29 julio 2024

¡Alarma!

(Publicado el sábado 27 de julio de 2024 en Público Bo, Brújula Digital, Inmediaciones y ANF)

Soy enemigo acérrimo de los signos de exclamación y creo que nunca los he usado en el título de un artículo, pero mientras siga leyendo el lector entenderá por qué lo hago ahora.

Cada día tenemos más motivos en Bolivia para vivir en un estado de alarma permanente, desde que abrimos los ojos hasta que los cerramos en la noche: la corrupción galopante, las mentiras groseras del gobierno del MAS, la impostura del lenguaje político, la debacle moral y ética en todos los órganos y niveles del Estado, el daño sistemático del medio ambiente urbano y rural, el deterioro de la economía por el despilfarro y la devaluación de la moneda, la represión política que se traduce no sólo en dos centenares de presos políticos y muchos más exiliados, sino también en el cierre de medios de información, y la falta de perspectivas de solución en al menos las dos próximas décadas… Motivos de sobra para vivir alarmados y pesimistas: no hay en el horizonte ningún resplandor de esperanza detrás de las nubes negras, y cualquier persona medianamente informada sabe que esto no se soluciona en el corto plazo sólo con un cambio de gobierno porque el daño es estructural y profundo.     

De todo lo anterior nos ocupamos regularmente los columnistas, con pesar e indignación, como un ejercicio de catarsis colectiva, pero hoy quiero referirme a lo que padecemos en el ámbito urbano, algo más cercano de la vida cotidiana. Los temas urbanos son a veces considerados de menor importancia que los temas políticos, pero afectan nuestra calidad de vida, nuestra estabilidad emocional y por último nuestras ganas de seguir viviendo en el país.

Muchas ciudades en países subdesarrollados (como el nuestro, en franco retroceso histórico cual el reloj del antiguo edificio del Congreso en la plaza Murillo), sufren los mismos síntomas de deterioro por sobrepoblación e incapacidad económica y de gestión de los gobiernos municipales para proveer servicios de calidad. Podemos constatar cada día con los cinco sentidos un absoluto irrespeto por las normas (cuando existen nunca se cumplen): caos vehicular sin control ni sanción, decenas de miles de construcciones ilegales sin fiscalización, basura por todo lado, ríos y desagües sucios y malolientes por falta de mantenimiento, insuficiencia de transporte público de calidad, contaminación riesgosa del aire que respiramos, agua no potable en las cañerías, en las calles saturación visual de publicidad no regulada y una maraña de cables que afean todo, a veces caídos sobre las aceras. Y ruido, ruido, muchísimo ruido.    

La contaminación acústica es característica de las ciudades subdesarrolladas y “La Paz maravillosa” es un ejemplo de ello. Esta urbe que cada julio celebra con fanfarria, bailes y mucho alcohol, es una ciudad estridente donde es casi imposible aislarse del ruido a menos que uno ande de día con audífonos y duerma todas las noches con tapones en los oídos (como yo hago). Es una ciudad enajenada, donde los automovilistas no saben comportarse. Los minibuses son una lacra, pero en general todos los conductores viven en un estado permanente de alteración, tocan bocina sin motivo, no ceden el paso a las ambulancias o bomberos, se agreden unos a otros, no respetan los semáforos y mucho menos los pasos de cebra. No usan cinturón de seguridad y hablan por celular mientras conducen, y aunque por milagro hubiera un policía de tránsito cerca, no serán amonestados, porque este es el país de la impunidad en lo pequeño y en lo grande. La policía sólo hace controles cuando necesita llenar sus bolsillos con coimas.    

¡Alarma! Aquí viene mi cuento… Las alarmas de los vehículos suenan todo el tiempo y sin motivo. No hay diez minutos de paz y tranquilidad. En ciudades civilizadas se aplican reglamentos que obligan a calibrar las alarmas de manera que no se disparen automáticamente con un golpe de viento o el paso de una moto, pero en ciudades bárbaras como las nuestras, la gente (y las autoridades) se ha vuelto sorda o insensible a las alarmas que suenan una y otra vez a lo largo del día y de la noche.

En el barrio supuestamente tranquilo donde resido, las alarmas suenan sin que los dueños de los vehículos salgan de sus oficinas o domicilios siquiera para ver lo que sucede. Simplemente dejan sonar sus alarmas hasta que se detienen y comienzan a sonar de nuevo diez minutos más tarde. Cuando regresé de México hace unos años, me tomaba el trabajo de colocar sobre el parabrisas de los autos ruidosos un letrero: “Su alarma molesta todo el tiempo al vecindario, calíbrela”, pero era inútil y desgastante, además de que en alguna ocasión me topé con personas torpes y belicosas. En otros países conciben acciones ciudadanas: adhieren sobre el parabrisas letreros que son difíciles de desprender, o pintan los vidrios con spray. Ojalá los jóvenes hicieran algo similar en Bolivia, o que los ladrones se lleven de una vez los vehículos que suenan sin motivo.     

Lo propio sucede en las noches con empresas con alarmas que suelen sonar en la madrugada sin interrupción hasta que llega un vigilante de la empresa de seguridad para desactivar el penetrante ruido. En el 99% de los casos, esas alarmas se disparan sin motivo, porque pasó un gato delante del sensor de movimiento. Los vecinos sufrimos las consecuencias de vivir en ciudades poco amables con los ciudadanos.

Los fines de semana no son más tranquilos, aunque se supone que son días de descanso. Cerca de mi casa el Banco Mercantil o las distribuidoras de autos Christian Motors o IMCRUZ tienen la pésima costumbre de sacar potentes altavoces para emitir propaganda y música estridente. Es sencillamente insoportable. Ese ruido está prohibido por disposiciones municipales pues constituye contaminación acústica, pero a la Alcaldía le importa un moco, nunca interviene de oficio. No interviene para amonestar y poner multas ni siquiera cuando se hace una denuncia. La página del Gobierno Municipal de La Paz para asentar un reclamo parece un relato de Kafka: hay que ir hasta la Alcaldía para presentar la denuncia por escrito, que será atendida en el mejor de los casos semanas más tarde…        

Hace bastante tiempo tomé contacto por teléfono con la sección o departamento de la Alcaldía de La Paz que supuestamente tiene la obligación de controlar la contaminación acústica. Una construcción cercana a mi vivienda estaba generando ruido de noche, taladrando fuera de los horarios permitidos. Los vecinos padecimos esa incomodidad sin que aparecieran los encargados de la Alcaldía que habían prometido hacerlo. Cuando días después finalmente se presentaron armados de sonómetros para medir los decibeles, ya había acabado el ruido. La ineficiencia y la burocracia funciona así. Esos funcionarios deberían estar todo el día en la calle fiscalizando de oficio, pero ya sabemos que la Alcaldía no hace nada de oficio, no cumple con sus obligaciones. Para festejar sin motivo son muy entusiastas, pero para trabajar, muy ineficientes.      

