Los caprichos megalómanos del presidente
Morales, ya sea su fálica torre palaciega (el palacio del 7% de coima, según
comentan los contratistas) o el museo a su gloria personal en el minúsculo
pueblo de Orinoca donde nació, nos hacen olvidar otros antojos “menores”, igualmente
arbitrarios, como la estatua de Juana Azurduy de Padilla en Buenos Aires que
Evo Morales y Cristina Fernández de Kirchner inauguraron en julio de 2015,
cuando la escultura de Andrés Zermeri ni siquiera estaba terminada.
La decisión de poner a Juana Azurduy en
lugar de Cristóbal Colón no la tomó ni la presidenta Kirchner ni el presidente
Morales, sino el fallecido Hugo Chávez, que con la prepotencia que lo caracterizaba
exclamó en una visita a Buenos Aires en 2011: “¡Qué hace ahí ese genocida!”,
refiriéndose al navegante genovés, y añadió: “Ahí hay que poner a un indio”.
Ni cortos ni perezosos Kirchner y Morales
se pusieron manos a la obra para complacer al Comandante venezolano. Lo que no
se atrevió a hacer Evo Morales en La Paz, donde tenemos en un lugar prominente
la estatua de Colón (como en todos los países de América), se hizo en Buenos
Aires en un abrir y cerrar de ojos.
Se puede discutir la pertinencia de
semejante enroque como jugada de ajedrez, su significación política para sellar
una alianza entre dos gobiernos populistas, pero no es lo que me interesa en
este comentario. Lo que quiero es subrayar que se trata de un hecho de
malversación de fondos y de una obra ejecutada sin transparencia en lo
económico y en lo artístico.
En junio del 2013 se comenzó a desmontar
el monumento a Colón, que tenía un peso de 600 toneladas y estaba allí desde
1921. Sin haber pensado dónde exiliarlo, terminaron colocándolo frente al
aeropuerto local, Aeroparque. Las protestas de quienes se preocupan por la
conservación del patrimonio no sirvieron de nada.
Menos de seis meses después de instalada,
la millonaria escultura de Juana Azurduy ya mostraba signos de deterioro porque
a pesar de su alto costo, había sido hecha a la mala, un claro negociado. En
diciembre del 2015 el diario Clarín informaba que la escultura tenía fallas
estructurales y superficiales: “Una de las vigas que sostiene la figura provocó
la ruptura de dos de las placas de bronce que dejan al descubierto, como dos
grandes agujeros, el interior de la figura”, según la descripción que hacía
Wendy Pinto en Página Siete.
Según un informe técnico del ingeniero Pablo
Diéguez, la estructura de hormigón y metal mostraba filtraciones de agua, oxidación
de armaduras, rajaduras, y otros defectos de diseño y ejecución.
Poco después de asumir el gobierno el
presidente Macri anunció una investigación sobre el monumento inaugurado apenas
un año antes, con un costo de 118 millones de pesos para el gobierno argentino,
además del millón de dólares que puso Bolivia.
El caso vuelve a la actualidad porque el
16 de septiembre pasado, por decisión del gobierno argentino, se retiró la
estatua del patio trasero de la Casa Rosada para relocalizarla en otro lugar
menos prominente, el Centro Cultural Kirchner. Doña Juana Azurduy de Padilla no
duró ni dos años en su ubicación original.
La memoria de doña Juana ha sido
vapuleada desde el inicio de este proyecto que, como tantos otros, Evo Morales
gestionó entre gallos y media noche, sin transparencia y a un costo exorbitante
que la Contraloría debería investigar (si tuviéramos, claro está, un Contralor
independiente del ejecutivo).
Fue una obra mal ejecutada, un engaño
costoso para Argentina y para Bolivia. El millón de dólares de donación desembolsado
por decisión personal de Evo Morales, como si fuera dinero de su bolsillo, constituye
un despropósito más del presidente. ¿Cuantas obras de escultores bolivianos se
hubieran realizado con esa suma de dinero? ¿De dónde salieron esos fondos? ¿Qué
procedimientos se siguieron? ¿Cómo se eligió al escultor argentino?
En suma, la historia de la estatua de Juana Azurduy en Buenos
Aires no es sino una “pequeña” muestra que sería suficiente para un juicio de
responsabilidades a Evo Morales por malversación de fondos del Estado. Si hiciéramos
la lista de todos los otros contratos que autorizó directamente, sin
transparencia, el hombre tendría que pasar en la cárcel el resto de los días y
sus condenas podrían sumar varios miles de años.
No debemos quitar el dedo del renglón de
estos y otros hechos sobre los que el primer mandatario tendrá que rendir
cuentas cuando llegue el momento.
(Artículo publicado inicialmente en Página Siete el sábado 23 de septiembre 2017)
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Cuando oigo
decir "la tea de la revolución",
me parece oír
"la tía de la revolución".
—Ramón Gómez de la Serna