En días pasados se presentó el libro El Che. Miradas personales, edición
conjunta del diario Página Siete y de Plural Editores. Reúne 19 textos de
autores muy diversos: Carlos D. Mesa, Gloria Ardaya, Javier Badani, Willy
Camacho, Verónica Ormachea, Wilmer Urrelo, Amalia Decker y Gonzalo Lema, entre
otros, además de dibujos de Marcos Loayza y uno de Luis Zilveti.
A medio siglo de la muerte del Che y habiendo
vivido la convulsión de aquellos agitados tiempos de su guerrilla en Bolivia,
acepté la invitación para escribir un texto muy personal con cuatro episodios
en los que la vida del Che intersecta con la mía. Fue una oportunidad para
revisar mi memoria y resumir en seis páginas lo que significó en mi juventud la
figura de Ernesto Guevara.
El Che está hasta en la sopa. En la sopa de
letras seguro que está. En todos los medios impresos y audiovisuales resuena más
que nunca en estos días la “Sílaba viva” con la que jugaba Cortázar en un poema
cantarín:
Qué vachaché, está
ahí aunque no lo quieran,
está en la noche, está en la leche,
en cada coche y cada bache y cada boche
está, le largarán los perros y lo mismo estará
aunque lo acechen, lo buscarán a troche y moche
y él estará con el que luche y el que espiche
y en todo el que se agrande y se repeche
él estará, me cachendió.
está en la noche, está en la leche,
en cada coche y cada bache y cada boche
está, le largarán los perros y lo mismo estará
aunque lo acechen, lo buscarán a troche y moche
y él estará con el que luche y el que espiche
y en todo el que se agrande y se repeche
él estará, me cachendió.
Dibujo de Marcos Loayza |
La figura del Che se presenta para muchos con
aureola, santificado por una izquierda latinoamericana que está en busca de
íconos en la medida en que va perdiendo la fe en los líderes vivos. Al Che le
hacen monumentos y murales (la mayoría feos y poco creativos), multiplican su
rostro en poleras y su estrella roja boinas, organizan concursos de cacho y bar
abierto para celebrarlo.
Vaciado de contenido, el Che se reduce las más
de las veces a todos los derivados comerciales posibles de la emblemática
fotografía de Korda (Alberto Díaz Gutiérrez). Estos militantes que fácilmente
dan gritos de gloria con el puño en alto, ¿han leído algo de lo que el Che
escribió? Probablemente no. ¿Qué saben realmente del Che?
En la acera del frente están los que repudian
al Che por invasor y asesino. No siempre lo hicieron, pero los tiempos de
polarización actuales les permiten ensañarse con la figura del guerrillero y
pintar su rostro como una calavera adecuada para la tapa de un disco de hard rock.
En años recientes han aflorado testimonios que
parecen confirmar lo que ya se decía antes pero no se quería creer: que durante
la guerrilla en la Sierra Maestra y en los primeros tiempos de la Revolución
Cubana, el Che mató él mismo a personas inermes, con lo que su figura de
“hombre nuevo” ha quedado mellada.
Dibujo de Luis Zilveti |
Un poco de distancia ayuda a mirar el mito con
menos apasionamiento. Nadie puede negarle al Che su mérito de luchador por un
mundo más justo, aunque se hubiera equivocado de tiempo y de lugar al venir a
Bolivia. Nadie le quita la vocación latinoamericanista que tuvo desde joven
cuando recién graduado como médico recorrió buena parte del continente en dos
sucesivos viajes que lo llevaron a ser testigo privilegiado de acontecimientos
históricos. Si bien hay testimonios sobre la frialdad con que ejecutó a un
traidor, hay muchos más que dicen de su calidad humana, de su carisma como
dirigente, de su visión de un mundo con menos injusticias.
Lo cierto es que todos tenemos algo que ver
con el Che Guevara. Ahora, más que nunca, porque al celebrarse los 50 años de
su ejecución en La Higuera, se multiplican libros y homenajes, películas
documentales, reportajes de prensa, artículos memoriosos… En fin, tanta cosas, que
cansan. Más agobiado debe sentirse Carlos Soria Galvarro, el mayor especialista
del Che en Bolivia, quien realmente conoce el tema en profundidad porque se ha
ocupado de ello a lo largo de su vida.
