Siempre he pensado que a uno deberían
enterrarlo con todo lo que acumula en la vida, para no dejarle ese lastre y responsabilidad
(o privilegio inmerecido cuando se trata de herencias valiosas) a nadie. Por
supuesto que la idea no es original: a los emperadores de China y a los
faraones de Egipto, así como a los soberanos incas, mayas o aztecas los enterraban
con sus joyas de oro y plata, con vasijas de comida para el más allá y con mucho
más.
El Señor de Sipán |
Es también el caso de los señores mochicas
de Sipán y de Túcume (que tuve la suerte de visitar hace unas semanas en Lambayeque
cuando me invitaron a dar unas conferencias en la Universidad Católica Santo
Toribio de Mogrovejo, en Chiclayo), quienes fueron enterrados con todo eso y más:
sus mujeres, sus servidores, sacerdotes y sacrificios ceremoniales (una llama
decapitada).
Los hallazgos de Sipán y de Túcume son tan
impresionantes como recientes. Aunque los sitios arqueológicos eran conocidos
tanto por viajeros como “huaqueros” (ladrones de sitios rituales) desde hace más
de un siglo no fue sino en 1987 que el arqueólogo Walter Alva descubrió los restos
funerarios del gobernante mochica de Sipán y Alfredo Narváez hizo lo propio con
la tumba del señor de Túcume, en 1990. Por la complejidad de ambos entierros,
se habían librado hasta entonces de los profanadores de tumbas que trafican con
bienes que son patrimonio nacional. De hecho, cuando uno visita los alrededores
de Lambayeque, no es difícil deducir que los pueblos que crecieron cerca de los
sitios arqueológicos eran nidos de huaqueros antes de ser lugares de tránsito,
de turismo o de comercio.
No deja de sorprender que la cultura
Mochica se hubiera desarrollado en una zona tan árida y desolada del territorio
peruano, donde ni siquiera había piedra para construir las pirámides. El viento
y el tiempo dieron cuenta de esos monumentos de adobe convirtiéndolos en promontorios
de tierra seca que solo la codicia de los huaqueros y la sabiduría de algunos
exploradores sabían distinguir.
Túcume |
"Cuando vine cruzando el bosque de
algarrobos aislados de cultura, pensé que estaba soñando. Nunca había visto
algo así antes... el más grande complejo de estructuras monumentales de adobe
en el nuevo mundo: 26 grandes pirámides y muchas otras menores agrupadas dentro
de un sitio sagrado de 500 acres. Me sentí literalmente de otro planeta, no había
nada como estas extrañas y colosales ruinas en nuestra propia y familiar
tierra". Así describió Túcume el explorador noruego Thor Heyerdahl,
muy conocido por su aventura en el Kon Tiki.
Se ha calculado que 130 millones de
ladrillos de adobe se emplearon para elevar la pirámide más alta en Túcume. Cada
ladrillo tenía el sello de su fabricante.
Pechera del Señor de Sipán |
La riqueza que ha sido rescatada del
olvido es magnífica. La ornamentación de estos grandes señores no vale por su
peso en metales preciosos sino por la complejidad y el simbolismo de su elaboración.
Cada entierro tiene capas sucesivas de objetos que denotan el grado de
importancia y de poder político del personaje. Cuando las tumbas fueron
descubiertas esas capas superpuestas habían cedido y con el tiempo se habían
confundido en un solo amasijo de objetos y fragmentos, pero la paciencia de los
especialistas ha permitido regresarles el esplendor que tenían originalmente, y
las explicaciones detalladas de cómo se procedió en el levantamiento y
reconstrucción de los entierros es sencillamente fabulosa. Más de 600 objetos
se encontraron en la tumba del señor de Sipán.
Los depredadores alrededor de estos
sitios arqueológicos lamentablemente abundan. Quizás los huaqueros son los más peligrosos porque buscan riqueza, pero hay
otros que simplemente buscan destrucción. En Túcume se ha creado un espacio
llamado Parque de las Rocas en triste recuerdo de autoridades que en 1983 no
tuvieron mejor idea que meter retroexcavadoras en el sitio arqueológico para
llevarse el material que necesitaban para reparar las calles y caminos
vecinales del poblado luego de una inundación.
Museo de sitio del Señor de Sipán |
Por todo ello, para proteger mejor los
objetos que ornamentaban los restos de los monarcas, la política de
preservación de las autoridades peruanas ha sido construir hermosos museos de
sitio donde todas las piezas fueron trasladadas, y donde se las puede apreciar
restauradas en todo su esplendor y en idéntica posición como fueron halladas.
Tanto el museo de sitio del Señor de Sipán
inaugurado en 2002 en Lambayeque (a 40 kilómetros de Huaca Rajada donde se
encontraron los restos) como el del señor de Túcume (que se encuentra en el
mismo sitio arqueológico), inaugurado en 2014, son magníficos por su contenido,
su arquitectura y su museografía.
Lo que queda en las huacas originales es muy poco, aunque aún se hacen esfuerzos para
estabilizar las estructuras de adobe y para continuar explorando nuevas vetas
de hallazgos. A diferencia de las culturas mayas o aztecas de Guatemala o
México, o las propias ruinas de origen incaico en Perú, donde las estructuras
de piedra son en sí mismas objeto de gran admiración, lo que queda de las pirámides
mochicas es poco impresionante para quienes no son arqueólogos o especialistas.
Los museos de sitio, por muy bellos que
sean, no dejan de ser museos, es decir espacios donde el tiempo se detiene y
los objetos se congelan fuera de su contexto original, pero no parece existir
una mejor opción. Uno esperaría, al menos, como se hace en otros países, que en
las excavaciones se coloquen reproducciones exactas de los entierros, para
situarlos mejor en su espacio original, pero ello no sucede.
Señor de Túcume |
A ello se suma la política absurda de
prohibir las fotografías (aún sin flash) dentro del museo de sitio del Señor de
Sipán, una medida que no tiene explicación lógica. En México, en todos los
museos, se puede tomar fotos sin restricciones, mientras no se use flash. En el
sitio del señor de Túcume son más flexibles y tomar fotografías no constituye
un delito.
A diferencia de otros países, es
imposible acercarse a las zonas en las que se están haciendo excavaciones, ni
siquiera para observar los trabajos desde una distancia prudente. Mallas
infranqueables delimitan un amplio perímetro y a veces se bloquea la totalidad
de la obra con planchas de metal o madera vigiladas por cuerpos privados de seguridad
contratados por las empresas que realizan las obras de consolidación (como sucede
con el templo de la Piedra Sagrada en Túcume), un trabajo que debería estar
reservado a arqueólogos de instituciones públicas o de institutos de
investigación.
A pesar de estos obstáculos y la manía
del secretismo, quizás proveniente del miedo a los huaqueros antiguos y
modernos, la visita de ambos sitios arqueológicos y de sus respectivos museos
es una experiencia única que permite reconstruir, al menos en el imaginario, la
grandeza de las culturas que pueblan nuestra América.
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Incluso
el pasado puede modificarse;
los
historiadores no paran de demostrarlo.
—Jean-Paul
Sartre
(Publicado en versión corta en Página Siete el 18 de diciembre 2016)