22 julio 2016

Cada 150 años…

Nunca confié en Evo Morales. Antes de que el líder cocalero asumiera por primera vez las varias presidencias que ha acaparado con la Constitución o sin ella, escribí manifestando mi escepticismo hacia un personaje que no me parecía transparente. Las confidencias de amigos masistas que en ese entonces lo rodeaban, confirmaron que era un personaje esquivo e impredecible.

Siempre me pareció una persona taimada, dispuesta a dar el zarpazo sin medir las consecuencias, alguien que piensa sobre todo en sí mismo antes que en los demás, contrariamente a lo que proclama, porque ya se sabe: quien proclama demasiado esas cualidades es porque no las practica. Aquel que está realmente al servicio de los demás no necesita decirlo, se nota.

Nunca me gustó su doble juego cuando era opositor en las calles y en el congreso. A ningún gobierno le dio ni un mes de respiro, y ahora dice que diez años no son suficientes. Uno de sus colaboradores próximos, ya fallecido, me decía que no se podía confiar en su palabra: acordaba una cosa y una hora más tarde salía públicamente a negarlo.

Es sagaz, astuto y enfermo de egolatría y megalomanía. Nada de eso lo hace un ser humano dotado de valores. Astutos y oportunistas hay muchos, pero no todos lleguen a la presidencia vendiendo una imagen de lo que no son: respetuosos de la madre tierra, de los derechos humanos, de los indígenas, de los recursos naturales, etc. Puro discurso.

Entonces, cuando una de sus colaboradoras más serviles y ambiciosas dice que un líder como Morales nace cada 150 años, uno tiende a estar de acuerdo con ella, pero por razones opuestas, añadiendo las características personales señaladas anteriormente, que me hacen pensar en los excesos y la soberbia de Melgarejo, ni siquiera en Barrientos que por comparación era un niño de pecho.

¿Cuáles son las cualidades que lo han convertido a ojos de sus acólitos en una especie de semidiós? Su autoritarismo, su verticalismo, su soberbia, su megalomanía, su manía persecutoria… y por supuesto su “dejar hacer” y hacerse el que “no sabe”, lo que ha permitido que muchos se enriquezcan usando su efímero poder en el tráfico de influencias, contratos directos sin licitación ni estudios previos, prebendalismo generalizado, y todo lo que sabemos.

¿Qué méritos se le atribuyen en su accionar político? Reconozco su capacidad de acomodarse de manera oportuna, de cambiar de posición cuando se da cuenta de que no puede seguir empecinado en alguna de sus posturas.  Es como Marx, pero como Groucho: “Estos son mis principios, pero si no le gustan tengo otros”.

Por ejemplo, en el tema de las autonomías.  Durante años se opuso a ellas de manera acérrima y se enfrentó a los departamentos. No tenía pisada en Santa Cruz ni en Chuquisaca ni el Beni. De pronto se convirtió en campeón de la autonomía y se metió en el bolsillo a quienes antes decían, como Percy Fernández con su acento camba: “A ejte hay que bajarlo”.

Algo parecido sucedió con el gran triunfo de la demanda marítima. En los tres primeros años, en su discurso en la Asamblea General de Naciones Unidas ni siquiera mencionó la reivindicación marítima. Durante ocho años se hizo dar “atole con el dedo” por los chilenos en negociaciones bilaterales hasta que era evidente que de ese limón no iba a salir ni una gota. Y entonces recuperó con astucia las propuestas de otros para sentar una demanda en La Haya.

Hay otros ejemplos de cómo en sus diez años de gobierno y en los diez años previos de opositor dio giros y volteretas políticas para adecuarse a los nuevos vientos: de nacionalizador a neoliberal, de defensor de los derechos humanos a represor, de sindicalista a corruptor de sindicatos, de anti-autonómico a campeón de autonomías…

Pero si vemos los rasgos que hacen de un líder un hombre excepcional, no encontramos ninguno.  No es hombre honesto, no es un líder que pregone con el ejemplo, no es alguien que destaque por su inteligencia o por la articulación de sus ideas. De lo que realmente piensa conocemos tan poco como de Kim Il-sung. Solo sobresale su imagen engalanada y cubierta de adulación.

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Cuando se tiene cierta moral de combate, de poder,
hace falta muy poco para dejarse llevar,
para pasar a la embriaguez, al exceso.
Marguerite Duras


  (Publicado en Página Siete el sábado 16 de julio 2016)