Me sorprendió la muerte de Miguel Ángel
Bastenier el viernes 28 de abril porque hasta el día anterior publicó sus
tuits. Era un tuitero perseverante, todos los días producía una decena, a veces
más cuando polemizaba sobre algún tema.
Bastenier mantuvo a lo largo de su vida una
amistad especial con algunos bolivianos, muy especialmente con mi primo Juan
Carlos Gumucio, corresponsal de guerra en Líbano y en Irán, de quien se consideraba
“amigo íntimo”, según me confió en uno de nuestros intercambios de tuits
privados.
Cuando murió, Bastenier publicó un bello
obituario en El País: “Me lo había dicho con la más absoluta convicción:
acabaré como un perro, solo, abandonado por todos (…) Juan Carlos Gumucio había
cumplido 52 años, su manera de ser boliviano comprendía la humanidad entera y
en ella hallaba espaciosa cabida lo español”. Más adelante decía: “Era un
hombretón generoso, que nunca tuvo nada porque lo regalaba todo, consiguiendo,
por añadidura, que uno no sintiera -no puedo pensar que exista mayor
delicadeza- que le estaba haciendo un favor.”
Con periodistas de El País |
Paralelamente ejerció de profesor de periodismo internacional en la Escuela de Periodismo del diario y fue profesor en la Fundación Nuevo Periodismo Latinoamericano de Cartagena de Indias: “Parte del año en Cartagena y Bogotá, pero hasta junio estaré en Madrid, donde los restaurantes son, como sabes, insuperables”, me decía en uno de los últimos intercambios.
“Nunca he visto a nadie —a nadie, con alguna
excepción— que tuviera más pulsaciones a la máquina que Miguel Ángel Bastenier;
pocas veces he visto (diría que ninguna) a nadie hacer crucigramas con la
velocidad que tiene Bastenier en esa tarea de alta precisión; de nada he visto
a hablar a nadie con tanta rapidez, y con tanto conocimiento de causa, como a
este hombre que, además, puede hablar como un nativo francés, francés con
acento belga, inglés, inglés con acento norteamericano”, escribió Juan Cruz en
El País.
Bastenier descubrió su vocación de tuitero
como instrumento para educar a la nueva generación de periodistas en todo el
mundo, desde su computadora.
Sus breves textos estaban cargados de
enseñanzas. Su intención al escribirlos era transmitir en pocas palabras su
larga experiencia como periodista. Las frases de sus tuits eran siempre
completas y contundentes. Detestaba los tuits mal escritos, que deforman el
lenguaje para calzar alguna idea en 140 caracteres. Él podría expresar las suyas
perfectamente en unas pocas palabras. Se convirtió en un maestro en ello,
aunque por cuestiones generacionales no le hubiera correspondido.
Combinaba en sus tuits una ética intransigente
y una estética de la expresión, que lo llevaba a rechazar cualquier distorsión
del lenguaje, de esas que son tan típicas en las redes virtuales con el
argumento pedestre de ahorrar caracteres: “Ké tu aze”, por ejemplo. Era
implacable contra los barbarismos, las faltas ortográficas y las palabras mal
usadas por los propios colegas periodistas.
Bastenier con García Márquez |
Escribía comentarios tan certeros como
equilibrados. No se excedía con adjetivos ni expresaba emociones. Yo solía
guardar los mejores: “Leer periódicos de joven es una educación y visión del
mundo”, “La juventud ya no lee periódicos pero ¿para qué se matriculan en
periodismo?”, “Las redes, como sabe cualquier periodista, no son fuentes sino
solo medios de transporte. Por sí mismas no garantizan nada”, “!Ay que me he
despistado y he ido hoy a trabajar dejándome la ética periodística en casa!
Vuelvo de inmediato a recogerla.”
Cuando retuiteaba ayudaba a entender mejor un
mal tuit o un tuit limitado, aumentándole un par de palabras orientadoras para
complementar la información y orientar al lector.
Bastenier, fotografiado por José Ramón |
El 25 de abril despidió con estas palabras a
Joaquín Prieto, un colega que acababa de fallecer: “Sabíamos que era el final.
Gran periodista y mejor compañero”.
Quizás Bastenier no era consciente aún de que
su propio fin estaba ya muy cerca, a apenas 36 horas.
___________________________________________
El tuit
es como el breve del breve, el torrefacto completo,
claro y
sencillo, de lo que queremos decir.
—Miguel Ángel Bastenier