
Es así que abriendo uno de esos sobres con libros y revistas que aterrizan en mi escritorio cada cierto tiempo, me llevé la sorpresa de encontrar el poemario más reciente de Jorgenrique Adoum (JEA): “mayo de 1968 (siglo XXI?)”. El título aparece también en francés en la tapa, ya que se trata de una edición bilingüe, editada y traducida por la persona que mejor conoce a JEA, puesto que comparte su vida con él, Nicole Rouan.

He leído verso a verso el libro mientras volaba sobre Ecuador esta semana, precisamente a unos siete mil metros sobre la cabeza de JEA en Quito, mientras sonaban en mis audífonos los acordes de Pachebel, Scarlatti, Corelli y Marcello. El trayecto entre San José y Lima es suficiente para disfrutar las cien páginas, con las dos versiones de los poemas, y apreciar así la calidad de la versión que hizo Nicole.
Curiosamente, hay versos que parecen haber sido escritos primero en francés, o pensados en francés para hacer posible una traducción que es a la vez un texto original. Por ejemplo, “Paris by le désir” (“Paris bajo el deseo”) o “Je nous revois de loin, quand nous prenions encore des décisions” (“Yo nos veo a lo lejos, cuando aún teníamos decisiones ”). Pero en algunos casos, un verso extraordinario resulta intraducible, como este: “no supe cuantos soy porque estoy uno” (“je n’ai pas su combien je suis puisque je suis seul”).
Como en mucha de la obra poética y narrativa de Adoum, este libro ofrece un vaivén entre la política y el amor. De alguna manera esta es más una evocación de la relación amorosa, que de los hechos políticos de Mayo 68 que sirven de telón de fondo. Mayo es la excusa para hablar de agosto, y la revuelta social es la excusa para abordar la insurgencia amorosa y sacársela del pecho donde anida desde hace cuatro décadas.
Adoum rescata ese secreto instante en que Paris vibraba de emociones. Esta es su vuelta y re-vuelta al pasado, para que Mayo 68 no quede petrificado, momificado en el folclore revolucionario. Por supuesto, este itinerario melancólico está lleno de guiños a quienes vivieron en Paris en esos años, hay un código de señales que escaparía de otro modo a quienes no hubieran pertenecido a ese momento: desde la sopa de cebolla en Le Marais hasta “los pordioseros rubios que iban a ser genios” y la “juventud marxista pesimista”, pasando por la huelga de barrenderos y por los puentes de Paris que son siempre emblemáticos.

Al final, lo que queda de esta conversación memoriosa es lo mismo que quedó de la revuelta de Mayo 68: la poesía en la vida cotidiana, la de los muros y la íntima, y el deseo trascender la mediocridad y el aburrimiento.