Volver a Oaxaca luego de más de dos décadas puede ser peligroso para la ilusión. Mi memoria había preservado de Monte Albán y de Mitla un escenario diferente al que encontré esta vez, sobre todo en Mitla, que hoy descubro apretujada en medio del pueblo del mismo nombre, víctima de su propio éxito entre los turistas.
Aunque más cerca de Oaxaca, Monte Albán se beneficia de su aislamiento en lo alto de un cerro -varios cerros en realidad, donde siguen los descubrimientos- manteniendo su señorial soledad. Más seco y menos verde que en mi memoria, pero igualmente majestuoso y dominante sobre la ciudad que ha crecido a su alrededor. No puede uno dejar de pensar que este fue durante más de mil años (500 a.C. | 800 d.C.) el centro de la cultura zapoteca, cuya influencia fue enorme en el istmo de Tehuantepec.
De las cosas más interesantes en Monte Albán, son los bajorrelieves conocidos como “los danzantes”, personajes cuyas posturas extrañas han generado diversas especulaciones sobre su origen. Alfonso Caso pensaba en 1947 que las lápidas representaban a guerreros y prisioneros de guerra; esa tesis fue desarrollada por Michael Coe en 1962. Mario Pérez Ramírez sugirió en 1963 que no se trata de la representación de personas que bailan, ni de prisioneros torturados y castrados, sino de casos patológicos, es decir, personas enfermas y con deformidades: un hombre barbado que se agarra el estómago, otro que eyacula, una mujer que da a luz… La disposición de estas estelas, una al lado de otra contra un muro, dan a pensar que quizás se trató de una exposición “fotográfica” de aquella época.
Aunque me cuentan que hay una serie de negociados por detrás, lo cierto es que el centro colonial de Oaxaca lleva varios años en proceso de remodelación y está quedando muy lindo con sus calles peatonales y las manifestaciones culturales que tienen lugar todos los días. Bailes y conciertos callejeros van y vienen en las inmediaciones del parque central o de Santo Domingo, que es una joya como ninguna otra, con el techo del sotocoro completamente cubierto de figuras policromadas. Santo Domingo no es solamente una iglesia, sino un centro cultural enorme. Su explanada anterior se ha beneficiado del diseño propuesto por Francisco Toledo, el gran pintor juchiteco.
El maestro Toledo es un referente tan importante en Oaxaca como Santo Domingo o los moles. Y lo es por todo lo que ha aportado a la ciudad pero además por el Centro de Artes que creó en una antigua fábrica de textiles en San Agustín Etla, a unos 20 kilómetros de Oaxaca. El edificio del Centro de Artes parece un palacio, antes que una fábrica. Sus espacios son magníficos y están muy bien aprovechados para presentar exposiciones, como la actual retrospectiva de cerámica de Gustavo Pérez, en el segundo piso, bellísima.
Oaxaca tiene muchos años de historia, y quizás eso se ve en el gigantesco ahuehuete de Santa María de Tule, un ciprés (taxodium mucronatum), inscrito en la lista tentativa de Patrimonio Mundial de la UNESCO y árbol nacional del país desde 1910. Este ahuehuete tiene cerca de dos mil años, y sigue ofreciendo una generosa sombra. Pesa 636 toneladas, mide 14 metros de diámetro y 58 de circunferencia, lo que equivale a unas 38 personas agarradas de las manos a su alrededor, un gran abrazo que uno no puede darle porque hace algunos años pusieron una valla de hierro a su alrededor.
Quien dice Oaxaca dice “la tierra de los siete moles”. La competencia entre Puebla y Oaxaca es cerrada, pero ganan los oaxaqueños por la variedad: mole negro, mole almendrado, mole chichilo, mole amarillo, mole verde, mole coloradito y mole mancha manteles… a cual más rico, aunque más dulzones y menos espesos que los poblanos. En la Hacienda Santa Martha uno puede darse un atracón sin piedad por solo 120 pesos mexicanos que cuesta el buffet, con el añadido de una “sopa de guía” (la planta trepadora del calabacín), un helado de leche quemada y un mezcal minero. Hasta probé una pizca de chapulines, insectos bandera de la gastronomía oaxaqueña, pero sentí más el sabor del limón que el de los saltamontes.
Regresé de Oaxaca con un galón del mejor mezcal casero, que me tenía reservado Carlos Plascencia Fabila, activista de todas las causas justas, desde las radios comunitarias hasta el derecho al agua. Este mezcal blanco o “minero” es el que sale directito del alambique, la más pura destilación de la penca del agave. Es fuerte porque es puro y hay que libarlo con el bello colibrí de Zaachila, con mesura pero repetidas veces.