Nadie es profeta en su tierra, pero en el caso de personalidades del tamaño de Carlos Fuentes, los aleteos desesperados del ninguneo y de la diatriba quedan anulados frente a la solidez de una obra monumental. Es cierto que algunos en México no quieren a su más grande escritor vivo, y tratan de descalificarlo por su posición política, pero los nombres de esos adversarios no resistirán al tiempo; en cambio su obra ya está en la historia.
Me tocó participar, como enviado de la DPA a una rueda de prensa y sesión de firma de libros en la emblemática Librería Gandhi de México. Mientras los periodistas nos reuníamos con Fuentes, más de 500 personas aguardaban su turno para ingresar al auditorio, en su mayoría jóvenes lectores que no vivieron como nosotros la época del “boom” de la literatura latinoamericana, pero reconocen al escritor más importante de México, eterno candidato al Premio Nóbel de Literatura, aunque ningún periodista tocó el tema.
“Hay más periodistas que lectores” comentaba con sorna Carlos Fuentes sin saber que sus lectores aguardaban afuera, en una larga fila que rodeaba la librería y se perdía en la oscuridad de las calles empedradas de Chimalistac.
Las cámaras de televisión y los flashes de fotografía arrinconaban al autor de “La región más transparente”, pero durante la rueda de prensa la mayoría de las preguntas de los reporteros abordaba temas políticos: el narcotráfico, el gobierno del PAN, la corrupción, la violencia. Poco sobre literatura, pues se cree que toda personalidad pública tiene la obligación de posicionarse políticamente.
“¿Puedo hacerle una pregunta sobre literatura”?- traté de captar su atención. “Hay escritores que escriben libros y los publican, y otros escritores que escriben con un plan para desarrollar una obra completa. Usted es de estos últimos. ¿Cuándo concluye ese plan?” No dudó un segundo: “En la muerte. Espero escribir hasta el final, no tengo otra cosa que hacer. Una obra no se completa nunca. Balzac no completó la suya, por qué la voy a completar yo. Siempre se quedan cosas en el tintero”.
La pregunta trillada de un reportero no se deja esperar, cuando menciona que “los libros son como los hijos” y le pide que mencione su obra preferida. “No puedo, porque todos son iguales para mi. Algunos son tuertos, otros son altos, otros son bajitos… no importa porque todos son mis hijos, los quiero a todos”.
Fuentes vive y escribe en Londres, y pasa solamente una parte de su tiempo en México. “¿Se siente un hombre moderno?”, le pregunta una periodista española, a lo que responde: “Me siento antiquísimo, me siento del imperio romano”.
¿Sobrevivirá el libro? ¿Cómo siente a los mexicanos jóvenes? ¿Qué opina de la carrera presidencial? ¿Cuál es su diagnóstico de la política mexicana? ¿Habrá una tercera guerra mundial? Las preguntas fluyen una tras otra, algunas las ha escuchado miles de veces. ¿Cuál es su próxima obra, qué está escribiendo ahora? “De eso no hablo, porque sino no lo hago”.
Cuando las preguntas comienzan a repetirse Fuentes se impacienta y pide que dejen entrar a los lectores, pero antes, los periodistas también tienen libros para su firma. Le extendí un ejemplar de “Todas las familias felices”, ese extraño libro de relatos sobre personajes que incluye “coros” escritos como poemas.
“¿Para quién? –me pregunta. “Para Bolivia” –respondo. A su lado una representante de la Editorial Santillana comenta: “¿Para todo el país…?” mientras Fuentes dibuja una mapa de América del Sur y ubica exactamente a Bolivia en el corazón del continente. “¿Le gusta mi mapa?”, me dice al devolverme el libro.
Minutos antes le pregunté si su amor por el cine, compartido con García Márquez, había influenciado su narrativa: “¿No ha sentido la falta de la imagen al escribir? ¿Es suficiente la metáfora poética de la escritura?”
Respondió taxativamente: “Me gusta mucho el cine, conozco bien la época de la década de 1930 a 1950, pero pienso que la literatura se basta a sí misma; la imagen literaria es más poderosa que la del cine, porque le permite al lector imaginar, en tanto que en el cine el espectador está condenado a ver lo que está en la pantalla”. Y agrega: “Salvo un director como Buñuel que pone actores mirando fuera de la pantalla. Es decir, hay un mundo fuera de la pantalla”.
Cuando entraron sus lectores firmó durante tres horas no menos de mil libros; cada quien llevaba dos o tres ejemplares. Una mujer llegó con una docena de primeras ediciones, de esas que aún conservo en mis bibliotecas dispersas o encajonadas.