Muchas ciudades en el mundo tienen normas contra el ruido de las alarmas que suenan sin motivo. En Lima, el distrito de San Isidro estableció en 2017 que los vehículos que generen “ruidos molestos prolongados” serán trasladados con grúa al depósito municipal y sus propietarios sancionados con 1,215 soles (el doble al cambio en Bolivianos).

A ver si en Bolivia se generan iniciativas como esa.

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La desaceleración no basta…
Necesitamos una nueva forma de vida que nos redima
del desenfrenado estancamiento.
—Byung-Chul Han
 

 

26 julio 2024

René Bascopé, tres momentos

 (Publicado el jueves 25 de julio de 2024 en Brújula Digital, Público Bo y ANF)

Con motivo del 40 aniversario de la muerte trágica de René Bascopé se está reeditando alguno de sus libros y hay por lo menos dos actos de homenaje en torno a su figura. Está muy bien recordarlo en su calidad de escritor, y mejor aún si en esos homenajes participa gente joven, que no lo conoció personalmente, pero aprecia el legado que dejó a su muerte.

Bascopé, Gumucio, Salazar, Nisttahuz y Vargas 

De todas las veces que he escrito sobre él, siempre me viene primero a la mente la circunstancia de su muerte. Es como si los libros que conservo, varios dedicados por él y varios en ediciones póstumas, tuvieran ya una vida propia pero la de él estuviera todavía en un limbo indefinido, no completamente resuelta. También tengo las fotos que le tomé en diferentes circunstancias, pirateadas sin el mejor empacho a diestra y siniestra, sin que los piratas sepan en qué circunstancias le tomé tal o cual foto, sin contexto ni historia. Por ello me queda esa sensación de algo pendiente que no se ha cerrado todavía.     

Quiero rescatar para mí mismo tres momentos con René, de los que pocos pueden hablar, porque al menos dos de los compañeros de aquellas épocas han fallecido recientemente. En menos de un mes perdimos a Edgar Arandia el 26 de junio y (como si ambos se hubieran puesto de acuerdo), dos semanas después, el domingo 14 de julio, se nos fue Jaime Nisttahuz. El grupo que teníamos se completa con Ramón Rocha, Félix Salazar y Manuel Vargas, a quien suelo ver con más frecuencia. Jaime era el mayor (1942) y Manuel el menor (1952), sin embargo, no había ninguna jerarquía ni competencia entre nosotros.

Primer momento: jóvenes del “boom”

Esa época la recuerdo con mucho cariño. Éramos jóvenes escritores y artistas con apenas 20 años de edad, con ganas de devorar el “boom” de la literatura latinoamericana y pretensiones de escribir para renovar la literatura boliviana. Nuestras reuniones con Pedro Shimose en la trastienda de la editorial y librería Difusión, de Jorge Catalano, eran para charlar sobre literatura y preparar la revista de gran formato que fue interrumpida en el número 7, luego del golpe del coronel Banzer en 1971. Pedro Shimose y yo salimos al exilio, a Madrid. Han pasado 53 años desde entonces.

Casazola, Gumucio, Bascopé y Nisttahuz 

A pesar de los siete años de dictadura, el grupo no se desarticuló. Manuel, Jaime y René fundaron la revista Trasluz, que fue un referente muy importante entre 1975 y 1977. A fines de esa década con apoyo de Pepe Ballón que estaba a cargo de la imprenta de la Universidad Mayor de San Andrés, publicamos un libro colectivo: Seis nuevos narradores bolivianos (1979) y creamos el sello editorial “Palabra Encendida” para que nuestros libros no nacieran huérfanos. Inauguramos las ferias de autores en El Prado, frente al hotel Copacabana. Cada quien se ponía con los dos o tres libros publicados hasta entonces. A veces se unía a nosotros Matilde Casazola, Mariano Baptista Gumucio, y otros. Presentábamos exposiciones de pintura y nuestros nuevos libros en la galería Puerta Abierta, en la calle Bueno, en un local largo y estrecho que Edgar Arandia y Silvia Peñaloza habían alquilado. En fin, otras anécdotas que ya he narrado otras veces.       

Segundo momento: Aquí y allá en el exilio

En esta época con René Bascopé destaca nuestra participación en el semanario Aquí que dirigía Luis Espinal, creado en 1979 a la caída de la dictadura militar. La historia del semanario en su primera etapa fue breve pero sustanciosa. Su influencia en la opinión pública era tan importante que los militares, irritados porque denunciábamos la corrupción y los preparativos de un golpe militar, nos tenían amenazados constantemente. El golpe del coronel Alberto Natusch Busch se produjo el 1 de noviembre de 1979 y uno de nuestros compañeros, Edgar Arandia, fue gravemente herido de bala en la plaza Pérez Velasco, ocupada por las tanquetas del Regimiento Tarapacá. Ya he dicho más sobre ese episodio el 24 de julio pasado, cuando escribí sobre Edgar Arandia.       

Apenas dos meses después, en enero de 1980, esbirros del ejército colocaron una bomba en las puertas de la redacción del semanario, sin consecuencias personales, por suerte. Y otros dos meses después, el 22 de marzo de ese año, fue secuestrado, salvajemente torturado y asesinado nuestro director y amigo, Luis Espinal. La conmoción fue tremenda, nunca pensamos que podían llegar tan lejos, pero era el preludio del golpe militar de García Meza y Arce Gómez que se produjo otros cuatro meses más tarde, el 17 de julio. Parece ahora un periodo corto, pero vivimos demasiadas cosas en esos pocos meses de la primera etapa del semanario Aquí.

Tal como habíamos anunciado y denunciado (publiqué un corto artículo titulado “La mesa de García” en alusión a García Meza), se vino el golpe militar y luego de unas semanas en la clandestinidad, cuando vimos que se había consolidado la dictadura, buscamos donde refugiarnos. De nuestro grupo de escritores, René Bascopé, Ramón Rocha y yo terminamos en la embajada de México, donde encontramos a Cristina de Quiroga, a Luis Rico, a Coco Manto, Silvia Rivera, Sergio Paz y a muchos otros amigos perseguidos políticos.

