11 noviembre 2017

Está en la leche

En días pasados se presentó el libro El Che. Miradas personales, edición conjunta del diario Página Siete y de Plural Editores. Reúne 19 textos de autores muy diversos: Carlos D. Mesa, Gloria Ardaya, Javier Badani, Willy Camacho, Verónica Ormachea, Wilmer Urrelo, Amalia Decker y Gonzalo Lema, entre otros, además de dibujos de Marcos Loayza y uno de Luis Zilveti.

A medio siglo de la muerte del Che y habiendo vivido la convulsión de aquellos agitados tiempos de su guerrilla en Bolivia, acepté la invitación para escribir un texto muy personal con cuatro episodios en los que la vida del Che intersecta con la mía. Fue una oportunidad para revisar mi memoria y resumir en seis páginas lo que significó en mi juventud la figura de Ernesto Guevara.


El Che está hasta en la sopa. En la sopa de letras seguro que está. En todos los medios impresos y audiovisuales resuena más que nunca en estos días la “Sílaba viva” con la que jugaba Cortázar en un poema cantarín:

Qué vachaché, está ahí aunque no lo quieran,
está en la noche, está en la leche,
en cada coche y cada bache y cada boche
está, le largarán los perros y lo mismo estará
aunque lo acechen, lo buscarán a troche y moche
y él estará con el que luche y el que espiche
y en todo el que se agrande y se repeche
él estará, me cachendió.

Dibujo de Marcos Loayza 
La figura del Che se presenta para muchos con aureola, santificado por una izquierda latinoamericana que está en busca de íconos en la medida en que va perdiendo la fe en los líderes vivos. Al Che le hacen monumentos y murales (la mayoría feos y poco creativos), multiplican su rostro en poleras y su estrella roja boinas, organizan concursos de cacho y bar abierto para celebrarlo.

Vaciado de contenido, el Che se reduce las más de las veces a todos los derivados comerciales posibles de la emblemática fotografía de Korda (Alberto Díaz Gutiérrez). Estos militantes que fácilmente dan gritos de gloria con el puño en alto, ¿han leído algo de lo que el Che escribió? Probablemente no. ¿Qué saben realmente del Che?

En la acera del frente están los que repudian al Che por invasor y asesino. No siempre lo hicieron, pero los tiempos de polarización actuales les permiten ensañarse con la figura del guerrillero y pintar su rostro como una calavera adecuada para la tapa de un disco de hard rock.

En años recientes han aflorado testimonios que parecen confirmar lo que ya se decía antes pero no se quería creer: que durante la guerrilla en la Sierra Maestra y en los primeros tiempos de la Revolución Cubana, el Che mató él mismo a personas inermes, con lo que su figura de “hombre nuevo” ha quedado mellada.

Dibujo de Luis Zilveti 
Un poco de distancia ayuda a mirar el mito con menos apasionamiento. Nadie puede negarle al Che su mérito de luchador por un mundo más justo, aunque se hubiera equivocado de tiempo y de lugar al venir a Bolivia. Nadie le quita la vocación latinoamericanista que tuvo desde joven cuando recién graduado como médico recorrió buena parte del continente en dos sucesivos viajes que lo llevaron a ser testigo privilegiado de acontecimientos históricos. Si bien hay testimonios sobre la frialdad con que ejecutó a un traidor, hay muchos más que dicen de su calidad humana, de su carisma como dirigente, de su visión de un mundo con menos injusticias.

Lo cierto es que todos tenemos algo que ver con el Che Guevara. Ahora, más que nunca, porque al celebrarse los 50 años de su ejecución en La Higuera, se multiplican libros y homenajes, películas documentales, reportajes de prensa, artículos memoriosos… En fin, tanta cosas, que cansan. Más agobiado debe sentirse Carlos Soria Galvarro, el mayor especialista del Che en Bolivia, quien realmente conoce el tema en profundidad porque se ha ocupado de ello a lo largo de su vida.

Los demás somos improvisados principiantes, pero alguito tenemos que decir, porque el Che nos ha rozado en algún momento, ha impactado nuestras vida de alguna manera, como se verá en las líneas que siguen.

