29 septiembre 2025

Bibliotecas descuartizadas.

(Publicado en Brújula Digital y Agencia de Noticias Fides el sábado 20 de septiembre de 2025)

Ciudadela de los libros, Ciudad de México

Uno de mis lugares predilectos en Ciudad de México es la Ciudadela de los Libros, en la avenida Balderas, frente al gran mercado de artesanías y a seis cuadras de la Alameda Central. Es un lugar mágico donde se encuentra la Biblioteca de México José Vasconcelos y cinco grandes bibliotecas que pertenecieron a Carlos Monsiváis (el cronista), Jaime García Terrés (el poeta), José Luis Martínez (el bibliófilo), Antonio Castro Leal (el humanista), y Alí Chumacero (el editor). Cada biblioteca personal tiene su propio espacio y estilo. Los altos techos del edificio colonial de una sola planta han permitido instalar hasta dos pisos de pasillos y anaqueles que dan cabida a cada una de las bibliotecas como si sus autores siguieran vivos entre sus libros. No solo hay libros, sino también objetos personales, memorabilia de esos grandes personajes de la literatura mexicana.         

Ciudadela de los libros 

El majestuoso edificio de piedra, rodeado de jardines magníficos, y junto a la plaza del Danzón (donde cada fin de semana las parejas bailan espontáneamente) fue inaugurado en 1807 como la Real Fábrica de Tabaco, se usó en diferentes periodos como cuartel militar, cárcel, fábrica de armas, escuela y, desde 1946, sede de la Biblioteca de México. Con la intervención del arquitecto Abraham Zabludovsky en 1987, se cubrieron los cuatro patios principales con grandes parasoles metálicos para aprovechar mejor esos espacios. Otra intervención de los arquitectos Alejandro Sánchez García y Bernardo Gómez Pimienta permitió añadir un teatro, una sala infantil, salas de consulta para investigadores, una hemeroteca, una sala para discapacitados visuales con libros en braile, una librería y habilitar cuatro patios con nombres emblemáticos: patio de escritores, patio de lectura, patio de la imagen y patio del cine, en uno de ellos la agradable cafetería El Péndulo. Además, muchas obras de arte en los pasillos y patios. Hay conferencias, música, proyecciones, en fin, actividades todos los días.         

No es el único templo para los escritores en la capital de México, la ciudad cuenta también con la Capilla Alfonsina (casa y biblioteca de Alfonso Reyes), el Museo del Estanquillo en la calle peatonal Madero, que conserva y exhibe las colecciones formidables de ese coleccionista compulsivo que fue Carlos Monsiváis, la casa museo del poeta Ramón López Velarde, que guarda además las bibliotecas de Salvador Novo (6.000 volúmenes) y de Efraín Huerta (5.200 libros), y también la hermosa Casa Alvarado, última morada de Octavio Paz y Elena Garro en la calle Francisco Sosa No. 383 de Coyoacán, hoy convertida en la Fonoteca Nacional. Hay muchas otras casonas formidables que se pueden visitar en la ciudad, que preservan la memoria de grandes escritores mexicanos, y también artistas plásticos (Frida Kahlo, Diego Rivera), arquitectos (Luis Barragán), músicos, etc.       

Sólo países serios y no paisitos de pacotilla, preservan la memoria de sus grandes hombres de letras y artistas en general. En países serios el Estado invierte en la cultura, aunque no sea rentable en términos económicos, pero sí en términos de identidad nacional y de orgullo intelectual. Y no es una cuestión de falta de recursos, porque todo Estado tiene lo suficiente: es una cuestión de prioridades. Por ejemplo, en nuestro país, Evo Morales, como buen autócrata ignorante, prefirió malversar 7 millones de US$ dólares del Estado para hacer un museo a su propia gloria en Orinoca, su pueblo natal (que no tiene siquiera alcantarillado) y que se está cayendo en pedazos por falta de mantenimiento y por el poco interés que reviste. Ese dinero hubiera bastado para siete museos medianos o bibliotecas en ciudades más accesibles. El cacique del Chapare gastó otros 2 millones de US$ dólares en la terminal aérea presidencial en El Alto, con dos pisos, dormitorios con jacuzzi, y otros lujos. La megalomanía típica del acomplejado que se hace amarrar los cordones de los zapatos. 

Mientras tanto nuestros escritores y artistas mueren pobres, sin seguridad social y sin pensión, aunque hayan trabajado toda su vida escribiendo libros, componiendo música o dirigiendo películas que honraron a nuestro país internacionalmente. En otros países el Estado les otorga seguro social y pensiones, en reconocimiento a sus aportes a la cultura. Aquí les dan premios de plástico, medallas de latón o simples diplomas de cartulina.       

En Quebec visitamos hace tres años una iglesia convertida en biblioteca. He visto en otros países centros culturales y museos muy agradables en edificios que antes fueron conventos. Esa parece ser una excelente opción para que haya vida en los templos donde cada vez hay menos feligreses porque el relato de la Iglesia se ha estancado en un lenguaje vaciado de contenido. Qué mejor que los libros, muchos libros, con muchas ideas diferentes, para darle vida a espacios antes lúgubres y ófricos (para usar una bella palabra que sólo se usa en Chile y en Bolivia). 

En aquella biblioteca de la ciudad de Quebec se podía acceder directamente a los libros, sin que hubiera que pedirlos y llenar formularios engorrosos, como si uno entrara a un banco. El que quiere entra, busca y se pone a leer, nadie le pide identificación ni le pregunta nada. Es un espacio libre, que contrasta sin duda con la función deprimente que pudo tener antes. Ahora es un lugar lleno de luz.        

Todo lo anterior para manifestar mi desazón y la de muchos lectores por la pérdida en Bolivia de grandes acervos de libros, bibliotecas personales de enorme valía, cultivadas con amor (y con mucha inversión de tiempo y dinero) a lo largo de la vida de personalidades fundamentales de nuestra cultura. Por ejemplo, supe que la biblioteca que perteneció a Jorge Siles Salinas y a su esposa María Eugenia del Valle, fue descuartizada y terminó en los puestos de libros usados de la avenida Montes, porque ninguna biblioteca pública del país quiso recibirla como donación, ya no digamos comprarla (como debería ser). La biblioteca de Julio Méndez, precursor de la geopolítica de Bolivia, se vende por ejemplares sueltos cerca del Mercado Lanza, así como las de otros escritores y bibliómanos. Cuando muere el propietario que tanto quiso cada uno de sus libros, la familia se ve obligada a vender por peso, miles de obras (muchas dedicadas y bellamente encuadernadas) que no merecen ese destino tan despiadado. 

Hubo un tiempo en que las alcaldías hacían más que el gobierno nacional. La biblioteca de don Arturo Costa de la Torre fue comprada durante la gestión de Luis Revilla por el Gobierno Autónomo Municipal de La Paz, y la de su hijo, mi querido amigo Rolando Costa Arduz, permanece encajonada en algún depósito de la Alcaldía sin que él, que ya falleció, haya recibido a cambio una justa compensación que le hubiera permitido pasar sus últimos años con una mejor calidad de vida.       

Me dicen que el Archivo y Biblioteca Nacional de Bolivia (ABNB) en Sucre, una de las instituciones de la Fundación Cultural del Banco Central de Bolivia, ya no compra bibliotecas ni las recibe en donación a pesar de que en el edificio nuevo tiene espacio todavía (sólo “escogen” en el mejor de los casos, algunos libros que les interesan). Las universidades tampoco las aceptan. Lo que se está perdiendo todos los días es enorme, porque la mentalidad de la burocracia estatal es tan pequeña como una biblioteca de alasitas. En los cerebros de los gobernantes y funcionarios caben pocos libros, igual que en las bibliotecas de Bolivia.

 Ahora que estamos en año electoral, vemos que en las propuestas de los candidatos presidenciales no hay ni migajas sobre la cultura. Sencillamente no existe para ellos. Hablar de política cultural es una exquisitez, porque ya sabemos que en tiempos de crisis económica (y también de bonanza) la cultura es para los gobernantes algo secundario. Qué digo: “secundario” sería maravilloso. En el rango de prioridades la cultura y las artes están seguramente tan atrás que ni siquiera se ven en la lista. Sin embargo, se gastan millones en entradas folklóricas donde los candidatos bailan sonrientes mostrando su lado más demagógico e hipócrita, a eso se ha reducido la cultura. Qué lejos estamos de países serios, tan lejos, que en el horizonte de los próximos 30 años no se vislumbra ninguna política de Estado en favor de la cultura.          

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Sin bibliotecas, ¿qué nos quedaría? No tendríamos pasado ni futuro. 
—Ray Bradbury 
 

23 septiembre 2025

La burbuja

(Publicado en Brújula Digital y ANF el sábado 13 de septiembre de 2025)

Llevamos mucho tiempo engañándonos a nosotros mismos. Me refiero a quienes publicamos estos artículos en los diarios impresos que todavía sobreviven, o en los medios virtuales donde hemos recalado casi todos los columnistas que durante años contribuimos en las páginas de opinión de Página Siete, sin duda el diario boliviano independiente más importante (a pesar de su corta existencia) en lo que va de este siglo.         

Otros, que no cuidan su hígado (como yo) con este tratamiento semanal de verter frases a veces contundentes y otras inspiradoras, participan activamente en plataformas virtuales que aguantan todo y no rinden cuentas, donde hacen conocer sus opiniones publicando cada día dos o tres notas y comentando activamente lo que otros escriben. A veces los comentarios publicados en Facebook son sendos artículos por su extensión y su categoría de análisis. 

