Devoré como si fuese una novela de
aventuras el libro Propiedad colectiva de
la tierra y producción agrícola capitalista – El caso de la quinua en el
altiplano sur de Bolivia (2013) de Enrique Ormachea S. y Nilton Ramírez F.,
producto de una investigación desarrollada por el Centro de Estudios para el
Desarrollo laboral y Agrario (CEDLA).
La portada del libro es emblemática: una
foto de los dos principales jerarcas del país montados sobre un tractor y
rodeados de campesinos con whipalas.
La tesis del libro pone esa llamativa portada en contexto: la realidad de la
producción mecanizada y maquinizada de la quinua en el altiplano sur del país,
contradice frontalmente el discurso oficialista de que Bolivia está en el
camino de una agricultura que sabiamente es capaz de combinar los modos
tradicionales de producción con formas de “capitalismo andino”.
Con abundancia de datos duros, tablas
comparativas y un análisis altamente especializado desde la perspectiva
económica, los autores hacen añicos el discurso del vicepresidente García
Linera y demuestran que lo que está sucediendo durante la última década en el
altiplano sur es capitalismo puro y duro. Un capitalismo avasallador que está
extinguiendo las formas colectivas del trabajo de la tierra.
Hermosa foto de Marcelo Chacón Aracena |
El
cultivo de la quinua o quinoa en el altiplano de Bolivia se mantuvo sin cambios
a lo largo de varios siglos, hasta la década de 1970. El cereal crecía en las
laderas de cerros por encima de los cuatro mil metros de altitud, no tenía
valor de intercambio comercial pero era fundamental en la dieta alimenticia de
las familias que lo cultivaban para su autoconsumo mientras complementaban esa
dieta con ganado bovino, ovino y camélidos.
El
régimen de la tierra después de la reforma agraria de 1953, reconocía la
propiedad proindiviso o propiedad colectiva de las tierras comunales. Las
tierras en lugares planos del altiplano se usaban para el pastoreo, mientras
que las tierras en las laderas y pendientes se usaban para el cultivo de quinua
en pequeñas parcelas familiares destinadas al autoconsumo.
La
siembra y la cosecha se realizaban manualmente y según los usos y costumbres se
practicaba el ayni, una forma
ancestral de colaboración intracomunitaria. Las parcelas familiares se
trabajaban cuidando el medio ambiente mediante un sistema de rotación
denominado aynoqa, que consistía en
el manejo colectivo de la tierra de manera que cada cierto tiempo descansara
para reponer su calidad nutriente. Existía un conocimiento basado en la
experiencia de muchas generaciones que permitía armonizar la agricultura de
subsistencia con la ganadería que servía para el comercio.
De
manera similar se administraba colectivamente las tierras comunales destinadas
al pastoreo. La modalidad de uso conocida como arkata permitía mediante rotación la regeneración de la vegetación
destinada al pastoreo.
En la
medida en que no existía una presión sobre la propiedad de la tierra porque no
se había instaurado un sistema mercantilista en las zonas tradicionales
productoras de quinua, no había conflictos sociales intracomunitarios. Todo se
resolvía mediante diálogo y había suficiente tierra para que todos pudieran
vivir dignamente.
“Cuando las parcelas estaban en descanso
eran de pastoreo para todos. Había un equilibrio en la distribución de las
tierras y había cabildos que eran reuniones grandes de las comunidades donde
todos estaban, y con el consentimiento de las familias se otorgaba el
aprovechamiento de una parcela, pero siempre preservando que tenía que haber áreas
de cultivo consensuadas por la comunidad y áreas de pastoreo. Todavía se ha
mantenido vigente eso hasta finales de los noventa”, dice Amado Bautista,
miembro del Centro INTI, entrevistado por los autores del libro.
Esa situación cambió radicalmente en
apenas diez años con el proceso de mercantilización de la quinua y el aumento
del precio internacional del grano, que transformó radicalmente las formas de
cultivo, las relaciones sociales comunales, la propiedad de la tierra y el
consumo familiar del grano.
“Como dice bien el tata Demetrio, había
quillas , las apachetas , los lugares sagrados, lugares donde no tenías que
pisar, donde no tenías que dormir y los cerros, y la autoridad era la
autoridad, y con el tiempo eso se ha ido denigrando hasta el extremo de que
para volver a lo anterior tenemos que escribir las normas. Antes había trabajos
comunales. Se decía algo y toditos iban como soldados, ni siquiera había que
llamarles. Ya sabían a qué hora tenían que trabajar. Ni bien salía el sol ya
estaban ahí. Actualmente hay que rogar a los comunarios para que vayan a
trabajar a la faena; antes había más respeto mutuo y compañerismo, ahora se
está perdiendo eso”, afirma Oscar Villca, productor Salinas de Garci Mendoza,
en un conversatorio sobre la quinua, organizado por el Centro de Estudios para
el Desarrollo Laboral y Agrario (Cedla).
Las
tierras comunales antes dedicadas al pastoreo han sido invadidas por tractores
que pertenecen a los ricos de la comunidad, que en muchos casos ni siquiera
viven allí. Las llamas y ovejas se extinguen, las tierras se agotan por la
sobreexplotación y la falta de guano, y las relaciones tradicionales de poder
en la comunidad se debilitan porque los nuevos ricos compran con donaciones su
derecho a hacer lo que les viene en gana.
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El
desarrollo del capitalismo en la agricultura de la quinua implica la progresiva
eliminación
de todos los vestigios del comunismo primitivo en estas comunidades.
—Enrique Ormachea S. y Nilton Ramírez F.