Puedo mencionar cuatro episodios en los que la figura del guerrillero se ha cruzado en mi camino: un relato de mi padre, dos poemas que escribí, uno de los cuales fue grabado en un disco de homenaje, la biografía de Pierre Kalfon y mi encuentro con una de las hijas del Che.

Episodio uno: 1961

Conferencia de la OEA en Punta del Este, 1961 
Yo tenía poca idea del Che durante mi adolescencia cuando a mediados de la década de 1960, varios años antes de la llegada del Che a Bolivia, mi padre me contaba que lo había conocido en la reunión del Consejo Interamericano Económico y Social (CIES) de la Organización de Estados Americanos (OEA), que tuvo lugar del 5 al 17 de agosto de 1961 en Punta del Este (Uruguay).

En esa reunión mi padre presentó en nombre del gobierno boliviano una posición crítica sobre el papel subalterno de la OEA frente a Estados Unidos y censuró los injustos términos de intercambio entre los países de la región y la potencia del norte. Leyó quince páginas que incluían frases como ésta: “los compromisos contraídos en más de doscientas reuniones interamericanas culminaron todas en líricas y unilaterales declaraciones…”

Alfonso Gumucio Reyes en la Conferencia de Punta del Este 
Mi padre recordaba que por abecedario la silla que ocupaba el Che estaba cercana a la suya (Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Cuba…) y que al terminar la ronda de intervenciones el Che le había estrechado la mano para felicitarlo por su discurso.

No era un gesto extraño de su parte ya que el Che sentía cierta admiración por la Revolución Nacional de 1952, y este dato lo tengo de una conversación con Aníbal Aguilar Peñarrieta quien conoció al Che en su segundo viaje latinoamericano, cuando llegó por primera vez a Bolivia el año 1953.

Episodio dos: 1971

Exiliado en España durante el primer año del golpe del Coronel Banzer (luego me fui en 1972 a Francia), escribía poesía como si estuviera poseído.

Durante unos meses compartimos en el Barrio del Pilar de Madrid un departamento con Pedro Shimose, donde no teníamos sino colchones sobre el suelo y una mesa para poder teclear poemas. Los de Pedro merecieron al año siguiente el Premio Casa de las Américas por el libro Quiero escribir pero me sale espuma, y los míos quedaron hibernando durante varios años hasta que en 1979 publiqué los de temática política y social en Antología del asco.

Ese libro tiene tres partes: una dedicada a España que todavía vivía bajo la dictadura de Franco, otra sobre Bolivia que acababa de caer en manos de los militares y la tercera con poemas sobre Chile recién golpeado por Pinochet.

En la parte dedicada a Bolivia aparecen dos poemas escritos en 1971 que se refieren al Che. El primero expresa cierta gratitud al Che por poner en el mapa mundial a Bolivia:

Geografía

Conocieron mi tierra
cuando vino a morir en ella un extranjero.

Antes nada, antes
un silencio muy meditado en los nortes
siempre en los nortes en palacios blancos
y polígonos de tiro
rápidos vuelos
a diez mil metros de techo.

¿De donde vienes?
De Bolivia.
¿Hablan castellano allí?
Desde la Colonia.
¿Esté en África Bolivia?
En el corazón de América Latina.

Antes el silencio
de los intelectuales porque no había
un preso francés que defender.

Antes una frontera cerrada
unos muros altos altos
como para que no se escuchen
los tiros y los gritos de los muertos
que siempre había.

Antes siempre ese silencio
de cómplices inseguros
temerosos estrategas del oportunismo.

Hasta que vino a morir el extranjero
o tal vez
no
fue tan extranjero y
no murió.

El otro poema, titulado sonoramente “Che”, tuvo una vida propia interesante ya que fue seleccionado para un disco de homenaje "Poemas al Che" que editó Casa de las Américas en 1977, al cumplirse una década de la muerte del Che en Bolivia. Yo vivía en París, donde estudiaba cine, cuando recibí de Cuba el pedido de contribuir con un poema grabado. Lo grabé en el propio instituto de cine donde estudiaba y envié la cinta a La Habana, sin tomar en cuenta que los ciclos de corriente alterna eran diferentes en Francia (50 Hz) y en Cuba (60 Hz). Como resultado, un tanto gracioso, mi voz aparece más aguda en el disco publicado que en la grabación original.