Los comentarios en X (Twitter) donde también suelo desgañitarme, son más breves (a menos que uno pague a Elon Musk por el derecho de escribir largo), pero no menos contundentes. TikTok ha ganado terreno y seguirá haciéndolo rápidamente por la posibilidad y facilidad de elaborar videos cortos, donde los que tienen buena labia, capacidad de síntesis y humor destacan por sus certeros dardos sobre la coyuntura política o económica (o por sus brulotes y desaciertos). Muchos hacen lo propio en Instagram, otra plataforma que se presta a la imagen.         

Cada día estamos sometidos a esos estímulos tribales (consanguíneos, podríamos decir) de algoritmos cada vez más sofisticados, que instalan la certeza de que el país entero está en la misma sintonía, de que a pesar de ciertas diferencias conceptuales o simplemente personales, todos queremos lo mismo: un mejor país, sin corrupción, que ama la naturaleza, con reglas claras en la política, con una justicia justa y respeto de los derechos humanos, con personalidades públicas inteligentes y honestas, con medios de información confiables, etc. 

¿Quién podría estar en contra (públicamente) de los valores humanos fundamentales y de deseos colectivos que apuntan a una Bolivia que viva en paz, justicia y convivencia?       

Sin embargo, hay otra realidad bastante más cruda que no queremos ver. Los que nos identificamos con los primeros párrafos de este artículo vivimos engañados en una burbuja autocomplaciente, el algoritmo nos ha convencido de que nuestras opiniones y buenos deseos definen el camino a seguir, y no nos damos cuenta de que hay otro país que no comparte esos mismos valores, que casi siempre obra en misterioso silencio, pero que a la hora de expresar su voto muestra la verdadera cara de sus aspiraciones, que no necesariamente van en la dirección de un mejor país. Es decir, viven de acuerdo a un algoritmo diferente al nuestro. 

El voto oculto que hizo ganar al MAS en las elecciones de 2020, cuando ese partido político tenía la peor reputación imaginable (según los que vivimos en la burbuja), fue un baldazo de agua fría sobre nuestras cabecitas de pititas entusiastas. Y las elecciones anteriores en las que el MAS ganaba sistemáticamente con las trampas de la propaganda y el uso de recursos del Estado, también eran una demostración de que hay otro país, otra sociedad (la cara oculta de la luna), que no comparte los mismos valores, y cuyos “valores” —si se los puede llamar así— no están definidos por la ética, la moral y el compromiso con el país. 

Esa “otra” Bolivia numerosa, no vota para que acabe la corrupción, el contrabando y el narcotráfico, no vota para que se proteja a la naturaleza y acaben los incendios que destruyen millones de hectáreas cada año, no vota por magistrados, jueces, fiscales y abogados que promuevan una justicia legítima. Esa otra parte de la sociedad boliviana no quiere eso. Lo que quiere es que las cosas sigan como están, porque eso les permite seguir viviendo como hasta ahora, beneficiándose mucho o poco de un país sin reglas, sin ética y sin valores.        

¿Para qué quieren que cambie el país hacia una nación “mejor” los miles de bolivianos que son parte principal o periférica en la cadena del contrabando, del narcotráfico y del lavado de dinero, que están íntimamente ligados entre sí? ¿Para qué quieren los constructores (que en su mayoría son eslabones de esa misma cadena), que haya reglas claras que impidan el lavado de dinero en la compra-venta de edificios en efectivo o en el tráfico de coimas y sobornos para obtener contratos del gobierno? ¿Para qué quieren que haya control efectivo del contrabando quienes lavan dinero del narcotráfico importando clandestinamente autos chutos o contenedores llenos de productos chinos? ¿Para qué quieren que haya una justicia honesta, respetuosa de las leyes y disposiciones legales, quienes ya se han acostumbrado a hacer su propia justicia a la medida de los abogados y magistrados corruptos, que por un poco de dinero pueden torcer las decisiones en su favor? 

Para la economía informal de Bolivia, la más alta de América Latina, las cosas deben seguir como están, por eso tanto deseo oculto para que nada cambie, con el candidato que tiene mejores posibilidades de perpetuar esa continuidad, sea quien sea.       

No nos engañemos, ese país sin valores es el nuestro. Ese país al que no le convienen reglas de juego claras es el nuestro. Ese país que prefiere que exista el narcotráfico, el contrabando, el lavado de dinero, es este. Es un país corrupto, numeroso y silencioso, que nunca lo admitirá públicamente, salvo con el candor de ese niño de primaria al que le preguntaron qué quería ser cuando fuera grande, y respondió ingenuamente: narcotraficante. 

Mientras algunos decimos lo que pensamos abiertamente, ese otro país obra en las sombras. Pero no lo podemos ver porque vivimos dentro de una burbuja. 

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No hay nada más fácil que el autoengaño. 
Ya que lo que desea cada hombre es lo primero que cree. 
—Demóstenes 
 

17 septiembre 2025

Entre peatones y adictos al volante

(Publicado en Brújula Digital el sábadol 6 de septiembre de 2025) 

Cada año, cuando se acerca el Día del Peatón, se repite la misma estúpida discusión: ¿es o no es necesario? Bolivia debe ser el único país del mundo donde eso todavía se discute, lo cual muestra el grado de retraso cultural que tenemos como sociedad: no entendemos todavía lo que significa vivir en comunidad ni entendemos lo que significa aspirar a un medio ambiente más sano, en concierto con el resto de las naciones. 

Vivimos en una ciudad que es un embudo, donde basta que un camión se pare donde no debe, para que genere una trancadera que taponea una calle o avenida y causa bocinazos y manifestaciones de energúmenos que están llegando tarde a alguna parte. Los conductores, incivilizados e incultos, cometen faltas de tránsito todos los días, pero luego se quejan del tráfico de la ciudad. Hay mucha incoherencia en ese comportamiento: “Yo sí puedo hacer lo que me da la gana, pero me molesta que otros hagan lo mismo”.       

A eso se suma que la policía de Tránsito y la Guardia Municipal son inexistentes. Sabemos que hay miles, pero no sabemos dónde se esconden y qué hacen para justificar su salario (que pagamos todos nosotros). Un ejemplo: a la alcaldía (ese nido de inútiles) se le ha ocurrido recientemente levantar y volver a colocar (sin motivo) adoquines en las estrechas calles del barrio de San Miguel, reduciendo a la mitad el espacio para que circulen los vehículos, lo que produce innecesarias trancaderas. Vemos cuatro o cinco obreros con chalecos color turquesa, trabajando lentamente y de mala gana (ya sabemos que la productividad laboral de Bolivia es de las más bajas del mundo), pero no vemos ni un solo Guardia Municipal para ayudar a que el tráfico circule. La ciudad entera está llena de calles taponeadas y trancaderas que aumentan por las largas filas de camiones y de autos que esperan durante horas la venta de diésel y de gasolina. Pero nunca hay policías ni Guardias Municipales.

Por todo ese caos vehicular y mucho más, es absurdo y grotesco que haya gente que se queje de tener una o dos veces al año un día sin autos en las calles. La mayoría de las ciudades del mundo civilizado lo hacen regularmente y la gente lo aprecia, porque el aire es menos contaminante, hay menos ruido, y uno puede salir a caminar sin riesgo de que lo atropellen los adictos al volante.      

El Día Mundial del Peatón se celebra el 17 de agosto (desde 1897), pero aquí no les ha llegado a muchos la noticia. Y el Día Mundial sin Coche es el 22 de septiembre, desde 1973. Además de esas dos efemérides clave, hay muchas otras fechas en las que las ciudades inteligentes guardan sus autos en el garaje y aprovechan del aire limpio y la naturaleza.      

Los peatones en Bolivia son rehenes de los vehículos motorizados, que ni siquiera saben lo que significa un paso de cebra o un semáforo. Creen que ambas señales de control del tráfico son optativas, no obligatorias. Los automovilistas bolivianos son especialmente necios: la mayoría conduce sin cinturón de seguridad, habla por teléfono mientras maneja, no respeta las señales, se estaciona en lugares donde claramente dice que está prohibido hacerlo, cruza los semáforos en rojo, acelera cuando un peatón está por cruzar un paso de cebra, etc. Son de lo peor que he conocido. 

Las calles de La Paz

Y encima lloriquean cuando queremos librarnos de ellos una vez al año. Tienen tal adicción por sus motorizados, que bien podrían meter las narices en el escape de sus autos para satisfacer su avidez de dióxido de carbono. Son incapaces de caminar unas cuantas cuadras, de relajarse un poco, de sacar la bicicleta el día domingo. Por último, quedarse en casa leyendo un buen libro o escuchando música (les aseguro que no van a sufrir ataques de abstinencia de CO2).              

La Paz no tiene espacios para peatones, ni grandes parques como otras ciudades agradables, donde la cantidad de árboles filtra el aire constantemente y donde cada vez se convierten más calles y avenidas en vías peatonales permanentes. No quiero comparar este agujero infame, atravesado por ríos que son cloacas abiertas, con ciudades de Europa, porque sería injusta la comparación, por ejemplo, con Ámsterdam, Copenhague o Múnich. Pero sí puedo compararla con ciudades latinoamericanas que conozco.           

