(La mitad de este texto se publicó en el diario Página Siete el domingo 4 de junio 2017)
Uno de los realizadores más enigmáticos de la historia del cine no podía sino ser sujeto de un homenaje excepcionalmente revelador sobre su obra, sobre sus ideas y sobre su vida. Y esta vez, con su ayuda, aunque él haya fallecido hace 18 años, en 1999.
Uno de los realizadores más enigmáticos de la historia del cine no podía sino ser sujeto de un homenaje excepcionalmente revelador sobre su obra, sobre sus ideas y sobre su vida. Y esta vez, con su ayuda, aunque él haya fallecido hace 18 años, en 1999.
“Stanley
Kubrick: la exposición” es el resultado de un esfuerzo institucional colectivo que
por primera vez incluye muchos objetos de la colección personal del director,
abierta a la investigación el año 2003.
En
mil metros cuadrados de exhibición, la muestra incluye más de 900 objetos
provenientes del Archivo Stanley Kubrick de la Universidad de las Artes de
Londres, del Museo Fílmico de Frankfurt, del año 2004, y de las colecciones
privadas de Christiane Kubrick y Jan Harlan, con el concurso de cuatro gigantes
de la industria del cine de Estados Unidos: Warner, Sony-Columbia, Universal y
Metro Goldwyn Mayer.
La búsqueda perfeccionista del mejor ángulo |
Tuve
la oportunidad de visitar la exposición en la Cineteca Nacional de México,
apenas unos días antes de que sea trasladada a Copenhague, donde abrirá sus
puertas en septiembre. Estuvo en México de diciembre 2016 a mayo 2017, y ha
estado rodando por el mundo desde el año 2004: Frankfurt, Berlín, Melbourne, Gante,
Zúrich, Roma, París, Ámsterdam, Los Ángeles, Sao Paulo, Cracovia, Toronto,
Monterrey, Seúl y San Francisco.
Resulta
difícil encontrar un calificativo que corresponda a la grandiosidad de esta
muestra. Podría decir que el espíritu de Kubrick se ha apropiado del espacio de
la Cineteca Mexicana, que de por sí tiene el mérito de ser un edificio bello
que parece desplegar sus alas de cemento y luz. Pero no basta decir eso.
Si puede ser escrito o pensado, puede ser filmado. |
La
exposición sobre Kubrick es un ejemplo formidable de trabajo museográfico
porque no solo contiene sino que
además proyecta. Una cosa es reunir
objetos en un espacio determinado y otra muy diferente es crear un recorrido
armónico y sorprendente a cada paso. Todos los amantes del cine hemos visto una
o varias veces las extraordinarias obras cinematográficas de Kubrick, pero todos
sentiremos que las descubrimos de nuevo.
Mi
mente asocia la filmografía de Kubrick al cubo de Rubik (de ahí el título de
este texto), el polifacético juego de inteligencia y habilidad manual, un
desafío casi mágico para quienes lo conocimos por primera vez el año 1974. Cada
componente, de un color diferente, puede armarse hasta completar un todo perfecto.
La silla del director |
“Si
puede ser escrito o pensado, puede ser filmado”, decía Kubrick. Los cuatro
pisos de la exposición en la Cineteca Nacional demuestran que no solamente
puede ser filmado, sino filmado con una perfección que apabulla. Kubrick no
permitía que ningún detalle escapara a su atención. Como prueba de ello la
exhibición incluye no solamente los guiones con anotaciones personales muy
precisas, sino también agendas, dibujos, bocetos, cartas, fotografías con notas
y, lo más impresionante, escaletas de producción que muestran el maniático
detalle de cada toma.
En
la exposición de la Cineteca Nacional el visitante es llevado de la mano al complejo
universo de Kubrick para entenderlo y amarlo más. Cada una de sus películas en una
sala dedicada a mostrar desde las claquetas de producción (por las que siento
añoranza), hasta el vestuario y la utilería, pasando por proyecciones de
secuencias de cada película, y elementos del decorado que recrean la misma
atmósfera de cada filme. Es sencillamente maravilloso.
Desde
la entrada a la Cineteca Nacional el visitante es recibido con una amplia
muestra fotográfica en las rejas exteriores del predio, sobre la calle Real
Mayorazgo de Coyoacán. Luego, al ingresar, hay una réplica de la famosa puerta
blanca de El resplandor que Jack Nicholson
hiende con un hacha de largo mango para asomar su rostro maravillosamente
enloquecido. Uno puede tomarse allí fotos para el recuerdo, como yo lo hice.