Los demás somos improvisados principiantes,
pero alguito tenemos que decir, porque el Che nos ha rozado en algún momento,
ha impactado nuestras vida de alguna manera, como se verá en las líneas que
siguen.
Puedo mencionar cuatro episodios en los que la
figura del guerrillero se ha cruzado en mi camino: un relato de mi padre, dos
poemas que escribí, uno de los cuales fue grabado en un disco de homenaje, la
biografía de Pierre Kalfon y mi encuentro con una de las hijas del Che.
Episodio uno: 1961
Conferencia de la OEA en Punta del Este, 1961 |
Yo tenía poca idea del Che durante mi
adolescencia cuando a mediados de la década de 1960, varios años antes de la
llegada del Che a Bolivia, mi padre me contaba que lo había conocido en la
reunión del Consejo Interamericano Económico y Social (CIES) de la
Organización de Estados Americanos (OEA), que tuvo lugar del 5 al 17 de
agosto de 1961 en Punta del Este (Uruguay).
En esa reunión mi padre presentó en nombre del
gobierno boliviano una posición crítica sobre el papel subalterno de la OEA
frente a Estados Unidos y censuró los injustos términos de intercambio entre
los países de la región y la potencia del norte. Leyó quince páginas que incluían
frases como ésta: “los compromisos contraídos en más de doscientas reuniones
interamericanas culminaron todas en líricas y unilaterales declaraciones…”
Alfonso Gumucio Reyes en la Conferencia de Punta del Este |
Mi padre recordaba que por abecedario la silla
que ocupaba el Che estaba cercana a la suya (Bolivia, Brasil, Chile, Colombia,
Cuba…) y que al terminar la ronda de intervenciones el Che le había estrechado
la mano para felicitarlo por su discurso.
No era un gesto extraño de su parte ya que el Che
sentía cierta admiración por la Revolución Nacional de 1952, y este dato lo
tengo de una conversación con Aníbal Aguilar Peñarrieta quien conoció al Che en
su segundo viaje latinoamericano, cuando llegó por primera vez a Bolivia el año
1953.
Episodio dos: 1971
Exiliado en España durante el primer año del
golpe del Coronel Banzer (luego me fui en 1972 a Francia), escribía poesía como
si estuviera poseído.
Durante unos meses compartimos en el Barrio
del Pilar de Madrid un departamento con Pedro Shimose, donde no teníamos sino
colchones sobre el suelo y una mesa para poder teclear poemas. Los de Pedro
merecieron al año siguiente el Premio Casa de las Américas por el libro Quiero escribir pero me sale espuma, y
los míos quedaron hibernando durante varios años hasta que en 1979 publiqué los
de temática política y social en Antología
del asco.
Ese libro tiene tres partes: una dedicada a
España que todavía vivía bajo la dictadura de Franco, otra sobre Bolivia que
acababa de caer en manos de los militares y la tercera con poemas sobre Chile
recién golpeado por Pinochet.
En la parte dedicada a Bolivia aparecen dos
poemas escritos en 1971 que se refieren al Che. El primero expresa cierta
gratitud al Che por poner en el mapa mundial a Bolivia:
Geografía
Conocieron mi tierra
cuando vino a morir
en ella un extranjero.
Antes nada, antes
un silencio muy
meditado en los nortes
siempre en los
nortes en palacios blancos
y polígonos de tiro
rápidos vuelos
a diez mil metros
de techo.
¿De donde vienes?
De Bolivia.
¿Hablan castellano
allí?
Desde la Colonia.
¿Esté en África
Bolivia?
En el corazón de
América Latina.
Antes el silencio
de los
intelectuales porque no había
un preso francés
que defender.
Antes una frontera cerrada
unos muros altos
altos
como para que no se
escuchen
los tiros y los
gritos de los muertos
que siempre había.
Antes siempre ese silencio
de cómplices
inseguros
temerosos
estrategas del oportunismo.
Hasta que vino a morir el extranjero
o tal vez
no
fue tan extranjero
y
no murió.
El otro poema, titulado sonoramente “Che”,
tuvo una vida propia interesante ya que fue seleccionado para un disco de
homenaje "Poemas al Che" que editó Casa de las Américas en 1977, al cumplirse una década de la
muerte del Che en Bolivia. Yo vivía en París, donde estudiaba cine, cuando
recibí de Cuba el pedido de contribuir con un poema grabado. Lo grabé en el
propio instituto de cine donde estudiaba y envié la cinta a La Habana, sin
tomar en cuenta que los ciclos de corriente alterna eran diferentes en Francia
(50 Hz) y en Cuba (60 Hz). Como resultado, un tanto gracioso, mi voz aparece
más aguda en el disco publicado que en la grabación original.