Bogotá, donde me ha tocado vivir algún tiempo, y a donde regreso cada vez con mucho placer, tiene más de cien kilómetros de ciclovías y paseos peatonales permanentes, y además, todos los domingos, la alcaldía cierra muchas avenidas troncales para que las familias puedan salir a caminar o desplazarse en bicicleta. Repito: todos los domingos. Y así lo hacen muchas ciudades civilizadas del mundo, mientras en este ensayo de aldea marginal los automovilistas se quejan porque no pueden lucir sus bólidos un domingo cada año. 

Todos los domingos en Bogotá 

Estamos como estamos porque somos lo que somos: retrógrados, conservadores, inconscientes sobre temas ambientales, egoístas, poco informados y mal educados. Repetimos como loros la frase “ciudad maravilla” y ese mantra nubla nuestros sentidos y no somos capaces de ver la basura tirada en cualquier lado, de oler el rio hediondo, o de mirar la maraña de cables que apenas se sostiene entre los postes. Vivimos en una ciudad lamentable, donde no se puede tener calidad de vida, donde no hay lugares para pasear, donde caminar sobre las aceras rotas puede ser un peligro.         

Entonces, que no molesten los adictos a los autos. Aquí deberían los peatones tener el derecho de respirar aire puro todos los fines de semana, y no sólo una vez al año. Deberíamos imitar las buenas cosas de otros países, pero sólo imitamos las malas. 

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Los automovilistas tienen miedo de caminar 
y los peatones tienen miedo de ser atropellados.
—Eduardo Galeano 
 

 

11 septiembre 2025

Huele a cadáver

(Publicado en Brújula Digital y Agencia de Noticias Fides el sábado 30 de agosto del 2025)

El triunfo de la muerte, Peter Bruegel El Viejo

Huele a cadáver, pero no está muerto. Quiero escribir “está muerto y no lo sabe” —una frase muy repetida para aludir a quienes ya colmaron su tiempo— pero no es prudente cantar victoria cuando la consigna del cacique del Chapare, ha logrado el porcentaje nada despreciable de 19% votos nulos en la primera vuelta electoral, a lo que hay que restarle el promedio de 4% a 5% de votos nulos en elecciones precedentes. Entonces, obtuvo entre 14% y 15% de votos de sus seguidores más fieles, muy lejos del 53.6% que los ciudadanos logramos en 2017 para rechazar la elección judicial manipulada por el MAS.      

Aquellos políticos que han usado y abusado del poder de manera autoritaria y absolutista, creyéndose monarcas nombrados por divinidades, suelen terminar en una caída vertical al olvido, en el mejor de los casos, mientras otros terminan decapitados, ahorcados o desterrados. Esto podría sucederle a nuestro reyezuelo local, el que gobernó más tiempo en toda la historia republicana de Bolivia, creyó que era intocable y actuó como señor feudal, con derecho de pernada y disponiendo a su guisa de recursos y vasallos.

“Si Evo no está en la papeleta, no habrá elecciones” hizo decir a sus portavoces. Jamás se había esgrimido de manera tan abierta y violenta un chantaje al proceso electoral. La desesperación del megalómano refugiado en la tierra de nadie del Chapare, se tradujo en acciones desesperadas que lo aislaron más. Al final no pasó nada grave y las elecciones del 17 de agosto transcurrieron bien, sin violencia. 

El voto nulo (sin el descuento del 4%) fue mayor en Cochabamba (33%), su zona de influencia, y en Potosí (25%) donde lo apoyan grupos armados belicosos, pero menos notorio en los demás departamentos: Chuquisaca (19%), La Paz (18%), Oruro (18%), Pando (14%), Santa Cruz (13%) y Beni (11%). 

Dibujo de Abecor 

Morales es hoy por hoy un fantasma que se refugia en el Chapare como araña fumigada, pero todavía hace berrinches y da manotazos de ahogado. Aunque ya huele a cadáver, todavía vocifera desde su madriguera, como una fiera herida gravemente, cuyo cuerpo está parcialmente gangrenado. Su círculo más cercano se ha apartado, ya no lo visita en la zona roja de Bolivia con la frecuencia de antes. Muchos están resentidos porque hasta hace pocos meses le creyeron cuando decía que tenía un “as” escondido en la manga y que el retorno al poder —del que abusaron durante veinte años—era posible. Poco a poco desaparecieron por arte de magia Juan “Camión” Quintana, Roberto Aguilar, Teresa Morales, “Tractor” Salvatierra, “Miss Molotov” Alanoca, el chascoso Chávez, el ojoso Romero, y otros dirigentes de rostro inconfundible. Ahora, en las fotos sólo aparece detrás de Evo un decorado de caras desconocidas, una pantalla de figuras mudas.       

Para aferrarse a los titulares, el cacique persiste en disparar cañonazos verbales con la misma boca de escopeta, y cada vez que lo hace el culatazo le rompe la clavícula. Abre la boca y siempre dice alguna sandez que podría añadirse a la agotada edición del libro sobre sus “dichos y hechos”, que a estas alturas tendría varios tomos. ¿Puede alguien ser tan necio como para quemarse cada vez que abre la bocaza? Cada domingo predica en el micrófono de su radio privada, Kausachum Coca (creada y sostenida con dinero del erario, es decir del contribuyente), y ahí nos damos cuenta hasta qué punto no es consciente de su incontinencia verbal. 

En los tuits o trinos se nota menos, porque no los escribe él sino su equipo de “guerreros digitales” pagados para simular que son frases de un estadista, y no de un hualaycho resentido, que se queja todo el tiempo y atribuye su desgracia al “racismo y discriminación”, y no a sus enormes limitaciones personales. Y cuando digo, generosamente, “limitaciones”, no me refiero sólo a su incapacidad de articular ideas con un mínimo de coherencia, sino también a su naturaleza como ser humano sin valores: violento, abusivo, violador de menores, chantajista, manipulador y mentiroso consuetudinario.      

Sus fallidas “marchas del millón” hacia La Paz se convirtieron en chistes malos: se suponía que era el número de personas que iba a reunir, pero terminó siendo lo que gastó para reunir a muchas menos. En la marcha del viernes 16 de mayo no logró sumar ni 150 mil seguidores (con estipendios de 100 Bs o 200 Bs por día), y tampoco apareció esa vez, ni siquiera en una foto generada con inteligencia artificial. Sus seguidores proclamaron que la marcha conseguiría inscribirlo como candidato (sin sigla y sin legalidad), y que era una medida “pacífica hasta las últimas consecuencias” (contundente oxímoron), pero al cabo de unas horas no pasó nada. Apenas bajó la temperatura (ambiental, no política), los marchistas decidieron oportunamente “replegarse” y convocar a un “encuentro nacional” en Lauca Ñ, ese lugar de extraño nombre donde se esconde el mero-mero cacique rodeado de vallas de madera y carpas de incondicionales que pernoctan a sus pies. 

Cada ultimátum es grandilocuente pero los resultados son risibles, como en las tres marchas anteriores, que fueron también un rotundo fracaso político por sus exigencias delirantes: renuncia del presidente Arce, de varios ministros, de vocales del TSE y del TCP, habilitación electoral de Morales, etc. Las amenazas explotan como cartuchos de harina, muestras de impotencia acumulada que luego quedan en nada, una y otra vez. A mediados de mayo proclamaban (sin noción de aritmética elemental) que hubo “más de 3.6 millones” de personas en la marcha hacia La Paz, es decir, la población entera de La Paz, El Alto y Santa Cruz, o la mitad de todo el padrón electoral de Bolivia. Hasta para mentir son torpes. Un estudio realizado mediante fotografías satelitales con la herramienta MapCheking, demostró que hubo 148 mil marchistas, según reportaron Bolivia Verifica y Chequea Bolivia. La seriedad que caracteriza a esas instituciones verificadoras está fuera de duda.          

Los marchistas portaban máscaras de Evo Morales, porque se suponía que detrás de una de esas estaba el “verdadero”, el genuino, el único e insustituible cacique chapareño. Mientras los guerreros digitales tuiteaban en su nombre, el abogado evista Marcelo Galván aseguraba que su líder había marchado hasta La Paz, pero resguardado por “un cuerpo diplomático”. Sospecho que si hubiese llegado de verdad a la ciudad, ese “puerco” diplomático tendría procedencia venezolana. Poco cuerpo para que se esconda el —cada vez más gordito— adicto a las quinceañeras. Se me ocurre que los dirigentes que hablan en nombre de su jefe no tienen una idea clara de lo que significa “cuerpo diplomático”. 

Seis semanas antes, el 1 de abril (casualmente es el “Día Internacional de las Bromas”, como aquí el 28 de diciembre), tuvo lugar un hecho significativo: en el congreso de refundación (o refundición) del masismo en Villa Tunari (portal de ingreso a la zona de seguridad), la “comisión orgánica” decidió crear la nueva agrupación política “Evo Pueblo”, pero como se les ocurrió dar el paso fuera de los plazos legales (o lo hicieron a propósito), el jefazo acabó incendiando su castillo de palabras y cerrando las salidas de emergencia. En realidad, no estaban seguros de conseguir suficientes firmas para habilitarse como nuevo partido político (algo que Eva Copa y Manfred Reyes Villa lograron en menos tiempo que un suspiro).    

Como dato gracioso, los colores de la nueva bandera partidista de Evo son azul y verde sobre fondo blanco, “representando los principios y valores del proceso de cambio” según una publicación en las redes virtuales. Quizás el verde es la selección nacional de fútbol, deporte que practica Evo Morales a rodillazos, y el azul, el mar perdido por su incapacidad y altanería. El blanco: el estado actual de su mente. 

