Camino entre los enormes cuadros de la
selva pintados por Gilka Wara Libermann y me siento en un sendero flanqueado
por una vegetación exuberante y lujuriosa.
Siento las miradas detrás de los árboles y entre las hojas. Movimientos
apenas perceptibles en el agua, ojos que se asoman para mirarme desde el fondo
de los colores vivos. Me observan animales y plantas como si los pinceles y espátulas
de Gilka les hubieran dado vida. No están prisioneros en el cuadrilátero de los
bastidores, están protegidos por Gilka.
La muestra “Homenaje a la vida” que Gilka
Wara Libermann inauguró en el Espacio Patiño el 23 de noviembre 2016 es una
aventura de color y de propuesta plástica y expresiva, pero además tiene un
objetivo noble: relacionarnos a aquellos animales de nuestros bosques que están
en peligro de extinción, aquellos que se mimetizan en el follaje, aquellos que
emergen de aguas prístinas en los ríos tropicales, aquellos que alzan vuelo en
un cielo que se ha visto reducido por el avasallamiento de los hombres.
En total, 46 obras grandes y medianas, y 33
de dimensiones más pequeñas.
Osos jucumari, pumas americanos, nutrias,
monos titi y aulladores, parabas y guacamayos, bufeos rosados y lagartos
verdes, boas, perezosos, jaguares, tucanes, caimanes, capibaras y ñandús,
quirquinchos y guanacos, osos hormigueros, sapos, tortugas y pájaros de diversa
índole pueblan esa mirada pictórica que
quiere abarcar la naturaleza de nuestro país.
Pero el imaginario de Gilka Wara va mucho
más lejos, le da la vuelta al planeta porque rescata en otras latitudes a
gorilas, rinocerontes y leones africanos, tigres de Bengala y osos polares y
pingüinos, orcas, focas, pulpos, cocodrilos y tortugas de mar. También
hipocampos, esos frágiles caballitos erguidos que aluna vez, en uno de mis
poemas, afirmé que pertenecen al ámbito de la zoología fantástica.
Y luego están algunos cuadros
auto-referenciados, que son la manera que tiene la artista de decir que ella
también es parte de esa naturaleza. “Gilka con colibríes”, “Soñando con la naturaleza” y un homenaje a su padre, “Don
Jacobo”, son algunas de estas obras donde autorretrata su espíritu, no su
cuerpo.
No estoy inventando nada nuevo cuando
repito que el animal más depredador que haya jamás existido es el hombre (y la
mujer, puesto que hay equidad de género también en esto). La contaminación de
los ríos que pasan por las ciudades andinas y desembocan en los valles, llanos
y selvas, y el avance de la frontera agrícola-industrial, son factores que
arrinconan en espacios cada vez más reducidos a la fauna y flora boliviana. No
quisiéramos perder nuestra condición de ser un país que está entre los 12 con
mayor diversidad biológica del mundo.
Me gusta zambullirme en la pintura de
Gilka Wara Libermann porque es como darse un baño de esperanza. Quizás el mundo
pueda recapacitar y dar unos pasos atrás para recuperar lo que estamos
perdiendo irresponsablemente. La pintura de Gilka me permite apreciar los
olores y sabores de la selva para entenderla mejor y para entenderme mejor como
persona que interactúa cotidianamente con
la naturaleza.
No es necesario estar en los bosques para
interactuar con ellos, desde las alturas altiplánicas también los
estamos afectando. Las acciones en el manejo de basura y del agua
repercuten en esos espacios todavía vírgenes que Gilka protege con su pintura y con su forma de vivir en equilibrio con la naturaleza que la rodea.
¿Cómo hace Gilka Wara Libermann para
poblar su pintura de selva, ríos tropicales y animales salvajes desde su casa
camino a Palca, un mirador austero hacia el imponente Illimani? Le digo que
algunos llegan hasta UNI para pintar el Illimani, y ella, que ahí vive, imagina
y pinta la selva… “He viajado mucho, he visto mucho, y aquí en esta austeridad
me inspiro y pinto con gran felicidad. Con tantas noticias sobre animales en
peligro de extinción, me duele el corazón”. Allí, en ese espacio aparentemente
seco y aislado, Gilka rescata su visión de un presente todavía pleno de
esperanza, en el que la armonía de los ecosistemas garantiza nuestra
sobrevivencia como seres humanos.
Cuando le preguntó sobre sus motivaciones
para producir esta obra llena de alegría y amor por la naturaleza, responde con
la timidez y la humildad que siempre la han caracterizado: “Quiero mostrar a la
gente, especialmente a los niños, cuales son los animales en peligro de
extensión en Bolivia. Quiero que los estudiantes de los colegios aprendan, voy
a hacer un concurso de pintura para ellos, para sensibilizarlos y educarlos, porque
a veces son indiferentes a esa problemática”.
Esta no es una artista altanera sino una
trabajadora del arte que pone su talento al servicio de los sueños. Gilka pinta
desde niña y cuando le pregunto si siente que su expresión pictórica ha evolucionado
a través de los años, me dice que no, que sigue siendo en esencia la misma
expresión: “Se mantiene el color, el color, los personajes, algunos fantásticos
que integro al mundo de la selva”.
Su sencillez le impide decir más sobre sí
misma, pero Carmen Perrin, la escultora boliviana radicada en Suiza que me
acompañó en la visita, hace un comentario de artista a artista: “En sus colores
hay una armonía que es más que rica, muy auténtica. El arte de Gilka tiene una
relación con la infancia pero también con el arte abstracto. Su trabajo nos toca
mucho a los que ejercemos arte contemporáneo europeo, porque en el color
encontramos un camino para sentirlo y vivirlo”.
Cada uno de sus cuadros es un laberinto
en el que da mucho gusto extraviarse, permanecer horas deambulando en busca de
la salida. Puedo mirarlos muchas veces y descubrir cada vez algo nuevo, otro
animal agazapado, otra mirada que me mira, otra forma que me sugiere los
caprichos con los que se vise la naturaleza y con los que Gilka viste sus
obras.
Siento que recupero el alma de mi
infancia, la curiosidad por las formas y los colores, el deseo de aventura y el
atrevimiento del descubrimiento, ese impulso de revelar lo que se esconde en
cada cuadro. Así como me cautiva la variedad de colores en la paleta de Gilka,
admiro también el uso que hace de los blancos en las escenas de agua o de hielo. Hay una limpidez magnífica en esas obras depuradas
como el “Oso polar en el agua”, el “Pingüino emperador”, La delicadeza de “Soñando con la naturaleza”
me enamora.
Aquí no se trata de retratos de animales,
sino de representar contextos en los que esos animales viven, un hábitat que se
ha desarrollado desde tiempos milenarios, y que hoy una topadora o
retroexcavadora puede destruir en pocos días siguiendo las instrucciones de
políticos y planificadores codiciosos y ávidos de poder y de dinero fácil.
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El arte
es el hombre añadido a la naturaleza.
—Vincent
van Gogh
(Artículo
publicado en “Tendencias”
de La Razón, el 20 de noviembre 2016)