Vilipendiados, ignorados, acusados de ser
creadores frustrados que se refugian en el resentimiento, los críticos de arte tienen
una vida difícil.
Umberto Eco |
Muchos escritores se convirtieron en estudiosos literarios y en algunos casos esa profundización académica en el
proceso de creación literaria los anuló como escritores pero los hizo crecer
como investigadores. Lo mismo sucedió con artistas plásticos
convertidos en críticos de arte. Conciliar la crítica con la creatividad no es
un ejercicio fácil, aunque la crítica es un acto de creatividad que a veces
supera a las obras a las que se refiere. Pocos como Umberto Eco mantuvieron
su capacidad creativa y crítica al mismo tiempo.
En Bolivia la crítica cinematográfica tiene
una historia poco nutrida, pero ello se entiende porque va en paralelo con la
historia del propio cine boliviano y también con las limitaciones de la
distribución en el país del cine mundial. En la medida en que hay más cine
nacional y que llegan mejores películas internacionales, la crítica también
mejora, se hace más profesional.
Fue el español Jaime Renart -republicano exiliado
en Bolivia- quien inició a principios de los años cincuenta del siglo pasado,
en el vespertino Ultima Hora, una crítica de cine que publicaba de manera
regular. Lo interesante es que no se limitaba a escribir comentarios sobre
películas, sino a escribir sobre la crítica cinematográfica como ejercicio de
reflexión. Se ocupaba también de las
condiciones de exhibición de las películas. Era por todo ello un crítico
completo.
A lo largo de su existencia el vespertino
Ultima Hora estuvo siempre a la cabeza en lo que respecta a la crítica de cine.
Es una pena que haya desaparecido porque sus páginas acogieron a lo más granado
de la crítica de cine en Bolivia. Allí escribió también otro español, el
sacerdote carmelita Eduardo T. Gil de Muro (su nombre completo era Eduardo
Teófilo Gil de Muro Quiñones), que sucedió a Renart cuando éste abandonó
definitivamente Bolivia. Gil de Muro estuvo en nuestro país de 1961 a 1965,
firmaba sus críticas como Martín de Quiñones y fue uno de los fundadores del
Cine Club Luminaria que orientó a varias generaciones de amantes del cine a
través de debates y conversatorios.
Eduardo T. Gil de Muro |
Muchos años después volví a ver a Gil de Muro
en Madrid, trabajaba como periodista a tiempo completo y seguía escribiendo
reseñas sobre cine para una agencia especializada en proveer información
cinematográfica que “cocinaba” con ayuda de extensos archivos hemerográficos.
Ese trabajo ya no tendría sentido ahora, desde la aparición de internet. Era un
escritor prolífico, publicó en la editorial Monte Carmelo nada menos que 60 libros
sobre temas religiosos, entre ellos un Diccionario
de Jesús en el cine y Mis 100 mejores
películas del cine religioso. Hace poco me enteré que había fallecido el 16
de septiembre del año 2012.
En las mismas páginas de Ultima Hora escribió
critica el poeta Julio de la Vega, quien antes había publicado esporádicamente sobre
cine en la revista de la segunda generación de Gesta Bárbara. De la Vega estuvo a principios de los años
cincuenta en Francia, donde tuvo contacto con los jóvenes críticos de la
revista Cahiers du Cinéma, que luego se convertirían en los principales
realizadores de la Nouvelle Vague, el
movimiento renovador del cine francés de la posguerra. Este período fue importante para su formación
como crítico de cine.
A fines de los años sesenta, inició su
actividad Luis Espinal, recién llegado a Bolivia. Su actividad no se limitó a los comentarios
en Ultima Hora y en el diario Presencia, sino que desplegó también una vasta
labor de animador de cursillos de cine en todo el país. Al hacerse cargo en
1979 de la dirección del semanario Aquí, fue expulsado de Presencia y siguió
ejerciendo su actividad de crítico en Aquí y en Radio Fides.
Mis propios inicios como crítico de cine
fueron en el diario El Nacional, durante el gobierno de Juan José Torres, y en
las páginas del suplemento “Semana” de Última Hora, a principios de la década
de 1970. Escribí también en la revista Zeta, y en varias revistas de Europa,
África y América Latina. Fui corresponsal del International Film Guide
(Londres), de Écran (París) y de Les deux écrans (Argelia). En 1978 intenté sacar la revista
Film/historia, pero no pasó del primer número, realizado de la manera más
artesanal.