La megalomanía enfermiza de Morales lo lleva a fundar un nuevo partido político con su nombre, algo inédito aquí y en la cochinchina, que quedará como un mal chiste en la historia. Morales ya es símbolo de cuchufletas que le han costado caro al país, que no producen risa a pesar de la infinidad de memes que circulan como reacción a sus trinos y declaraciones estruendosas.      

El evismo ha muerto pero el masismo vive. Las bases del MAS, la deforme masa masista, sobrevivirá todavía como sobrevivió durante años la base social del MNR, haciendo pactos de oportunidad y acomodándose como sea en los nuevos esquemas de poder. La fidelidad rural suele ser persistente, aunque ahora las noticias llegan más rápido y ya no es posible pecar de ingenuidad ni sentirse aislados. Esa base masista que estima que ser contrabandista, narco o dedicarse a otras actividades ilegales es como cualquier otro oficio, representa aproximadamente un tercio del país. Es oportunista y numerosa, se puede reagrupar espontáneamente, dando la espalda a los líderes visibles del MAS. 

¿Hasta dónde lo van a seguir sus fieles exministros? ¿En qué momento gente oportunista como Juan R. Quintana, Carlos Romero, Leonardo Loza, Wilfredo Chávez, Roberto Aguilar, Teresa Morales o Wilma Alanoca apartarán sus caminos para acomodarse en otro nicho? Varios ya se han distanciado públicamente para construir sus propios proyectos, como César Dockweiler (que le debe hasta sus calzones a Evo Morales), y muchos otros que se han ido callados por la sombrita, para que no los vean en la calle. Otros de menor nivel están apareciendo ahora en las listas de desconocidos diputados y senadores de Rodrigo Paz.       

Andrónico se apartó de Evo, bailando twist y resistiendo a los coqueteos de varios sectores populistas, y no le fue muy bien. Como cuando se produce el reboot automático de una computadora, así se está reseteando el masismo, independientemente de Evo y Arce. Por mucho que el cacique del Chapare, zapatee de rabia y baile flamenco, él ya no decide. Quienes lo rodean quisieron de convencerlo para que negocie con Andrónico y salve a su sector de adeptos, pero el joven senador ya no necesita la venia del padrino. 

Otros dirigentes de medio pelo, sobre todo cocaleros, huirán porque tienen cuentas pendientes con la justicia, han estado involucrados en narcotráfico, secuestros y crímenes, como la tenebrosa familia Terán, tan cercana afectivamente a Evo Morales, sentenciada por narcotráfico e implicada en la salvaje tortura y asesinato de los esposos Andrade.

Quedó claro que se equivocaron los que seguían con la cantaleta de que “el MAS nunca estuvo dividido” y que al final se iba a unir. La división se reveló profunda, no tanto ideológica como personal (que es la peor, como la de los adenistas). Frente al descalabro se producirá un fenómeno similar al de los estorninos que hacen remolinos en el cielo. Esas figuras coreográficas no tienen a un conductor que marca el rumbo. Lo que se sabe es que la masa actúa de manera instintiva, y que cada ave sólo influencia a otras siete a su alrededor. Lo mismo sucede con el MAS: los oportunistas funcionarios evistas y arcistas, al verse desprotegidos y desorientados, siguen la corriente de manera improvisada, sin hacer ya caso a las consignas de sus jefes.       

Lo que sí hemos visto, es una transfiguración humillada del jefazo, pidiendo indulgencias a Andrónico, después de haberlo acusado de traidor. El 21 de mayo los escribidores de Evo Morales (obviamente, por órdenes suyas), publicaron un largo tuit donde le ruega a Andrónico: “Por eso, escuchando a nuestras hermanas y hermanos, hacemos un llamado sincero al hermano @AndronicoRod: volvamos al seno de la familia revolucionaria, a esa cuna sindical y política donde fuimos formados, donde aprendimos que la lealtad al pueblo está por encima de cualquier ambición personal. Hermano Andrónico, naciste en una región de lucha. Tu historia está marcada por la dignidad de tus padres, de tus abuelos, que nunca se rindieron, nunca se arrodillaron ante sus verdugos, y nunca traicionaron al movimiento. Si hoy el pueblo clama por unidad, entonces reconstruyamos junto a él nuestra Bolivia digna y soberana”. Ese tuit era el canto del cisne. 

Nunca se había visto a un Evo tan desolado y abandonado, pidiendo un poquito de simpatía. Su altanería se fue al tacho, quizás “le cayó el veinte” (como dicen en México), y se dio cuenta de que estaba debilitado políticamente y que su último recurso era conciliar.     

Lo que queda en el Chapare, en una guarida protegida con ramas y arbustos, palos y picos, y adentro un cacique solitario que no tiene quien le escriba. Todavía le escriben sus tuits, pero cuando se acabe el dinero para mantener a los guerreros digitales, no tendrá nada. Se le acabará la voz cuando el próximo gobierno deje de financiar radio Kawsachum Coca, que Evo Morales creó con dinero del erario como si fuera propia, y que usa todos los días, en especial los domingos, para lanzar su verborrea delirante e infértil. 

Luego de las elecciones de octubre, desaparecerá un buen día y aparecerá en México o Brasil, ya que no tiene pisada en Argentina, Chile, Paraguay y Perú. Los mexicanos ya metieron la pata una vez, lo alojaron con todas las comodidades (junto a su quinceañera), pero él rompió las normas de la Convención de Viena haciendo declaraciones políticas que no debía hacer por respeto al asilo. De pronto, sin decirles adiós, se fue a Cuba y luego a Argentina, hasta que pudo regresar a Bolivia sin riesgo de enfrentar a la justicia. A los cubanos no les interesa recibirlo, y Venezuela no es un destino que tiente al ciudadano de Orinoca, por la posibilidad de que su amigo (muy) Maduro caiga del árbol.       

Estamos lejos del 29 de enero del año 2006, cuando —como en las películas de ciencia ficción donde a cierta hora se abre un portal mágico— apareció Evo Morales en la presidencia, esgrimiendo discursos y resentimientos. Por una vez, se alinearon los planetas cargados de buenos augurios para que empezara su gestión con todas las facilidades de pago y crédito ilimitado. El planeta de la economía mundial se acercó benévolo con su fuerza gravitacional propicia: altos precios del gas, de los minerales y de todo lo que producíamos, y las deudas del país fueron condonadas. Todo eso es ahora historia remota, aunque para los jóvenes menores de 30 años, es lo que vivieron (y no conocen nada más). 

Evo Morales no desaparecerá, pero se levantará a ratos como un zombi que amenaza con su fealdad y sus andrajos, causando pavor (en los que creen en zombis). Será parte del decorado político durante una década más, pero disminuido y repudiado por la gran mayoría, incluso por aquellos sinvergüenzas que lo adularon y endiosaron servilmente durante tres décadas.     



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Corruption and hypocrisy ought not to be inevitable products of democracy, 

as they undoubtedly are today. 

— Mahatma Gandhi

 

07 septiembre 2025

La guerra y el Paz

(Publicado en Brújula Digital y Agencia de Noticias Fides el sábado 23 de agosto de 2025)

Las encuestadoras se equivocaron. No una vez: diez o quince veces. De nada sirve que ahora hagan malabarismos verbales para explicar sus mediciones erróneas, sería más conveniente para ellas decir que hicieron mal su trabajo, a que las acusen de haberse vendido a quienes pagaron por esos ejercicios que no lograron identificar la decisión de los votantes.     

El Tribunal Supremo Electoral (TSE) debería tener un sistema de auditoría para verificar si las encuestadoras hacen bien su trabajo. No basta darles una certificación o autorización para operar como un cheque en blanco. Es muy grave lo que las encuestas sesgadas pueden ocasionar en la sociedad. ¿Quién regula a las encuestadoras?

Rodrigo Paz y Edmand Lara 

Rodrigo Paz no venció en las encuestas (que le daban el tercer o cuarto lugar) pero arrasó con ellas, cuya credibilidad está ahora pegada al techo con moco de pavo. Tanto show en primer time para mostrar cada semana resultados en los que tontamente la población creía. Margen de error: 2.5%, decían, con una precisión altanera. Ahora se justifican: no podían saber por dónde se dispararía el voto de los indecisos; y especulan sobre el “voto oculto”, pero lo cierto es que ha quedado demostrado (una vez más, como en 2020), que las encuestas no sirven para orientar sino para desorientar a la población. Entonces, ¿para qué que son buenas? Es un negocio como cualquier otro, nada más.       

En cualquier caso, la victoria indudable de Rodrigo Paz, con ventaja de casi seis puntos sobre Tuto Quiroga, recibió inmediatamente el reconocimiento de Samuel Doria Medina, quien le ofreció su apoyo (honrando la palabra empeñada), y todos los que no vimos venir su victoria le debemos respeto a los resultados. 

Obviamente, Tuto Quiroga no está contento, pues inmediatamente reactivó la maquinaria de difamación que ya había disparado cañonazos contra Doria Medina. En las largas semanas que quedan para la votación del 19 de octubre, seremos testigos de una guerra sucia redoblada, peor de la que estamos viendo en esta primera semana.     

Es muy triste que la política del país se mueva de esa manera, y tienen que tener mucho cuidado los que creen ayudar a Jorge Quiroga difundiendo masivamente noticias falsas o interpretaciones sesgadas sobre Rodrigo Paz. Es posible que la guerra sucia se vuelque como búmeran contra el propio Tuto, cuyas mañas son cada vez más conocidas. También es cierto que Edman Lara tiene la boca más grande que el cerebro, y que su incontinencia verbal ha proporcionado muchas municiones a la virulenta campaña contra Rodrigo Paz y el costo podría ser muy alto: así como lo ayudó a ganar, puede ayudarlo a perder. 

