Se aproxima por los pasillos dispuesta a
saltar sobre su presa. Los ojos le
brillan codiciosamente mientras recorre con la vista la oferta de papel y
tinta. Sabe que tiene que escoger bien, que no le alcanza el bolsillo ni la
vida para leer todo. Acaricia las ediciones al pasar, como diciéndoles “ya
volveré por ti”. En un acto casi sexual le da la vuelta a un libro para leerle
la espalda y le abre las piernas para oler su costura. Finalmente cae sobre su
presa con una mirada devoradora.
Así es la fiera del libro, un animal de extraordinaria inteligencia y sensibilidad, acostumbrado a alimentar su imaginación con signos impresos sobre papel, que su cerebro decodifica y convierte en imágenes únicas, que nadie más puede recrear. La fiera sabe que cada vez que adquiere un libro se lleva más que un objeto de papel y tinta, se lleva una manera de ver el mundo que ni siquiera es la del autor, sino la suya, diferente a todas las demás.
Así es la fiera del libro, un animal de extraordinaria inteligencia y sensibilidad, acostumbrado a alimentar su imaginación con signos impresos sobre papel, que su cerebro decodifica y convierte en imágenes únicas, que nadie más puede recrear. La fiera sabe que cada vez que adquiere un libro se lleva más que un objeto de papel y tinta, se lleva una manera de ver el mundo que ni siquiera es la del autor, sino la suya, diferente a todas las demás.
En la imaginación febril de la fiera del
libro, el galeón español “rodeado de helechos y palmeras, blanco y polvoriento
en la silenciosa luz de la mañana…” que de pronto descubre al despertar José
Arcadio Buendía no es el mismo galeón que imaginó García Márquez. Cada lector,
cada fiera, lo reconstruye a su manera. Cada uno de nosotros es propietario de
ese galeón, diferente, especial, único que de pronto de dibuja en nuestra
imaginación. Esa es la magia de la lectura cuyo secreto conocen las fieras del
libro.
El juego de palabras me distrae mientras firmo unos pocos libros en la nueva edición de la Feria Internacional del Libro de La Paz, todo un acontecimiento en esta ciudad de pocas y dispersas librerías. Una vez al año, se desmoronan sus muros y dialogan a uno y otro lado del pasillo. Libreros y editores se abrazan, se interrogan “¿cómo te está yendo?”, mientras no quitan el ojo de las mesas donde las fieras circulan. No vaya a ser que alguna se lleve un libro sin pagar.
El juego de palabras me distrae mientras firmo unos pocos libros en la nueva edición de la Feria Internacional del Libro de La Paz, todo un acontecimiento en esta ciudad de pocas y dispersas librerías. Una vez al año, se desmoronan sus muros y dialogan a uno y otro lado del pasillo. Libreros y editores se abrazan, se interrogan “¿cómo te está yendo?”, mientras no quitan el ojo de las mesas donde las fieras circulan. No vaya a ser que alguna se lleve un libro sin pagar.
En el espacio generoso de Plural Editores |
Pensándolo bien, que la gente robe libros para
leerlos no es descabellado, y a los autores no les desagrada tanto como a sus
editores. Otra cosa es que los roben para venderlos, como quien roba una joyería. Pero si los editores quisieran vigilar mejor sus productos, podrían ponerse de acuerdo con la Cámara del Libro para colocar en la entrada principal al Campo Ferial Chuquiago Marka detectores magnéticos como los que hay en todas las librerías del mundo, en lugar de dañarse el estómago con gastritis o úlceras, con esa ansiedad que dura dos semanas. (Me cuentan que señoras "de buen aspecto" y aparentemente "respetables" fueron pilladas en el momento de llevarse libros sin pagar).
Confieso que soy de los despistados que
publican sus libros en cualquier momento del año, cuando se caen del árbol
porque están maduros. No tengo el sentido de la oportunidad, no se me ocurre
que un buen momento para estrenar es una feria del libro, pero prometo enmendar
ese error.
Con el "Gato" Salazar y su "best seller" sobre el Ché |
En cualquier caso, ahí estuve casi todos los
días, ya sea como lector-fiera en busca de algo nuevo, como presentador del escritor homenajeado del año 2017 (mi primo hermano Mariano Baptista Gumucio) o firmando
libros en el espacio de Plural, que ha publicado nueve de mis obras gracias a su director José Antonio Quiroga.
Vender palabras es más interesante que vender
ropa usada, no solamente porque no hay lugar al regateo sino porque quienes adquieren
ese libro están convencidos de que encierra algo mágico y misterioso.
El encuentro con los lectores es una de las
experiencias más gratificantes para el escritor. Tengo fresco el recuerdo de
las ferias de autores que lanzamos hace cuatro décadas en El Prado junto a René
Bascopé, Matilde Casazola, Jaime Nisttahuz, Manuel Vargas y otros amigos. Dos
horas bajo el sol dominguero con nuestras rústicas ediciones nos permitían
ganar más y mejor, porque al precio se añadía la conversación con los lectores.
En estos cuarenta años de soledad hay más
gente en el mundo pero menos lectores proporcionalmente. Se publican más
títulos pero gracias a las nuevas técnicas de impresión han disminuido los
tirajes y desaparecen las bibliotecas personales. Dicen las estadísticas que
las horas dedicadas a la televisión y a los teléfonos “inteligentes” centuplica
fácilmente el tiempo dedicado a la lectura.
Si bien hay menos lectores, que lo hay los
hay… Son pocos pero valiosos como los personajes del relato de Ray Bradbury que
deambulan entre los árboles aprendiendo de memoria los libros que fueron
quemados. Por ello conversar con estas fieras del bosque es enriquecedor. Los
padres y madres que llevan a sus hijos a las ferias de libros renuevan mi convicción
de que la lectura importa.
En estos días tuve varios encuentros
estimulantes. Un papá joven se acercó con dos gemelas, realmente idénticas, de
unos 9 o 10 años de edad, ambas con gafas que denotan que usan sus ojos para
algo más que para ver televisión. ¿Ustedes leen libros?, les pregunté, y
respondieron al unísono como si estuvieran coordinadas por un cordón umbilical
imaginario, con una sonrisa de orgullo.
Emilio Salgari |
Otros niños que venían en busca de poesía me
decían que estaban leyendo El principito,
hermoso comienzo para quienes quizás no conocen las aventuras vividas por aquel
extraordinario escritor y piloto nocturno. Mis primeras lecturas de libros
fueron Emilio Salgari, Agatha Christie, Alejandro Dumas, Rex Stout, Earl
Stanley Gardener… bastante ecléctico cuando tenía 11 o 12 años. Extraño esas viejas ediciones amarillentas que se fueron extraviando entre traslados voluntarios y exilios forzosos.
Se me acercó también una mujer joven que me
pidió dedicarle uno de mis poemarios a su hija. Le pregunté la edad de la niña:
“Siete meses”, respondió. Y al ver mi asombro añadió: “Le he leído poesía desde
que estaba en mi vientre”.
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Que otros se
jacten de las páginas que han escrito;
a mi me
enorgullecen las que he leído.
—Jorge
Luis Borges