07 mayo 2010

Cine mudo bajo el volcán

Solía decir Henri Langlois, el celoso dragón que cuidaba el acervo de la Cinemathéque Française, que para reconocer una buena película prefería verla sin sonido. Es una buena manera de homenajear al cine mudo, donde la imagen tiene que decirlo todo, sin mayores artificios.

Volví a mi oficio de historiador de cine a fines de abril, cuando participé en Ciudad de México como ponente en el “Coloquio Internacional de Cine Mudo en Iberoamérica: naciones, narraciones, centenarios”, invitado por David Wood, investigador del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM y por Aurelio de los Reyes, el más importante historiador del cine mudo mexicano.

El cine mudo es en esencia cine pionero, es el cine primigenio, la semilla y su eclosión original, es el nacimiento de un nuevo arte, el séptimo, cuando pudo ser apenas un espectáculo más entre muchos. Sin duda, es la etapa más fascinante de la historia del cine mundial, cuando el cine era uno solo y empezó, poco a poco, a mostrar tendencias y diferencias, a la par que rápidos progresos técnicos. Todo estaba por descubrirse entonces, y todo se hacía con las manos, de la manera más artesanal, desde la vuelta de la manivela para avanzar la película, hasta el revelado en una tina de baño.

De eso, en parte, hablé en mi ponencia “Cine mudo y cine silenciado: la obra de Velasco Maidana”, en la que me referí a las tres primeras décadas del cine mudo en Bolivia, a sus pioneros y principales películas, como un adelanto de la biografía de José María Velasco Maidana que estoy escribiendo. 

Un tema central en mi texto, así como en el que presentó Aurelio de los Reyes sobre el cine documental mexicano después de la Revolución, es el papel de la censura. Puede parecer increíble, pero en ambos países –y sin duda en muchos otros- mientras las cinematografías nacionales luchaban por desarrollarse, la censura se aplicaba con saña sobre los pioneros cineastas. Siempre, la intolerancia, la ignorancia y la incomprensión han caracterizado a los enemigos de las culturas. Ayer como hoy.

No pudo llegar, de París, Paulo Antonio Paranagua, ni otros invitados europeos, porque la nube de ceniza del volcán islandés Eyjafjalla (suena a trabalenguas), impidió que tomaran sus vuelos a México. Pero en cambio volví a encontrar a colegas que no veía hace casi tres décadas y conocer a otros nuevos. Entre los de antes, el maestro Manuel González Casanova -quien publicó mi “Historia del Cine Boliviano” en 1983, cuando era Director de la Filmoteca de la UNAM-  y colegas que trabajaron allí, como Fernando Osorio o Eduardo de la Vega Alfaro.


Entre los nuevos, la historiadora del cine peruano Violeta Núñez Gorriti, el portorriqueño Paul A. Schroeder Rodríguez especialista en cine latinoamericano, y los mexicanos Ángel Miquel, Álvaro Vázquez Mantecón, Juan Solis y Ángel Martínez, todos ellos acuciosos estudiosos del cine.

Me dijo Aurelio de los Reyes, que cuando él y yo hacíamos nuestras investigaciones sobre la historia del cine -él desde los 1960s y yo en los 1970s- no teníamos las condiciones que tienen ahora los nuevos investigadores.  En esa época no conocíamos las películas, dábamos por perdidas a muchas de ellas, nuestras principales fuentes eran los diarios de principios del siglo pasado, y algunos sobrevivientes “históricos”. No había fotocopiadoras, ni video, y por supuesto tampoco Internet ni la web para facilitar la investigación.  Ahora es fácil decir que hace 30 o 40 años -él, yo y otros- nos equivocamos en una fecha o un dato puntual.

El coloquio sobre cine mudo tuvo lugar en el auditorio del Museo Universitario de Arte Contemporáneo (cuya sigla suena como un beso: MUAC), en el centro Cultural Universitario de la UNAM. Cada día, al finalizar la jornada de mesas y debates, la Filmoteca de la UNAM nos ofreció un regalo: la exhibición de películas del cine mudo latinoamericano, recién restauradas, con acompañamiento de música en vivo.

Así pudimos disfrutar de la película brasileña “Límites” (1931) de Mario Peixoto, una verdadera película de vanguardia, en la que el director le saca el jugo a todo lo que una cámara de cine podía ofrecerle en ese momento. Esta sesión estuvo animada en vivo por el Ensemble Cine Mudo que dirige José María Serralde Ruiz, quien tuvo la virtud de combinar los ecos de Satie, Debussy, Ravel que Peixoto había escogido originalmente, con Villalobos y otros compositores brasileños contemporáneos, que Peixoto había curiosamente obviado. 

El segundo día vimos documentales de la época del Porfiriato en México, títulos como “México ante los ojos del mundo”, “Inauguración del tráfico internacional por el Istmo de Tehuantepec”, “Peregrinación a Chalma”, y “Temporada de ópera del Centenario”, todos ellos rescatados para la memoria de los mexicanos y musicalizados en esta ocasión por el piano de Deborah Silberer, en vivo.