En la residencia del embajador mexicano, en la calle 5 de Obrajes, éramos más de un centenar de asilados que dormíamos en el suelo en sleeping bags, apretujados, aprovechando todo el espacio disponible en la sala, comedor y alguna habitación del primer piso. Nos organizamos para ayudar a Dorita, la cocinera, en las labores de la cocina y limpieza. Teníamos turnos de 5 minutos para el baño. Tomábamos sol en el jardín (una de las fotos que me han pirateado es la que le tomé allí a René). Organizábamos sesiones literarias en el bosquecillo que había en el rincón superior del jardín de la residencia, sobre la avenida 14 de Septiembre. Coco Manto conservaba todavía una grabación de una de esas veladas.      

René y yo decidimos escribir a cuatro manos un libro sobre los militares en Bolivia. Él escribió la parte histórica, sin tener recurso a la documentación que necesitaba, y yo la parte testimonial. Compartíamos una misma máquina de escribir, por turnos. Los salvoconductos para salir del país llegaban como cuentagotas y cada semana salía un grupo de veinte personas al que despedíamos con “La caraqueña” de Nilo Soruco Arancibia, que Luis Rico entonaba en su guitarra y todos cantábamos al unísono, con lágrimas en los ojos.      

Algunos asilados que llegaron después que nosotros, salían antes con salvoconducto. Hechas las averiguaciones, supimos que el ministro del Interior, Luis Arce Gómez, tenía una lista de seis nombres y habría dicho: “Estos seis que se pudran en la embajada de México”. La lista incluía a Cristina de Quiroga, Luis López Altamirano, Alcides Alvarado Daza, Antonio Peredo, René Bascopé y yo (los tres últimos, del semanario Aquí). Decidí entonces correr el riesgo de dejar el asilo diplomático y emigrar a través de la frontera peruana con una identidad falsa, para llegar a México por mis propios medios y ya no como asilado político (pero esa es una larga historia que no viene a cuento).

Ya en México, René y yo pudimos sobrevivir ejerciendo varios oficios saca-apuros hasta que gracias al Gato Salazar encontramos trabajo como periodistas en dos diarios de la capital: René en El Día (y en una editorial donde le pagaban mejor), y yo en la sección internacional de Excelsior. Nos veíamos poco, cada uno en la lucha por la sobrevivencia. Yo estaba mucho más con Antonio Peredo, ya que compartimos por unos meses un departamento en el barrio de Tacubaya.  René y yo presentamos nuestro libro conjunto al Premio Casa de las Américas, en Cuba, pero no salió favorecido. Tiempo después Eduardo Galeano, que era miembro del jurado, me comentó que las dos partes del libro eran desiguales. René decidió retirar su parte y seguir trabajando en ese texto (que luego abandonó), mientras que yo presenté el libro al Premio Testimonio del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA) con el título La máscara del gorila, y gané.         

Tercer momento: retorno y muerte

René regresó a Bolivia para hacerse cargo de la dirección del semanario Aquí y yo regresé con el proyecto de continuar la filmación de una película semi documental sobre Luis Espinal. A la idea inicial se fueron añadiendo escenas de ficción: un periodista (interpretado por Pachi Ascarrunz) investigaba el asesinato de Luis Espinal (interpretado por Adalberto Kopp). En una de las escenas ese periodista entrevistaba a René en la imprenta donde se producía cada viernes el semanario Aquí.

Al hablar con René aquella noche, noté que llevaba en la barriga un objeto. Levanté su chompa y vi que era un revólver. Le hice un comentario jocoso sin saber lo que iba a suceder un par de horas más tarde: “Para qué pones el arma en tu barriga, te vas a volar los huevos accidentalmente”. Respondió que después de lo que había sucedido con Lucho Espinal, prefería sentirse más seguro.      

Terminamos de filmar sobre la media noche. Yo había alquilado una vagoneta Volkswagen con chofer para llevar al equipo de cine. Fuimos dejando a todos en sus casas y al final en la ruta de bajada hacia Obrajes quedamos sólo René, la periodista Amanda Dávila que se había presentado en el lugar de filmación), y yo. Me llamó la atención que René no se hubiera quedado en Sopocachi, donde vivía, pero no hice ningún comentario. Me dejaron en la calle 6 de Obrajes y siguieron su camino probablemente al Barrio del Periodista.

A eso de las 5 de la mañana recibí una llamada de Rosemarie, la esposa de René: “Moro, le han disparado, está herido de bala”.  Me indicó la clínica donde estaba y subí inmediatamente a Sopocachi. Poco a poco llegaron otros amigos para donar sangre. La cirugía duró varias horas: el balazo en diagonal le había atravesado varios órganos. Fueron horas de angustiosa espera hasta que René salió del quirófano y de la sala de recuperación. Fui el primer amigo que pidió ver. Le comenté que afuera había varios periodistas preguntando qué había pasado, pues muchos pensaban que había sido un atentado político. René me dijo: “Para los que pregunten, diles que ha sido un accidente”. Esa fue la versión que siempre sostuve. Sólo hay una persona que sabe exactamente lo que pasó aquella noche (aunque podemos imaginar la escena).

Los días siguientes fueron de ajetreo entre los amigos de René para conseguir algunos implementos médicos que no se obtenían fácilmente en Bolivia en 1984, por ejemplo, las bolsas de colostomía que René debía usar hasta su recuperación. Regresé a México, donde yo vivía todavía, y tuve noticias de que René había regresado a su casa. Sin embargo, unas semanas más tarde, al llegar a mi departamento y escuchar los mensajes en el respondedor automático del teléfono, escuché la voz de Ángel, el hermano de René: “Moro, René ha muerto”.       

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Cuando la muerte se precipita sobre el hombre,
la parte mortal se extingue;
pero el principio inmortal se retira y se aleja sano y salvo.
—Platón  


21 julio 2024

Cuero de ballena

(Publicado en Brújula Digital, Público Bo, ANF e Inmediaciones el sábado 20 de julio del 2024)

Arce y Choquehuanca, bribones 

Confieso que mi capacidad de asombro permanece intacta: “no puedo entender” (como dice cada vez el cacique del Chapare) el cinismo que protege como chaleco antibalas a ciertos personajes de la política nacional, a quienes parece que todo les resbala, incluso acusaciones directas sobre su comportamiento ético y moral, no sólo político.      

