28 diciembre 2016

Dos señores ilustres

Siempre he pensado que a uno deberían enterrarlo con todo lo que acumula en la vida, para no dejarle ese lastre y responsabilidad (o privilegio inmerecido cuando se trata de herencias valiosas) a nadie. Por supuesto que la idea no es original: a los emperadores de China y a los faraones de Egipto, así como a los soberanos incas, mayas o aztecas los enterraban con sus joyas de oro y plata, con vasijas de comida para el más allá y con mucho más.

El Señor de Sipán
Es también el caso de los señores mochicas de Sipán y de Túcume (que tuve la suerte de visitar hace unas semanas en Lambayeque cuando me invitaron a dar unas conferencias en la Universidad Católica Santo Toribio de Mogrovejo, en Chiclayo), quienes fueron enterrados con todo eso y más: sus mujeres, sus servidores, sacerdotes y sacrificios ceremoniales (una llama decapitada).

Los hallazgos de Sipán y de Túcume son tan impresionantes como recientes. Aunque los sitios arqueológicos eran conocidos tanto por viajeros como “huaqueros” (ladrones de sitios rituales) desde hace más de un siglo no fue sino en 1987 que el arqueólogo Walter Alva descubrió los restos funerarios del gobernante mochica de Sipán y Alfredo Narváez hizo lo propio con la tumba del señor de Túcume, en 1990. Por la complejidad de ambos entierros, se habían librado hasta entonces de los profanadores de tumbas que trafican con bienes que son patrimonio nacional. De hecho, cuando uno visita los alrededores de Lambayeque, no es difícil deducir que los pueblos que crecieron cerca de los sitios arqueológicos eran nidos de huaqueros antes de ser lugares de tránsito, de turismo o de comercio.

No deja de sorprender que la cultura Mochica se hubiera desarrollado en una zona tan árida y desolada del territorio peruano, donde ni siquiera había piedra para construir las pirámides. El viento y el tiempo dieron cuenta de esos monumentos de adobe convirtiéndolos en promontorios de tierra seca que solo la codicia de los huaqueros y la sabiduría de algunos exploradores sabían distinguir.

Túcume
"Cuando vine cruzando el bosque de algarrobos aislados de cultura, pensé que estaba soñando. Nunca había visto algo así antes... el más grande complejo de estructuras monumentales de adobe en el nuevo mundo: 26 grandes pirámides y muchas otras menores agrupadas dentro de un sitio sagrado de 500 acres. Me sentí literalmente de otro planeta, no había nada como estas extrañas y colosales ruinas en nuestra propia y familiar tierra". Así describió Túcume el explorador noruego Thor Heyerdahl, muy conocido por su aventura en el Kon Tiki. 

Se ha calculado que 130 millones de ladrillos de adobe se emplearon para elevar la pirámide más alta en Túcume. Cada ladrillo tenía el sello de su fabricante.

Pechera del Señor de Sipán
La riqueza que ha sido rescatada del olvido es magnífica. La ornamentación de estos grandes señores no vale por su peso en metales preciosos sino por la complejidad y el simbolismo de su elaboración. Cada entierro tiene capas sucesivas de objetos que denotan el grado de importancia y de poder político del personaje. Cuando las tumbas fueron descubiertas esas capas superpuestas habían cedido y con el tiempo se habían confundido en un solo amasijo de objetos y fragmentos, pero la paciencia de los especialistas ha permitido regresarles el esplendor que tenían originalmente, y las explicaciones detalladas de cómo se procedió en el levantamiento y reconstrucción de los entierros es sencillamente fabulosa. Más de 600 objetos se encontraron en la tumba del señor de Sipán.

Los depredadores alrededor de estos sitios arqueológicos lamentablemente abundan. Quizás los huaqueros son los más peligrosos porque buscan riqueza, pero hay otros que simplemente buscan destrucción. En Túcume se ha creado un espacio llamado Parque de las Rocas en triste recuerdo de autoridades que en 1983 no tuvieron mejor idea que meter retroexcavadoras en el sitio arqueológico para llevarse el material que necesitaban para reparar las calles y caminos vecinales del poblado luego de una inundación.

Museo de sitio del Señor de Sipán
Por todo ello, para proteger mejor los objetos que ornamentaban los restos de los monarcas, la política de preservación de las autoridades peruanas ha sido construir hermosos museos de sitio donde todas las piezas fueron trasladadas, y donde se las puede apreciar restauradas en todo su esplendor y en idéntica posición como fueron halladas.

Tanto el museo de sitio del Señor de Sipán inaugurado en 2002 en Lambayeque (a 40 kilómetros de Huaca Rajada donde se encontraron los restos) como el del señor de Túcume (que se encuentra en el mismo sitio arqueológico), inaugurado en 2014, son magníficos por su contenido, su arquitectura y su museografía.

Lo que queda en las huacas originales es muy poco, aunque aún se hacen esfuerzos para estabilizar las estructuras de adobe y para continuar explorando nuevas vetas de hallazgos. A diferencia de las culturas mayas o aztecas de Guatemala o México, o las propias ruinas de origen incaico en Perú, donde las estructuras de piedra son en sí mismas objeto de gran admiración, lo que queda de las pirámides mochicas es poco impresionante para quienes no son arqueólogos o especialistas.
 
En la Huaca las Balsas
Los museos de sitio, por muy bellos que sean, no dejan de ser museos, es decir espacios donde el tiempo se detiene y los objetos se congelan fuera de su contexto original, pero no parece existir una mejor opción. Uno esperaría, al menos, como se hace en otros países, que en las excavaciones se coloquen reproducciones exactas de los entierros, para situarlos mejor en su espacio original, pero ello no sucede.

Señor de Túcume
A ello se suma la política absurda de prohibir las fotografías (aún sin flash) dentro del museo de sitio del Señor de Sipán, una medida que no tiene explicación lógica. En México, en todos los museos, se puede tomar fotos sin restricciones, mientras no se use flash. En el sitio del señor de Túcume son más flexibles y tomar fotografías no constituye un delito.

A diferencia de otros países, es imposible acercarse a las zonas en las que se están haciendo excavaciones, ni siquiera para observar los trabajos desde una distancia prudente. Mallas infranqueables delimitan un amplio perímetro y a veces se bloquea la totalidad de la obra con planchas de metal o madera vigiladas por cuerpos privados de seguridad contratados por las empresas que realizan las obras de consolidación (como sucede con el templo de la Piedra Sagrada en Túcume), un trabajo que debería estar reservado a arqueólogos de instituciones públicas o de institutos de investigación.

A pesar de estos obstáculos y la manía del secretismo, quizás proveniente del miedo a los huaqueros antiguos y modernos, la visita de ambos sitios arqueológicos y de sus respectivos museos es una experiencia única que permite reconstruir, al menos en el imaginario, la grandeza de las culturas que pueblan nuestra América.  
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Incluso el pasado puede modificarse;
los historiadores no paran de demostrarlo.
—Jean-Paul Sartre

(Publicado en versión corta en Página Siete el 18 de diciembre 2016)