En mi “Historia del Cine en Bolivia” que se publicó en la colección Enciclopedia Boliviana, en 1982, le dediqué a Matilde Garvía apenas unas líneas por su participación como actriz en el largometraje Hacia la Gloria (1932). Escribí que interpretó el papel de Cristina junto a Donato Olmos Peñaranda, Don Manuel B. Sagárnaga, Angélica Azcui, Enrique Mendoza y Valentina Arze.
Fue poco lo que dije, y en ese momento no la conocía personalmente hasta que pude visitarla en su casa el 26 de enero de 2001, en Austin, Texas, donde vivía con Gilka Wara, la hija que tuvo en su matrimonio con Augusto Céspedes, el famoso “Chueco” de nuestra literatura, “Chuequite”, como le decía cariñosamente mi padre.
Fue Gilka Wara la que facilitó entonces ese encuentro. Fuimos a almorzar al comedor de los profesores de la Universidad de Austin, y antes pasamos la mañana en su casa donde me mostró fotos de juventud e imágenes relacionadas con su carrera artística. Su memoria estaba intacta, fue muy agradable conversar con ella y con Gilka Wara, que en un momento dado se puso al piano. Madre e hija tenían en común la vocación artística y una creatividad ligada afectivamente a la memoria de Bolivia. Su casa entera respiraba aires bolivianos, a pesar de los muchos años de ausencia del país.
Recuerdo, detrás de la terraza donde nos tomamos una foto juntos, un jardín de invierno, los árboles secos, deshojados, el cielo gris plomizo y la tierra cubierta por el cobre de las hojas muertas.
Esa imagen de invierno adquiere hoy un nuevo significado, de tristeza, cuando recibo de Gilka Wara la noticia del fallecimiento de su madre el pasado 6 de febrero, apenas dos semanas antes de cumplir 99 años de edad, a un año de alcanzar los tres dígitos del centenario.
Hoy quiero decir más sobre Matilde Garvía, con el apoyo de Gilka Wara que la acompañó siempre y que vela por su memoria.
No solamente fue una mujer bella y una estrella de cine en aquellos años en que el cine boliviano estaba recién naciendo, sino que también desplegó su creatividad en varias áreas de la cultura. En la década de los 1940s fue pionera en la radio, produciendo el programa “La Hora Femenina” y participando en la fundación de Radio Municipal, donde fue directora artística del programa “Poetas de Bolivia” con la misión de difundir a jóvenes poetas. Fue igualmente la creadora del radio-teatro Kollana donde adaptaba para la radio narraciones de autores bolivianos.
Matilde tenía una memoria privilegiada desde muy joven, y solía memorizar poemas de numerosos autores bolivianos. Tuvo como mentor a Don Antonio González Bravo, acucioso investigador de la cultura boliviana, aymarólogo, músico y profesor. Me cuenta Gilka Wara que en 1949 su madre presentó en La Paz “Antis Aru”, un recital en aymara con poemas y música de González Bravo: “nunca antes se había visto algo semejante en el Teatro Municipal …”
Además de las artes, Matilde practicaba deportes, entre ellos esgrima y natación. Quizás esta dedicación y perserverancia prolongaron su vida en buenas condiciones físicas, hasta casi cumplir un siglo de edad.
Fue un amor apasionado el que unió a Matilde Garvía y Augusto Céspedes. Gilka conserva cartas hermosas que ambos intercambiaron. El “Chueco” la llamaba “Machila” y así le dedicó su primer libro: “Para Machila, a la sombra de cuyas pestañas escribí este libro”.
Me dice Gilka que pocos días antes de la muerte de Matilde, tuvo un presagio: “Soñé con Augusto, risueño con su característico sombrero Fedora y su abrigo de vicuña; llevaba en las manos un ramo de rosas rojas. Yo estaba al lado de mi madre. Él ni me vio ni me habló, se dirigió a ella y le dio un beso, el beso de los enamorados”. Desde ese momento Gilka Wara supo que Matilde no llegaría a cumplir otro año de vida: “Murió el día 6 de febrero, justo la fecha del cumpleaños de mi padre”.