En fin, sea como fuere, soy el único boliviano
en ese disco, rodeado de 23 grandes poetas latinoamericanos, entre ellos Julio
Cortázar, Mario Benedetti, Nicolás Guillén, Eliseo Diego, Edmundo Aray, Thelma
Nava, Thiago de Mello, Omar Lara, Otto Raúl González, René Depestre, Gonzalo
Rojas y Jaime Labastida.
Che
habrá una sombra
siempre
aquí siempre una
frente en la maleza
no se la ve se la
siente en la humedad
de cada árbol
se descuelga
el latido vivo de
la selva viva
desde que la sangre
escogió allí su
caparazón verdadero
a despecho de hijos
de puta
militarotes de
estrella norte y águila
en el pecho
se ha de partir
esta tierra
han de morir
corbatas y galones
y hasta dará pena
hablar en castellano
ya el rumor está
corriendo ríos
las hojas hacen eco
la nieve las
alturas el mar
tiemblan de
esperanza pero el canto es
triste todavía la
sombra
se mueve lentamente
multiplicada
llora sonríe putea
no olvida ama crece
y no hay quien la
detenga
porque ama
Años más tarde este poema fue traducido al italiano
por Meri Lao (autora de una veintena de libros y compositora de la música de La ciudad de las mujeres de Fellini), para
una antología de la que nunca más tuve noticia, y luego al inglés por Georgina
Jiménez, para Che in verse (2007)
donde Georgina y su marido, Gavin O’Toole, reunieron a 134 poemas de 53 países.
Nuevamente, soy el único boliviano seleccionado.
Episodio tres: 1988
Recibí una invitación de Cuba para participar
en el Encuentro Latinoamericano de Educación Popular que tuvo lugar a fines de
junio de 1988 en la localidad de Machurucutu, a 20 kilómetros al oeste de La
Habana.
La organización del evento estaba a cargo de
Casa de las Américas y en representación de la oficina de relaciones internacionales,
estaba en Machurucutu una joven medio gordita y de ojos achinados. Durante los
primeros cinco días del evento, no supe quién era pero al conversar con ella
fui atando cabos: había nacido en México, de madre peruana y había llegado a
Cuba en enero de 1959. Le pregunté por su padre. Me dijo que había muerto. ¿Dónde?
-indagué, aunque ya había anticipado su respuesta. “En Bolivia” -respondió con
una sonrisa cómplice.
Hilda Gadea, el Che y en brazos Hilda Guevara |
Era Hilda Beatriz Guevara Gadea, la hija mayor
del Che, nacida en México en 1956 del matrimonio con Hilda Gadea, su primera
esposa. Los demás participantes no parecían percatarse de su presencia y yo
entendí que ella prefería que yo mantuviera su identidad en reserva.
A lo largo del evento, que duró nueve días, hicimos
amistad y me sorprendió su sencillez y buen carácter. No hablamos de su padre,
al fin y al cabo ella apenas tenía 10 años de edad cuando el Che partió a
Bolivia. Ya transformado en Adolfo Mena, calvo y con gafas, se despidió de los
hijos de su segundo matrimonio con Aleida March como si fuera Ramón un amigo
español del Che, pero en esa reunión no participó Hilda, porque se temía que
pudiera reconocerlo. Sus hermanos eran
todavía pequeños y sin embargo Aleida, de seis años, le dijo a “Ramón”: “Chico,
pero tú no eres español, tú lo que pareces es argentino”.
Una tarde me vino un intenso dolor en el
cuello al terminar la reunión. Hilda se ofreció a darme un masaje pero el
remedio fue peor que la enfermedad porque lo hizo con mucha fuerza y me dejó
más adolorido que antes. Por supuesto no se lo dije.
