Este es un libro generoso pero no
obsequioso. Es un libro consecuente pero no obsecuente. Es un libro que
entrega, comparte, establece diálogos y redes. Es un libro que difunde, pero
sobre todo infunde. Es decir, causa, provoca, engendra y comunica.
Está escrito con modestia y con humildad,
aunque viene de un autor con una trayectoria literaria bien nutrida y de una
experiencia de vida que enriquece cada una de sus palabras. Carlos Hugo Molina es
un hombre que ha vivido intensamente su vida pública y su vida privada, y en ambas se ha dado completo,
con fuerza y con una dignidad que nos honra a todos.
En Con
nombre y apellido nos convoca colectivamente, no solamente para atraparnos
en los pliegos de papel, sino para transparentar los puentes, las conexiones,
el tejido multicolor de relaciones que nos hacen parte de un todo territorial del
que a veces no somos plenamente conscientes. Un todo nacional que, en sus
palabras, reduce las fronteras culturales entre el oriente y occidente de
Bolivia, y un todo regional latinoamericano que nos coloca en un mundo más
amplio.
A través de 69 perfiles de personas y de
otros textos que permiten tejer relaciones entre ellas y con la historia de
Bolivia, Carlos Hugo se convierte en un cronista amoroso, que escribe sobre un
país que ama y recorre a través de 27 escenarios.
Cada quien encontrará en el libro los
escenarios que prefiere y los personajes con los que siente mayor cercanía.
Encontrará también a aquellos con los que está en desacuerdo, y eso es bueno
cuando de provocaciones y diálogos se trata.
A mí me interesaron de manera natural los
escenarios de la Revolución Nacional (que viví a través de mi padre), y los escenarios
más cercanos que tienen que ver con el periodo histórico que vivimos
actualmente, pero también con temas que tocan de manera particular mi
sensibilidad, como es el medio ambiente y el planeta en riesgo, el TIPNIS, el
reencuentro de Bolivia con Santa Cruz, y las redes virtuales, entre otros.
Pero sobre todo disfruté los perfiles de
quienes quiero entrañablemente y también de quienes conozco poco pero que el
libro de Carlos Hugo me permite conocer un poco más, ya sea para apreciarlos en
su justa dimensión o para confirmar mis propias impresiones sobre ellos.
Entre los que quiero entrañablemente
destaca Líber Forti, a quien me unía una amistad de esas que nada puede mellar,
ni siquiera la muerte. Es uno de los perfiles más breves del libro, pero
destaca tres palabras que definen a Líber de cuerpo entero: la ternura, la
lucidez y la amistad.
Con dolor y ternura escribe Carlos Hugo sobre
Luciana y con orgullo y ternura de padre amoroso escribe sobre Sebastián, a quien
conocí como poeta antes que como gestor cultural y emprendedor. De hecho, con
Sebastián conversé la última vez en la anterior Feria del Libro, en 2015.
Siento la misma mezcla de cariño y
respeto intelectual que Carlos Hugo siente por amigos comunes de incuestionable
integridad ética como Lupe Cajías, Filemón Escobar, Matilde Casazola, Carlos
Toranzo, Marcelo Quiroga, Marcial Fabricano, Javier Torrez Goitia, Waki Cajías,
Ana María Romero y Julio Terrazas. Y siento curiosidad a partir de la lectura
de este libro, por conocer a otros personajes que Carlos Hugo valora.
Cada escenario comienza con una breve
descripción poética, histórica o filosófica que ayuda al lector a situarse
junto a los personajes representativos y a los periodos descritos. En la
diversidad de textos que nos presenta el libro, hay algunos que no tienen otra
pretensión que la de describir, pero otros que son el resultado de momentos de
intensa inspiración que exuda el lenguaje con riqueza y pasión.
Hay algo de arbitrario en las relaciones
que Carlos Hugo establece entre escenarios y personajes, que no siempre
corresponden a los temas tratados, pero es la libertad que ejerce el autor de
organizar su obra como mejor le parece.
Por el tratamiento muy personal que hace
de los escenarios y de los personajes, no es un libro para estar de acuerdo
todo el tiempo. A lo largo de su lectura
uno encuentra temas y opiniones que provocan distancia o desacuerdo, pero de
eso se trata: el autor provoca y convoca al diálogo.
Por ejemplo, la afirmación en forma de
pregunta de que el gobierno de la revolución nacional instaurado en 1952 no
aportó nada a Santa Cruz es un contrasentido histórico porque en otras
ocasiones el mismo Carlos Hugo ha destacado la importancia de la política de
integración nacional y de diversificación económica impulsada por el MNR con
los recursos que en esa época se podían conseguir. Como en todo inicio de
investigación, formular las preguntas y las hipótesis es importante, pero el
desafío es responderlas y ratificarlas.
Los escenarios culturales en este libro
son de especial importancia, sobre todo cuando el autor procura rescatar
personajes de la cultura cruceña que no han trascendido en justa medida.
Al principio, al leer el índice, yo no estaba
seguro si debía sentirme honrado de haber sido incluido en el escenario 16
titulado “De reinas y carnavales”, pero luego de ver cuán bien acompañado
estaba en esa sección, sentí a pesar del título, que estaba en la comparsa
adecuada.
Algunos dirán que faltan muchos
personajes, pero este libro no es una guía telefónica, ni un catálogo, sino un
relato de los encuentros de Carlos Hugo, a veces fugaces pero suyos. Es su
mirada, y en esa mirada personal radica el valor testimonial del libro.
En síntesis, el libro de Carlos Hugo es
un rompecabezas, un modelo para armar con piezas de diferentes tonalidades que
terminan armando un arcoíris, o si prefieren algunos, una wiphala multicolor de
nuestra cultura, historia y sociedad.
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La
patria no es la tierra. Sin embargo, los hombres que la tierra nutre son la
patria.
—Tagore