Por ejemplo, y sólo para recordar algunos hechos que son por todos conocidos, el vicepresidente Choquehuanca no ha abierto su pico (hasta donde yo he podido saber) sobre la acusación de que su hijo de 25 años posee una casa valuada en 300 mil dólares y además ha recibido un préstamo bancario de 1 millón de Bolivianos. Frente a esa acusación, palidece la otra: que el muchacho “trabaja” en una institución del Estado en un cargo para el que no es idóneo. Choquehuanca ni se mosqueó, simplemente aprovechó para huir en otro de los muchos viajes internacionales que hace a costa del erario sin ningún resultado beneficioso para el país.

Los hijos del presidente Arce Catacora también han sido acusados de enriquecimiento ilícito y tráfico de grandes extensiones de tierras en Santa Cruz, pero Arcínico o “Tilín”, con su habitual indolencia, no ha comentado el tema.

El presidente de diputados, con cara de monolito que nunca se sonroja, parece inmune a las acusaciones que se han hecho públicas sobre el contrabando de autos chutos y corrupción a través de funcionarios nombrados por él en la propia cámara baja, entre otras muchas. No hace su trabajo, pero “trabaja” en las sombras para enriquecerse: diez bienes declarados y una deuda de 2.7 millones de Bolivianos (ojo, eso es lo que admite, pero hay mucho más).     

Julia Ramos, ex diputada, ex ministra de Tierras de Evo Morales y ahora vicepresidenta del MAS, luego de haber sido protagonista del escándalo de corrupción del Fondo Indígena (FONDIOC), encarcelada y liberada por la “justicia” masista, tiene 174 propiedades a su nombre en Tarija (es lo que se ha podido descubrir hasta ahora en los registros de Derechos Reales). Y no pasa nada.

José Rengel 

El diputado José Rengel Terrazas sacó del país 51 millones de dólares en 37 giros con destino a Bélgica, Costa de Marfil, Alemania y Turquía, pero no tiene el menor empacho en decir que esa plata la acumuló con el contrabando de autos chutos (no podría alcanzar la suma astronómica mencionada ni con más de 2 mil vehículos). Pues bien, el diputado sigue siendo diputado y nadie pestañea. Es típico en la era del MAS que ha sumido a Bolivia en la decadencia más profunda.      

La sucesión de escándalos protagonizados por dirigentes masistas me deja boquiabierto, aunque constato que la mayoría de la población está tan domesticada que no le importa. En otros tiempos los hechos de corrupción no eran pan de cada día pero resonaban durante meses cubriendo con una sombra de ignominia a los implicados. Hoy, sin sonrojarse, continúan en sus puestos o si renuncian, se reciclan en otros cargos en el Estado, con frecuencia para proceder de la misma manera, es decir, para enriquecerse sin empacho.


Pocos pagan con cárcel sus desmanes y corruptelas. Es emblemático un grave caso de corrupción del primer gobierno de Evo Morales: Santos Ramírez, su amigo de cama y rancho, con quien compartía un departamento en Miraflores. En esos días Evo declaró que “nunca” ocuparía la casa presidencial de “dictadores y neoliberales” (pero pronto olvidó su promesa). Santos Ramírez era el principal implicado en el caso Catler, que sólo se descubrió porque hubo un asesinato de por medio. De otra manera, nadie se hubiera enterado de la millonaria corrupción del profesor rural convertido de la noche a la mañana en presidente de YPFB, la empresa estatal más importante. Al día siguiente Morales salió a defenderlo, pero un par de días más tarde tuvo que tragar sus palabras ante la evidencia aplastante presentada por la Policía. Santos Ramírez pasó unos años en la cárcel y está  otra vez libre, probablemente gozando de los millones que nunca devolvió.     

Gabriela Zapata

No es menos emblemático el caso de Gabriela Zapata, una de las amantes secretas de Evo Morales, que también pasó unos años presa y ahora goza en Cochabamba de su fortuna mal habida. Hay quienes desvían la atención sobre un chisme digno de telenovela: si existe o no un hijo de ambos, cuando el verdadero problema son cientos de millones de dólares de contratos con la empresa china CAMC, de la cual Zapata era funcionaria o intermediaria, sin tener ninguna capacidad profesional, sólo por su relación íntima con el jefazo (que es el responsable final de los fondos del erario desviados). Morales no ha sido hasta ahora citado ni siquiera como testigo, ni Quintana, ni Romero, y otros ex ministros que intentaron crear una cortina de humo para esconder, además, el hecho de pedofilia, ya que Zapata era menor de edad cuando inició su relación íntima con el “gran jefe indio del sur”, como lo llamó el dictador Nicolás Maduro.       

Nemesia Achacollo 

Uno de los más sonados por el daño al erario es el Fondo Indígena, que hizo evaporar cerca de 200 millones de dólares depositados en las cuentas personales de dirigentes de los prefabricados “movimientos sociales”, nidos de ladrones sin ética. Nemesia Achacollo (protegida por Evo Morales) y otros pocos pasaron unos meses en la cárcel, pero el que denunció los hechos, Marco Antonio Aramayo, murió tras las rejas luego de varios años de hostigamiento y tortura sicológica, con más de un centenar de juicios encima (le siguen añadiendo procesos aunque ya murió), como si hubiera sido cómplice en cada uno de los desfalcos. El responsable principal, Evo Morales, no fue citado ni siquiera como testigo.     

 Menacho, Arce Zaconeta, Navarro

Bribones como los exprocuradores de la República, Héctor Arce Zaconeta, Pablo Menacho, César Navarro y Wilfredo Chávez, entre otros, han ido navegando entre cargos del Estado y sus bufetes jurídicos privados, usando los primeros para beneficiar a los segundos. Se les acusa de haber “perdido” para Bolivia multimillonarios arbitrajes internacionales de los que aparentemente salieron favorecidos como individuos. El caso Quiborax es emblemático porque  el Estado boliviano acabó pagando 42.6 millones de US$, más de diez veces de lo previsto inicialmente. Es obvio que ahí operó el virus de  la corrupción, nadie se cree el cuento de que los abogados bolivianos son tan inútiles.     

En total, se estima que gracias a estos pillos el Estado ha perdido en litigios internacionales más de 715 US$ millones de dólares. No es invento de la oposición, por mucho que le duela al régimen. Los datos salen de informes de la propia Procuraduría General del Estado, que no pudo esconderlos: 65 millones de US$ a la Red Eléctrica Internacional S.A.U; 357 millones a Pan American Energy; 18 millones a Inversiones Econergy Bolivia (GDF Suez S.A.), 240 millones a Carlson Dividend Facility; 10 millones a The Bolivian Generating Group; 34 millones a Iberdrola; 20 millones a Paz Holdings Ltd; 36 millones a RurelecPLc; 26 millones a South American Silver Limited (SAS) y así sucesivamente.    

