Nunca confié en Evo Morales. Antes de que
el líder cocalero asumiera por primera vez las varias presidencias que ha
acaparado con la Constitución o sin ella, escribí manifestando mi escepticismo hacia
un personaje que no me parecía transparente. Las confidencias de amigos
masistas que en ese entonces lo rodeaban, confirmaron que era un personaje
esquivo e impredecible.
Siempre me pareció una persona taimada,
dispuesta a dar el zarpazo sin medir las consecuencias, alguien que piensa
sobre todo en sí mismo antes que en los demás, contrariamente a lo que proclama,
porque ya se sabe: quien proclama demasiado esas cualidades es porque no las
practica. Aquel que está realmente al servicio de los demás no necesita decirlo,
se nota.
Nunca me gustó su doble juego cuando era
opositor en las calles y en el congreso. A ningún gobierno le dio ni un mes de
respiro, y ahora dice que diez años no son suficientes. Uno de sus
colaboradores próximos, ya fallecido, me decía que no se podía confiar en su
palabra: acordaba una cosa y una hora más tarde salía públicamente a negarlo.
Es sagaz, astuto y enfermo de egolatría y
megalomanía. Nada de eso lo hace un ser humano dotado de valores. Astutos y
oportunistas hay muchos, pero no todos lleguen a la presidencia vendiendo una
imagen de lo que no son: respetuosos de la madre tierra, de los derechos
humanos, de los indígenas, de los recursos naturales, etc. Puro discurso.
Entonces, cuando una de sus colaboradoras
más serviles y ambiciosas dice que un líder como Morales nace cada 150 años, uno
tiende a estar de acuerdo con ella, pero por razones opuestas, añadiendo las
características personales señaladas anteriormente, que me hacen pensar en los
excesos y la soberbia de Melgarejo, ni siquiera en Barrientos que por
comparación era un niño de pecho.
¿Cuáles son las cualidades que lo han
convertido a ojos de sus acólitos en una especie de semidiós? Su autoritarismo,
su verticalismo, su soberbia, su megalomanía, su manía persecutoria… y por
supuesto su “dejar hacer” y hacerse el que “no sabe”, lo que ha permitido que
muchos se enriquezcan usando su efímero poder en el tráfico de influencias,
contratos directos sin licitación ni estudios previos, prebendalismo
generalizado, y todo lo que sabemos.
¿Qué méritos se le atribuyen en su
accionar político? Reconozco su capacidad de acomodarse de manera oportuna,
de cambiar de posición cuando se da cuenta de que no puede seguir empecinado en
alguna de sus posturas. Es como Marx,
pero como Groucho: “Estos son mis principios, pero si no le gustan tengo
otros”.
Por ejemplo, en el tema de las
autonomías. Durante años se opuso a
ellas de manera acérrima y se enfrentó a los departamentos. No tenía pisada en
Santa Cruz ni en Chuquisaca ni el Beni. De pronto se convirtió en campeón de la
autonomía y se metió en el bolsillo a quienes antes decían, como Percy Fernández
con su acento camba: “A ejte hay que
bajarlo”.
Algo parecido sucedió con el gran triunfo
de la demanda marítima. En los tres primeros años, en su discurso en la
Asamblea General de Naciones Unidas ni siquiera mencionó la reivindicación
marítima. Durante ocho años se hizo dar “atole con el dedo” por los chilenos en
negociaciones bilaterales hasta que era evidente que de ese limón no iba a
salir ni una gota. Y entonces recuperó con astucia las propuestas de otros para
sentar una demanda en La Haya.
Hay otros ejemplos de cómo en sus diez
años de gobierno y en los diez años previos de opositor dio giros y volteretas políticas
para adecuarse a los nuevos vientos: de nacionalizador a neoliberal, de
defensor de los derechos humanos a represor, de sindicalista a corruptor de
sindicatos, de anti-autonómico a campeón de autonomías…
Pero si vemos los rasgos que hacen de un
líder un hombre excepcional, no encontramos ninguno. No es hombre honesto, no es un líder que
pregone con el ejemplo, no es alguien que destaque por su inteligencia o por la
articulación de sus ideas. De lo que realmente piensa conocemos tan poco como
de Kim Il-sung. Solo sobresale su imagen engalanada y cubierta de adulación.
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Cuando se tiene cierta
moral de combate, de poder,
hace falta muy poco para
dejarse llevar,
para pasar a la
embriaguez, al exceso.
—Marguerite Duras
(Publicado en Página Siete el sábado 16 de julio 2016)