Pocho Alvarez y Alfonso Gumucio |
Recordó por ejemplo que ambos fuimos miembros del jurado internacional de documental convocado por el ICRT que en ese tiempo dirigía Manelo, y que declaramos desierto el primer premio, lo cual no gustó a los amigos cubanos.
A mi turno recordé que aquel festival me quedó grabado como el mejor de todos a los que asistí en Cuba, ya que ese año el Gran Coral premió ex aequo dos grandes películas: “Frida” de Paul Leduc y “Tangos, el exilio de Gardel” de Fernando Solanas. Fue el festival en que la generosidad cubana permitió que centenares de cineastas, productores, actores, directores de revistas y críticos de cine, nos reuniéramos en una verdadera fiesta de la creatividad latinoamericana. En la clausura escuchamos de pie a Fidel, que habló de cine durante cinco horas, con conocimiento de causa y sin aburrirnos.
Pocho no ha parado de hacer cine, como lo prueban algunos de los documentales que me regaló. Y lo ha hecho “por amor al arte” casi sin recursos, invirtiendo su tiempo y compromiso social en cada proyecto. No es un cineasta que viva de su cine, sino uno que hace vivir al cine documental testimonial. A diferencia de muchos otros cineastas preocupados por el “mercado” y celosos de la circulación de copias de sus películas, Pocho invita a “piratear” su propia obra, a veces de manera explícita: “La reproducción y distribución de este documental en su totalidad es un deber ciudadano”.
Su más reciente obra es “Jorgenrique” (2010 - 118 min) un hermoso testimonio del poeta Jorge Enrique Adoum (fallecido en julio del 2009), a quien entrevistó junto a su hija Alejandra durante varios meses (febrero a mayo del 2007). Este extracto de las 40 horas grabadas constituye un legado extraordinario para el Ecuador, de su poeta más importante, quien habla con tanta sabiduría como modestia del “camino maldito de la literatura” (pero también dice que “la poesía es el nivel más alto de la humanidad”), y rememora desde su linaje libanés y su infancia en el Ambato de 1926, hasta su visión crítica más actualizada del país, pasando por etapas importantes que le tocó vivir, ya sea muy joven en Chile como secretario privado de Neruda, como funcionario internacional en China o Japón, o como poeta en el exilio en el París que alumbró la revolución de los jóvenes en Mayo de 1968. Allí lo conocí yo a principios de los 1970s.
Como Pocho Álvarez es un poeta de la imagen, el tema le vino como anillo al dedo, pues no hay nada mejor que tratar la poesía con poesía. La fotografía es cuidadosa, límpida (aunque se notan las texturas diferentes del proceso de filmación y el enflaquecimiento del personaje), y la edición es precisa e ingeniosa, con el leit motiv de las teclas de una antigua máquina de escribir Remington Rand que permite rescatar del discurso o de los poemas algunas palabras clave.
Todo ello sembrado de fotografías de las épocas aludidas, tanto de espacios urbanos como de personajes que han sido importantes en la vida de Jorgenrique (Neruda, Gallegos Lara, César Dávila Andrade o Guayasamín), incluyendo por supuesto a Nicole, su compañera hasta el final de la vida, y Alejandra, la hija, pivote de este testimonio.
“A cielo abierto – derechos minados” (2009 – 78 minutos) es un extraordinario y emotivo testimonio de las comunidades que en Ecuador resisten pacíficamente pero a riesgo de sus vidas a la penetración de compañías mineras. “El agua vale más que el oro, vale más que el cobre”, esgrimen quienes se oponen a los proyectos extractivos. Se enfrentan con palos y piedras a paramilitares y militares enviados por las empresas mineras y por el gobierno que a pesar de su discurso de “revolución ciudadana”, es cómplice y reprime a quienes se ponen.
Además de violar la propia Constitución Política del Estado que promovió, el gobierno de Correa aprueba sin debate ciudadano una “Ley de Minería” que favorece a las grandes empresas, sin respeto por el medio ambiente ni por los derechos de las comunidades afectadas. El propio Alberto Acosta, ex Presidente de la Asamblea Constituyente, afirma que la participación en el debate fue un “sainete”, y que se está “instaurando un esquema autoritario”.
Álvarez ha hecho un seguimiento minucioso de las luchas de resistencia, revelando la fuerza de dirigentes locales muy lúcidos y comprometidos con sus pueblos. La cámara establece una relación solidaria con la gente y de enamoramiento con la naturaleza amenazada.
En “Tóxico Texaco Tóxico” (2007 - 35 minutos) Pocho se une al Frente de Defensa de la Amazonía para denunciar y apoyar el juicio que durante 14 años se lleva adelante en contra de la empresa petrolera Texaco, responsable de uno de los grandes desastres ecológicos de América del Sur, al haber contaminado durante casi 30 años las tierras y los ríos de la amazonía ecuatoriana, en el norte del país. La codicia de las empresas y de los gobiernos de turno durante las “fiebre del oro negro” dejó sin protección a comunidades indígenas que entre 1964 y 1992 padecieron enfermedades y pobreza por causa del desastre ambiental.
La tierra “agria” contaminada por 18 mil millones de galones de aguas tóxicas, cubierta por una capa espesa y pegajosa de petróleo, y las piscinas de desechos que la Texaco construyó y nunca limpió, dejaron inermes a los indígenas cofanes y de otras comunidades de la zona cercana a la frontera colombiana. Como un monumento fatídico a la indiferencia y prepotencia de la empresa petrolera, quedan todavía los “mecheros” que queman indefinidamente el gas superficial.
Más de 177 mil páginas tienen los legajos del proceso a la Texaco, sin que se haya hecho justicia. Pero Pocho Álvarez preserva la memoria de esa lucha y registra con una cámara amiga los rostros y las voces de quienes padecen y luchan.
“Forajido – El legado de abril” (2005 - 24 minutos), muestra las manifestaciones del pueblo de Quito que acabaron con el régimen autoritario del Coronel Lucio (“Sucio”) Gutierrez. Al grito de “que se vayan todos” los quiteños le pusieron fin a una clase política corrupta que durante 25 años usufructuó del poder. “Yo también soy forajido” gritan jóvenes y viejos, amas de casa y monjas en la calle, emulando a quienes en mayo de 1968 en París gritaban “yo también soy judío-alemán” (en alusión a Daniel Cohn-Bendit).
Sin otro comentario que algunos intertítulos poéticos aludiendo a las “lunas” de los cambios sociales, este documental en blanco y negro empieza como un testimonio nocturno que poco a poco muestra destellos de color en la medida en que las esperanzas reunidas en los espacios públicos se expresan con manojos de flores o banderas al viento. Queda para la memoria como un ejemplo de cómo se castiga a los dirigentes cuya arrogancia en el poder les hace dar la espalda a los pueblos.