Al igual que Julio Cortázar, Yevgueni Alexandrovitch
Yevtushenko tuvo cara de adolescente toda su vida. Y al igual que Julio, era alto y desgarbado y
tenía manos grandes y finas. Ambos eran magníficos escritores y grandes poetas,
aunque la poesía de Cortázar se conozca poco.
Lo que me impresionó al conocer a Yevtushenko
fueron sus camisas. Abrió su maleta en la habitación del Hotel Copacabana, en
el Prado, y empezó a sacar camisas con enormes flores estampadas en vivos
colores. Parecían confeccionadas con telas de cortina. Quizás no era la idea
que me hacía de un ruso venido del frío.
Sus camisas eran como para caminar por una playa del Caribe. Le
encantaban, mientras más chillonas mejor, y así las vistió toda su vida de
manera extravagante y provocadora.
Era el martes 8 de junio de 1971. A las 2 de
la tarde acabábamos de recoger a Yevtushenko en el aeropuerto de El Alto con Pedro
Shimose, entonces Director de Extensión Universitaria en la Universidad Mayor
de San Andrés (UMSA), cargo que había ocupado antes Jaime Paz Zamora. El Hotel
Copacabana quedaba a una cuadra de la universidad donde el viernes siguiente Yevtushenko
iba a a ofrecer en el paraninfo un recital de poesía.
Recuerdo a Yevtushenko como un hombre
sonriente, sencillo y campechano, que no adoptaba ninguna pose intelectual a
pesar de ser ya considerado entonces como el más grande poeta ruso en vida.
El día anterior a su llegada devoré dos libros
suyos, Entre la ciudad sí y la ciudad no,
y su Autobiografía
precoz, un relato de su vida hasta entonces, publicado cuando apenas tenía
30 años de edad. Ya no encuentro en mi biblioteca el ejemplar autografiado,
como me sucede con tantos libros que sufrieron las consecuencias de la
persecución y el exilio.
La invitación de la universidad era una oportunidad
para venir a Bolivia en un periodo previo al golpe militar del coronel Hugo
Bánzer Suarez. El poeta siberiano quería visitar La Higuera, el lugar donde
murió asesinado el Ché Guevara. Pedro Shimose me ofreció acompañarlos en ese
peregrinaje y yo, estúpido (no hay otra palabra), le dije que no podía porque
tenía bajo mi responsabilidad la página cultural de El Nacional, el diario del
gobierno de Juan José Torres.
Me arrepentí poco después cuando mi padre me
dijo que no haber aprovechado la oportunidad de visitar La Higuera con el gran
poeta ruso me pesaría toda la vida. Así ha sido. No supe en ese momento ordenar
mis prioridades.
Yevtushenko y Pedro Shimose partieron a Santa
Cruz temprano al día siguiente, miércoles 9 de junio, en un vuelo del LAB vía
Cochabamba, luego en jeep a Vallegrande y Pucará, hasta donde alcanzó el camino
de tierra, para luego realizar el último tramo a La Higuera sobre el lomo de una
mula y dos caballos, uno blanco y uno bayo, guiados por Beto, como cuenta Pedro
en su bello artículo “Con Evtushenko en La Higuera”.
Yevtushenko no había montado antes en su vida,
pero no dudó en subirse al caballo bayo, mientras Pedro lo hizo sobre el
caballo blanco. Con la cadencia del paso de los caballos montados por los dos
poetas, fue surgiendo en la cabeza del ruso un poema sobre el Ché que tuvo la
genial osadía de escribir directamente en castellano durante el vuelo de retorno.
Pedro lo ayudó con pequeñas correcciones de estilo y gramaticales, pero
Yevtushenko hablaba perfectamente castellano y escribió de un tirón “La llave
del comandante”, 75 versos quebrados. El poema fue modificado después, pero la
primera versión es la que se publicó, fresquita, en Difusión.
El título se inspiró en el hecho de que ya
llegados a La Higuera, nadie parecía tener la llave de la escuelita, convertida
en posta sanitaria. Al final alguien consiguió la llave, pudieron entrar al
lugar, usar su imaginación, y retornar ese mismo día a Santa Cruz.
De regreso a La Paz nos reunimos en el pequeño
departamento de Pedro Shimose en la calle Rosendo Gutiérrez casi esquina
Ecuador, al lado de donde ahora se construye el edificio de la Fundación Patiño.
Yevtushenko se recostó cuan largo era sobre la estrecha cama de Pedro mientras
revisaba su poema sobre el Ché.
No recuerdo quién tomó las fotografías (probablemente Freddy Alborta) que
luego publicamos con el poema y el artículo de Pedro el 30 de junio de 1971 en el
número 4 de Difusión (de un total de siete), que hacíamos con el apoyo de Jorge
Catalano, bajo la dirección de Pedro Shimose, una extraordinaria revista que,
como tantas otras iniciativas, quedó en el olvido. El propio Jorge Catalano ha
sido olvidado a pesar de su enorme contribución como editor, escritor de cuentos
para niños y biógrafo de Chopin.
Por mi lado, publiqué en El Nacional dos artículos
en los días siguientes: el primero relatando la llegada de Yevtushenko y su
encuentro con Rolando Costa Arduz, rector interino de la UMSA y otras
autoridades universitarias. El segundo, un comentario sobre su Autobiografía precoz (1962) cuya primera
edición en castellano se publicó en 1967.
El viernes 11, su recital en el paraninfo de
la universidad fue memorable. Nunca olvidaré la belleza en la cadencia de su
poema “Granizo”, recitado en ruso y probablemente difícil de traducir por su ritmo
y música. Fue tan extraordinario que nos hizo sentir que granizaba en ese
momento. Esa misma tarde se fue a Chile.
Nunca regresó a Bolivia. He encontrado luego de una ardua búsqueda en YouTube
en ruso, ese poema que tanto me impresionó.
Pocas veces he visto que el apellido de
alguien se escriba de maneras tan diferentes, lo cual hace multiplicar al
personaje, desdoblarse en varios. Los apellidos no se traducen, pero
indudablemente de la escritura cirílica del ruso la única manera de obtener una
versión en inglés, castellano o francés, es por una transcripción basada en la
fonética. De ahí que tengamos en
castellano Yevtuchenko, Evtuchenko o Evtushenko, y en inglés Yevtushenko o en
francés Evtouchenko. La paradoja es que heredó ese apellido de su madre y no de
su padre, que apellidaba Gangnus y que era un geólogo que escribía poesía en su
tiempo libre.
Todo lo anterior, apretado por razones de
espacio, para rendir postrero homenaje al gran poeta ruso fallecido el sábado 1
de abril en Tulsa (Oklahoma, Estados Unidos) a los 84 años de edad. Nacido el
18 de julio de 1932, fue numerosas veces candidato al Premio Nobel de
Literatura, que al igual de Julio Cortázar se merecía con creces, pero que
nunca obtuvo, como otros grandes escritores invisibles para la Academia Sueca. Su
última voluntad, expresada una semana antes de morir, fue que lo enterraran no
lejos de Moscú en Peredelkino, para estar cerca de la tumba de Boris Pasternak.
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Deja
que la infamia me persiga,
el amor no es para los débiles.
El olor del amor es un perfume
pero no el de las manzanas compradas sino
el de las manzanas robadas.
el amor no es para los débiles.
El olor del amor es un perfume
pero no el de las manzanas compradas sino
el de las manzanas robadas.
—Yevgueni
Yevtushenko