Como en un iceberg, hay una gran parte de la corrupción que está  escondida, que saldrá a la luz cuando haya posibilidades de investigar con transparencia y hacer auditorías de todos los proyectos y programas de los gobiernos del MAS. Detrás de cada empresa estatal (todas deficitarias, creadas sólo para emplear a militantes), hay sobreprecios, malos manejos y uso indebido de bienes públicos: planta de urea, aeropuerto “internacional” de Chimoré, museo de Evo en Orinoca, sede de Unasur, ingenio en San Buenaventura, Papelbol, Emapa, empresa de hierro del Mutún, Yacimientos de Litio Bolivianos, YPFB, BoA, etc.    

La lista de ladrones del MAS enriquecidos de manera ilícita es muy larga, son tantos, que si uno no consultara los archivos correría el riesgo de olvidarlos. Juan Santos Cruz, que recibió coimas como ministro de Medio Ambiente y Agua, Edwin Characayo agarrado con las manos en la masa cuando recibía un soborno por la titulación de tierras en San Ramón, los ex alcaldes de El Alto, Edgar Patana y Zacarías Maquera, etc.

Sólo 28 países más corruptos que Bolivia en el mundo 

Hay infinidad de artículos y libros sobre los casos más sonados de corrupción durante los gobiernos masistas, pero la impunidad campea. Los pillos son premiados con cargos poco notorios o tienen un pie fuera de Bolivia por si acaso les llegue la hora de rendir cuentas. En el mejor de los casos, son enviados a la cárcel por un tiempo y luego se benefician de “detención domiciliaria” que en este país es una suerte de premio. Ni siquiera nos enteramos dónde están.      

Nunca en toda la historia de Bolivia la corrupción fue tan generalizada en el aparato del Estado y nunca los montos de los desfalcos fueron tan grandes. Los casos de corrupción durante las dictaduras militares o los gobiernos neoliberales son minúsculos por comparación. La podredura en las dos décadas masistas no sólo le ha hecho un daño económico al Estado, sino que deja dos generaciones de jóvenes ávidos de corromperse, porque esos son sus nuevos “valores”.

Reitero mi estupefacción intacta, más aún cuando a la mayoría de los bolivianos parece que no le importa, quizás porque están esperando su oportunidad de hacer exactamente lo mismo. Los veinte años de masismo han establecido como norma la viveza criolla, la complicidad entre pillos y el cinismo. No solamente los bribones tienen cuero de ballena, también los ciudadanos a quienes casi dos décadas de masismo han domesticado de manera tal que para ellos la corrupción es un hecho cotidiano normal.

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La natura dell'uomo superbo è vile e di mostrarsi
insolente nella prosperità e abietto e umile nelle avversità.
—Maquiavelo
 

17 julio 2024

Donde dice Nisttahuz, léase poeta

(Publicado el jueves 18 de julio de 2024 en Brújula Digital, Público Bo y Agencia de Noticias Fides)

Nunca fui adepto a las capillas, siento que hay demasiadas en Bolivia, y no me refiero sólo a las políticas o religiosas sino —en este caso— a los grupos de escritores y artistas que se aglutinan en pequeñas cofradías (parecidas a las masónicas) con el propósito de avalarse entre sí captar financiamiento, becas, viajes, invitaciones y otros privilegios. Hoy por ti mañana por mi… se hacen favores unos a otros como en una logia. Se mueven hábilmente a nivel internacional, a veces beneficiados por vínculos con universidades de Estados Unidos o de Europa.     

La introducción anterior me sirve para hablar de Jaime Nisttahuz, fallecido el domingo 14 de julio de 2024, con quien tuve una amistad tan larga y fructífera como episódica. Fuimos parte de un grupo que se diferenciaba de las capillas cerradas descritas más arriba. Jaime era el mayor del grupo (nacido en 1942), Ramón Rocha Monroy, Edgar Arandia y yo seguíamos en edad (1950), luego Manuel Vargas (1952), René Bascopé (1954) y Félix Salazar. Según el tipo de travesuras, otros colegas participaban. Silvia Peñaloza y Edgar Arandia tenían un local en la calle Bueno, que denominamos Puerta Abierta, donde se presentaban libros y exposiciones de pintura. Era una linda época.

Con el apoyo de la editorial y librería Difusión de Jorge Catalano y el liderazgo de Pedro Shimose, hicimos la revista Difusión (impresa por don Ernesto Burillo), que entre marzo y octubre de 1971 publicó siete números excelentes, como el correspondiente a junio, donde se publicó el poema “Las llaves del comandante” que el gran (y grande en estatura) poeta ruso Evgeni Evtuchenko había escrito días antes durante su visita a La Higuera, detrás de los pasos del Che Guevara en Bolivia. Era una revista de gran calidad de contenido y diseño, abierta a todos. Nos reuníamos en la trastienda de la librería Difusión, primero en el Prado y más tarde en la avenida Mariscal Santa Cruz, para hablar sobre libros con el fondo de la música de Chopin que tanto le gustaba a Jorge Catalano, quien nos ayudaba importando las primeras ediciones de los libros del “boom” de la literatura latinoamericana, que consumíamos con avidez como si fueran vitaminas (o una droga placentera).     

El golpe militar de Banzer en agosto de 1971 nos mandó al exilio en Madrid a Pedro Shimose y a mí, entre muchos otros que salieron a otros países. Pedro y yo compartimos varios meses un departamento prestado en el Barrio del Pilar, todavía en construcción.

Matilde Casazola, Alfonso Gumucio, René Bascopé y Jaime Nisttahuz

Tiempo después Manuel Vargas fue junto a Jaime Nisttahuz y a René Bascopé el artífice de la revista Trasluz (1975-1977), que codirigieron abriendo el espacio a otros colegas escritores que hacían sus primeras armas. Se trataba de incluir a otros, y no de excluir.      

A fines de la década de 1970, al regreso del exilio, nuestro grupo inauguró las ferias de autores en el Prado, los domingos, donde cada autor debía participar con sus propios textos, no se podía llevar libros de otros. La convocatoria era abierta, y así participó varias veces Matilde Casazola, Mariano Baptista Gumucio, Fernando Vaca Toledo, entre otros que recuerdo.