Los ataques están bien orquestados desde la tienda de campaña de Jorge Quiroga, que no se ha desmarcado de la guerra sucia. La estrategia de difamación tiene claramente tres vertientes que se van a agudizar en las largas semanas que preceden al 19 de octubre: 

Encuestas mentirosas

En primer lugar, mercenarios como el ultraderechista español Negre, de “La Derecha Diario” (que obra como si fuera jefe de campaña de Tuto), insistirán hasta la saciedad en que Rodrigo Paz es un masista disfrazado, y rebuscarán en todos los videos de Edman Lara (que son demasiados) para encontrar frases sueltas y declaraciones que convierten a la dupla en peligrosos socialistas, miristas o zurdos (para usar las palabras de la campaña negra de Negre, inspirado a su vez en Vox y Milei).       

En segundo lugar, tratarán de dividir a Paz y a Lara. Lo están intentando desde el primer día y tienen el charque servido porque en los videos de TikTok del capitán de policía, el que no cae resbala: hay para todos los gustos. Sírvase lo que quiera y destrócelo con sus propias palabras. Ese tipo es un temerario de las palabras, se dispara en el pie todos los días.

En tercer lugar, usarán las declaraciones del mismo Rodrigo Paz (que se han vuelto demasiado cautas desde que ganó la primera vuelta electoral), para mostrar sus contradicciones. Ya circula ampliamente un video en el que Paz apoya la reelección de Evo Morales en el referendo del #21F de 2016. Aunque haya tenido en ese momento razones coyunturales y ahora diga que es un montaje, no lo es. El video es muy claro y no deja lugar a duda. Sus evasivas recientes a decir si tomará preso a Evo Morales, muestran que espera contar con votos masistas, aunque luego pueda darles la espalda. Tampoco dice si liberará inmediatamente al gobernador de Santa Cruz, Luis Fernando Camacho y a la expresidenta Jeanine Añez, que son claramente presos políticos. Se limita a decir que “la justicia se encargará” y que no son los únicos casos que hay que tratar, lo cual es bastante ambiguo como discurso. 

Encuestas sesgadas 

Los estrategas de campaña de Rodrigo Paz deben estar haciendo cálculos: ¿qué le conviene más, mostrarse perdonavidas con el MAS para capturar esos votos dispersos, o afirmar con energía que se tomará preso al cacique del Chapare y se recuperará el control sobre el territorio que actualmente controla el narcotráfico?        

No vi los debates de televisión, simplemente leí comentarios sobre las frases salientes de los candidatos. Leí que Rodrigo Paz no fue tomado en cuenta en varios debates, y que cuando lo invitaron se lució sobre los demás. Los debates me deprimen porque, por lo general, los candidatos están más preocupados en echarse barro, que en mostrar propuestas. Tengo entendido que Rodrigo Paz salió airoso precisamente porque evitó resbalar en el lodo. 

Luego de su victoria he visto algunas entrevistas que concedió antes, cuando las encuestadoras le atribuían porcentajes mínimos y lo descartaban como amenaza para los punteros. En esas entrevistas escuché algunas propuestas que promete llevar a cabo en el menor tiempo posible.

Una de ellas se refiere a la reforma de la justicia, tan urgente en Bolivia donde el sistema de justicia modelado por el MAS es el más corrupto de nuestra historia. Escuché que para Rodrigo Paz esa reforma será una prioridad. Dijo incluso que invitaría al expresidente Eduardo Rodríguez Veltzé para liderar esa reforma junto a otros expertos internacionales, y espero que extienda la invitación al equipo de juristas que realizó un enorme esfuerzo hace dos años para reunir firmas para encaminar dicha reforma. No se consiguió el millón de firmas necesarias, porque paradójicamente es mucho más fácil crear con pocas firmas un nuevo partido político, que buscar una reforma de la que depende la justicia en el país. 

Otra de las promesas de Rodrigo Paz cuando era candidato “sin posibilidades” (según las encuestadoras), es la de limpiar el aparato del Estado de funcionarios corruptos que fueron nombrados sólo por su afinidad con el MAS. Paz ha sido categórico al decir que se respetará la meritocracia por encima de todo, y su vicepresidente Lara ha enfatizado (con torpeza difícil de igualar) que barrerá con la corrupción. 

Rodrigo también ha prometido acabar con el contrabando a través de la reducción de aranceles para la importación, con una lógica que parece aplastante: ¿qué sentido tiene una carga impositiva de 45% a productos electrónicos (celulares, computadoras) que no tenemos capacidad de fabricar? El contrabando se acabará, dice, cuando los importadores sean legales, en la medida en que paguen lo justo (habló de un 10% razonable). 

Otro equivocado

Y esto lleva a otra de sus promesas: acabar con la informalidad en este país que es el más informal de América del Sur. La informalidad incluye el contrabando, el tráfico de dólares, de gasolina y diésel, de oro, etc. Son ajustes que no gustarán a muchos sectores que han adquirido en tiempos del MAS un poder excesivo. Por ejemplo, los cooperativistas mineros, que se han constituido en un poder paralelo al que nadie se atreve de ponerle un alto definitivo. Entiendo que toneladas de oro, por valor de cerca de 3.000 millones de US$ anuales, sale ilegalmente de Bolivia, mientras los bribones cooperativistas solamente pagan el 2% sobre lo que declaran (que es una pequeña parte), y encima exigen carburante y una lista interminable de privilegios. Lo que no ha dicho con claridad es lo que hará con el agronegocio exportador que provoca incendios de millones de hectáreas cada año y deja sus dólares en el extranjero.        

Varias veces ha dicho Paz que liquidará la aduana. Quizás lo que quiere decir es que reducirá a su mínima expresión esa institución estatal que ha estado extorsionando a los bolivianos durante dos décadas, impidiendo que se establezcan empresas formales y alentando el contrabando a través de las cinco fronteras. 

Retengo también una frase que me pareció interesante: mientras demagogos como Manfred Reyes Villa (que mordió el polvo en los resultados electorales) hablaba de tener en su bolsillo compromisos por valor de 10 mil millones de dólares, Rodrigo Paz promete ser cauto con el endeudamiento externo, y afirma lo que todos sabemos: hay dinero en el país, pero se lo roban. No sólo se lo roba el gobierno, sino la banca privada y los exportadores que dejan sus dólares en cuentas del exterior. No va a ser fácil que el candidato presidencial obligue a esos sectores a actuar en beneficio del país. 

Finalmente, y no es poca cosa, ha prometido no reelegirse al cabo de 5 años. Mejor todavía, promete modificar la Constitución eliminando la reelección. Suena bien, salvo que no sería la primera vez que un presidente en el poder (en América Latina en general), no se aferre a la silla presidencial luego de unos años de calentarla.          

Ahora bien, todo lo anterior tiene áreas grises. He visto que muchos de los diputados y senadores electos en la plancha de Rodrigo Paz tienen cola de paja masista. Una cosa es que el candidato recoja votos del masismo para ganar la elección, y otra muy peligrosa es que tenga masistas de hueso duro en sus filas parlamentarias. Obviamente que no puede alegar que no lo sabía, la selección de candidatos es pensada y deliberada con miras a ganar curules. De las listas de diputados y senadores de Rodrigo Paz, ninguno merece mi confianza, como tampoco los electos en la lista de Tuto Quiroga. Peor aún, no logro imaginar al capitán Edman Lara como cabeza de nuestro congreso… Sería tan lamentable como tener a Juan Pablo Velasco. ¿No había nada mejor en este país? Estamos en un callejón sin salida en ese rubro. 

La campaña extremista de Tuto reivindica el término “derecha” como si fuera algo bueno, y acusa a Paz de ser de “izquierda”, como si fuera cierto. En realidad, Rodrigo Paz repite la historia de Jaime Paz, su padre y expresidente de la república: por una parte, está en el origen político un impulso progresista (lucha contra el autoritarismo, ideales igualitarios, fundación del MIR); y por otra una sorprendente flexibilidad (oportunismo, sería la palabra) para pactar con sectores conservadores y tomar sus propuestas (Banzer antes, Jaime Dunn ahora). Hay que ser muy hábil equilibrista para caminar por la cuerda floja entre ambos extremos. 

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Todo lo que escuchamos es una opinión, no un hecho. 
Todo lo que vemos es una perspectiva, no la verdad.
—Marco Aurelio 
 
 

03 septiembre 2025

(E)lecciones aprendidas

(Publicado en Brújula Digital y Agencia de Noticias Fides el sábado 16 de agosto de 2025)

Hay una diferencia importante entre un diario personal y un relato autobiográfico escrito al cabo de los años. El diario se suele escribir sin la intención de ser publicado, y por lo tanto recoge con precisión (pero con menos cuidado literario) las impresiones de su autor, tal como las siente y las vive día a día, sin el filtro de la distancia que ofrece el tiempo. Esto tiene ventajas como la sinceridad y la espontaneidad, y desventajas, como la incertidumbre de publicar cosas íntimas, demasiado personales, y la ausencia de análisis retrospectivo. Hay magníficos diarios que permanecieron escondidos durante la vida de sus autores, pero se dieron a conocer después, revelando aspectos insospechados, que registraron con sinceridad desgarradora.