A medida que uno asciende a los pisos
superiores de la galería siente cómo el mundo de Kubrick invade el espíritu. A
medida que uno avanza en la exposición, se hace más grandiosa, como su
filmografía.
Extras numerados en Espartaco |
Apuntes para una escena clásica de 2001 odisea del espacio |
Las
salas dedicadas a Lolita, 2001 Odisea del espacio, Barry Lyndon y La naranja mecánica, son excepcionales también por la meticulosidad
de la investigación que hizo personalmente a tiempo de escribir los guiones. Por ello todos sus guiones están llenos de
anotaciones manuscritas y para cada filmación hay pruebas de escenografía, de
vestuario, de maquillaje, que Kubrick hacía previamente. Para Espartaco, cada uno de los extras (y
eran muchos), tenía un número de identificación de manera que el director
pudiera dar instrucciones precisas.
Lolita, una hermosa provocación |
Como
homenaje complementario al perfeccionismo de Kubrick, la museografía de cada
sala es especial y se adecua a la atmósfera de sus films con un detallismo
extremo. El espacio dedicado a Barry
Lyndon está iluminado con candelabros, como la película y en la sala de Eyes wide shut predomina la oscuridad y
un ambiente lúgubre y misterioso, enriquecido por las magníficas máscaras
venecianas.
Con HAL 9000, ahora bajo control |
En
esa misma sala está el Oscar que le dieron al film en 1969 por Efectos
Especiales, como si se tratara solamente de trucos. Ese mismo año el Oscar a la
mejor película se lo dieron a Lawrence de
Arabia y el Oscar al mejor director se lo llevó David Lean. Kubrick no
asistió a la ceremonia. Habría que ver cuál de las dos obras aguanta mejor el
paso del tiempo.
Los muchos nombres de Dr Strangelove |
Su
obsesión compulsiva por la perfección es también evidente en la sala dedicada a
Dr. Strangelove, donde Peter Sellers interpreta tres personajes
extraordinarios. Allí se exhibe una hoja de papel, donde con su puño y letra
Kubrick escribió 15 títulos posibles para la película. Las tres palabras que más se repiten son “bomb”,
“Dr. Strangelove” y “doomsday” (Día del juicio final, el día final). Al final
eligió un título compuesto bastante largo: Dr.
Strangelove o como aprendí a no preocuparme más y amar la bomba, que en
España, donde los distribuidores de cine tienen poco cerebro y la mala
costumbre de alterar los títulos de las películas, tradujeron como: ¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú.
Claqueta original de El resplandor |
El
preciosismo obsesivo de Kubrick lo llevó a inventar la tecnología que requería
cada película. Me impresionó una sala donde se exhiben 49 lentes
cinematográficos que utilizó en sus películas, algunos de ellos modificados o
creados especialmente para él, porque buscaba un efecto visual único.
Una de sus primeras fotos publicadas |
El
perfeccionismo de Kubrick rivalizaba con la claridad meridiana que tenía de ser
un genio cinematográfico, y ello empezaba desde la escritura del guion
literario, cuando se enviaba a sí mismo por correo los guiones que iba
escribiendo, para dejar constancia de sus derechos de autor.
Una
de las últimas salas está dedicada a mostrar los tres proyectos que nunca pudo
realizar. Probablemente la palabra “proyecto” se queda corta, porque se trata
de obras trabajadas con tanto detalle, que solo faltaba filmarlas. Es el caso
de Napoleón, Inteligencia artificial (que fue realizada con su autorización por
Steven Spielberg) y Aryan papers. En
los tres casos Kubrick había desarrollado no solamente el guion literario y el
guion técnico, sino una escaleta completa para la filmación, con el
acostumbrado detalle sobre cada imagen.
Encuentra a Nina, si puedes |
Pocos
directores pueden decir que cada una de las películas que realizó es objeto de
culto, y cada una por razones diferentes. Salvo el perfeccionismo, no hay nada
en común temáticamente o técnicamente entre los 13 largometrajes que hizo. De Lolita (1962) a Eyes wide shut (1999), pasando Dr.
Strangelove (1964), 2001 odisea del
espacio (1968), La naranja mecánica (1971), Barry Lyndon (1975), El resplandor (1980) y Full metal jacket (1987), cada una es un
mundo y un desafío para el espectador.
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La
prueba de una obra de arte es, finalmente, nuestro afecto por ella, no nuestra
capacidad para explicar por qué es buena. —Stanley
Kubrick