
El acto cavernario me hizo recordar la frase que espetó a Don Miguel de Unamuno el Teniente Coronel falangista Millán Astray: “Muera la inteligencia, viva la muerte”. La historia se repite.

Nadie olvida el mural que Diego Rivera pintó a pedido de los Rockefeller, en New York, y que fue destruido por órdenes del magnate del petróleo el 2 de mayo de 1933, cuando constató que Rivera había pintado el rostro de Lenin. A Fernando Botero le hicieron “volar” con una bomba la escultura de una paloma en bronce que había donado a Medellín. No hay artista con sentido ético y con integridad que no haya sufrido hechos de censura y represión.
El falso debate sobre arte y política es tan estéril como el debate sobre el sexo de los ángeles. Sólo gente necia puede creer que se puede separar el arte de la política. Si la política es parte de la sociedad y de la vida, ¿por qué tiene que estar separada del arte? Somos humanos gracias al arte, y el tiempo se encarga de poner las obras de arte en su justa dimensión. No se escribe la historia del arte a martillazos, ni con bombas.
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