Una nota amable para cerrar este año. Mientras en mi ciudad los vecinos padecen una carestía de agua aparentemente insalvable, la fortuna hace que gracias a mis hijos mayores pueda disfrutar durante cuatro semanas los beneficios de una sociedad de bienestar a la que por “razones técnicas” (como diría Cortázar) regreso cada vez con menos frecuencia a pesar de haber vivido en ella muchos años.
Entre Barcelona y París, tengo la oportunidad
de recobrar la sensación de una cotidianeidad diferente, marcada por
oportunidades propias de las sociedades mejor organizadas, en las que el Estado
cuida a sus ciudadanos. Son ciudades magníficas para el turismo pero no me
interesa hablar del tema puesto que hace décadas ya hice suficiente recorrido
en ambas.
Prefiero abordar lo cotidiano, lo más
cercano, aquello sobre lo que no se hacen reportajes con la Sagrada Familia o
la Torre Eiffel en el fondo. Quiero hablar de la tienda de frutas, de la biblioteca
pública, del supermercado, de los semáforos, de los paseos peatonales, de los
parques para niños, de los carriles de bicicletas, y de tantas otras cosas que
apenas podría mencionar en este breve espacio.
Y quiero hacerlo desde los ojos de una de
mis nietas, Sasha, con la que he caminado estos días. Fuimos, por ejemplo, a una
biblioteca pública del barrio especializada en niños y jóvenes. Una cuadra
antes los colores vivos atraen hacia ese espacio cálido donde los niños pueden
refugiarse para leer, ajenos al severo invierno que castiga afuera a los
transeúntes.
Cualquiera puede hacer uso de la
biblioteca, sin identificación ni membresía (salvo para llevarse libros a su
casa durante dos semanas). Mi nieta más pequeña actúa como en su casa: cuelga
su abrigo y se saca los zapatos para instalarse en el espacio acogedor de los
más pequeños, una alfombra mullida y multicolor rodeada de cajas y estanterías
de libros clasificados por edades. Aunque todavía no sabe leer puede reconocer
los que corresponden a su edad. Las secciones están claramente identificadas:
arte, poesía, naturaleza, novela... Sírvase quien quiera, basta estirar el
brazo.
Pienso en los autores de libros para
niños, y la maravillosa posibilidad que tienen de seguir publicando gracias a
que todas las bibliotecas de barrios, en todas las ciudades de Francia, compran
sus libros. Bastaría esa venta de unos cuantos miles de ejemplares para
justificar su tarea.
Hay butacas, pequeñas sillas y mesas para
niños que prefieren dibujar, y una sección con computadoras para los que se
inician en informática. Me maravilla la convivencia multirracial: niños de origen
asiático, africano, latino, árabe o judío, interactúan despreocupados. Para
ellos no hay (aún) diferencias de piel o de credo, ni Gaza, ni Alepo, ni guerras
que arrasan el mundo.
Camino con mi nieta a uno de los parques
del vecindario donde tiene a su disposición toboganes, laberintos, subibajas,
juegos de muelle y otros que exhiben el rango de usuarios: 2 a 6 años, 4 a 8
años. Reconoce los números y sabe qué juegos corresponden a su edad. Todo el suelo
del área de juegos está recubierto de un material suave de caucho fabricado con
llantas recicladas y pintado en vivos colores. Los basureros son también
educativos: los niños saben que los papeles van a un basurero verde, las
botellas de plástico a otro amarillo.
En las calles abundan depósitos de todo
tamaño para basura, que permiten separar vidrio, metal, plástico, papel y
residuos orgánicos. Hay incluso basureros especiales para entregar ropa y zapatos usados a quienes los necesitan. En estos días de cambio de año uno ve en las calles la "riqueza", si se puede decir, de la basura. Camas, electrodomésticos, juguetes y otros objetos en buen estado o mínimamente dañados se exhiben en las calles esperando que el camión de basura los recoja. La separación de residuos sólidos es cada vez más sofistcada, y los basureros están cada año mejor diseñados. A nadie se le ocurre, como en nuestro país, quemarlos o robarlos.
Mi nieta sabe que solo puede cruzar la calle donde hay un semáforo que debe estar verde para los peatones, aunque no haya autos a la vista. Desde muy niña, ya sabe convivir en una sociedad con normas. Es también cuidadosa con los carriles para las bicicletas, claramente señalados en las calles. Uno puede recorrer la ciudad en bicicleta sin tener que torear automóviles. El respeto por los ciclistas y peatones está generalizado.
Mi nieta sabe que solo puede cruzar la calle donde hay un semáforo que debe estar verde para los peatones, aunque no haya autos a la vista. Desde muy niña, ya sabe convivir en una sociedad con normas. Es también cuidadosa con los carriles para las bicicletas, claramente señalados en las calles. Uno puede recorrer la ciudad en bicicleta sin tener que torear automóviles. El respeto por los ciclistas y peatones está generalizado.
A menos de tres cuadras de la casa, hay
varios supermercados, carnicerías, charcuterías, panaderías, queserías, tiendas
de frutas y legumbres frescas, farmacias, lavanderías, jugueterías,
floristerías, cafés, restaurantes con comida de varias regiones del mundo.
Entrar a un supermercado, impecable, limpio, con todos los productos
empaquetados de manera pulcra, con fechas de vencimiento claramente señaladas,
es un placer, aunque sea solo para ver. Uno puede pesar y pagar sus productos
en máquinas automáticas, sin pagar por el cajero. Comparado el nivel del
salario mínimo, los precios son más bajos que en un supermercado de Bolivia. Los
supermercados venden las bolsas de plástico, para que la gente se acostumbre a
reutilizarlas y haya menos contaminación.
Hay supermercados que solamente venden
productos congelados, me maravilla la variedad que ofrecen. Toda una sección
está dedicada a comida ya preparada de India, Japón, China, México, Vietnam, y
otros países. Para hogares donde el tiempo es escaso, tener esta oferta en el
congelador de la casa es un alivio.
Muchas otras cosas me sorprenden en el
barrio. O las había olvidado o en mi época no las veía. La gente disciplinada
recoge los excrementos de los perros que saca a pasear, las calles las lavan
todas las semanas con mangueras de alta presión, hay carros motorizados de
limpieza tan pequeños que pueden limpiar todos los rincones. En algunas lavanderías
automáticas, con monedas, hay wifi gratis para quienes tienen que esperar que
su ropa lave y seque.
Aunque se dice que estas son ciudades
viejas, uno ve en las calles del barrio muchos niños y parejas jóvenes (y
también abuelos como yo, aprovechando a los nietos antes de que regresen a
clases la próxima semana).
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Subrayando,
patética o fanáticamente, el aspecto enigmático de lo enigmático no hay avance
posible; el misterio lo penetramos sólo en la medida en que lo reencontramos en
lo cotidiano, gracias a una óptica dialéctica que nos presenta eso cotidiano en
su condición de impenetrable, presentando a la vez lo impenetrable en su
condición de cotidiano.
—Walter
Benjamin