
del conventillo y sus personajes nos adentramos en ese barrio decrépito en su
aspecto exterior, pero pletórico de solidaridad a pesar de la carencia y la
pobreza material. El film no vacila en ironizar sobre el discurso de la
revolución, pero sin caer en el maniqueísmo de quienes sin conocer Cuba la
estigmatizan. El “contrarrevolucionario” es retratado con simpatía y humanidad,
porque allí en Cuba las cosas no son como las quieren pintar desde afuera,
en blanco y negro, sin matices.
Y no es
solo la temática, sino la manera de contar las cosas. Las actuaciones son
extraordinarias, la escenografía y ambientación natural prescinden de los
decorados de cartón que caracterizan a tantas otras películas que suenan a
falso, y la fotografía es, en su crudeza, bella.
Una mujer fantástica, de Sebastián Lelio |
La
chilena Una mujer fantástica, es
también una obra que aborda con honestidad el tema de la sexualidad. Marina,
mujer transgénero que se sentía de alguna manera protegida por el amor de
Orlando, 20 años mayor que ella, se ve de pronto enfrentada a la muerte de éste
por una sociedad intolerante hacia su condición sexual. La familia de Orlando
la hostiga y ejerce violencia sobre ella, que a ratos parece dudar de su propia
identidad y no sabe diferenciar entre aliados y enemigos. La sociedad no está
preparada para aceptarla, pero ella tampoco está lista para dar la batalla,
hasta que encuentra en la música el camino para ello.
Hay
escenas de enorme valor simbólico y belleza plástica, como el travelling en la
calle donde ella avanza a pesar de un ventarrón que quiere hacerla retroceder,
o los espejos en los que trata de reconocerse: aquel en la calle, enorme, donde
puede verse de cuerpo entero, o aquel circular, pequeño, que cubre su sexo y
refleja solamente su rostro. La fotografía tiene esos y otros méritos, para
crear una atmósfera de oscuridad y encierro que representa la propia condición
de Marina, encerrada en un cuerpo que todavía no le pertenece.
La cordillera, de Santiago Mitre |
Cuando
vi La cordillera me pareció que su
director, Santiago Mitre, es un fanático de Netflix y que su serie favorita es House of cards. El mismo ambiente de
políticos que hacen negociaciones oscuras a espaldas de sus pueblos, ambiciosos
y en muchos casos corruptos. Y también el mismo estilo de historia personales
truculentas que suceden detrás de la fachada honorable de los presidentes.
En este
caso Ricardo Darín interpreta a Hernán Blanco, un político de provincia que
llega a la presidencia de Argentina y sobre el que nadie sabe mucho. Es “el
hombre común” llegado a la Casa Rosada supuestamente para sacudir las
percudidas alfombras del poder. Lo vemos interactuar con otros presidentes
latinoamericanos, entre ellos el “emperador” brasileño con su discurso
populista, el arrogante mexicano, la presidenta chilena que acoge la cumbre en
un maravilloso escenario de la Cordillera de los Andes, y no podrían faltar los
gringos prepotentes que actúan entre bastidores y no vacilan en ofrecer
millones para corromper a presidentes. El dignatario boliviano literalmente no
existe en el film, nunca se lo ve a pesar de que el tema de la cumbre de
presidentes es la constitución de una gran agencia latinoamericana de
hidrocarburos. En fin, así nos ven, en último plano.
Detrás
de la trama política que en realidad está de adorno, y de la compostura misteriosa
del presidente argentino hay un drama familiar. Camaño, el exmarido de Marina,
la hija de un primer matrimonio, amenaza con denunciar actos de corrupción del
gobierno. Aunque no se ve al personaje, lo sabemos inestable, al igual que la
propia hija de Blanco, que tiene una mente fabuladora y una relación tortuosa
con su padre.
Las
imágenes del film son convencionales, salvo las de la cordillera y sus nieves
eternas. La narración es plana y ninguna de las actuaciones exige demasiado
esfuerzo. La permanente sensación de que “algo grande va a pasar” (con la
música que prepara esa posibilidad) no llega a término. El film termina
abruptamente como un capítulo de serie: no se pierdan la continuación.
Las hijas de Abril, de Michel Franco |
Esa
misma sensación de “continuará en el próximo capítulo” me dejó Las hijas de Abril, la historia de otra
familia disfuncional: dos mujeres viven solas en una casa al borde del mar en
Puerto Vallarta. La mayor (Clara) se dedica a cocinar y comer, y la menor
(Valeria) a coger y a embarazarse cuando tiene apenas 17 años.
Ese
embarazo hace que reaparezca en escena Abril, la madre de ambas, una española
posesiva (Emma Suarez) que solo existía por teléfono. A su llegada toma las
riendas de la casa, acompaña a sus hijas de manera dominante y cuando nace la
niña (Karen), la secuestra arguyendo la ha dado en adopción porque Valeria y su
novio (Mateo) son incapaces de criarla. Claro que además “secuestra” sexualmente
a Mateo y se lo lleva a vivir con ella y la bebé a Ciudad de México.
Bastante
de telenovela: todos los personajes de esta cinta aparecen como necios e
irresponsables (Valeria, Mateo, Abril) o malos tipos (el padre de Mateo, el
padre de Valeria), de modo que solo la insípida Clara y la llorona Karen son
las víctimas inocentes de tanta manipulación emocional. Y como telenovela,
termina prometiendo un próximo capítulo cuando en la última escena Valeria
secuestra a su hija y huye en un taxi. Continuará.
Mi mundial, de Carlos Morelli |
En Mi mundial (2017), un niño de 14 años
que no deja de evocar la historia de Messi, enfrenta con su familia el desafío
de tomar decisiones que pueden cambiar radicalmente su vida. Tito Torres, un
prodigio del fútbol desde niño, recibe ofertas para jugar en fútbol
profesional, lo que por una parte significa el bienestar material para toda su
familia, pero por otra el abandono de su pueblo, Nogales, hacia una vida donde
todo escapa a su control, porque se convertirá en una pieza más de una
maquinaria de negocios, ya que el fútbol, antes que un deporte, en las grandes
ligas no es otra cosa que un gran negocio.
Un
accidente de moto se encarga de zanjar el conflicto. Quizás los sueños que
abrigan muchos jóvenes de triunfar en la vida con una velocidad meteórica, no
son la mejor opción para crecer como mejores seres humanos. Este es un film
amable, bien realizado, pero no alcanza la categoría de los otros
preseleccionados.
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El cine sonoro ha inventado
el silencio.
—Robert Bresson