Edgar "Huracán" Ramírez |
No existiría, o acaso de manera precaria, sin
el ejercicio cotidiano de un celoso guardián: Edgar Ramírez Santiesteban,
exdirigente minero que encontró la vocación de su vida y la dedica a este
proyecto que abarca varias generaciones. Edgar es como esos dragones que guarda
la entrada de una cueva mítica. Cuida el archivo con un celo equiparable al de Gunnar
Mendoza en el Archivo y Biblioteca Nacional de Bolivia y al de Luis Oporto
Ordóñez en la Biblioteca del Congreso.
Las instalaciones del Archivo de la COMIBOL en
El Alto distan de ser una cueva iluminada. Dos modernos edificios de dos pisos
cada uno, con amplios pasillos interiores, albergan las colecciones de
documentos que incluyen los de las empresas de Patiño, Hochschild, Aramayo y
otros que hicieron de la minería una fuente de riqueza y opulencia. Patiño, ya lo
sabemos, llegó a ser el hombre más rico del mundo.
En el exterior del archivo se guardan viejos
vehículos blindados de lujo que pertenecieron a los gerentes de la Patiño Mines
y que se van a restaurar para un museo en ciernes, al igual que la rotativa del
diario La Razón, el diario de la oligarquía minera del siglo pasado.
Son tantos los archivos que se conservan, que
solamente es posible cuantificarlos por metros lineales: 40 kilómetros en
total, de ellos 18 mil metros en el archivo en El Alto. Los expedientes de miles
de trabajadores mineros están perfectamente organizados en el archivo. El día
de mi visita Edgar Ramírez tenía a mano el folder completo de Oscar Salas, fallecido
unos días antes. También el de Juan Lechín, el de Simón Reyes, el de Víctor Paz
Estenssoro, quien trabajó como abogado en la Patiño Mines antes de lanzarse a
la política.
Edgar “Huracán” Ramírez cuenta que el año 1990
algunos dirigentes de la FSTMB se enteraron a través de Hans Möller, que los
documentos de la COMIBOL iban a ser destruidos, pero no pudieron hacer nada en
ese momento porque “se vino la debacle” de la minería boliviana y fueron
retirados de sus trabajos o enviados a otras minas.
A su regreso Ramírez encontró todos los
archivos a la intemperie, en el patio a descubierto, de modo que lo primero que
hicieron fue meter la documentación bajo techo en cuatro galpones y tratar de
organizar de manera artesanal lo que había.
En esa primera etapa el concurso de Luis Oporto Ordoñez fue fundamental,
ya que ayudó a redactar el texto de un decreto presidencial que firmó Carlos D.
Mesa durante su presidencia, y que estableció la responsabilidad que tenía el
Estado boliviano de salvaguardar esos documentos.
A partir de ese decreto el apoyo del Estado ha
sido consistente y ha permitido dotar al archivo minero de todo lo necesario
para preservar, restaurar, clasificar, digitalizar y poner los documentos al
servicio de los investigadores. Actualmente se cuenta además de los documentos con
una biblioteca, una hemeroteca, una
mapoteca, una colección de fotografías, documentación cartográfica, mapas, 47 mil planos de prospección
y de explotación minera, pero también planos detallados de las herramientas que
la propia COMIBOL fabricaba, adaptadas a las necesidades de nuestra minería.
“Es un archivo políglota –dice Ramírez- porque
tenemos documentación en inglés, español, francés, italiano, alemán,
documentación en japonés, incluso en hebreo en el fondo de Hochschild”.
No es este el primer archivo en el que Edgar
Ramírez se involucra con la misma pasión. El primero fue el archivo de la
Federación de Mineros (FSTMB), parcialmente destruido durante el golpe militar
de García Meza. A partir de 1985 Edgar pudo rescatar de los sindicatos una
buena parte de la documentación. El segundo archivo que salvó fue el de la
empresa Aramayo Francke en Tupiza, y logró que la alcaldía se hiciera cargo de
protegerlos y custodiarlos.
El archivo de COMIBOL, con sus más de 15 años
de existencia, es donde se concentra la mayor cantidad de documentos. Además de
la sede en El Alto, forman parte del mismo archivo los de Oruro y Potosí, con
los que se mantiene permanente contacto mediante video conferencias. La Unesco
declaró a una parte del archivo como Memoria del Mundo en 2016. “De la basura
estos documentos se están convirtiendo en patrimonio de la humanidad”, dice
Ramírez citando a un periodista que formuló esa frase.
“Decidimos que esto se convirtiera en un
archivo que trate de romper los esquemas de los archivos convencionales.
Normalmente los archivos sirven para que los investigadores estudien el pasado,
pero para nosotros este archivo permitiría encontrar la información para
reconstruir la minería boliviana”.
El archivo tiene cuatro secciones en cada uno
de los cuatro fondos (Patiño, Hochschild, Aramayo y COMIBOL), que a su vez
tienen sub-fondos de otras empresas. Una sección es la financiera, otra de recursos
humanos, otra de documentación técnica y finalmente la alta dirección de
COMIBOL. Los primeros documentos sobre la existencia de COMIBOL, que datan de
1952 (incluso unos días antes de la nacionalización de la minería), están allí,
curiosamente en archivadores de la Patiño Mines.
Una sección técnica del archivo tiene tanta
importancia estratégica, que funciona como la bóveda de un banco, donde nadie
tiene acceso fácil, ni siquiera el director de la institución, que tuvo que
tocar la puerta varias veces hasta que le abrieran para que pudiéramos visitar
el área juntos.
Las puertas y las mesas de trabajo están vigiladas
permanentemente por cámaras y ni siquiera los investigadores externos tienen
acceso a este repositorio que conserva todos los estudios de minería realizados
con apoyo de la cooperación internacional, con un detalle que sorprende: cada
mina, cada socavón, cada veta de mineral estudiada en detalle, con la
composición del mineral, la extensión de la veta, su potencial de explotación.
Para Ramírez, no es necesario seguir gastando en millonarias prospecciones,
pues toda la información está allí y solamente el Estado debe utilizarla en
beneficio de la población boliviana.
Tesis de Pulacayo, original |
Foto de Jean-Claude Wicky |
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Los
hombres y pueblos sin memoria, de nada sirven;
ya que
ellos no saben rendir culto a los hechos
del
pasado que tienen trascendencia y significación;
por
esto son incapaces de combatir
y
crear nada grande para el futuro.
—Salvador
Allende