El libro Elecciones peligrosas (2024, Plural), de Salvador Romero Ballivián pertenece al segundo grupo, al relato testimonial escrito con un tiempo prudente de distancia. En ese sentido me trajo a la memoria Presidencia sitiada (2008, Gisbert) de Carlos D. Mesa, porque en ambos casos —pocos años después pero con la memoria todavía fresca— los autores narran su experiencia en altos cargos de la vida pública de Bolivia, el primero como presidente del Tribunal Supremo Electoral (TSE) en las elecciones de 2020, y el segundo como presidente de la república entre 2003 y 2005. En ambos casos, difíciles procesos históricos de transición que sucedieron a graves crisis políticas.         

Tuve el privilegio de presentar el 12 de marzo de 2008 (en La Paz) el libro de Carlos D. Mesa, a invitación del autor y amigo, y ahora tengo la oportunidad de comentar el libro de Salvador Romero Ballivián, a cuya familia me une igualmente una larga amistad. En ambos casos, señalo de entrada el valor literario de los testimonios, sin el cual hubieran sido relatos desprovistos de la riqueza del lenguaje que hace la diferencia entre los textos que describen hechos sobriamente y aquellos que los abrazan con el calor de la vivencia y la calidad del estilo literario. 

Todo testimonio es un desgajamiento personal, ya sea escrito al calor de los acontecimientos o reflexivamente después de un tiempo. En ambos casos es legítimo y provechoso que —como catarsis o como justificación del propio comportamiento— se escriba para explicarse ante la sociedad y ante la historia. No es una decisión fácil hacerlo porque ese desgajamiento personal implica exposición a la mirada pública, con el riesgo de retruques y vilipendios. Publicar y exponerse ya es un acto de coraje, mientras la mayoría de quienes han estado en situaciones análogas, prefiere permanecer en silencio. 

Elecciones peligrosas es un relato muy personal que se lee casi como una novela lineal. El autor no hace gala de la experiencia que ha acumulado en muchos países donde se ha desempeñado como consultor en procesos electorales, pero esa experiencia se siente y beneficia las decisiones que toma para devolverle al país algo de certeza y transparencia. 

La presidenta Añez y Salvador Romero

El enorme sentido de observación y probablemente algunas notas tomadas “en caliente”, le permiten escribir descripciones detalladas con fino estilo literario, ninguna banalidad; por ejemplo, cuando acude por primera vez a la cita con la flamante presidenta Añez, quien estaba “ansiosa de que se convoque cuanto antes la elección”, lo cual sabemos que es cierto porque había recibido un pesado encargo no solicitado. “Sólo más tarde extravió su embarcación en el mar de las sirenas, al ignorar la advertencia milenaria de tapar los oídos de sus marinos con cera y pedir ser amarrada al mástil para no ceder a los cantos seductores”, apunta Romero Ballivián. En la antesala del palacio, el autor recuerda los detalles: “Quizás descubría las oficinas, donde los vidrios biselados, las pesadas cortinas, los sofás mullidos, las mesas de sólida y oscura madera atenúan las voces y guardan los secretos”.       

La cultura general es un privilegio en libros como este, y hace extrañar los tiempos en que muchos dirigentes políticos eran capaces de escribir o hablar con equiparable elegancia y profundidad, mientras que en los últimos veinte años el bajo nivel educativo y la soberbia de la ignorancia parecen haberse impuesto entre funcionarios públicos, diputados o senadores por igual. 

A medida que se avanza en la lectura hay menos giros literarios y referencias cultas, porque la densidad del tema no acepta sutilezas. Como antecedente a su propia actuación en la política electoral, Salvador nos refresca la memoria sobre hechos que muchos han olvidado, por ejemplo, que el propio Evo Morales destituyó al Tribunal Supremo Electoral que había sido cómplice del fraude, y declaró nulas las elecciones, como un intento desesperado de salvarse. Los miembros del TSE fueron arrestados más adelante, aunque nunca procesados debidamente, ni por el poder Judicial ni Electoral. 

La memoria opera como capas superpuestas, como una cebolla o mejor como una alcachofa, que uno va desgajando hasta llegar al corazón del tema. Así transcurre este relato en sus 325 páginas, y los 28 capítulos breves hacen que el libro se lea más rápido.  El título de la obra no sólo alude a las peligrosas elecciones generales del 2020, sino a las que el mismo autor tuvo que hacer a fines del 2019 para comprometerse con un proceso electoral que iba a estar sembrado de escollos. No cualquiera lo hubiera hecho o más bien, cualquiera que no tuviera la experiencia de Salvador Romero se habría metido en un encargo peligroso, pero sólo alguien con su trayectoria podía anticipar los verdaderos riesgos.       

El desafío era también reconstruir la estructura del Tribunal Supremo Electoral no solamente la composición humana antes manipulada por el masismo, sino reconstruir también la infraestructura y el equipamiento que había sido quemado y destruido en varios departamentos, ya sea por masistas o por gente furiosa por el fraude electoral. Los propios sistemas operativos debían ser reemplazados por otros más modernos, eficientes y seguros, para prevenir que se repitiera un fraude informático como el de 2019. Todo debía ser rediseñado desde cero, para evitar que el sistema fallara. La cadena de custodia de las actas (que es tan delicada como la “cadena fría” de la vacunación), el padrón electoral, los mecanismos informáticos, la participación, etc., y todo ello de manera transparente para crear un clima de confianza indispensable después de la gran frustración resultante del fraude.

Para todo ello era necesario apoyo económico y se consiguió gracias a la buena disposición de la Unión Europea, Suecia, Canadá y el Reino Unido, que reunieron más de 5 millones de dólares para que el PNUD (Naciones Unidas) los administrara. Numerosos especialistas de todo el mundo llegaron para apoyar con su capacidad técnica. Uno de los aspectos fundamentales para garantizar la transparencia del proceso y darle seguridad a la población, era la presencia de misiones internacionales (las que el MAS no quería, porque podían exponer sus prácticas prebendales). El común de los ciudadanos no dimensiona la magnitud del desafío que se tuvo que enfrentar para las elecciones del 2020: “ahora entraba a una institución golpeada, traumatizada y exánime, sin exageración en el término. Poco a poco, constaté la gravedad de los estragos”. 

Además de la tarea principal de organizar las nuevas elecciones, el TSE tenía como responsabilidad poner en orden la administración de esa institución que había sido dejada en escombros. El proceso electoral jurídicamente anulado, tenía pendientes administrativos: “centenas de servicios y productos entregados, pero no pagados”. Y todo esto a fin de año, cuando las fiestas paralizaban muchas de las actividades.

Vocales del TSE en 2020

En lo político Salvador Romero muestra claridad en el análisis de coyuntura a pesar de que había estado ausente de Bolivia por muchos años.        

La actualidad del relato se mantiene de manera espiral cinco años después de los hechos descritos, ya que muchos personajes son los mismos. Por ejemplo, las referencias al vocal Daniel Atahuichi (que luego cambió su nombre por Tahuichi Tahuichi para parecer más indígena), son muy actuales ya que su accionar no parece haber cambiado mucho desde entonces. En 2020, según leemos, desde el inicio planteaba incordios: quiso ser vicepresidente del Tribunal Supremo Electoral (TSE) y no lo logró, le quiso quitar hasta la oficina a Oscar Hassenteufel, sin respetar la trayectoria del expresidente de la Corte Nacional Electoral (CNE), etc. Cuando aparece en el libro Atahuichi, no es precisamente por elogios a su comportamiento profesional (y fuera del libro ya hemos podido comprobar su temperamento volátil).

Más allá de un personaje, lo que está en cuestión es la credibilidad del órgano electoral, que “suele suponer integrantes con peso propio específico, vale decir, respetados por su trayectoria y méritos. Asentada la reputación y consolidada la organización, la institución tiende a ser considerada un patrimonio colectivo, un bien democrático”. 

Uno de los hilos conductores de esta obra es el indudable e incuestionable esfuerzo del presidente del TSE para mantener la independencia política del organismo y llevar adelante elecciones transparentes y justas, mientras un sector importante de la sociedad pedía venganza (excluir al MAS), y se recibían presiones de todos los partidos y del propio gobierno para inclinar la balanza a uno u otro lado. La moderación de Salvador Romero para precautelar la independencia del TSE, hizo que ni siquiera se pronunciara tajantemente sobre el fraude electoral del 2019. En su testimonio, cinco años después, tampoco expresa su posición con claridad meridiana, aunque el fraude ya fue ampliamente comprobado. Esa cautela, comprensible cuando estaba en funciones en 2020, es extraña en 2024 y sigue alimentando la chismografía sobre su posición política. Al fin y al cabo, nadie es neutro, todos votamos por una opción, y muchos no tenemos problema en decir por quién votamos, aunque ello transparente públicamente nuestras inclinaciones políticas.        

En cualquier caso, las tensiones y acontecimientos del 2020 justificaban todos los recelos.  Veamos, por ejemplo, la ironía con que se refiere al sorpresivo lanzamiento de la candidatura de Jeanine Añez, el 24 de enero, día inaugural de las Alasitas: “la feria de las cosas pequeñas, de la compra y venta de ilusiones”. Fue ese día que Añez, muy mal aconsejada, perdió la oportunidad de pasar a la historia con grandeza y desprendimiento. Esa candidatura y las ambiciones que se jugaban detrás de ella, hizo tambalear la confianza en el gobierno de transición, pero también en el sistema electoral. 