En El Diario y posteriormente en varios
matutinos de La Paz, Pedro Susz ha mantenido desde los años 1970 una actividad
regular de crítica cinematográfica, dándose a conocer como un crítico agudo y
con fino humor. Pedro es sin duda el crítico más constante y longevo de
Bolivia. Los cuatro tomos que publicó bajo el título 40/24 papeles de cine (Plural, 2014) son un regalo de 2.852 páginas
para cualquiera que se interese seriamente en la reflexión sobre el cine.
Carlos D. Mesa y Pedro Susz |
Su colega fundador de la Cinemateca Boliviana,
Carlos Mesa publicó en 1979 un libro titulado Cine Boliviano: del realizador al crítico, que reúne textos de
Jorge Sanjinés, Arturo Von Vacano, Pedro Susz, Luis Espinal, Francisco Aramayo,
Beatriz Palacios, etc., además de La
aventura del cine boliviano (Gisbert, 1985).
Esporádicamente han ejercido la crítica de
cine en los años 1970 y 1980 Orlando Capriles Villazón, Fernando Rollano, Diego
Torres y otros como el sacerdote José Cabanach en la ciudad de Sucre, donde era
director de Radio Loyola y del Cine Club Sucre.
Dictó numerosos cursillos sobre cine y mantuvo una columna semanal de
crítica en “El Noticiero”, además de un programa en Radio Loyola, titulado
“Pantalla Sonora”.
En 1969 Amalia de Gallardo hizo un intento de
sacar la revista “Cine/Rama”, que no pudo subsistir al cabo de un par de
números. Publicó también un libro titulado Educación
cinematográfica, destinado a estudiantes de bachillerato y fue animadora del
concurso “Llama de Plata” (que premiaba a la mejor película extranjera
proyectada en Bolivia), “Cóndor de Plata” (para el mejor cortometraje producido
en el país), “Renzo Cotta” (a la mejor crítica de aficionado).
El grueso de la crítica de cine se concentró
por muchos años en La Paz. En febrero de 1979 quisimos darle cierta
institucionalidad mediante la Asociación Boliviana de Críticos de Cine (CRIBO),
creada con el objeto de “contribuir al fortalecimiento de una corriente de cine
desmitificador, desalienador, que contribuya a esclarecer la realidad
nacional”. El acta de fundación, firmada
por Luis Espinal, Julio de la Vega, Pedro Susz, Carlos Mesa, y Alfonso Gumucio
Dagron, señala que “el público boliviano necesita una orientación que le
permita adquirir sus propios instrumentos de crítica para poder ver cine como
un hecho cultural y no de mera evasión”.
Jorge Sanjinés ha destacado con una serie de
textos teóricos que fueron publicados en revistas latinoamericanas y europeas y
luego reunidos por la editorial Siglo XXI y publicados en el libro: Teoría y práctica de un cine junto al pueblo
(1979).
En un libro reciente, La crítica. Artes, medios y tendencias (2016) el colombiano
Omar Rincón introduce el tema de la crítica con profunda ironía y humor:
“Los pocos críticos que quedan son
considerados unos amargados, malaleches, arrogantes y fracasados. Y es que los
críticos son, de verdad, conmovedores porque en un día azul ven la nube que se
insinúa en la lejanía y en un día de lluvia encuentran el pedacito azul que
puede llegar a ser: son seres a los que les fascina llevar la contraria y
disfrutan más pensar distinto que teniendo la razón. Y son patéticos, además,
porque su oficio no sirve para nada: no suben un punto de rating, no llevan
gente al cine, no ayudan a vender libros, no interesan a los ciudadanos en el
arte, ni siquiera llevan a comprar modas o ir a restaurantes. Sus palabras,
análisis, diatribas e inconsistencias solo sirven para llenar el poco espacio
que todavía queda en diarios, revistas, blogs, redes digitales. Nuestra
sociedad no quiere críticos, necesita gente positiva que asuma que todos somos
buenos, creadores e innovadores”.