Nuestro querido Pepe Ballón, que dirigía la imprenta universitaria (luego de haber sido el formidable creador y gestor de la emblemática Peña Naira), nos ayudó a publicar Seis nuevos narradores bolivianos (1979) donde cada uno aportó con cuatro o cinco cuentos: Manuel Vargas, René Bascopé, Alfonso Gumucio, Ramón Rocha Monroy, Félix Salazar y Jaime Nisttahuz. Fue nuestro bautizo como grupo.      

Nos inventamos el sello editorial Palabra Encendida (escogí el nombre, inventé el logo y diseñé algunas tapas) con la idea de que nuestros humildes libros no nacieran huérfanos. Con ese sello se publicaron dos libros de Jaime Nisttahuz: El murmullo de las ropas (1980) y Palabras con agujeros (1983), y otros tres míos. A Jaime y a mí nos gustaba jugar con las palabras para ponerle nombre a nuestros libros, que luego presentábamos en la galería Puerta Abierta y en otros espacios culturales (que no cobraban, como ahora).

Jaime Nisttahuz, Edgar Arandia, Germán Gutierrez y Alfonso Gumucio

El cruento golpe del coronel Natusch Busch nos afectó de lleno. Edgar Arandia fue herido de gravedad durante un enfrentamiento en la plaza Pérez Velasco. Poco después, fue el secuestro y asesinato de Luis Espinal, y cuatro meses más tarde el golpe del García Meza el 17 de julio de 1980 (hace 44 años) nos cayó encima con el forzado exilio político para quienes escribíamos en el semanario Aquí, donde Jaime publicó varias veces. René Bascopé, Ramón Rocha Monroy y yo salimos exiliados a México, y Manuel Vargas a Suecia por la publicación de su cuento “Mal de ojo”… Cada quien cruzó fronteras y enfrentó peligros a su manera. Esa dispersión afectó las actividades que habíamos apenas comenzado a desarrollar. Por suerte otros compañeros escritores se fueron uniendo al grupo en el que Jaime Nisttahuz quedó como un referente: Adolfo Cárdenas (“Asterix”), Humberto Quino, y varios otros más jóvenes.      

Bascopé, Gumucio, Salazar, Nisttahuz y Vargas 

Han pasado más de cuatro décadas y las generaciones de relevo se interesan en la obra de los escritores y artistas de nuestra generación (especialmente cuando se mueren, así es la vida y así es la muerte). Las fotos que nos tomábamos en el grupo se convierten en icónicas y las usan indiscriminadamente sin citar siquiera la fuente o la autoría. Hay una apropiación de la memoria que tiene algo de oportunismo, pero ni modo.      

Jaime no era afecto a usar los medios digitales que fueron surgiendo a fines del siglo pasado, de manera que no pudimos mantener un contacto fluido durante los años que estuve rodando por otros países, aunque nos veíamos ocasionalmente cuando yo regresaba a Bolivia por unos días. No tengo correspondencia suya, lo cual lamento. No nos vimos durante muchos años por las distancias geográficas insalvables y en tiempos recientes porque Jaime se recluyó cada vez más. Las últimas veces, antes de la pandemia, fue probablemente en su puesto de venta de libros en el pasaje Marina Núñez del Prado, donde iba cada vez menos. A raíz de uno de nuestros reencuentros, en octubre de 2013, el colega Alexis Argüello Sandoval publicó este tuit: “Acabo de ser testigo de un reencuentro, que tal parece sucedió después de mucho tiempo, el de Alfonso Gumucio y Jaime Nisttahuz”. 

Jaime sabía que su camino final no tenía retorno. Dejó a su familia instrucciones precisas, no quería que lo cremen, sino que lo entierren en el Cementerio General donde ahora yace desde el martes 16 de julio (“si me entierran abajo en un cementerio jardín, quién me va a visitar”, dijo), e incluso dispuso cuál sería su epitafio: “Creía encontrar lo que buscaba \ Quiso caminar sobre sus convicciones. \ No cumplió más \ que el intento de caminar sobre sus negaciones \ en cada \ piedra \ que \ pisaba. \ Su confianza fue quedando \ en la duda.” Y en otro epitafio que lo acompañó hasta su morada final se lee: “Mis lágrimas cantan contra lo nefasto como si acariciara la calavera de quienes no atendieron mi desamparo”.      

Nisttahuz y Gumucio 

Los amigos conocíamos su acidez para expresarse sobre otros, incluso con sus interlocutores inmediatos, a los que provocaba con alguna frase acerada que podía dejar desconcertado a quien no lo conocía bien. Era así, sobre todo con unos tragos encima. A Ricardo Bajo, que publicó sobre Jaime uno de sus espléndidos reportajes (3 de abril de 2022) le dijo que siempre tuvo la fantasía de perderse “en algún rincón de Bolivia y expandir luego el chisme de mi muerte”. Quizás lo hizo y todos estamos esperando que reaparezca con su sonrisa burlona.    

Uno de los poemas de Jaime que suelo recordar lleva como título “Fe de erratas” (el último de su libro Escrito en los muros) y tiene versos como estos: “Donde dice abogado \ renglón 20 de la pág. 1040 \ debe decir ha robado; \ fácil mujer pág. 1050 \ debe leerse grácil mujer; \ militarismo pág. 1055 \ debe cambiarse por ocultismo…” y así hasta el final. De ahí el título de esta nota de homenaje.

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Los suicidas no acostumbran orinar en lavamanos
parece que gastan poca luz.
Últimamente muchos desconocidos me saludan
ojalá no me confundan con alguien ya muerto en la matanza de anteayer.
—Jaime Nisttahuz
 

13 julio 2024

La proverbial cobardía de Evo

(Publicado el sábado 13 de julio de 2024 en Brújula Digital, Público Bo, Cabildeo, Inmediaciones y ANF)

Evo huye a México en 2019 

La cobardía de Evo Morales es bien conocida. En 2019 pidió auxilio al gobierno mexicano para escapar de Bolivia inmediatamente después de destituir de manera expedita al Tribunal Supremo Electoral, declarar nulas las elecciones generales y presentar su renuncia como presidente de Bolivia. Luego declaró que fue “golpe”… Todo un teatro para crear un peligroso vacío de poder.     

Una cronología acuciosa, sugiere que el avión que le envió López Obrador ya había despegado de México cuando Morales renunció. No pudo aguantar siquiera un par de días en la tierra de nadie del Chapare, donde funge como cacique máximo y donde vive refugiado porque ni siquiera puede tomar un vuelo comercial sin que lo insulte la gente.