Como los buenos relatos de ficción, este (que es un testimonio real) parece una saga de acontecimientos extraordinarios. La intempestiva llegada del coronavirus puso en jaque el calendario electoral, desde las primeras medidas que tomó el gobierno (como en todo el mundo), restringiendo al mínimo los movimientos de las personas, y apenas unos días más tarde, decretando el aislamiento completo y otras medidas estrictas de prevención. Cuatro países latinoamericanos postergaron varios meses sus procesos electorales. Era la tendencia mundial frente a los cientos de miles de víctimas que saturaban las calles, los hospitales y los cementerios. Si hasta ese momento el desafío electoral era grande, a partir de la declaración de la pandemia se hizo doblemente mayúsculo.       

“Sin circulación de vehículos ni actividades de ninguna índole, en el silencio sereno se escuchaba el canto de los pájaros, y en los días morosos, se miraba el tránsito del otoño que seca y enrojece las hojas de los ciruelos, las arruga y las desparrama alrededor del tronco rugoso”, describe en tono poético. 

Los desafíos eran inmensos. No sólo la pandemia que paralizaba casi todos los procesos ante la imposibilidad de movilizarse, de traer equipos del exterior o misiones de observación internacionales, sino la polarización política interna: el MAS con sus 2/3 en la Asamblea Legislativa Plurinacional, tomaba decisiones sin considerar la situación objetiva de la pandemia, y el TSE tenía que acatar esas decisiones, pero entonces el gobierno atacaba al TSE acusándolo de servir al MAS. Entre la espada y la pared, no era fácil sacar adelante un proceso electoral regido por leyes y normas: “… por primera vez en la historia de Bolivia, y en un hecho muy poco común en una perspectiva comparada, el TSE debía organizar la elección central del sistema político contra la voluntad del gobierno, con responsabilidades para coadyuvar al éxito organizativo del proceso y múltiples instrumentos de poder. Ahora sí, recaía en el TSE la responsabilidad completa de conducir políticamente el proceso”. 

El presidente del TSE se aferró en todo momento a las normas. Por ejemplo, en un tema tan espinoso como el financiamiento público de las campañas, siguió lo que estaba establecido legalmente: 30% distribuido de manera igualitaria y 70% en función de los sufragios. Quién sabe cuál es la lógica o la coyuntura que favoreció inicialmente esa disposición, pero me parece un contrasentido favorecer la hegemonía de los ganadores en elecciones anteriores, que además suelen ser los que tienen más medios a su alcance para hacer propaganda. En ese tema, para mantener la unidad e independencia del órgano electoral, Salvador Romero mostró flexibilidad para negociar la norma, para garantizar la continuación del calendario electoral. Al final, primó el pragmatismo y la negociación política con el MAS, para eliminar el financiamiento electoral, lo cual evitaba los ataques al TSE, y no afectaba al MAS que tenía recursos propios más que suficientes (del Estado).      

Muy a pesar de los esfuerzos para mantener los equilibrios y la credibilidad, el TSE fue víctima de ataques desde todos los frentes, y como Salvador Romero era el presidente, esos ataques tenían nombre y apellido. Lo irónico es que las demandas eran a cuál más disparatada: desde elecciones inmediatas (a pesar de la pandemia) hasta la postergación indefinida de las elecciones generales y la cancelación de la personería jurídica de cuatro o cinco partidos, por razones similares. Grupos de personas manifestaban a diario delante del TSE en la plaza Abaroa, reclamando la postergación, con el argumento de la emergencia sanitaria, pero como señala el autor con sorna, esos grupos se reunían sin cumplir las mínimas recomendaciones de salud y prevención.

Paradójicamente, otros lo tildaban de “genocida” por razones opuestas, con esa ligereza con que se utiliza el término en Bolivia, no sólo por ignorancia sobre la historia mundial (Hitler o Gaza), sino incluso por pereza de consultar un diccionario. Otra vez, el TSE era el blanco de la furia, a pesar de que el calendario electoral se había concertado con las fuerzas políticas.

Sin perder su sentido del humor, el autor incluye algunos apuntes irónicos cuando se refiere a las discusiones sobre la seguridad sanitaria en el día de las elecciones. Una especialista italiana de la OPS desaconsejó colocar pediluvios en los recintos electorales: “Para que alguien se contagie, tendría que lamer la suela de un zapato. Esa cosa no sirve para nada”. Y él añade de su coleto: “En Bolivia, conocemos casos de personas que, metafóricamente, lamen botas, y de otras que, literalmente, amarran guatos ajenos, pero no se registra —felizmente— personas que laman suelas, ni propias ni ajenas”. 

Mucha gente ha olvidado lo que vivimos en 2020, antes de que hubiera vacunas. Es como un bloqueo sicológico colectivo que nos impide revivir la incertidumbre sobre un futuro que no terminaba de dibujarse con claridad: “La muerte, que conceptualmente todos sabemos que nos aguarda, se aproximó súbita y brutalmente a todos los hogares. Su acechanza macabra provocaba miedo y la elección parecía una de las piezas más peligrosas, lo que bloqueaba la posibilidad de sostener conversaciones razonadas”, afirma el autor, y más adelante: “El espanto ante lo desconocido se agravaba exponencialmente día a día, las interrogantes superaban las certezas sobre cómo organizar actos masivos, como una jornada de votación”.    

Salvador menciona mi nombre brevemente con motivo del acto electoral en el exterior, concretamente en Colombia, donde a pesar del escaso número de votantes inscritos, me propuse liderar un acto electoral transparente y seguro, en medio de la pandemia. Como se señala en el libro, Bolivia había roto relaciones con Venezuela, de manera que no se podía votar allí. La sala plena TSE decidió que los bolivianos en Venezuela debían votar entonces en Colombia por ser el país fronterizo, y yo manifesté mi disconformidad porque Colombia también había roto relaciones con Venezuela y la frontera entre ambos países, en Cúcuta, estaba cerrada. Ese fue mi argumento para señalar como absurda la decisión que se había tomado. Obviamente que nadie de Caracas fue a votar a Bogotá (distantes a 1 414 km), nadie. No es que “la inmensa mayoría de los registrados en Caracas no acudió”, no podía acudir nadie. Y claro que la votación en Bogotá fue impecable, porque en la Embajada nos aseguramos de que fuera transparente y segura, en un lugar abierto para la circulación de aire, y con una cámara que transmitió por Facebook toda la jornada electoral. 

Visto en perspectiva, quizás fui un “pesado” con mis observaciones a Salvador (que no fueron públicas hasta que él las describe en su libro), porque sólo se trataba de un centenar de votos, que no iban a alterar los resultados generales (como dato anecdótico, ganó ampliamente Comunidad Ciudadana). Pero, así como el TSE hacía su trabajo con el mayor rigor, yo hacía el que me correspondía, señalando con franqueza las inconsistencias, porque sí las hubo. 

Presidenta Añez renuncia a su candidatura

Sin duda, el TSE tenía problemas mayores que resolver. La renuncia de Añez a su candidatura, cuando las papeletas ya estaban en proceso de impresión, amenazó con un sismo político a apenas un mes del acto electoral. Además, se produjo la renuncia de Tuto Quiroga apenas una semana antes, con el daño enorme que ello supone a un proceso organizado contra tanta adversidad. No era un acto de desprendimiento en favor de la unidad de la oposición, sino otro acto de egolatría de los que caracterizan al personaje, tal como hemos visto en el proceso electoral de 2025.      

La ligereza y superficialidad de las redes virtuales (mal llamadas redes “sociales”), afectó el proceso electoral y también la reputación de Salvador Romero: “Las descalificaciones que sufrí erosionaron el proceso electoral y quebraron mi reputación ante varios sectores de la sociedad”. La manera como se describe a sí mismo, es la que vimos reflejada a través de los medios: cuando aparecía se explicaba sin apasionamiento, escogiendo cuidadosamente las palabras y respondiendo a las preguntas casi con monotonía, sin mostrar asomo de opinión personal, sino más bien apegado a las leyes y reglamentos. Los periodistas no podían desviarlo de un guion perfectamente meditado y fundamentado. 

A lo largo del testimonio queda claro que cada paso que dio el TSE para garantizar elecciones libres y transparentes, fue el resultado de continuas consultas con los actores políticos que participarían en esas elecciones, de ahí que ellos no podrían, después, reprochar al TSE de un supuesto favorecimiento al MAS, o reprochar a Jeanine Añez no haber hecho desaparecer —¿como dictadora? —  al MAS del mapa político. Con frecuencia, los que a gritos defienden la democracia, son los primeros dispuestos a saltarse las normas y mostrar rasgos autoritarios e intolerantes. Esos sentimientos belicosos suelen manifestarse con mayor frecuencia en las plataformas virtuales, donde cualquiera puede publicar cualquier cosa, inventada o distorsionada, sin representar a nadie, más que a sí mismo, lamentablemente con el mismo peso psicológico que un medio de información respetable que verifica las fuentes y que no contribuye a difundir chismes.         

La lucha contra los memes sin base real, que hablaban (y siguen haciéndolo) de “un millón” de muertos en el padrón electoral o de “tres votos urbanos por un voto rural”, es un ejemplo de la irresponsabilidad que reina en las plataformas virtuales. Hoy sabemos que no son opiniones ciudadanas sino granjas de bots que operan a través de centenares de cuentas falsas. La desconfianza en las circunscripciones o en el padrón (que ya había sido revisado por técnicos de la OEA), circulaba de meme en meme con el peso de los likes tan fáciles como irresponsables. Salvador Romero demuestra que los resultados de la votación de 2020 ratificaron la proporcionalidad del voto, aunque los resultados no nos gusten. A veces la democracia es bastante fea, porque los ciudadanos no necesariamente votan por el mejor candidato. Si eso sucede en el país más poderoso del mundo (Trump en Estados Unidos), no es extraño que suceda en Bolivia donde en 2005 Evo Morales fue electo por una gran mayoría, y muchos de los que ahora lloriquean le dieron su voto, no una, sino dos o tres veces.

