En Medellín todos saben lo que es "cultura metro", una manera de decir cultura de paz y de convivencia. Esto no se podría entender sin haber estado aquí por lo menos dos veces: antes y después.
Antes, en los cerros que rodean a Medellín, se enfrentaban con el ejército grupos irregulares armados de la guerrilla, del narcotráfico o de las autodefensas (paramilitares). La población civil sufría las consecuencias en medio de la balacera. A principios de esta década, cuando me tocó visitar varias veces la ciudad, todavía se escuchaba el eco de los disparos, y la ciudad estaba fuertemente custodiada por patrullas del ejército.
Después, es decir hoy y en años recientes, esos mismos barrios de las alturas, víctimas del conflicto, viven momentos de paz y convivencia, ojalá definitivamente. Me ha tocado la suerte de regresar varias veces y vivir el cambio, pasear por todos los barrios sin temor.
¿Qué ha pasado? ¿Cómo se ha producido esa transformación? Los paisas (antioqueños) reconocen que muchas cosas cambiaron desde que en 1995 y 1996 se inauguraron en Medellín las líneas del metro que surcan la ciudad de norte a sur (Línea A) y del centro al occidente (Línea B).
Una inteligente promoción de los valores cívicos y de la convivencia hizo que los ciudadanos aprendieran a apreciar y a respetar el espacio de paz que les ofrecía el transporte colectivo. Afuera, podía pasar cualquier cosa, pero dentro del metro todos se comportaban impecablemente. Afuera podían estar las calles llenas de basura, pero dentro del metro a nadie se le ocurría tirar un papel al suelo. Esa cultura de civismo fue permeando toda la sociedad.
Por supuesto, otros factores se sumaron a esa nueva cultura ciudadana, y al orgullo que sienten hoy los paisas de tener una ciudad moderna y agradable, que todos los años le rinde culto a las flores, precisamente a principios de agosto, cuando estuve la última vez. La ciudad celebra también la poesía en el mes de julio durante el festival internacional que le ha dado tanto renombre. Este año reunió a mil poetas de 127 países, entre ellos a la boliviana Matilde Casazola, invitada a esta fiesta popular magnífica, donde la poesía se riega por calles, parques y plazas. Todos los autores salen al aire libre para leer su obra frente a audiencias de todas las edades y estratos sociales.
La cultura de paz de Medellín se ha beneficiado también de la obra extraordinaria del maestro Fernando Botero, cuyas esculturas enormes se despliegan cerca del Parque de Berrío, frente al Museo de Antioquia en cuyo interior varias salas exhiben también su obra pictórica.
La cultura metro es todo eso, y sigue creciendo. Es como si cada nueva estación de la red fuera ganándole espacio a la guerra y a la violencia. El año 2004 se inauguró en Medellín un complemento del metro: el metrocable, un sistema sumamente original y eficiente de transporte teleférico que extiende el alcance del metro hacia las colinas que rodean la ciudad, de otro modo de muy difícil acceso. Las dos líneas actuales (la segunda se abrió en 2008) llegan hasta el corazón de barrios como Santo Domingo o La Aurora antes sometidos por el miedo y la violencia.
Hoy son agradables lugares de paseo, formidables miradores desde los que se divisa toda la capital de Antioquia. Muy cerca de la estación final del metrocable que lleva al oriente de la ciudad, al barrio de Santo Domingo, se inauguró en 2007 la Biblioteca de España, diseñada por Giancarlo Mazzanti, que los propios reyes españoles inauguraron. Desde lejos, la biblioteca se ve como tres enormes rocas negras, y por adentro está llena de luz y de jóvenes que consultan libros o internet.
El barrio todavía muestra las heridas de la violencia. Frente a la Biblioteca de España un grupo de niños juega entre chorros de agua, delante de un mural que es un llamado a no perder la memoria, con dibujos sobre las víctimas de la violencia y frases como: “Homenaje a las víctimas del conflicto”, “Siempre en el recuerdo de nuestros corazones”, “Cambio minas por esperanza”, “Nací libre”…