Alejándose de esa visión peyorativa del
ejercicio de la crítica, subraya que “los críticos sí sirven para algo: para
molestar el ego de los empresarios, productores y creadores del espectáculo,
las artes, las letras, los medios, las tecnologías, modas y restaurantes. Los
críticos son buenos para fastidiar al ego del poder. Y tal vez por eso, solo por eso, valga la pena
ser crítico: para atemperar egos, mortificar al poder, denunciar los falsos
positivismos y los excesos de lo políticamente correcto.”
Rincón se vale de citas muy valiosas para
reivindicar el papel de los críticos. Menciona por ejemplo a Dwight Garner,
crítico del New York Times, quien estima que la crítica consiste en “hablar de
ideas, de la estética y de la moral como si estas cosas importaran (e
importan). En el fondo, la crítica es un acto de amor.”
Lo cierto es, continua Omar Rincón, que los
críticos no buscan pasar a la historia, porque la crítica “es un hacer que
intenta comprender y explicar obras y oficios que se aman: es una acción de
dependencia amorosa por las obras y los creadores”.
En Bolivia la crítica ha tenido que acomodarse
frente a las reacciones a veces violentas de quienes no entienden que es un ejercicio
de libertad. Cualquier crítico de cine o de arte ha tenido experiencias amargas
donde los sujetos alguna vez criticados se cruzan de acera para no saludarlos,
o con mayor franqueza, los insultan. Por ello muchos críticos muy capaces,
prefieren abstenerse frente a una película nacional que no los ha convencido.
Supuestamente uno escribe crítica de cine para
orientar a los lectores. Algunos críticos arguyen que tratan de orientarlos antes de que vean la película, pero
otros, entre los que me cuento, preferimos que nuestros comentarios sean leídos
después, para acompañar la reflexión del espectador y quizás tener alguna
influencia en la opinión que ya se había forjado.
Un crítico afina su puntería a medida que
practica. El ejercicio regular permite fortalecer el músculo del análisis y
desarrollar un grado mayor de creatividad e independencia de la obra analizada.
Durante la década de 1970, mientras estudiaba
cine en París en el Instituto de Altos Estudios Cinematográficos (IDHEC por sus
siglas en francés), devoré más películas y textos sobre cine en tres años que
en las tres décadas siguientes. Los estudiantes del IDHEC teníamos como
privilegio una tarjeta de entrada gratuita a todas las salas cinematográficas
de París, que eran muchas, lo cual nos permitía asistir a tres o cuatro
sesiones diarias, para rematar en la sesión de media noche en la Cinemateca
Francesa.
Aunque yo publicaba esporádicamente sobre
cine, escribía febrilmente sobre todas las películas que veía cada día. Guardo
varios centenares de comentarios en archivadores que nunca he vuelto a abrir,
pero que quizás merezcan publicarse algún día como indicios de una época en la
que mi sentido crítico estaba mucho más afilado que ahora, tanto por la
cantidad de cine que veía, como por las lecturas y sobre todo mi exposición a
grandes personajes del cine francés.
En años recientes no he visto mucho cine en
salas comerciales. Con la excepción de la Cinemateca Boliviana suelo ver películas
en mi casa o en los largos vuelos donde hay la suerte de contar con una
pantalla individual y una selección potable de películas recientes. Las salas
de cine me asfixian, no por la oscuridad sino por el comportamiento de la gente
que habla, come pipocas con olor a mantequilla rancia, responde al teléfono o
alumbra sus pantallas para enviar mensajes de texto. Todo ello me irrita
enormemente. Significa el traslado de las malas costumbres de ver la televisión
en sus casas, sin ningún respeto por el séptimo arte.
Entonces escribo comentarios sobre cine cuando
siento urgencia de hacerlo. Y si no,
prefiero escribir sobre otros temas. Pero cuando lo hago, sigo sintiendo que
importa, que me importa a mí, pero que también le va a importar a alguien más.
Coincido con Roberto Herrscher, en el libro ya
citado de Rincón: “Como todo buen texto, una crítica que se precie es una
botella que esconde un genio. Pero el genio es el mismo lector, que se vuelve
mejor y un poquito más sabio después de haber leído el papel que venía
enrollado adentro”.