La lectura ofrece otros momentos con descripciones amenas. Cuando se inicia la jornada electoral del 18 de octubre, Salvador recuerda el desayuno en el TSE con la presidenta Añez, Eva Copa y Arturo Murilo: “El menú ofrecía una interpretación libre de un desayuno típico, con el api morado e hirviente, buñuelos con miel, sándwiches pequeños, de chola y de pollo. Aun así, el convite empezó áspero. Unas observaciones de Murillo sobre la labor policial en El Alto incomodaron a Copa, que las frenó. Con Añez nos apegamos al consejo de los abuelos: ni política ni religión en el desayuno. Entonces, de pronto nos ocupábamos de los kilos, con ánimo liviano. De figura obesa, Murillo se explayó sobre su engorde y enflaquecimiento, ambos medidos en decenas de kilos y pocos meses; Añez y Copa aportaron lo suyo, pero en rangos moderados, mientras mi historia se asemeja a una chata línea desde hace décadas, cuya monotonía a veces sorprende”.        

El resultado electoral sorprendió a todos, sin excepciones: “el MAS se apropió del voto de quienes no revelaban su preferencia”, burlando los resultados de todas las encuestas. ¿Podrá suceder lo mismo con los indecisos de 2025? 

Para los propios vocales de aquel tribunal electoral, el triunfo del MAS fue inesperado. Salvador hace otro apunte certero: “La alegría corporal de Vargas y Atahuichi contrastaba con la desesperanza de Baptista. Gutiérrez lucía resignada, Hassenteufel y Ruiz circunspectos”.      

Cuando parecía que todo había concluido y que todos debían reconocer el triunfo aplastante del delfín del MAS, apareció de la nada la carta de la vocal Rosario Baptista, que ponía en duda, sin ninguna prueba, la transparencia de las elecciones. Esa bomba de fragmentación, hecha de palabras solamente, no pudo ser desactivada y dejó un enorme resquicio de duda sobre la integridad de la elección de 2020, a pesar de la certificación de varias misiones de observación electoral. “Fue imposible limpiar tanta suciedad”, dice Salvador, sin duda apabullado por ese último acto incomprensible y casi surrealista de una obra de teatro que, mal que bien, se había desarrollado venciendo todos los tropiezos de los actores. 

Lo que uno recuerda coincide con la apreciación de Salvador Romero: había un deseo colectivo, en una parte importante de la sociedad boliviana, de agarrarse desesperadamente de cualquier teoría conspirativa, para no aceptar la contundencia de la votación en favor del MAS. Era duro reconocer que esos casi 20 años de caudillismo absoluto, habían calado profundamente en el imaginario colectivo. Dos generaciones no conocían otra cosa, y la gran mentira del “milagro económico” no admitía razones ni análisis, más allá de la ilusión de seguir con el mismo esquema de gobierno. No porque la verdad no nos guste es menos verdadera. En este caso, no era siquiera un tema de matices o interpretaciones, sino de cifras que hablaban por sí mismas. 

Los pueblos se equivocan al votar, como ha sucedido en tantos países. Eso indica que a las elecciones no son lo mismo que la democracia, sino apenas una manifestación de la hegemonía ideológica y cultural en un determinado momento histórico. Los pueblos pueden tropezar dos veces en la misma piedra, como prueba la elección de Trump en Estados Unidos, o la del MAS en 2020 (y varias veces antes). Quizás, la propia sociedad dista todavía de ser democrática. Si las elecciones parlamentarias no se hicieran al mismo tiempo que las presidenciales, los resultados serían más fiables, con correcciones en el camino. En otros países hay elecciones parlamentarias de medio término, lo que permite renovar parcialmente el congreso.       

El problema no es una sociedad polarizada, todas lo son. La animosidad histórica o cultural en Bolivia no se puede desactivar fácilmente porque no es sólo una disyuntiva entre autoritarismo y democracia, sino entre corrupción y valores. Esa línea divisoria no admite ningún tipo de reconciliación y tiene que ser zanjada con el peso de la justicia (cuando exista de nuevo). Lamentablemente no es cierto que “las cuentas se rinden en la siguiente cita electoral ante la sociedad y ante la comunidad internacional”. Eso sería en un país donde los valores humanos esenciales no hubieran sido afectados por la corrupción generalizada y el prebendalismo. Tampoco es cierto que “la verdad última de la democracia termina siempre decantándose en la silenciosa caída de una papeleta en la urna”. Todos quisiéramos que fuera así, pero los hechos muchas veces demuestran lo contrario, como en 2020, precisamente. 

Muchos apuntes sobre el proceso electoral de 2020 caen como anillo al dedo en las elecciones de 2025: “Los partidos se han convertido en siglas colocadas sobre cascarones vacíos, sin vida orgánica. Hasta les cuesta completar las nóminas para los cargos electivos, que no son muchos: 334, incluyendo el binomio presidencial, las planchas titulares y suplentes para las Cámaras de Diputados y de Senadores”. 

Las últimas 50 páginas del libro son un complemento informativo, no indispensable, aunque también tenga utilidad, porque además de referirse a las elecciones subnacionales, incluye algo importante en el cierre testimonial, la renuncia y despedida de Salvador Romero: “Cumplí la responsabilidad encargada: dirigir el ciclo electoral más complejo en un periodo tempestuoso de la democracia. La asumí convencido, y la mantuve, aunque la realidad empequeñeciera cada vez mis previsiones sobre la envergadura de las complicaciones. Me aferré a la responsabilidad, nunca contemplé desertar en el fragor de las batallas”.       

Ayer como hoy, que estamos en puertas de otra “elección peligrosa”, la desinformación es uno de los principales enemigos del juego democrático, y las redes virtuales son un ejército de irresponsables con el gatillo dispuesto a disparar mentiras. El trabajo de Bolivia Verifica y Chequea Bolivia, imprescindible en todo momento, no logra del todo contrarrestar la avalancha de fake news. La mentira se instala en el imaginario colectivo por el bajo nivel de educación y la casi inexistente capacidad de pensamiento crítico de la mayoría de los usuarios de Internet. Es una guerra perdida, no sólo en Bolivia.

Renuncia de Salvador Romero

Tal como narra a lo largo de la obra, Salvador Romero sufrió muchos ataques, en su mayoría injustificados y virulentos, llenos de odio y basados en la desinformación. Si los tribunales de ética se aplicaran de oficio a las redes virtuales, muchos verían sus cuentas clausuradas o serían obligados a rectificar los improperios escritos con el peso de la lengua y la impunidad que permite Internet. Salvador dejó el TSE cuando quiso. No salió huyendo, ni fue destituido, ni se achicó frente a los ataques. Como él escribe: “Hay oportunidades para acometer proyectos interesantes y valiosos, para mí, ninguno justificada quedarme. Me apenaba alejarme de los funcionarios, con quienes me unían el cariño, el afecto, el respeto y la amistad”. Los principales desafíos ya se habían cumplido a cabalidad.         

Maniático de los detalles, es interesante el párrafo donde Salvador relata dónde decidió renunciar, es decir, el lugar físico en el que daría la conferencia de prensa. Al final, lo hizo en el jardín del TSE, luego de evaluar otras posibilidades. 

Uno agradece los libros que no están plagados de referencias al pie de página (spitting quotes, como dice un amigo mexicano). Aquí están todas al final del libro y no incluyen esos largos enlaces de Internet (URL) que al cabo de poco tiempo ya no funcionan. 

A pesar del gran desafío que fue el proceso electoral de 2020, con sus postergaciones por la pandemia y por la polarización política tan exasperada, las elecciones se realizaron en tranquilidad y de acuerdo a las normas. No se produjo la catástrofe que esperaban algunos cuervos mal agüeros: “contar votos o contar muertos” (que no es una frase inventada ahora por la señora Nina, sino referida a la pandemia). Se equivocaron, aunque no lo admitan. En cuanto al resultado, fue un baldazo de agua helada para quienes creíamos que la ciudadanía había aprendido la lección de votar varias veces por el populismo y por la corrupción. Ahora, al borde de una nueva elección general, el mismo riesgo está presente. Que nos vaya como nos merecemos, por no aprender de la historia.         

Los tres discursos que incluyen las últimas páginas, señalan la importancia de fundamentar para la historia (y no sólo para esa coyuntura específica), las razones que motivan las acciones en la vida pública. Ojalá todos los que obran por el bien de Bolivia, adoptaran la costumbre de dejar por escrito sus motivaciones y razonamientos, no como salvaguarda de los actos que cometieron, sino como testimonio sobre las complejidades y equilibrios necesarios que emergen de la responsabilidad de ejercer el poder. Más allá de que todo relato autobiográfico tiende a justificar las acciones de sus autores (son raras las excepciones), el valor está justamente en el testimonio personal, que no pretende erigirse en la verdad definitiva, sino en una verdad importante por su centralidad, aunque también es cierto que a veces no hay un asomo de autocrítica. 

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A politician thinks of the next election. 
A statesman, of the next generation.
—James Freeman Clarke