Después del encuentro me quedé en La Habana
varias semanas para el montaje de un documental, de manera que nos vimos un par
de veces más. El domingo 10 de julio me invitó a su departamento en un edificio
alto en El Vedado. Me obsequió la edición más reciente del Diario del Che en Bolivia, con una larga dedicatoria de dos páginas
donde al final hace alusión al masaje: “Espero que para la próxima vez yo haya
logrado una mejor técnica relajadora”. Esa tarde conocí a su hijo menor, Camilo
(Sánchez Guevara), que tenía entonces nueve años. Al ver a Camilo saltando sobre los muebles,
inquieto e hiperactivo, recordé las imágenes filmadas del Che cuando tenía la
misma edad. El parecido me pareció extraordinario.
Hoy constato que hay muy poca información, ya
sea textos o fotos, sobre Camilo e incluso sobre Hilda. Es como si deliberadamente
se quisiera oscurecer sus vidas, esconderlas de la mirada pública.
Hilda enfermó de cáncer y falleció el 21 de
agosto de 1995, no había cumplido aún 40 años de vida. No lo supe
inmediatamente pues no había mantenido contacto con ella durante varios años. Canek,
su hijo mayor y por lo tanto nieto mayor del Che, murió en México el 21 de
enero del 2015 durante una cirugía cardiovascular, a los 40 años de edad.
Episodio cuatro: 1995
Primera edición en castellano |
Mi amigo Pierre Kalfon es un extraordinario
escritor y periodista francés que vivió varios años en América Latina, sobre
todo en Chile y en Argentina, países sobre los que ha escrito varios libros de
ensayo y de ficción. Gracias a él se abrió en 1975 la puerta de Editions du
Seuil para que yo pudiese entrevistarme con Simone Lacouture, directora de la
colección Petite Planete (hoy desaparecida) y posteriormente publicar en
Francia mi libro Bolivie (1981).
Menciono a Pierre porque es también el autor
de una de las biografías más completas sobre el Che Guevara y el único biógrafo
que logró entrevistar en Santa Cruz a Mario Terán, el suboficial que recibió la
orden de asesinar al guerrillero con varios disparos, uno de ellos en el pecho.
Cuando Pierre se encontraba en pleno trabajo
de investigación para concluir su monumental obra biográfica, Che Guevara, una leyenda de nuestro siglo
(1998), vino a Bolivia y me pidió que lo pusiera en contacto con quienes
pudieran ofrecerle testimonios sobre el Che, ya sea porque lo habían conocido
personalmente o porque tenían información privilegiada sobre él.
Pierre Kalfon, al centro, con Loyola Guzmán y Ted Córdova Claure. A la izquierda, Alfonso Gumucio |
La fortuna era que muchos de los que
correspondían a esa categoría eran amigos míos, de modo que el 11 de abril de
1995 convoqué en mi casa en la calle 6 de Obrajes a Carlos Soria Galvarro, el
mayor especialista del Che en Bolivia, a Loyola Guzmán que tuvo participación
en el apoyo urbano a la guerrilla y visitó al Che en su campamento, a Freddy
Alborta que tomó las fotos emblemáticas del cadáver del Che que han dado mil
vueltas por el mundo, a los periodistas Amalia Barrón y Ted Córdova Claure, y a
Marcelo Quezada, quien también es un experto en el tema.
Carlos Soria Galvarro y Amalia Barrón |
Esa reunión en casa le permitió a Kalfon
verificar y complementar la información que tenía, y obtener la autorización de
Freddy Alborta para utilizar las fotos del Che. Pero además fue una reunión
agradable, de la que conservo varias fotografías.
He perdido la cuenta de la cantidad de
ediciones y de idiomas en que se ha publicado el libro de Pierre, que me ha
tocado ver incluso en los supermercados de México en ediciones de bolsillo y
probablemente pirateado numerosas veces. Conservo tres ediciones que él me
obsequió, en las que me cita entre quienes colaboraron en su
investigación.
Marcelo Quezada y Freddy Alborta |
Es buen momento para sacar estos recuerdos que
se han ido acumulando a lo largo de varias décadas. Conservo las ediciones del
diario Presencia que dieron cuenta de la muerte del Che, supe inmediatamente
que era importante guardar esos ejemplares. Nunca el tiraje del diario católico
fue tan alto, cerca de 200 mil ejemplares, según recuerdo.
No tengo nada especial que aportar sobre el Che,
más que lo que significa en mi memoria y en mi imaginario personal, que
obviamente ha ido evolucionando con el tiempo.
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Todos los días la gente se arregla el cabello, ¿por
qué no el corazón?
—Ernesto Che Guevara