05 febrero 2017

El gran prestidigitador

No puede leer bien las cifras, confunde miles y millones, se salta líneas del texto y se pone nervioso con las gráficas que le han preparado, pero es un gran prestidigitador, porque saca palomas de la manga y presenta un país maravilloso donde él es el artífice de la felicidad colectiva, ya que en 11 años de gobierno ha hecho lo que toda la sociedad boliviana en su conjunto no había logrado desde que nació la república.

Eso cuentan quienes vieron al presidente leer su informe de gobierno el pasado 22 de enero (porque yo no me trago cuatro horas de más-de-lo-mismo): la repetición de frases machacadas de manera obsesiva, la negación de la historia y la imposición de un mito viviente, el suyo.

Le aplaude cada vez una legión de levantamanos anónimos que son mayoría en la asamblea (para eso le pagan) mientras los invitados del “puerco” diplomático aguantan estoicamente mirando sin disimulo sus relojes. Ningún entusiasmo, todo es parte de un rito donde las verdades a medias y las exageraciones son parte de la liturgia. No hay admisión de errores ni rendición de cuentas.

Le atribuyen a Churchill la frase: “las estadísticas son como los bikinis” porque ocultan lo más importante. Muchos se han apropiado de ella y al final no importa quien sea el primer autor porque es útil para describir las artes de nuestro gran prestidigitador.

Las comparaciones históricas que hace son dislates tan absurdos como atribuirse el mérito de la fertilidad, “antes éramos menos y ahora somos más”, o del avance tecnológico mundial, “antes había menos acceso a internet”. El mundo avanza, con o sin él.

Cualquiera que tenga dos dedos de frente sabe que desde hace una década los altos precios de las materias primas (una lotería en busca de un autor), han permitido al régimen multiplicar el gasto público aunque no la inversión, porque invertir incluye criterios de calidad, durabilidad y futuro, que aquí no están presentes.

No es difícil atribuirse éxitos materiales cuando por primera vez en la historia de Bolivia el presupuesto de la presidencia equivale al de 14 ministerios gracias a los 31 mil millones de dólares provenientes del gas. El gobierno dice que ya no hay “gastos reservados” pero la “caja chica” sin fondo y sin transparencia no tiene límite. Mientras al sistema de justicia se le asigna un presupuesto de 38 millones de bolivianos, el presidente maneja dos mil millones en un programa con sello personalizado: “Bolivia cambia, Evo cumple”. Su rostro aparece como un sello de mercadeo en todas las obras que entrega.

Como si ese dinero saliera de su bolsillo, el presidente más humilde de la historia (es una ironía, por supuesto), regala todos los días escuelas, centros de salud, caminos vecinales o tractores, relegando a los alcaldes a un papel de espectadores. Nadie puede interponerse a la campaña electoral permanente del primer mandatario, la más larga y costosa propaganda electoral de nuestra historia.

El señor de las canchas
Ese papel de benefactor está viciado por el arbitrio y la corrupción que no aparecen en el informe de logros: los recursos se usan con discrecionalidad, los contratos se otorgan sin licitación y las obras se ejecutan sin control de calidad. A los pocos meses se caen los techos de los aeropuertos (Sucre y Oruro), las 1.600 canchitas de césped sintético y los coliseos que costaron más de 300 millones están con candado y no han mejorado la calidad del peor fútbol de la región. En los centros de salud no hay personal ni medicinas, en las escuelas los profesores escriben con errores de ortografía y las tuberías de “Mi agua” se secan…

Podríamos seguir con más ejemplos porque al presidente le interesa la infraestructura, lo visible y ostentoso, pero no la calidad de los servicios. De ahí que los puentes se caen y las carreteras hay que parcharlas a pocos meses de su fastuosa inauguración. Los elefantes blancos se suman, así como el fracaso de las empresas estatizadas o creadas por el Estado para repartir puestos de trabajo a los más obsecuentes.

¿Mencionó en su informe el egocéntrico Museo de Orinoca, o el nuevo palacio presidencial, o el aeropuerto internacional de Chimoré, o el satélite Tupaj Katari y otros gastos propios de su megalomanía? Tengo entendido que no lo hizo, aunque son obras que en su momento sirvieron para conseguir votos.

El problema con muchas de esas obras es que el tráfico de influencias y los miles de contratos sin transparencia. Solo un ejército de auditores independientes podría mostrar a qué extremo de ineficiencia y corrupción se ha llegado en Bolivia. Algún día, en el futuro, será necesario auditarlo todo para saber cómo se gastaron los recursos públicos.

La economía “per cápita” va muy bien, nos dice el prestidigitador, pero hay “cápitas” que tienen mucho y la mayoría que apenas sobrevive. El seductor bikini de los megaproyectos esconde el hecho de que seguimos importando alimentos básicos como tomate, cebolla, arroz e incluso papa, que podríamos perfectamente producir en nuestro inmenso territorio. Sin embargo, la falta de honestidad del presidente es tan grande como su deseo de perpetuarse en el poder.
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Los trucos de hoy son las verdades de mañana.
—Man Ray


(Artículo publicado en Página Siete el sábado 28 de enero de 2017)