En fin, sea como fuere, soy el único boliviano en ese disco, rodeado de 23 grandes poetas latinoamericanos, entre ellos Julio Cortázar, Mario Benedetti, Nicolás Guillén, Eliseo Diego, Edmundo Aray, Thelma Nava, Thiago de Mello, Omar Lara, Otto Raúl González, René Depestre, Gonzalo Rojas y Jaime Labastida.

Che

habrá una sombra siempre
allí habrá una sombra una luz cerca
aquí siempre una frente en la maleza
no se la ve se la siente en la humedad
de cada árbol
                        se descuelga
el latido vivo de la selva viva
desde que la sangre
escogió allí su caparazón verdadero

a despecho de hijos de puta
militarotes de estrella norte y águila
en el pecho
se ha de partir esta tierra
han de morir corbatas y galones
y hasta dará pena hablar en castellano

ya el rumor está corriendo ríos
las hojas hacen eco
la nieve las alturas el mar
tiemblan de esperanza pero el canto es
triste todavía la sombra
se mueve lentamente
multiplicada
llora sonríe putea no olvida ama crece
y no hay quien la detenga
porque ama

Años más tarde este poema fue traducido al italiano por Meri Lao (autora de una veintena de libros y compositora de la música de La ciudad de las mujeres de Fellini), para una antología de la que nunca más tuve noticia, y luego al inglés por Georgina Jiménez, para Che in verse (2007) donde Georgina y su marido, Gavin O’Toole, reunieron a 134 poemas de 53 países. Nuevamente, soy el único boliviano seleccionado.

Episodio tres: 1988

Recibí una invitación de Cuba para participar en el Encuentro Latinoamericano de Educación Popular que tuvo lugar a fines de junio de 1988 en la localidad de Machurucutu, a 20 kilómetros al oeste de La Habana.

La organización del evento estaba a cargo de Casa de las Américas y en representación de la oficina de relaciones internacionales, estaba en Machurucutu una joven medio gordita y de ojos achinados. Durante los primeros cinco días del evento, no supe quién era pero al conversar con ella fui atando cabos: había nacido en México, de madre peruana y había llegado a Cuba en enero de 1959. Le pregunté por su padre. Me dijo que había muerto. ¿Dónde? -indagué, aunque ya había anticipado su respuesta. “En Bolivia” -respondió con una sonrisa cómplice.

Hilda Gadea, el Che y en brazos Hilda Guevara
Era Hilda Beatriz Guevara Gadea, la hija mayor del Che, nacida en México en 1956 del matrimonio con Hilda Gadea, su primera esposa. Los demás participantes no parecían percatarse de su presencia y yo entendí que ella prefería que yo mantuviera su identidad en reserva.  

A lo largo del evento, que duró nueve días, hicimos amistad y me sorprendió su sencillez y buen carácter. No hablamos de su padre, al fin y al cabo ella apenas tenía 10 años de edad cuando el Che partió a Bolivia. Ya transformado en Adolfo Mena, calvo y con gafas, se despidió de los hijos de su segundo matrimonio con Aleida March como si fuera Ramón un amigo español del Che, pero en esa reunión no participó Hilda, porque se temía que pudiera reconocerlo.  Sus hermanos eran todavía pequeños y sin embargo Aleida, de seis años, le dijo a “Ramón”: “Chico, pero tú no eres español, tú lo que pareces es argentino”.

Una tarde me vino un intenso dolor en el cuello al terminar la reunión. Hilda se ofreció a darme un masaje pero el remedio fue peor que la enfermedad porque lo hizo con mucha fuerza y me dejó más adolorido que antes. Por supuesto no se lo dije.

Después del encuentro me quedé en La Habana varias semanas para el montaje de un documental, de manera que nos vimos un par de veces más. El domingo 10 de julio me invitó a su departamento en un edificio alto en El Vedado. Me obsequió la edición más reciente del Diario del Che en Bolivia, con una larga dedicatoria de dos páginas donde al final hace alusión al masaje: “Espero que para la próxima vez yo haya logrado una mejor técnica relajadora”. Esa tarde conocí a su hijo menor, Camilo (Sánchez Guevara), que tenía entonces nueve años.  Al ver a Camilo saltando sobre los muebles, inquieto e hiperactivo, recordé las imágenes filmadas del Che cuando tenía la misma edad. El parecido me pareció extraordinario.