Su cobardía proverbial volvió a hacerse notoria el miércoles 10 de julio cuando hizo un berrinche en la reunión de dirigentes políticos invitados por el Tribunal Supremo Electoral para encontrar soluciones al entorpecido cronograma de las elecciones primarias, judiciales y generales. Con lógica aplastante la mayoría estuvo de acuerdo en que las elecciones primarias eran un malgasto de dinero y corrían el riesgo de postergar las elecciones judiciales y por lo tanto las generales de 2025.

Cuando Evo Morales se dio cuenta de que estaba en franca minoría, pateó el tablero (siempre fue mal perdedor, recuerden el rodillazo en un partido de fútbol) y salió de la sala con la cola entre las patas, para luego declarar en conferencia de prensa: “nos ganaron, reconozco, respeto”, como si se hubiera tratado de un partido de fútbol de los que jugaba todos los días cuando era presidente. Así volvió a poner en evidencia su incapacidad y cobardía para el diálogo, la misma que mostró durante 15 años en la presidencia, sin aceptar jamás un debate con otros candidatos. No sabe hablar civilizadamente, sólo sabe dar órdenes y consignas.     

Su único objetivo en la reunión con el TSE era añadir el punto 13 (número de mala suerte) al acuerdo del Encuentro Multipartidario: su permanencia indefinida como presidente del Movimiento al Socialismo (MAS), es decir, su propia sobrevivencia como dirigente. Obviamente nadie aceptó que hubiera reglas excepcionales para el autócrata chapareño. El pánico que siente ante la idea de perder el poder y los privilegios que le otorga el puesto de dirigente político fue notorio en la declaración que hizo después a los medios, donde se lo notaba incómodo, temblaba y se enredaba al hablar. No lo acompañaban los habituales adláteres (su abogado y sus exministros) seguramente para no pasar vergüenza ajena.   

Morales teme ser remplazado a la cabeza del MAS, con el mismo temor que a lo largo de sus 15 años en el poder, no cedió la presidencia de las seis federaciones de cocaleros del trópico de Cochabamba, a pesar de constituir un caso flagrante de conflicto de intereses (que no fue objetado por ninguno de los sumisos tribunales electorales que lo sirvieron, ni por el poder Judicial servil, ni por el poder Legislativo donde tenía mayoría). Lo cierto es que el prócer de Orinoca teme a los mal llamados “movimientos sociales” (cría cuervos y te sacarán los ojos…), que él mismo creó para desarticular y aniquilar al histórico movimiento sindical (COB, FSTMB, etc.), y además desconfía de los jóvenes dirigentes masistas que se perfilan para sacarlo de la jugada.    

Y ya que hablamos de esos jóvenes del MAS, algo que llamó mi atención cuando se levantó y salió abruptamente del Encuentro Multipartidario en el TSE, es que detrás de él salió como perrito faldero el senador Andrónico Rodríguez, a quien muchos masistas ven como el reemplazo generacional de Evo Morales.    

Este Andrónico (que dista mucho de ser el “hombre victorioso” de los griegos), no parece darse cuenta de que no fue invitado a esa reunión como segundón de Evo, sino como presidente del Senado. Su responsabilidad en el Encuentro Multipartidario era representar a todos los senadores y senadoras, y no desempeñarse como caniche de Evo Morales. Con ese paso en falso, Andrónico demostró que su futuro político es tan precario como el de su jefe. Ninguno de los dos sabe distinguir entre una función de Estado y su pertenencia partidista.

Se me ocurre que habría que darle una oportunidad a Evo para que muestre su valentía y aprenda a amarrarse solito los zapatos. Ya que no está  conforme con el acuerdo logrado en el Tribunal Supremo Electoral sugiero que se declare en huelga de hambre en las puertas del TSE, pero que sea una huelga de hambre seca y hasta las últimas consecuencias, sin retroceder. Yo apoyaría esa valiente decisión al igual que la mayoría del pueblo boliviano, incluyendo sus acólitos más cercanos, para quienes el cacique del Chapare se ha vuelto una carga difícil de sobrellevar.   

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Cowards die many times before their actual deaths.
—Julio César
 

11 julio 2024

Antonio Eguino: inocente pecador.

(Publicado en Brújula Digital, Público Bo y ANF el jueves 11 de julio de 2024)

Para comenzar debo decir que hay una errata en el título del libro. Dice “pecador” entre comillas, pero debería ir sin comillas, porque Antonio Eguino es un pecador de verdad. Hacer cine en Bolivia es un pecado mortal, que sólo los empecinados y muy tercos se atreven a cometer, a riesgo de ser fulminados por un rayo enviado del cielo. Sobre todo, si pensamos en lo que era hacer cine en 35 mm hace cuatro o cinco décadas, seríamos más conscientes de ese atrevimiento, de esa afrenta a los dioses del Olimpo en nombre del séptimo arte.   

De eso y otras cosas nos habla al oído Antonio en este libro autobiográfico, escrito con el invalorable apoyo de Elena Kuznetsova que se tomó el trabajito de poner en orden los recuerdos dispersos, tratando de exprimir la memoria de uno de los cineastas con mayor trayectoria en el cine boliviano.

Jorge Sanjinés y Antonio Eguino

Pero ojo: todo recuerdo es una invención. Nuestra memoria reconstruye el pasado de manera caprichosa, privilegia ciertos momentos en detrimento de otros, nos engaña, juega con nosotros en el ajedrez del olvido. Lo que creemos recordar tiene siempre un sesgo (voluntario, involuntario o subconsciente) que hace que no existe en verdad el hilo de un ovillo que se desenvuelve de manera lineal y perfecta, sino una red compleja de nudos más o menos firmes, pero enredados, con intersticios menos simétricos que la maravillosa tela de una araña.     

Cuando recordamos algo, exprimimos la memoria como una naranja cuyo jugo queda como gotas pegajosas en el camino de la vida. La única manera de recuperar detalles y de ser preciso es regresar a las fuentes escritas o visuales que aluden a cada periodo, a cada instante. Eso hacemos los biógrafos y los historiadores, volcados sobre pruebas documentales: cartas personales, diarios íntimos, relatos cruzados de otros testigos, etc. Un pase de abordar o una cuenta de teléfono pueden restituir en la memoria hechos ya olvidados o imprecisos.

