Me tocó presentar tres libros durante la
21 Feria Internacional del Libro de La Paz, primero El caso CAMC. La ruta del dragón chino, de Carla Hannover y Pablo
Peralta, publicado por Página Siete; luego Con
nombre y apellido, de Carlos Hugo Molina y finalmente Las Flaviadas, de la Fundación Flavio Machicado. Disfruté en los
tres casos la participación del público y la compañía de colegas que
presentaron conmigo esos libros.
Jorge Catalano |
A lo largo de la Feria estuve pensando en
Jorge Catalano mi amigo editor, librero, hombre culto, fanático de Chopin, que
solía estar todo el tiempo detrás del mostrador en la librería Difusión de la
Av. Mariscal Santa Cruz, en cuya trastienda nos reuníamos con Pedro Shimose,
Jaime Nisttahuz y otros escritores de nuestra generación para planear
travesuras como la revista Difusión, que -entre otras cosas- publicó por
primera vez el poema que escribió directamente en castellano el poeta ruso Yevgueni
Yevtushenko sobre su visita a La Higuera en busca de las huellas del Ché.
Catalano estaba dotado de un humor fino y
sarcástico, y apoyaba aventuras como la de la revista y algunas ediciones
memorables como la de Felipe Delgado
de Jaime Sáenz o El estudiante enfermo
de Porfirio Díaz Machicao, con una tapa que para la época era escandalosa: un
desnudo de mujer fotografiado por Freddy Alborta.
Pienso en Catalano y en la noble tarea de
editar en un país donde se lee cada vez menos, donde las nuevas generaciones
prefieren caminar con una serie de prótesis electrónicas (iPad, iPod, iPhone,
ay ay ay… y otros equivalentes) en lugar de llevar en la mano un libro. Pienso
en él y recuerdo una época en que un libro era un objeto de devoción y un
librero era un hombre culto, que podía aconsejar a sus clientes sobre los
mejores libros, no eran solo vendedores y menos aún piratas como los que ahora
abundan.
Un buen librero es como un bibliotecario,
conoce cada libro que tiene en sus estanterías, en muchos casos los ha leído y
los ha seleccionado para ilustrar a los potenciales lectores. Eso hacía
Catalano.
Una feria de libros no es como un
festival de cine, donde se ha hecho una preselección que garantiza la calidad
de las obras que se presentan. En las ferias de libros hay todo, desde
mercaderes hasta autores que venden sus propios libros. Y eso hace que sea más
difícil orientarse en sus interminable pasillos flanqueados.
Como es lógico en este caso, uno va para
encontrar aquello que ya sabe que quiere. Me atrevo a dividir la oferta de la
feria del libro en cuatro categorías: esenciales, novedosos, interesantes y
payasos.
Entre los esenciales sin duda el de
Teresa Gisbert de Mesa, Arte poder e
identidad que fue presentado por sus hijos Isabel, Guiomar y Carlos.
También esencial el libro que editó Luis Urquieta Molleda en alianza con Plural
editores, con escritos de mi primo hermano Mariano Baptista Gumucio: Por la libertad y la cultura, una
compilación que ofrece en 390 páginas la trayectoria de toda una vida de
entrega a la cultura.
Novedosa es la edición de La guerra del papel de Oswaldo Calatayud
Criales, Premio Nacional de Novela 2015. Una edición difícil, con un diseño
arriesgado producido por la Editorial 3600 que dirige Marcel Ramírez. Novedosos
son también los tomos que recogen la poesía completa de Matilde Casazola, a
quien la feria rindió homenaje por su trayectoria literaria.
Adquirí varios libros interesantes, entre
ellos Ricardo Pérez Alcalá, el gran
ausente de Marcelo Paz Soldán, sobre mi gran amigo fallecido hace un par de años, así como libros de narrativa de escritoras bolivianas que
han surgido en años recientes.
Y entre los payasos… aquellos que el
aparato de propaganda del gobierno se empeña en difundir, como Caso zapata, la conspiración de la mentira
del ministro de Defensa Reymi Ferreira, guionista de la telenovela, o la
compilación de poemas escolares escritos para la gloria de Evo Morales, el
líder supremo cuyas rodillas pertenecen al pueblo, según sus propias palabras.
La feria misma, bastante caótica:
ascensores insuficientes, pésimo internet y mala señalización. En la guía, los
organizaciones tuvieron la brillante idea de poner la lista de editoriales por
número de espacio y no en orden alfabético, y en los planos de piso (además de
errores garrafales) la letra es tan pequeña que sencillamente no se ve.
Hubo un caso de censura cuando agentes
del gobierno y de la propia Cámara del Libro retiraron las gigantografías y la
publicidad de los videos producidos por Manuel Morales Álvarez sobre la
corrupción y el tráfico de influencias de Gabriela Zapata y Nemesia Achacollo
(ambas en la cárcel). Como el campo ferial pertenece al Ministerio de Economía
y Finanzas, no sería extraño que en la próxima feria del libro tengamos varios
autores y editores vetados. Los libros no siempre son libres.
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Algunos
escritores aumentan el número de lectores;
otros sólo
aumentan el número de libros.
—Jacinto
Benavente