Hoy constato que hay muy poca información, ya sea textos o fotos, sobre Camilo e incluso sobre Hilda. Es como si deliberadamente se quisiera oscurecer sus vidas, esconderlas de la mirada pública.

Hilda enfermó de cáncer y falleció el 21 de agosto de 1995, no había cumplido aún 40 años de vida. No lo supe inmediatamente pues no había mantenido contacto con ella durante varios años. Canek, su hijo mayor y por lo tanto nieto mayor del Che, murió en México el 21 de enero del 2015 durante una cirugía cardiovascular, a los 40 años de edad.

Episodio cuatro: 1995

Primera edición en castellano 
Mi amigo Pierre Kalfon es un extraordinario escritor y periodista francés que vivió varios años en América Latina, sobre todo en Chile y en Argentina, países sobre los que ha escrito varios libros de ensayo y de ficción. Gracias a él se abrió en 1975 la puerta de Editions du Seuil para que yo pudiese entrevistarme con Simone Lacouture, directora de la colección Petite Planete (hoy desaparecida) y posteriormente publicar en Francia mi libro Bolivie (1981).

Menciono a Pierre porque es también el autor de una de las biografías más completas sobre el Che Guevara y el único biógrafo que logró entrevistar en Santa Cruz a Mario Terán, el suboficial que recibió la orden de asesinar al guerrillero con varios disparos, uno de ellos en el pecho.

Cuando Pierre se encontraba en pleno trabajo de investigación para concluir su monumental obra biográfica, Che Guevara, una leyenda de nuestro siglo (1998), vino a Bolivia y me pidió que lo pusiera en contacto con quienes pudieran ofrecerle testimonios sobre el Che, ya sea porque lo habían conocido personalmente o porque tenían información privilegiada sobre él.

Pierre Kalfon, al centro, con Loyola Guzmán y Ted Córdova Claure. A la izquierda, Alfonso Gumucio 
La fortuna era que muchos de los que correspondían a esa categoría eran amigos míos, de modo que el 11 de abril de 1995 convoqué en mi casa en la calle 6 de Obrajes a Carlos Soria Galvarro, el mayor especialista del Che en Bolivia, a Loyola Guzmán que tuvo participación en el apoyo urbano a la guerrilla y visitó al Che en su campamento, a Freddy Alborta que tomó las fotos emblemáticas del cadáver del Che que han dado mil vueltas por el mundo, a los periodistas Amalia Barrón y Ted Córdova Claure, y a Marcelo Quezada, quien también es un experto en el tema.

Carlos Soria Galvarro y Amalia Barrón 
Esa reunión en casa le permitió a Kalfon verificar y complementar la información que tenía, y obtener la autorización de Freddy Alborta para utilizar las fotos del Che. Pero además fue una reunión agradable, de la que conservo varias fotografías.

He perdido la cuenta de la cantidad de ediciones y de idiomas en que se ha publicado el libro de Pierre, que me ha tocado ver incluso en los supermercados de México en ediciones de bolsillo y probablemente pirateado numerosas veces. Conservo tres ediciones que él me obsequió, en las que me cita entre quienes colaboraron en su investigación. 

Marcelo Quezada y Freddy Alborta
Es buen momento para sacar estos recuerdos que se han ido acumulando a lo largo de varias décadas. Conservo las ediciones del diario Presencia que dieron cuenta de la muerte del Che, supe inmediatamente que era importante guardar esos ejemplares. Nunca el tiraje del diario católico fue tan alto, cerca de 200 mil ejemplares, según recuerdo.

No tengo nada especial que aportar sobre el Che, más que lo que significa en mi memoria y en mi imaginario personal, que obviamente ha ido evolucionando con el tiempo.  
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Todos los días la gente se arregla el cabello, ¿por qué no el corazón? 
—Ernesto Che Guevara