El olor y sabor de una magdalena a la hora del té le permitió a Marcel Proust evocar hechos desde su infancia, que narró en los siete tomos (3.546 páginas en la edición en castellano de Alianza Editorial) de En busca del tiempo perdido (1913-1927). En la vida de cada quien hay sin duda muchas “magdalenas”, es decir, detonantes de la memoria que no siempre aparecen por casualidad, a veces hay que provocarlos. En una novela, no es tan necesario porque el autor puede tomarse las licencias que considere pertinentes.  

Por ello el ejercicio de escribir una autobiografía es doblemente riesgoso, en especial cuando se confía solamente en la propia memoria y no se acude a esos señuelos habladores que nos traen a la mente realidades olvidadas. A ese ejercicio de equilibrista se ha librado este amigo de muchos años, Antonio o “Antoine” para los más cercanos. Lo ha hecho con sinceridad y sencillez, en lenguaje directo y depurado, sin adornos innecesarios. 

No puedo dejar de valorar los lazos que nos unen generacionalmente, aunque Antonio sea unos años mayor. Sin tener una relación familiar directa, en nuestras vidas hay trayectorias que curiosamente se cruzan. Por ejemplo, su abuelo materno trabajó delimitando fronteras y caminos en el Chapare y mi padre hizo lo propio, muy joven, trabajando como asistente del ingeniero Grether, el que abrió esos primeros caminos. Cuando Antonio se refiere de la quiebra financiera mundial de 1929 y el inicio de la Gran Depresión, pienso en mi abuelo paterno, víctima colateral de ese descalabro cuando era gerente de un banco en Cochabamba. El padre de Antonio, Arturo, se fugó de su casa a los 15 años, y mi padre, a raíz del empobrecimiento súbito de su familia, partió a trabajar a esa edad al Chapare para mantener a su madre y hermanas. El abuelo de Antonio murió en un accidente de viaje y mi abuelo en otro accidente, en Buenos Aires. Más adelante en el relato, Antonio narra su viaje a Buenaventura (Colombia) en un trasatlántico italiano (no dice cual, pero tendría que ser el Verdi, el Rossini o el Donizetti), un viaje que yo hice también en 1964 y 1967 en esa misma línea naviera.      

¿Son casualidades? No lo sé, pero me han hecho sentirme más cerca de estas memorias.

Antonio Eguino (foto: Alfonso Gumucio)

Hay en los recuerdos de Antonio un esfuerzo de síntesis excesivo, pero se compensa con la riqueza de las fotografías que acompañan la edición, aunque algunas reproducciones son demasiado pequeñas y el texto las deja al margen. Nos hubiera gustado una versión más integral de su relato, incluso las picardías, ya que este es el testimonio personal autorizado más importante de su vida, que se suma a otros dos publicados anteriormente por Fernando Martínez (2013) y por José A. Murillo del Castillo (2015).    

Durante más de medio siglo de amistad, ya que nos conocemos desde inicios de la década de 1970, Antonio ha compartido conmigo y con otros amigos muchas anécdotas e historias de su vida que no están narradas en el libro. Probablemente, una vida pletórica en experiencias hubiera generado una obra más ampulosa y destinada a especialistas, pero es una elección difícil que a veces hay que hacer para llegar de la mejor manera a los lectores, aunque para quienes hemos conocido otros acápites de su historia, nos deja un sentimiento de ausencia de detalles.

Los recuerdos de su niñez son escuetos, por ejemplo, su larga y precoz amistad con Jorge Sanjinés y la vida de barrio que compartieron en Miraflores. Estamos hablando de siete décadas de amistad entre ellos, no es poca cosa. Es cierto que alude a ese vínculo en diferentes lugares del libro y no en orden cronológico, pero su relato es telegráfico. Quizás por deformación profesional, me asaltan muchas preguntas: detalles sobre las casas donde vivió de adolescente, sobre los viajes que hizo de joven, y más anécdotas sobre el proceso de producción de sus películas, de las que son testimonio viviente los colaboradores más cercanos del director de Amargo mar y de Chuquiago, entre otras obras.

A pesar de la brevedad, hay anécdotas que marcan la lectura y la memoria de los lectores, algunas atroces y otras socarronas. Por ejemplo, en pocas líneas nos ofrece la imagen espeluznante del colgamiento de un pariente en 1946, el mayor Jorge Eguino, dos meses después del colgamiento del presidente Gualberto Villarroel, cuando Antonio tenía apenas 8 años de edad y fue hasta la plaza Murillo para presenciar el horrendo espectáculo. Por el lado irónico, su corta carrera de trompetista está relatada con humor e ingenio: la trompeta terminó su vida como una lámpara.    

El largo viaje que hizo con Danielle Caillet desde Nueva York hasta Bolivia por tierra, está muy abreviado cuando en realidad goza de sabrosas anécdotas que le he escuchado relatar algunas veces. Un hilo de continuidad en estas memorias, es el amor con que habla de Danielle, su esposa escultora, cineasta y fotógrafa, un espíritu creativo que despertó en la medida en que desarrolló su relación con Antonio y con Bolivia. Y sus hijos Manino y Kory, son el principal legado de esa relación.

De sus amigos y colaboradores, Antonio habla con generosidad y respeto, algo que lo honra, porque luego de una vida bien vivida, son los momentos gratos los que se imponen sobre los sombríos. Sus recuerdos de Oscar “Cacho” Soria, de Ricardo Rada, de Jorge Sanjinés y de Paolo Agazzi, son los más extensos, pero hay otros breves que menciona con cariño.

La anécdota de la luna y el espejo, con Marcelino Yanahuaya en Kaata, es hermosa. No digo más, para que lean el libro. Esa y otras anécdotas hacen que a partir de ellas se despliegue lo mejor de la memoria de Antonio, armada por piezas, como un rompecabezas.   Siento que lo más íntimo del verdadero Antonio está en sus reflexiones finales sobre su vida y sus sentimientos, una suerte de mirada retrospectiva que él ha preferido dejar para las últimas páginas, en lugar de introducirla progresivamente en el relato de los hechos.    

Cuando leí por primera vez el manuscrito del libro, el año pasado, le hice observaciones sobre episodios que conozco de su vida que no están en la obra. Sin embargo, eso se torna irrelevante cuando constatamos que en esta edición es tan valioso lo que se dice como lo que se muestra. Hay un diálogo dinámico entre la fotografía y el texto, entonces no importa mucho si el texto es breve y no recoge mucha información, porque el libro-objeto es un placer por sí mismo.

Todo lo que quedó fuera del tintero, será tarea para el siguiente libro.

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La patria concebible es la autobiografía,
el contarle a algunos que se ha sido alguien.
—Carlos Monsiváis