Ahora que se cumplen 30 años de la desaparición de Marcelo Quiroga Santa Cruz, quiero recordarlo brevemente con una foto que le tomé en París en 1976, y otra que tomé en las elecciones de 1980, 18 días antes del asesinato de Marcelo ocurrido durante el golpe de García Meza.
Recuerdo claramente la circunstancias de la foto en blanco y negro tomada en París. Era el 10 de septiembre de 1976, Mao Tse-Tung había muerto el día anterior, y los maoístas empapelaron inmediatamente las paredes de la ciudad con fotos del máximo dirigente chino. Nos citamos con Marcelo en el barrio latino; le tomé varias fotos sentado en una banca a media cuadra de la Sorbona.
Mientras escribo estas líneas estoy escuchando su voz en la entrevista que le hice ese día -con fondo de acordeón- para mi “Historia del Cine Boliviano”. Marcel Quezada estaba con nosotros ese día. Le pregunté a Marcelo sobre su actividad como cineasta y sobre su película “Combate”. Respondió modestamente:
“Yo no sé qué importancia puede tener para la historia que tu tratas de hacer, yo creo que ninguna, te lo digo con la mayor sinceridad, no es una frase, porque eso que hice es una cosa muy modesta”.
Sin embargo el cine era importante para él: “Siempre me interesó el cine, siempre quise hacer cine, más de un proyecto quedó en nada, y no pierdo la esperanza de hacer alguna vez alguna cosa”.
Antes de pedirme que apagara la grabadora para pasar a conversar sobre la política boliviana, añadió:
“Casi no vale la pena mencionar esto. Creo que no tengo por qué figurar en una historia del cine, pero creo que en Bolivia debería dedicársele más atención al cine, primero porque se trata de un país cuya mayoría es analfabeta, entonces es un lenguaje plástico de imágenes en movimiento que pueden llegar más rápidamente a la sensibilidad y a la conciencia de las personas que a través de otros medios que les están vedados. Aunque fuera sólo por esta reflexión el cine debería ser tomado de manera muy seria en el país.”
Marcelo no quería figurar en la historia del cine boliviano, pero yo quería que estuviera en ella, a tal punto que cuando sobrevino cuatro años más tarde el golpe de García Meza y el asesinato de Marcelo, enfrenté una situación de censura.
Sucedió así: el libro ya estaba en proceso de producción en momentos en que se produjo el golpe militar, incluso corregí las pruebas de galera mientras me encontraba asilado en la Embajada de México en La Paz (donde también estaba asilada Cristina de Quiroga) y añadí una referencia clara al asesinato de Marcelo. Me visitó un día el Sr. Flores, de la Editorial Los Amigos del Libro, para pedirme que quitara esa frase alusiva a Marcelo, porque temían represalias contra la editorial. Le dije que no iba a cambiar el texto y preferí que se postergara indefinidamente la publicación de la obra, que con el retorno de la democracia finalmente empezó a circular a fines de 1982, apenas cuatro meses antes de que saliera en México la edición de la Filmoteca de la UNAM (3.000 ejemplares).
El asesinato de Marcelo, precedido según sabemos hoy por una cruel sesión de tortura en el Estado Mayor del Ejército, sigue impune. No solamente no se ha capturado y procesado a todos los culpables, sino que además el gobierno de Evo Morales no ha hecho nada para obligar a la Fuerzas Armadas a entregar los documentos clasificados de esos años, a pesar de por lo menos dos sentencias judiciales que así lo requieren. El Vice-Presidente García Linera, el Robespierre de alasitas que tenemos en Bolivia, enfrentó a las organizaciones de derechos humanos y salió en defensa de los militares diciendo que ya no hay más archivos clasificados del golpe militar de 1980.
Mientras tanto, para seguir construyendo un imaginario colectivo “revolucionario” que no corresponde a la realidad, el gobierno dispone que las Fuerzas Armadas tengan un nuevo lema y lo griten a pleno pulmón en los actos militares: “Patria o muerte, venceremos”. Paradojas de los postizos que nos gobiernan.
La segunda foto de Marcelo que guardo con especial cariño, lo muestra sonriente, el 29 de junio de 1980, en el centro de votación electoral instalado en el Colegio Loreto de La Paz. No era para menos, el Partido Socialista había progresado de manera constante en cada evento electoral, y en las elecciones de 1980 -cuando tomé esa foto- iba a lograr un digno cuarto lugar con 113,959 votos (8.71%) duplicando los obtenidos en 1979 y convirtiéndose en una fuerza de izquierda que se proyectaba como una propuesta nueva, con un líder carismático y de una honestidad y agudeza crítica reconocidas por todos (salvo por Jaime Paz que en un discurso electoral se refirió a Marcelo como “ese confundidito”).
Lo que muchos bolivianos escribimos hoy sobre Marcelo Quiroga Santa Cruz contribuye a mantener vivo su pensamiento y su figura de escritor, cineasta y político íntegro y honesto, que defendió al precio de su vida la democracia en Bolivia. Pero entre lo mucho que se ha escrito hasta ahora, no queda la menor duda de que lo más amplio, abarcador y consistente es la biografía en tres tomos (2.250 páginas) que durante una década preparó Hugo Rodas y que acaba de publicar Plural Ediciones con el título: “Marcelo, el socialismo vivido”. Desde aquí un abrazo para Hugo Rodas por esa contribución formidable.
Colofón: En los mismos días en que Marcelo estuvo en Paris en 1976, visitó a Luis Zilveti, el pintor boliviano, quien lo recuerda con el impermeable sobre los hombros, como una capa, caminando hacia la Plaza Stalingrad. Ese "allure" de Marcelo fue representado por Zilveti en un hermoso retrato que hizo del líder socialista, cuyo original vi alguna vez en casa de Cristina de Quiroga, en La Paz, y que ahora reproduzco aquí con autorización de Luis Zilveti.